16/05/2024 20:30

Largo Caballero y el general José Asensio Torrado

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Esta es la décima parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. Las partes anteriores están aquí. Me ha resultado muy interesante sorprender a Largo Caballero en una serie de renuncios que ponen de manifiesto su mezquindad: después de ningunear a los heroicos defensores del Alcázar, después de decir que estaban retenidos como escudos humanos y de soltar otras mentiras se atreve a decir que no ordenó la toma del Alcázar al asalto porque había muchos civiles dentro. Sin embargo, se desplazó a Toledo para presenciar la explosión de la mina que podría haber hecho saltar a todos los civiles por los aires. Rojo vil y mentiroso.

 

Carta decimoprimera: Da comienzo la guerra civil

Apuntábamos en la parte anterior que Largo Caballero, tiene mala memoria, poca vergüenza y quizás se esté contando así mismo una mentira para tratar de autoconvencerse. Esta tónica va a seguir en estos capítulos, en los que Caballero alcanza la presidencia del gobierno, de la que es apeado sin mucha ceremonia y sin haber obtenido ningún éxito. 

Esto es solo un ejemplo más de los delirios causados por el sectarismo de este personaje:

[La República] no tenía soldados, ni jefes, ni fusiles, ni cañones, ni aviación, ni tanques, ni camiones; de todo se habían apoderado los rebeldes por medio de un colosal robo a la nación.

Definitivamente, se engañaba así mismo. No tenían más armas ni más munición que ellos, y mucha menos industria… Robo colosal fue el del oro del Banco de España. Más:

Si la Historia se escribiera con imparcialidad, tendría que destacar la gran cantidad de actos heroicos realizados no solamente por hombres de todas las edades, sino que también por mujeres y niños. Entre los de más relieve, está el de aquellos que bajo el fuego mortífero de las baterías del Campamento de Carabanchel se apoderaron de los cañones que los sublevados poseían, sin utilizar para ello otras armas que algunas pistolas y escopetas.

El cuartel de la Montaña fue otro caso típico de heroísmo del pueblo. … Los paisanos rodearon el edificio, provistos únicamente de pistolas, escopetas, algunos fusiles salidos de no se sabe dónde y varios cartuchos de dinamita de los que se utilizan en las canteras. De este modo impidieron la salida de los militares.

Tonterías. Fueron la aviación y los cañones los que los rindieron (lo cuenta después); si no salieron fue porque los jefes no lo dispusieron (error que pagarían con la vida). Ni la milicianada ni la población roja protagonizaron ningún episodio heroico sostenido. Una media verdad para rematarlo:

Todos los oficiales fueron conducidos al patio del Ministerio de la Gobernación rodeados de una multitud que les apostrofaba, pero defendidos de ser agredidos. Los tribunales se encargarían de aplicarles el castigo merecido.

El patio del cuartel quedó cubierto de cadáveres de prisioneros…

En los primeros días se cometieron actos lamentables que, si no se justifican, tienen al menos su atenuante en que respondían a los actos de salvajismo cometidos por los falangistas en La Coruña, Salamanca, Burgos, Sevilla, Pamplona y otras poblaciones donde se asesinaba en masa a todos los afectos a la República, inclusive a sus diputados. Tales actos exacerbaron a las multitudes, que se lanzaron a ejercer represalias. A esto obedeció el que un numeroso grupo de irresponsables penetrase a la fuerza en la cárcel Modelo y eliminase a algunos detenidos, entre ellos a don Melquíades Álvarez, republicano tibio, y al autor de la ruleta-extraperlo, el lerrouxista Salazar Alonso.

Las matanzas de la zona roja no “respondían”, por supuesto, a nada de eso. Para empezar porque aunque podrían suponer que hubiera detenciones y aun ejecuciones de milicianos socialistas, no lo podían conocer, y desde luego no “se asesinaba en masa a todos los afectos a la República”. Tampoco les hacía falta esa motivación a los pistoleros socialistas para saquear y matar a destajo. Nótese también la obsesión con la Falange, que en aquellos meses de julio y agosto apenas tenía aun efectivos. La justificación de la masacre de la Cárcel Modelo es también propia de un canalla, así como la calificación de “tibio” a don Melquíades Álvarez, o la vinculación de Salazar Alonso con el “extraperlo” (como escribe él). Esto es lo que faltaba para el duro:

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se mezclaron muy frecuentemente elementos falangistas para saciar algunos deseos de venganza y para acumular sobre la República hechos que la desacreditaran.

