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Los judíos abandonan el pacto de caballeros por las presiones de los republicanos españoles en Moscú y, sobre todo, porque su prioridad entonces era la creación del estado judío, la mal llamada Israel. Hay que tener en cuenta que las tribus de Israel desaparecieron por integración con otros pueblos, excepto la de Judá, así que en realidad debería llamarse neo-Judea. Stalin les promete su apoyo, que España se lo negó para no romper “la tradicional amistad hispano-árabe”, como se sabe.

XXIV El Estoril de los grandes nombres … (mayo 1946-diciembre 1946)

“… las relaciones con los judíos parecían querer desdibujarse por uno y otro lado: por una parte los judíos se encontraban molestos por las presiones del Gobierno republicano español en el exilio, el cual al instalarse en París se había dado cuenta de la intimidad de nuestras relaciones y Giral se había decidido a gestionar una ruptura de los judíos con la España de Franco …” (p. 262)

“Y fueron los judíos quienes rompieron los puentes. Se veía venir, pero yo me resistía a aceptar que cayesen en la trampa, que no respetasen su propia palabra, la palabra dada y cumplida, y eso que vale más que todo porque es el único cimiento para construir algo verdadero en este mundo. Estaban absorbidos por su difícil empeño de recrear su milenario Estado de Israel en Palestina, se habían lanzado a la acción armada allí, contra los musulmanes, y la potencia protectora, Inglaterra se les había puesto enfrente por conculcadores del orden establecido mientras que la URSS no quería indisponerse tampoco con “sus” musulmanes … Repito estos datos históricos por tratar de explicar, de alguna manera, el portazo que nos dieron los judíos en cuanto Giral consiguió de Stalin que fuese recibida en Moscú una delegación del Congreso Mundial Judío para hablarle del Estado de Israel; el precio fue el adiós y el olvido de cuanto hicimos en los tiempos de su persecución, el precio fue una nota del Congreso Mundial Judío contra la España de Franco y desautorizando a su delegado en Lisboa.” (p. 263)  

Ni pagao (al menos no bien pagado), ni agradecido. Y no hacía falta ese último mal gesto. 

Dos interesantes reflexiones de geopolítica; una de ellas sobre Portugal y otra sobre la Rusia eterna, de rabiosísima actualidad:

“En fin, a pesar de todo, aquel verano dejó en mí dos ideas claras: que Portugal, el Portugal pobre que no exporta más que vino de Oporto, sardinas, resina y corcho, se convierte en peligroso cuando vuelve a sus orígenes, es decir, cuando se dedica a rebuscar y ensalzar sus diferencias con España; y que Rusia, la imperial de los vastos con fines continentales, no tiene solución en el plano de su versión internacional, porque siempre generarán un dictador (zar o secretario del partido único), siempre vivirá movilizada por el nacionalismo “blanco” de los habitantes de esas planicies que hay entre el Báltico y el Volga, siempre sentirá el expansionismo paneslavo como la llamada superior irresistible y que en todo gobernante eslavo siempre contará la misión universal, que por definición se atribuye al eslavismo redentor, junto a sus dos cartas preferidas, el espacio y el tiempo. Todo lo cual da como resultado una estrategia y una táctica en permanente aplicación, sin descanso y sin prisas.” (p. 266) 

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Lo de Rusia es natural. Una potencia continental solo puede protegerse ganando territorio. Esa política es mucho más natural que la de una república como los EE. UU. que ha plantado bases militares a lo largo de todo el mundo. Se puede replicar que también es el caso también natural de las tasalocracias, pero los EE.UU. tienen suficiente masa continental para no verse forzados a ello. No fue el caso de Inglaterra o Atenas. 

Para acabar el capítulo, una muestra del realismo geopolítico de Bedoya:

“Por eso, cuando lo vi claro, entonces, no vacilé en propugnar más abiertamente (Informe 344 E del 2 de octubre de 1946) una relaciones diplomáticas con la URSS, dentro de “una rigurosa técnica de reciprocidad”, a fin de que no nos sorprendiera una larga paz que “nos deje vinculados sin condiciones a un grupo (el angloamericano) muy acostumbrados a explotar a los pueblos cuando no les son necesarios.” (p. 266) 

Proponer eso en 1946, cuando hacía menos de 5 años que los españoles habían hecho la guerra a Rusia en su territorio, muestra el realismo y la apertura de miras de Bedoya. Veremos después que no fue el solo quien lo piensa. 

