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El conflicto de Nagorno-Karabaj toca a su fin. El pasado 10 de noviembre, Armenia y Azerbaiyán alcanzaban un acuerdo de alto el fuego auspiciado por Rusia que pone fin a la guerra iniciada hace seis semanas por Azerbaiyán con el apoyo declarado de Turquía. El alto el fuego reconoce las conquistas territoriales de los azeríes en la República de Artsaj, básicamente la parte sur de Nagorno-Karabaj y la ciudad de Shusha, cuya caída el pasado domingo provocó manifestaciones de júbilo en Azerbaiyán y las declaraciones triunfalistas del presidente azerí Ilham Alíev. La parte norte de Nagorno-Karabaj, incluida su capital Stepanakert, a tan solo 11 kilómetros de Shusha, permanecen en manos de la República de Artsaj. El acuerdo establece la presencia de una fuerza de interposición por un periodo mínimo de cinco años, compuesta por 2.000 soldados rusos, desplegada entre ambos territorios y en el corredor que une Nagorno-Karabaj con Armenia para asegurar el proceso de paz. Según el presidente Alíev, Turquía también formará parte de este proceso, por lo que no es descartable que tropas turcas colaboren en la fuerza de interposición. Según el presidente ruso, Vladímir Putin, todos los desplazados, tanto los azerbaiyanos de la guerra del 1994 como los armenios que han huido al iniciarse el conflicto actual, regresarán a sus hogares bajo la supervisión del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

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Los grandes derrotados de este acuerdo son Armenia y la República de Artsaj. El primer ministro armenio, Nikol Pashinián, calificó el acuerdo como muy doloroso y afirmó haber tomado esa decisión “tras un profundo análisis de la situación militar y una valoración de personas que tienen un mayor dominio de la situación”. Poco después de este anuncio, cientos de manifestantes, bajo el grito de “¡Nikol traidor!, penetraron en la sede del gobierno armenio y se produjeron fuertes enfrentamientos con la policía que se saldaron con 79 detenidos. A la mañana siguiente varios cientos de personas se manifestaron en Ereván convocados por 17 partidos políticos, parlamentarios y no parlamentarios, para exigir la dimisión del gobierno. Esta derrota no solo significa el final del sueño de la unificación de Armenia con Nagorno-Karabaj, también puede provocar un terremoto político que provoque la caída del gobierno salido de la revolución de abril de 2018, en la llamada revolución de terciopelo que llevó al poder a la oposición.

Azerbaiyán, por el contrario, recibía el acuerdo como una gran victoria y con celebraciones callejeras. Sin duda es una victoria, pero, aunque los azeríes han arrebatado a los armenios la ciudad de Shusha y la parte sur de Nagorno Karabaj, al coste de varios miles de soldados, buena parte del territorio seguirá estando bajo el gobierno armenio de la Republica de Artsaj, además de que parte del territorio que pretendía recuperar, la franja que une Armenia con Nagorno-Karabaj, queda de facto en manos rusas.

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Turquía, que ha empleado mercenarios yihadistas sirios en apoyo de Azerbaiyán, calificó la victoria azerí como un “éxito sagrado”. La victoria del “hermano azerí”, con el que “somos una nación y un espíritu”, en palabras del ministro de Asuntos Exteriores turco Mevlut Cavusoglu, refuerza la posición turca en el Cáucaso y su control cada vez mayor del “hermano azerí”. El amor de Turquía por Azerbaiyán va más allá del amor fraterno, este año la importación turca de gas azerí ascendió a un 23% y la compañía petrolera estatal azerí es el mayor inversor extranjero en Turquía. Pese a no haberse sentado en la mesa de negociaciones, los azeríes han afirmado que las tropas turcas garantizarán la paz.

El otro ganador del conflicto es Rusia que, aunque ha cedido parte de su influencia sobre Azerbaiyán a Turquía, recupera el control de Armenia. El 26 de agosto, un día antes de la declaración de guerra por parte azerí, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, recibía al primer ministro de Azerbaiyán en Moscú. Los medios azeríes informaron entonces de que Lavrov era partidario de devolver territorio a Azerbaiyán y del envío de “fuerzas de pacificación” rusas. A raíz de los acontecimientos parece que se ha cumplido el guion, además de que sería muy ingenuo pensar que esa reunión bilateral no trató sobre la guerra inminente.   Además de su presencia militar en Nagorno-Karabaj, Rusia refuerza su posición en Armenia, dañada desde la caída del gobierno prorruso en 2018, y probablemente vea la salida del poder de las fuerzas prooccidentales, acusadas de ser las responsables de la derrota. El gobierno de Pashinián comenzó un acercamiento gradual a Europa, e incluso intentó mejorar sus relaciones con Georgia, lo que no resultó del agrado de Rusia. Desgraciadamente para Armenia, el apoyo de Occidente en esta guerra ha resultado ser papel mojado.

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Álvaro Peñas