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El confinamiento o la reclusión, más allá de las clases telemáticas, me ha permitido leer varios libros que tenía pendientes. Uno de un gran historiador y amigo, Luis Eugenio Togores, y otro del siempre prolífico y entretenido Eslava Galán que es más novela que otra cosa con tesis muy muy discutibles y dependencia de tópicos de matiz antifranquista trufados con las lindezas de Viñas (un libro perfectamente prescindible que puede embaucar con el título). Ambos tratan sobre el mismo tema, uno con mayor peso documental y menos dependencia de la divulgación, el de Luis, y el otro, lástima de tiempo (volver a escribir lo de siempre es casi un género). Abarcan las relaciones entre Franco y Hitler. Togores ha contado con la correspondencia inédita mantenida entre Franco, Hitler y Serrano Suñer, especialmente reveladora, para fijar lo sucedido entre la caída de Francia y la entrevista de Hendaya (con aportaciones muy interesantes sobre las relaciones hispano germanas en el período subsiguiente), cerrando así un largo debate.
Tengo la impresión que las aportaciones de Luis Togores caerán en saco roto y volveremos, como en un bucle, a las manipuladas interpretaciones al estilo de las de Eslava Galán. Es evidente y notorio en tantos y tantos autores el deseo de vincular a Franco al III Reich y de mantener que quiso entrar en la Guerra al lado de Alemania pero que a Hitler, simplemente, no le interesó.
No pocos han elaborado con mayor o menor extensión, ante la evidencia, la tesis de la “tentación” ante el hecho evidente de que Franco no entró en la II Guerra Mundial. Hay quienes escudriñan los obligatorios planes militares ante el conflicto como prueba fehaciente del deseo activo de entrar en la guerra, del ardor belicoso de Franco, y desprecian algo tan lógico como el tener preparados planes de contingencia, lo que en aquellas circunstancias haría cualquier Estado Mayor. Que Franco, como todos los militares de su tiempo, pensara en la posibilidad de ocupar y recuperar Gibraltar y se trazaran planes sobre ello debiera extrañar muy poco; que se trazaran planes operativos en el norte de África cuando los tenía Francia tampoco debe resultar extraño.
Algo he apuntado sobre este tema en nuestra obra “Franco. Una biografía en imágenes” (SND Editores). Se suele decir que el ejército español no tenía capacidad ninguna, que estaba atrasado… pero eso se suele hacer desde una visión muy distinta a la de 1939-1940. Franco contaba con una masa de maniobra con experiencia de combate que tenía la suficiente capacidad como para ocupar Gibraltar y operar en el norte de África. En 1940, tras Dunkerque, el ejército británico había perdido gran parte de sus equipos en Francia, ni tan siquiera tenía armas para equipar a los movilizados en caso de una invasión. Es más, en Londres, en caso de un movimiento español se daba por perdido tanto Gibraltar como Portugal y se esperaba trasladar su base operativa a las Azores. Inglaterra no tenía capacidad de respuesta real en aquellos momentos.
Franco no quiso entrar en la II Guerra Mundial, hay que decirlo así. Franco estuvo dispuesto a entrar en la guerra europea (guerra de Alemania contra Inglaterra y los restos de fuerzas francesas en colonias) de forma condicionada durante la caída de Francia, o, mejor dicho, estuvo dispuesto a entrar cuando la guerra estuviera a punto de terminar para sentarse en la mesa de negociación y obtener beneficios para España al derruirse el dominio franco-británico en una más que previsible mesa de paz. En el verano de 1940 esto no era una entelequia, era una posibilidad que estaba encima de la mesa: la posibilidad de que Inglaterra se aviniera a negociar. De hecho, Francia pidió la mediación de Franco en la rendición.
Lo que Franco propone a Hitler es iniciar negociaciones para entrar en la guerra. ¡Sorprendente! Los historiadores no suelen reparar en este hecho en toda su dimensión. Si uno desea entrar en una guerra para ganar gloria con la pólvora lo hace sin más, mucho más si le hierve belicosamente la sangre. No abre negociaciones con la potencia virtualmente vencedora. Es un caso singular en la historia. Y Franco se toma meses para negociar.
