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En mi anterior escrito inicié la búsqueda de responsables de la desastrosa transformación experimentada por nuestra patria al pasar de paradigma de nación católica a destacar por su corrupción y apostasía. Y le atribuía el número uno a la Jerarquía católica española y vaticana; a ésta por la orden absurda de borrar de las constituciones de las naciones católicas –España e Hispanoamérica—la confesionalidad católica del estado. Algo inexplicable. ¿Fruto de la cobardía o de la traición a la Fe?
Jesucristo, dejó muy claro a quienes le seguían que, si alguien le negaba delante de los hombres, Él, lo negaría delante igualmente de su Padre. Por eso me pregunto: ¿Cómo se entiende que desde la Sede de Pedro se invite a los pueblos a renegar de la confesión de la Religión fundada por Cristo? ¿Me pueden justificar esa orden?
Si por otro lado constatamos el comportamiento de las naciones ―oficialmente protestantes‖ podemos preguntar ¿conocen ustedes alguna que haya ―cambiado‖ su Ley Fundamental para disimular su fe reconocida como propia de su Estado?
Franco, –para quien cualquier indicación de su Madre la Iglesia, era un mandamiento de cumplimiento obligatorio– cumplió la orden vaticana sin pérdida de tiempo y, los españoles, vimos la Fe heredada de nuestros mayores, desprotegida por nuestro Gobierno. ¡Bonita manera de fortalecer el Catolicismo de ese pueblo, que ignora — cada día más–, el dogma, la moral y el culto abrazado en el bautismo!
La descristianización de España se inició, –como nos advierte el Apocalipsis–, cuando los españoles, poco a poco, caímos en la tibieza –―ni fríos ni calientes‖–, al perder el ―ardor guerrero‖ forjado por ocho siglos de lucha en defensa de la Fe y la reconquista del suelo patrio –que pudo crear un imperio– Nos afrancesamos deslumbrados por la ilustración y dejamos el campo libre a los traidores –vendidos a Inglaterra y a Francia—. Durante dos siglos nos deslizamos por esa pendiente, mientras el Liberalismo vencía a la Tradición.
Perdido el ardor guerrero del siglo de oro, nos convertimos en juguete de nuestros enemigos, que hicieron de España un campo de luchas fratricidas, muy bien organizadas desde las logias.
Dios, sin embargo hizo el milagro de la reacción de los años treinta y con la Cruzada… –y la Victoria–, pero los herederos de los vencedores tiraron por la borda ese milagro breve, de cuarenta años. Incompresiblemente la Iglesia –máxima beneficiaria de ambas—no lo supo valorar ni agradecerlo.
Lo repito, durante dos siglos vivimos deslizándonos por la pendiente de la apostasía pero el momento desastroso de la consumación de la descristianización de España se ha consumado en el postfranquismo, con la Democracia.
En parte, la vida fácil que trajeron a nuestra Patria la Victoria y el franquismo, ayudó al cambió, por no haber subido utilizar la Paz de la Victoria para consolidar la Fe, despertó despertada por el ejemplo de nuestros mártires y de nuestros héroes. Caímos en la trampa de la comodidad, el confort y la ley del ―menor esfuerzo‖. El resultado final fue comprobar cómo el pueblo, que durante los tres años de guerra abarrotaba las iglesias –y lo siguió haciendo durante los primeros años de la Paz– poco a poco, ¡y pronto!, se fue olvidando de Dios, haciéndose asiduo de los placeres y del vicio.
Y ocurrió lo que parecía imposible. En la única nación que ha vencido al Comunismo, –cuando naciones poderosas como Estados Unidos y Francia fueron derrotados en el Asia Oriental–, en esa España que ganó la guerra, los vencedores perdieron la Paz… y se cumplió lo predicho en la parábola evangélica…
¿La recuerdan?
El demonio expulsado y derrotado, cogió ―siete espíritus peores que él‖, y volvió a su antiguo dominio. La conclusión evidente ha sido la señalada por el divino Maestro: ―La nueva situación es peor que la primera‖ y, hoy, España es más esclava de sus enemigos que en los años treinta del siglo pasado.
Destaquemos esta realidad: el ―sueño y modorra‖ de los hijos de los vencedores es otro factor a tener en cuenta para explicar por qué la nación católica hace noventa años, hoy ya no lo es.
Espero haber señalado a los culpables y respondido a la pregunta del título: Un clero que ignoró a san Pío X, unos gobiernos de traidores vendidos a los intereses extranjeros y un pueblo que ignora los dogmas y mandamientos de su FE que ya no practica el culto más elemental –la misa dominical y no visita los confesionarios–. Es ley de vida la necesidad de alimento, tanto para el cuerpo como para el alma. Podemos comprobar que las almas de los españoles mueren de inanición.
¿Tiene remedio esta tristísima realidad? Hablando humanamente, el porvenir es más negro que el alquitrán. Ahora bien, como el primer alimento del alma es el conocimiento, si la Iglesia empezase por dedicar las homilías de las misas dominicales a ―enseñar al pueblo el ―Catecismo‖ –en vez de divagar sobre temas sociológicos o teológicos– pues la inmensa mayoría de fieles católicos son verdaderos asnos, en ―conocimiento‖ sólido de su FE podríamos tener alguna esperanza…
Hablar del tema nos llevaría muy lejos. Dejémoslo para otra ocasión.
Autor
- GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.