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Vivimos dos pandemias solapadas, una de origen político y la otra sanitaria, menos predecible, que amenaza nuestra supervivencia como nación, la convivencia de nuestra sociedad y la riqueza de nuestro pueblo. Una pandemia es heredada e impostada en España desde el siglo XVIII, excepto los cuarenta años de interregno de Francisco Franco; y la otra, estrictamente sanitaria viene a agravar la nadería en la que transcurre nuestra existencia.
Es más grave y difícil vencer la primera que la segunda. De la segunda se sale, con la actual tecnología, en tiempo record y con coste de víctimas menor que en cualquier otra pandemia anterior. De la política, aunque exista vacuna, veremos si deseamos hacerlo e inmunizarnos del virus del socialismo y del independentismo, dentro de la burbuja siempre contagiosa del liberalismo. Nada nos haría más resistentes a esta pandemia política y sus letales consecuencias, que la de fortalecer el organismo social con la vitamina de lo que fuimos, cuando éramos fieles al deber ser de nuestra esencia e historia.
En esta sociedad del espectáculo, donde la desinformación lo inunda todo; la política transcurre por los albañales de unos dirigentes mentirosos, vanidosos, irresponsables y preocupados solamente de aparentar que saben lo que hacen o dicen. Como nadie suele confrontarlo con la realidad y la memoria colectiva es frágil y maleable, o adaptable a los modismos de influencia del poder; el deseo de vacunarse en el análisis, estudio, conocimiento y rigor carece de importancia.
La comunicación y empatía viene dada por la condición sexual o dotes de parlanchín del dirigente. Así nutrimos el intelecto de nuestros ciudadanos y conformamos unas masas aborregadas. La moral, queda rebajada a un adecuado comportamiento social de adaptación a las pautas de conducta que se dictan desde los medios. La inteligencia, a un debate de sofistas porfiando sobre la nada. Ello genera la carencia, en la sociedad civil, del necesario espíritu crítico y la aceptación del poder como un mal necesario, aunque se convierta en un mal absoluto.
“El Doctor Pandemia” puede que sea el más ajustado y meritado titulo que deba ostentar Pedro Sánchez en su exitosa carrera política. Ningún otro mérito previo se le conoce, aunque para la infra historia de nuestra Nación otros muchos títulos le estarán reservados, ninguno favorable. Desde la “traición de la Transición”, dónde se hurtó la democracia e impuso un régimen oligárquico de partidos, soportamos con resignación cristiana la Pandemia Política. González, destruyó la enseñanza pública y vendió las grandes industrias de la nación. Aznar, continuó la política entrando en el euro sin el menor análisis, entregó la enseñanza y los grandes monopolios públicos a las élites separatistas, fijando los antecedentes de la actual memoria histórica. Zapatero, inició la plaga bíblica, que en nada enmendó Rajoy, afianzando el actual desastre.
Contemplamos impávidos la destrucción moral, institucional y económica de España y, con ello, el futuro de nuestros hijos. Estamos viendo, hoy, en forma absolutamente escandalosa, cómo los intereses de España y de los españoles no son tenidos en cuenta tanto en la eficaz lucha contra la pandemia sanitaria, como en la reivindicación de la plena soberanía sobre nuestro territorio (Gibraltar). Aunque hayamos demostrado en nuestra historia reciente que podemos revertir cualquier situación y poner al pueblo español en marcha y conseguir el milagro, no deberíamos subestimar la gravedad de los males que nos acechan.
Vengo sosteniendo, desde hace cuarenta años, que el mayor problema que tiene España, es su estructura territorial. Las Autonomías (Autonosuyas), como les llamaba acertadamente Vizcaíno Casas. Son 17 mini estados que cada vez funcionan de manera más absurda e independiente. Lo evidencia cuando llega la pandemia sanitaria y se ejemplifica la torre de babel de cada autonomía dictando unas normas, según su conveniencia política, no con criterios de interés general frente a la epidemia.
