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Concluye la primera parte (Martínez de Bedoya, jonsista a fuer de liberal – Parte primera) de esta revista de las «Memorias desde mi aldea» de Martínez Bedoya que este había llegado al jonsismo desde un talante, convicciones y educación liberales. En los siguientes capítulos del libro esa primera impresión queda plenamente confirmada. Veamos.

V. Comienza la polarización de la violencia: Castilblanco y 10 de agosto (enero 1932 – septiembre 1932). Nos cuenta una táctica muy utilizada por la República: el cierre de periódicos de derechas tras los disturbios provocados por las izquierdas. En democracia, la izquierda, como la banca, siempre gana. Esto sucedió tras el asesinado de cuatro guardias civiles en Castilblanco. El Gobierno «progresista» de Azaña aplica esa ley del embudo oficialmente llamada «Ley de Defensa de la República»; en el 36 se aplicará estados de alarma permanentes y sucesivos.

«En Castilblanco fueron cuatro los guardias muertos y mutilados por las masas excitadas por los agitadores extremistas. Y, por fin, la campanada de la suspensión del Debate, el órgano de la iglesia, que había hecho alarde de su acatamiento al régimen. Este hecho me impresionó profundamente: el Debate era el periódico que le leía mi padre desde su fundación y si pecaba de algo era de condescendiente a causa de la espiritualidad de sus objetivos.» (p. 41).

Como en otras ocasiones, Bedoya tratará de aislarse del enrarecido ambiente político en su vida privada, en sus estudios. Otra curiosidad: Onésimo Redondo guarda silencio en su periódico Libertad sobre la creación de las JONS mediante un acuerdo con Ramiro Ledesma (diciembre del 31). Esto muestra cierta reticencia inicial.

Al ir de vacaciones de verano encuentra Llodio cubierto de propaganda autonomista. Analiza la sociedad de la villa: caseros en los alrededores, algunos artesanos y profesiones liberales y una gran cantidad de rentistas indianos. Empieza a ver Llodio de otra manera y a pensar que no podrá desarrollar en él su vida. Su padre deja también el pueblo y se va a la notaría de Guernica buscando una mayor amplitud de horizontes profesionales para él y educativos y vitales para su familia.

La sanjurjada se salda con el cierre de la prensa de derechas; ciento catorce periódicos, incluido el ABC. Libertad es clausurado. Onésimo huye a Portugal.

VI. El no al «fascismo» y el triunfo antimarxista en las elecciones municipales y nacionales (octubre 1932 – noviembre 1933). Al volver a la universidad a Valladolid en otoño del 32 descubre que tiene una citación del juzgado por un posible delito de prensa. Va a ver al hermano mayor del huido Onésimo, Andrés Redondo, director del banco Hispano-Americano: «Había entrado de botones y ahora era director» (p. 49) y se entera de la huida de Onésimo, que había estado en contacto con los sublevados. Andrés Redondo era amigo de Gil Robles y Angel Herrera. Me pregunto qué pensaría Onésimo de tener un hermano al servicio de la usura. No es que lo juzgue, al menos esta no era la usura internacional.

Trata de aislarse otra vez con los estudios, pero recibe carta de Onésimo, que le pide sacar un periódico en sustitución de Libertad; se llamará Igualdad. El nombre está puesto a propósito para despistar. Onésimo indica que, si lo suspendieran, sacaría Fraternidad. Encuentran un rentista que quiere hacer algo y lo financia y escribe en él como editor: Juan Misol.

Bedoya asiste a un mitin de Azaña, que se mete al auditorio vallisoletano en el bolsillo con halagos retóricos: «… en Castilla está la raza que clama por la resurrección de España». Este mismo Azaña, se había empeñado hacía unos meses en sacar adelante el Estatuto de Cataluña.

Una anécdota curiosa sobre el personaje. Así reaccionó cuando estaba en la cresta de la ola quien después pedirá piedad, paz y perdón cuando le piden clemencia con los alzados de Sanjurjo: «… ¿por qué no pacifica los espíritus? ¿por qué no empieza una era de clemencia? Y yo contesto: ¡que se pacifiquen ellos!» (p. 52).

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En la entrada de Wikipedia vemos como se insinúa el acercamiento de Bedoya al nacionalsocialismo alemán porque copiará el Auxilio Social -el Winterhilfe alemán- y participa como espectador en el Día del Partido en Nuremberg.

Fue responsable junto a Mercedes Sanz Bachiller de la decisión de crear el «Auxilio de Invierno» (posteriormente renombrado como Auxilio Social), un organismo de asistencia pública inspirado parcialmente en el nazi Winterhilfswerk​ que también funcionaría —tras la unificación de 1937— como medio bélico y de propaganda de las FET y de las JONS.

(…)

En septiembre de 1937 asistió invitado al congreso de Núremberg celebrado por el Partido nazi.

Lo primero no demuestra nada; lo segundo es una falsedad, salvo que Bedoya lo calle, lo que es imposible, como veremos después. La fuente es el prestigioso Preston.

Es más, Bedoya rechaza el sistema nacionalsocialista:

«Yo tomé la decisión de rotular y redactar estas noticias en «Igualdad» no hablando de nacional-socialistas o hitlerianos, sino de racistas: los racistas para arriba, los racistas para abajo.