En todo caso, Dino Grandi, ex ministro y ex embajador en Londres de la Italia fascista, refugiado en Estoril, le disuade. Según él, las potencias continentales (Rusia, Alemania, incluso Francia), siempre verán a las penínsulas europeas como potenciales cabezas de puente de las tasalocracias, así que a aquellas no les queda más remedio que aliarse con estas.

A final de 1946 se produce la tajante condena del Estado Nacional por la ONU (UNO en inglés), sigue la famosa manifestación de la Plaza de Oriente: Si ellos tienen UNO; nosotros tenemos DOS.

IV Don Juan de Borbón contra la Ley de Sucesión (enero 1947-diciembre 1947)

Una reflexión particular de Bedoya: 

“Desde el principio de mi vida universitaria había figurado yo entre aquellos que han recelado de la política cerrada y hegemónica que en nuestra historia representó la Contrarreforma porque ella había supuesto el de sangre y el debilitamiento de España. Fiel a esa línea recogí, con gusto, en Lisboa, el ejemplo relativamente contrario del que hacían alarde histórico algunos amigos portugueses, consistente en haberse mostrado intransigentes, los gobernantes lusos del siglo XIX, contra la reforma Protestante en lo que podía relacionarse con sus ciudadanos, pero habiendo concedido, sin embargo, asilo en Oporto a los hugonotes franceses perseguidos, autorizándoles a disponer de iglesia y cementerio propios, con lo cual ahorraron a Portugal muchas energías en lo internacional, al borrar así posibles enemigos en una considerable parte de Europa. (p. 271) 

Esto es discutible. En todo caso, la situación de Portugal no era comparable a la de España -la Monarquía Hispánica para ser precisos- que tenía también territorios en Alemania y los Países Bajos, en el centro mismo de la Protesta. Por ello España se vio envuelta en este asunto, quisiera o no. De otra manera, hubiera sido posible una política de cerrar los Pirineos -sin necesidad de recibir hugonotes- y sin tener que actuar fuera de sus dominios: ni invadirles, ni invitarles. 

Solamente Portugal y la Santa Sede dejaron sus embajadores en Madrid, y Perón nos envió uno nuevo, señor Radío, quien se convirtió en un mito en la prensa con motivo o sin él. (p. 272). Además, en junio Eva Perón visita oficialmente España donde sería recibida por todo lo alto. También por Mercedes como parte del Instituto Nacional de Previsión. 

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En abril del 47 se publica la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, que proclama que España es una monarquía. Se trataba de dar un paso para institucionalizar el régimen, situándolo en una categoría conocida. Todos sabemos, y muchos lamentamos, que la cosa acabó poniendo la nación a los pies de los Borbones 

“… era necesario, indispensable, darse cuenta de que liberales, demócratas, cristianos, etcétera no soñaban con otra cosa que con tranquilizar a la URSS y pactar por doquier con los marxistas, y que los dirigentes soviéticos encaraban la situación general, y la particular de cada país “burgués”, con la calma e intransigencia propias de quienes creen que los sistemas no comunistas están condenados a muerte por su misma naturaleza y que, por consiguiente, la URSS nunca debería arriesgar la antorcha de la revolución mundial en conflictos bélicos limitándose a fomentar esos y, todo lo posible, las tensiones y las guerras anticapitalistas”. (p. 280)

Nada nuevo: la derecha “civilizada”, “conservadora” ha estado siempre mariconeando, pidiendo a la izquierda que espere un poco antes de lanzarse a la revolución, que le permita jugar otra ronda más a eso de “la democracia”. Pero, entonces, ¿por qué no podría el Estado Nacional pactar una entente exterior con la URSS?

“Salazar, padre del corporativismo político portugués (como forma de democracia orgánica), pero catedrático de Hacienda muy ortodoxo, había enfrentado dentro de sí mismo las dos tendencias, tratando de hacer las compatibles; sin embargo, al comprender ahora que no tenía otro remedio que dar satisfacción al país por la vía de la libertad de mercado, decidió respaldar a Vieira Barbosa y aconsejar a Marcelo Caetano que se alejase de Portugal, y del problema, por algún tiempo…”. (p. 281). 

¿Hubiera funcionado en España el nacionalsindicalismo? Funcionó el socialismo nacional en Alemania y podría haber funcionado un régimen de tercera posición en España, pero para ello los falangistas deberían haber tenido suficiente capacidad de decisión para nacionalizar la banca, desligarse del sistema financiero internacional y gestionar una moneda autónoma basada en la decisión de la nación. Desde luego, una vez derrotada Alemania eso era imposible; los aliados nunca han permitido a ningún país salirse verdaderamente del sistema financiero internacional. Ni lo permitirán nunca, como muestran los casos de Irak y Libia. 

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés