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Soy católico, aunque me falta un paso para volver a ser practicante. El clero vasco; aunque sea una injusticia hacer afirmaciones generalistas y categóricas, pues hay curas vocacionales cuya referencia exclusiva es el Evangelio y el apostolado cristiano sin más adjetivos; a mí me ha dado asco, simplemente nauseas, por sus connotaciones nacionalistas y antihispanistas y no en pocas ocasiones por sus connivencias etarras. No hace falta rascar mucho para que salga de la epidermis de esa Iglesia degradada un panteísmo masónico y una clara asociación con tendencias eclesiales paganizadas.
No entiendo por qué algunos sectores eclesiales no asumen que si algo hay que agradecer a la herencia hispanista y a la labor civilizadora y humanizadora en las Américas convertidas entonces en provincias españolas, iguales en dignidad y derechos que las de la metrópoli, es, precisamente, su clara vocación cristiana, evangelizadora, católica, entendida como ecuménica. Es más, me atrevo a decir que si la Iglesia católica es fundamental en la civilización occidental es gracias a los Austrias de la Era Moderna, que inauguraron un nuevo orden, un globalismo civilizador en el mundo, tan atacado y roto por la propaganda protestante-anglosajona, anhelante de parasitar económica y financieramente aquel mundo que creó una etapa fructífera en el desarrollo de la humanidad.
Dicho todo esto, he de afirmar, que prefiero que la llamada escuela pública sea laica, que salga la religión de las escuelas y vuelva a las iglesias, en su catecumenado cristiano; que se realice allí donde radica la oración, los ritos de la conversión a la fé y el catecumenado. No creo que la impartición de una religión panteísta sin rasgos característicamente evangelizadores, sea lo adecuado en un horario escolar dedicado al fenómeno trascendente que más se parece a un catecismo masónico que a una cultura religiosa bajo parámetros antropológicos católicos con todo lo que ello implica de enseñanza del contenido del Antiguo y el Nuevo Testamento, de la cultura propiamente religiosa de nuestra cosmovisión heredada y otros aspectos propios de nuestra tradición.
Para eso es mejor que las familias se involucren en la formación religiosa en la sede donde se debe realizar, que es la Iglesia y su comunidad cristiana, mediante catequistas, actividades propias de formación cultural religiosa y del cultivo de la Fé, etc. No es acorde con la implicación en una visión trascendente el considerar a la formación religiosa una asignatura.
Y de la misma manera, no es de recibo que en los centros escolares se desarrolle la asignatura que se contempla en el currículo de la Ley Celáa, que no es, ni más ni menos, mas que una nueva religión sustitutoria de la cristiana, una idea panteísta y gnóstica de la vida bajo parámetros sectarios de carácter ideológico. Para que cuele esa ingeniería social del comportamiento lo visten bajo el pomposo sintagma de “Educación en valores éticos y cívicos” Para empezar no parece apropiado que se monopolice el adjetivo “ético”, tan complejo en su semántica, ni el “cívico”, que se refiere al comportamiento social en una sociedad plural y diversa en sus componentes. Pueden existir tantas versiones de lo cívico y de lo ético como cosmovisiones, y el monopolio de una única cosmovisión es lo mismo que si la formación cristiana fuera de aplicación universal y obligatoria, igual de limitadora de la libertad y la visión democrática y pluralista de las sociedades. Es igualmente inaceptable que se impusiera la religión católica como obligatoria en el currículo escolar. Quien quiera educar a sus hijos en una religión panteísta de orientación globalista que lleve a sus hijos a una Iglesia de la cienciología o a cualquier otra institución de carácter satanista, protestante, masónica o de otro género.
En mis tiempos de militancia socialista, allá por los años ochenta abogábamos por una escuela pública, plural, laica y científica. Me acojo al mismo principio, cuarenta años más tarde, y exijo a esta izquierda masónica que haga lo mismo. Quien tenga una fe religiosa, sea cual sea su orientación que se involucre en la formación de sus hijos allí donde se practique esa cosmovisión, pero que no nos obligue a los demás a pasar por sus Horcas caudinas. Para eso existen centros con su carácter propio de iniciativa social que han de ser sostenidos con dinero público, donde pueden llevar a sus hijos.
No podemos convertir la religión en un mercado persa. Jesús echó del templo a los mercaderes. Hoy habría que hacer lo mismo.
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