Así empezaba uno de nuestros grandes problemas: nos encontrábamos en un mundo en el cual, por un lado, el liberalismo fracasaba en lo económico y en la defensa del orden, y, por otro lado, el socialismo solo ofrecía la barbarie de la dictadura rusa y sus hambres, aún más desesperadas que las del sistema capitalista; en medio de ambas tendencias, surgen algunas fuerzas que parecían triunfar, pero no se presentaban como soluciones quirúrgicas -que es lo que a mí me cabía en la cabeza-, sino como soluciones permanentes.» (p. 52)

Queda aquí expuesta su ideología: Bedoya es un liberal conservador que por las circunstancias cree que se debe de producir una «operación quirúrgica» que enderece la política sin asentarse en una dictadura y restaure un régimen liberal. Cabe preguntarse qué pensaría si viviera hoy y viera la deriva y la decadencia irrecuperable a que han llevado los regímenes «liberales», en realidad socialdemócratas, restaurados, incluida la «democracia» española, ¿seguiría pensando lo mismo? Pero eso es otra historia.

La propuesta de Bedoya para aquellas circunstancias era la creación de un frente antimarxista en lo político y de sindicatos libres, no revolucionarios, en lo social. Es una propuesta de lo que hoy llamamos «tercera posición»:

«A mí, con mis 18 años, todo lo que se me ocurrió entonces, como plan de actuación, fue insistir, desde el semanario, en la idea de cruzada frente a la barbarie, mediante la constitución de un frente único antimarxista y proponer la creación de sindicatos obreros libres y autónomos.» (p. 53)

Al final es juzgado por su participación en el periódico Libertad. El paso por el banquillo le marca y decide luchar:

«En fin, cuándo ocupé el banquillo solo (porque Calzada al defenderse a sí mismo tomó asiento en el estrado de los abogados) y apoyé las palmas de mis manos en aquella madera pulida por tantos acusados que por aquel trance habían pasado, sentí de repente que, pasará lo que pasase, yo tenía que dar un paso hacia delante, claro y significativo en mi propósito de hacer algo por una patria que corría hacia la desintegración. (…)

Al salir de la Audiencia me tomé con mi abogado unas copas de vino de Rueda y me fui a ver a Eleuterio Gaite, apoderado del Banco Hispano-Americano, para formalizar mi ingreso en las JONS. (…)

La escena de verme en el banquillo tuvo una fuerza sacramental que me transformó…» (p. 55)

De nuevo, vemos que se trata de un liberal-conservador forzado por las circunstancias y que en ningún caso piensa en la instauración de una dictadura de larga ni siquiera de media duración. Mucho menos de un régimen de carácter fascista:

«Onésimo nos envío desde Portugal algo que quería ser más históricamente elaborado y que decía así: ¿Nosotros fascistas? El verdadero español, el que sabe conocer a su patria por su historia y por sus destinos, no se queda boquiabierto de admiración ante las creaciones y la gloria del fascismo. Lo examina, lalaba en aquello que es justo y aún procura aprender en el buena parte de sus indiscutibles virtudes. Pero nunca se deja fascinar por la pretendida superioridad imperial de la Italia de Mussolini. El español de la Península Ibérica no debe de perder el derecho a intercalar en sus juicios sobre Italia y los italianos una grata sonrisa de recuerdo para los siglos en que aquellos fueron súbditos de España.» (p. 56)

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Es decir, al menos para Onésimo Redondo, se trataba de crear un régimen anclado en la tradición española no en las corrientes social-nacionalistas de la época.

En el 33 a las JONS le sale un competidor en Madrid: los «mozárabes» de la pre-Falange. No queda claro por qué les llaman así, imagino porque estaban en el sur (Madrid) mientras ellos estaban en Castilla al Vieja, al norte:

«Quedamos muy preocupados al saber que los mozárabes -como les denominaba Ramiro- se habían traído unas 22.000 hojas de aquellas, sin pie de imprenta, aunque el nombre de Movimiento Español Sindicalista (Fascismo Español), que ya conocíamos, pensaban también repartir entre los asistentes al citado mitin. ¡Qué impresión de confusión se hubiera creado! Yo recibí, por este motivo, como un alivio la declaración del subsecretario Vergara suspendiendo dicho mitin por «fascista». (p. 58)

Un ejemplo del trato del primer gobierno de la República, republicano-socialista. Palo a la oposición y zanahoria para los suyos:

«Pero, en lugar de esa reunión, lo que sucedió es que toda la redacción de la revista Jons ingresó en el penal de Ocaña. El gobierno había descubierto un complot imaginario contra la República en el que intervenían a partes iguales comunistas anarco-sindicalistas y «fascistas». (…)

(…) El Ministerio de la Guerra les facilitó camas y tiendas de campaña para una escuela de verano socialista, cerca de Madrid, en Torrelodones, que es de donde debía partir la acción revolucionaria socialistas y por algunos ministros republicanos que ya presentían la hora del Frente Popular.» (p. 60)

De nuevo, vemos la causa de la dificultad para cuajar un fascismo en España:

«En medio de la crisis económica y de la crisis de autoridad que estábamos viviendo no se nos ocurría otra fórmula que revisar el instrumento estatal en un sentido más absoluto, pero en la medida en que éramos cristianos y antimarxistas comprendíamos que esta dirección nos llevaba a pisar un terreno idéntico al de aquellos que pretendían anular la persona humana en aras de la nueva idolatría del Estado. Edrama de esta contradicción esencial nos desgarraba el alma a cuántos no éramos hombres puramente de acción.» (p. 62)

«Para mí quedaba claro que en circunstancias históricas excepcionales cabrían remedios quirúrgicos, pero que, superadas esas circunstancias, habría que volver al imperio de la libertad, indispensable para «la vida y la honra de los ciudadanos». (p. 63)

Bedoya indica explícitamente lo que anunciábamos: se trataba de corregir el tiro a una situación política que se ha salido de quicio, no de cambiar la dirección política histórica.