La inevitable conjunción de la pandemia política, ya existente, con la sanitaria, previsible, aunque global, nos ha colocado como los campeones del mundo en mortandad por habitante. Esa trágica ineptitud de nuestros gobernantes ha tenido unas gravísimas consecuencias para la vida y la economía de nuestra nación, agravada por el descontrol y despilfarro autonómico. Pero dirán que la culpa es del pueblo que no se tomó en serio el confinamiento. Después de educar a tres generaciones, desde 1975, de españoles en el “libre albedrio”; en la irresponsabilidad del “todo vale”; en el individualismo egoísta del “hago lo que me apetece”; ahora quieren que esa juventud se asuste y discipline ante la muerte, aunque sea la de sus padres y abuelos.
La realidad objetivable como verdad y la “verdad oficial”, publicitada por todos los medios de comunicación al servicio del poder que los sostiene, han discurrido por caminos paralelos. Y no se encontrarán hasta que la verdad se imponga y la mentira no pueda ocultarse por más tiempo, ¡caiga quien caiga! La comunidad internacional fue alertada con antelación, aunque sesgada en su dimensión, sobre la gravedad de la pandemia iniciada en Wuhan (China). En enero, febrero y marzo, se recomendó a través de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que se hiciera acopio de material sanitario, se realizaran a la población pruebas diagnosticas, se rastreara y aislaran los casos positivos y se prohibieran celebrar actos multitudinarios.
¿Qué hizo la pandemia política para evitar la pandemia sanitaria? ¡Agravarla! Fernando Simón de triste fama, desde entonces, afirmó: “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado”. Y ahora “la cepa británica apenas tendrá incidencia”. A mediados de febrero el ministro del ramo Salvador Illa, aseguraba: “Hoy no hay ninguna razón para tomar ninguna medida de salud pública adicional a las que ya estamos tomando”. Mientras le preparaban un protocolo para cadáveres del Covid-19. A semejante personaje en cualquier empresa privada o puesto de responsabilidad publica de un país serio, lo habrían fulminado inmediatamente o hecho dimitir. Aquí sigue de ministro y, a la vez, le ascienden a candidato socialista para presidir la Taifa mas rebelde y costosa: Cataluña.
El gobierno disponiendo de todos los datos, antepuso sus intereses políticos al interés general de la vida de sus ciudadanos y prefirió no prohibir la manifestación feminista que habían auspiciado y consideraba su mayor caladero de votos. El resultado saldrá algún día a la luz pública y se podrá aventurar cuantas vidas se hubieran salvado de haberse adoptado las obligadas medidas de prevención, de haber tenido un gobierno responsable y diligente. La verdad terminará aplastando, como la realidad, a la mentirosa y fraudulenta política partidista de Sánchez y demás socios.
“El Gobierno del Sistema” caminará, cada vez más desnudo, entre el silencio eterno de los muertos; el grito de la manipulación de las cifras; el clamor por la inoperancia y grado de falsedad con que se ha actuado en hospitales y centros de salud con las mascarillas, medidas de prevención y vacunas; y la indignación de familiares, amigos y deudos de las victimas.
En esta inmensa chapuza en que han convertido España solo saldremos con el diagnostico adecuado. Si queremos minimizar costes en vidas y haciendas provocadas por la epidemia, tendremos previamente que terminar con la pandemia política que sostiene el actual sistema. Han restringido la libertad de movimiento en cada Reino de Taifa para ir al otro; han cerrado la hostelería y lo que les ha parecido oportuno; han dejado de informar del numero insoportable de muertes; ¿y no pueden aplazarse unas elecciones autonómicas ante el brutal y previsible contagio que genera?
Resulta meridianamente claro, triste y aleccionador; nos están cerrando los negocios; nos están vaciando la cartera; nos están mintiendo con desparpajo a la cara; y encima nos piden su voto. Si el español no se rebela y despierta, es que el vacío es, más bien, de la cabeza.
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