Las negociaciones fracasan por la actitud alemana, por la dilación española, por las condiciones españolas y por la lista de contrapartidas exigida que es evidente que Alemania no puede satisfacer. Lo que demuestra el profesor Togores con la nueva documentación es lo que se ha sostenido durante años, que cuando Franco va a Hendaya ya ha decidido no entrar en la guerra y espera alargar el juego. La célebre tentación ha durado poco más de tres meses. Él decidía y decidió. Así de sencillo, pese a los intentos, que hubo muchos, de torcer su voluntad.
Había muchos elementos indirectos que ratificaban esa idea antes de tener en la mano la comprobación documental. Por un lado, la lectura no solo de los testimonios sino de las actas de Hendaya (incompleta la alemana y la del traductor español); el temor conocido y revelado del Caudillo de pudiera no volver de Hendaya y fuera retenido por los alemanes; el rezo ante la que después fue conocida como la Custodia de Hendaya que Franco conservó y fue regalada a un monasterio.
A partir de ahí Franco lo que dijo, una y otra vez a Hitler fue NO, con todas las letras, pero dejando siempre un resquicio (en África había aprendido que el cerco absoluto es un error). Y decirle NO a Hitler no era tan sencillo como hoy pudiera parecer.
Se pueden dar todas las vueltas que se quiera pero recurramos a los testimonios documentales.
Muchos años después, Winston S.Churchill, al redactar sus amplísimas memorias de guerra, que van acompañadas de numerosos documentos capturados al enemigo, reflexionaba sobre su tesis, acertada, con respecto a la posición de España tras Hendaya y la decisión firme de Franco de no entrar en la guerra. Recoge en ellas la carta que un disgustado Hitler escribe a Mussolini. En ella explica al Duce cuál es su visión de la guerra (“la guerra en el oeste está prácticamente ganada”) que, evidentemente, Franco no compartía. En ella indica al Duce que es necesario “un violento esfuerzo final para aplastar a Inglaterra”, y por ello pedirá a Mussolini, poco después que trate de convencer a Franco (entrevista en Bordighera en febrero de 1941) para que entre en la guerra lo que dada la situación en el norte de África hubiera sido trascendente. Volvamos a lo que Hitler pensaba sobre la actitud de Franco en diciembre de 1940 y dejemos que sean sus palabras las que cierren el debate.
“España. Profundamente turbada por la situación, que Franco considera ha empeorado, España se niega a colaborar con las potencias del Eje. Temo que Franco está a punto de cometer el peor error de su vida. Considero que su idea de recibir de las democracias materias primas y trigo como recompensa a su abstención de entrar en el conflicto, es en extremo inocente. Las democracias le mantendrán en continua espera hasta que haya consumido el último gramo de trigo y después desencadenarán la lucha contra él.
Yo deploro todo esto, porque por nuestra parte habíamos completado nuestros preparativos para cruzar la frontera española el 10 de enero y atacar Gibraltar a principios de febrero [es curioso que Hitler estimara que necesitaría 20 días para llegar hasta el peñón]. Creo que la victoria hubiese sido relativamente rápida. Las tropas designadas para esta operación habían sido especialmente escogidas e instruidas. En el momento en que el estrecho de Gibraltar caiga en nuestras manos, el peligro de un cambio de frente francés en el norte de África y en África occidental queda definitivamente eliminado.
Me apena, por consiguiente, esta actitud de Franco, tan poco en concordancia con la ayuda que nosotros, usted, Duce y yo, le prestamos cuando él se encontraba en una situación difícil. Conservo todavía la esperanza, la vaga esperanza, de que en el último momento se dará cuenta de las catastróficas consecuencias de su conducta y que, aunque tardíamente, sabrá encontrar el camino de los campos de batalla, donde nuestra victoria tiene que decidir sobre su propio destino”.
Creo que poco más se puede decir cuando quien lo dice es el propio Hitler en una carta de la que se desprende que la estrategia de Franco fue la acertada. Y es que Franco siempre fue muy hábil, desde los tiempos de la guerra civil, en sus relaciones con Hitler y Mussolini.
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