No se conoce ningún episodio relevante que apoye esta acusación.

Carta decimosegunda: En la presidencia del gobierno

En esta carta Largo Caballero trata de dar una explicación del muy pobre desempeño de su gobierno. Carga la culpa contra los comunistas y contra los enemigos de su propio partido.

Aceptación de la presidencia del gobierno

 

… los capitostes del republicanismo gobernante hacían ostentación pública de su preferencia por Prieto y compañía contra mí

Acepté, pues, el encargo a conciencia de lo difícil del cometido, mas con la condición de que el Gobierno no tendría matiz político determinado y que en él estarían representados los elementos que luchaban en los frentes defendiendo la República sin prejuzgar ninguna tendencia política o societaria.

 

La elección de sus ministros:

 

Elegí a Ángel Galarza para Ministro de Gobernación porque había sido Director General de Seguridad. A Álvarez del Vayo para el Ministerio de Estado por su conocimiento de idiomas y por tener una experiencia extensa de vida internacional. Además de la Presidencia, yo me reservé la cartera de Guerra. Total: seis socialistas.

O sea que fue él quien eligió personalmente a Galarza y Álvarez del Vayo, dos de los criminales más siniestros de la república frentepopulista. Sigue:

Al Partido Comunista le ofrecí dos carteras: Instrucción Pública y Agricultura, para Jesús Hernández y Uribe, respectivamente.

 

De Hernández hemos repasado su testimonio: Yo fui un ministro de Stalin. Los vascos, a lo suyo:

 

El señor Aguirre, representante de los vascos, se negó a dar nombre alguno, alegando que era un Gobierno comunista. Le contesté demostrándole que eso no era cierto y enviándole la lista de los Ministros y su respectiva filiación política. Entonces alegó la conveniencia de que se concediera a Vasconia el Estatuto como se le había concedido a Cataluña. Llamé a Prieto, a la sazón Presidente de la Comisión Parlamentaria que se ocupaba de este asunto, rogándole diera dictamen lo más pronto posible. Una vez dictaminado lo llevé al Parlamento, siendo aprobado después de amplia discusión. Seguidamente, el señor Aguirre dio el nombre del señor Iranzo para Ministro sin cartera.

… se aprobó la Nota Oficiosa en la que se hacía la declaración que yo reclamé del Presidente, esto es, que el Gobierno no tenía matiz político alguno concreto; los ministros no harían política partidista y todos trabajarían exclusivamente para ganar la guerra.

Se abrieron las Cortes, de las que el Gobierno recibió su aprobación y también se aprobó el Estatuto Vasco. Los comunistas pidieron que se hiciera todo lo posible para que en el Gobierno estuviese representada la Confederación Nacional del Trabajo y así lo prometí. Entre vivas y aclamaciones se suspendieron las sesiones de Cortes.

El desbarajuste militar en la zona roja:

Me encontré en la guerra con cuatro frentes independientes y autónomos. El de Cataluña era dirigido por la Generalidad y la Confederación Nacional del Trabajo. Teruel por la Confederación de Valencia. El del Norte por el Gobierno Vasco. El del Centro por el Gobierno Central. Cada uno tenía su Estado Mayor, y hacían los nombramientos de los mandos. Catalanes y vascos enviaban al extranjero sus respectivas Comisiones a comprar armas, que luego había de pagar el Gobierno Central.

La gesta del Alcázar le escocía:

Otro problema difícil, desagradable, que heredé del Gobierno Giral, fue el del Alcázar de Toledo. En la primera visita que hice a aquel lugar acompañado del Jefe del Ejército del Centro General Asensio, no oculté mi disgusto por la forma de atacar el Alcázar. Los que conocían el edificio debían saber lo estéril de la destrucción de la parte superior del mismo, pues los rebeldes podrían guarecerse en los sótanos, que eran muy espaciosos y a los que no llegaban los efectos de la artillería. En seguida di orden de suspender los bombardeos por aire y tierra. Pensé que era mejor un ataque decidido al asalto, aun a costa de muchas bajas. Había que acabar con aquella situación embarazosa para el Gobierno. Mas existía una dificultad para la realización del plan: el Coronel Moscardó había encerrado con él, además de guardias civiles y hombres de la población, a muchas mujeres y niños familiares de aquéllos, los cuales podían perecer en el asalto, cosa que repugnaba a mis sentimientos de hombre, de español y de socialista. Esas mujeres y esos niños no eran beligerantes, y no era justo hacerles responsables y víctimas de la traición de sus maridos, de sus padres y del jefe que allí los había encerrado. Un sacerdote, el Padre Camarasa, enviado por mí, penetró en el Alcázar para tratar de convencer a Moscardó a que cesara en la resistencia, o, por lo menos, accediera a evacuar a las mujeres y los niños; pero Moscardó, comprendiendo que si accedía a esta propuesta debilitaba su situación, se negó. El Embajador de Chile, decano del cuerpo diplomático, solicitó mi autorización para hablar con altavoces al coronel jefe y aconsejarle que salieran las mujeres y los niños, pero recibió del jefe de los facciosos la misma negativa. Aquellos infelices eran el escudo con que se protegía.

En este párrafo, Caballero delira, o en el mejor de los casos chochea. Por ejemplo, dice que ordena no bombardear por no ser efectivo, y propone en su vez un asalto. Nunca los milicianos hubieran tomado el Alcázar al asalto. Es mentira que los civiles -familias de los combatientes- estuvieran retenidos en el Alcázar. Pero mucha mayor mentira son los “sentimientos de hombre, de español y de socialista” de Caballero y sus milicianos, que además de bombardear pusieron varias minas al Alcázar, con las que hubieran podido causar una masacre. Largo Caballero se desplazó al mismo Toledo para presenciar la esperada toma del Alcázar tras la explosión de la mina, así que su referencia a “sentimientos de hombre, de español y de socialista” son más falsos que un judas de plástico.

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Sigue:

Se ha hablado mucho de las heroicidades del Coronel Moscardó. Sin negar el valor personal que dicho señor pudiera tener, el oponerse a evacuar mujeres y niños para servirse de ellos como escudo, disminuye considerablemente el carácter heroico del episodio, y lo acusa, a pesar de su catolicismo, de no ser un buen cristiano. Moscardó debía comprender que los niños y las mujeres eran un parapeto de carne humana inocente detrás del cual podía defenderse con cierta impunidad, pero ello le descalificaba como hombre de valor y de conciencia. Eso no es heroico, ni es cristiano. Lo heroico hubiera sido que se quedaran solos los hombres y resistieran cuanto pudiesen.

Entre las muchas infamias propaladas por los falangistas, se cuenta que al hijo de Moscardó se le amenazó de muerte si su padre no se rendía; que padre e hijo hablarían por teléfono, y si aquél se negaba, el hijo sería sacrificado. Una reproducción modificada del pasaje bíblico, o el histórico de Guzmán el Bueno. La fábula está urdida de manera absurda. Puedo asegurarle muy formalmente que durante mi época de gobierno no sucedió tal cosa, ni tengo noticia de que ocurriera durante el Gobierno anterior.

Su hijo fue de hecho sacrificado, mientras que el de Caballero sobrevivió en la España nacional.

 

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Geppetto

Del libro «Los héroes del Alcázar

http://desdemicampanario.es/2018/03/26/manuel-casteleiro-los-heroes-del-alcazar/

» De los recuerdos del comandante Villalba de ese día:
 
 El día 4 de septiembre el enemigo mantuvo un intenso fuego de artillería sobre el torreón N.E. logrando abatir su cúpula y también sobre el torreón N.O. ocasionando grandes desperfectos, a la vez, el enemigo situado en el hospital de Santa Cruz lanzo líquidos inflamables sobre el edificio del Gobierno Militar y Pabellones, ocasionando destrucciones y un considerable incendio que tomo grandes proporciones, al no poder atajarlo las fuerzas que lo guarnecían se vieron obligadas a replegarse al edificio de Santiago.
Luego supe y como lo atestiguan fotografías que existen que durante el hostigamiento de la artillería enemiga sobre el Alcázar es este día se hallaba presente en la finca de Pinedo un casi uniformado miliciano llamado largo Caballero, con una actitud estúpida.»
 

Carlos Andres

Un miserable. Lo del Alcázar fue un auténtico callo para el escayolista. Creo que fue en el libro de Palomino donde leí que la gesta se siguió en la prensa mundial y hasta los «leales» se alegraron de que los de dentro tuvieran firme a aquella milicianada. Si le añadimos el ridículo añadido que hicieron al publicar día tras día la rendición del Alcazar, tenemos todos los ingredientes para entender lo escocido que estaba nuestro hombre.

Última edición: 10 meses hace por Carlos Andres
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