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El enorme cúmulo de barbarie que contiene el proyecto de ley trans, es producto directo de varias circunstancias que confluyen en: tiempo, gobierno, decadencia progre, desgracia y aberración.
Son varias esas circunstancias, pero citemos solo algunas, las más encumbradas:
Una ministra obsesiva y fanática, con ansias infinitas de dejar su marca, y mejor si es destructiva de vidas infantiles, jóvenes y familias. Dejar víctimas sin número para que ella sea recordada, aunque sea como infame, pasar a los anales de la infamia.
La cosa es aún peor, pues hay que añadirle la panda de fotocopias ministreras, chupatintas, lamec y demás paniaguadas que, o encienden o soplan la fogata que montan en ese antro.
En basureros adláteres, otras pandas, a las órdenes de colegas ministreros, hacen el coro y exigen, al papanatas jefe, que sus excrementos leguleyos sean ley.
Y la panda de los 22, en torno a la gran mesa de la basura, reverencian al papanatas, traiga lo que traiga y embarre lo que embarre; que les ha puesto ahí para el amén. Sometimiento a la manipulación masiva.
¿A qué niveles de infra-humanismo han llegado partidos, gobierno, personajillos y demás chupones que han montado la ideología como norma, ley, ambiente, culturilla y muladar, todo igual?
¿De qué antros fatídicos han salido tales figuras partidarias, ministradas, adláteres y todos sus fieles seguidores?
¿Cómo se puede diseñar acción social destinada a infundir desgarro personal añadido a una previa alienación, inyectada desde que son infantes en escuelas y por contagio social ministerialmente cultivado y ampliamente difundido?
¿En qué abyectos cerebros caben propuestas devastadoras del ser, del vivir, del disfrutar, de la integridad, del mismísimo ser persona humana?
Nuestros niños y nuestros escolares necesitan educación, no ideología destructiva. Necesitan seguridad, estabilidad, claridad, sentirse queridos y respetados. No necesitan ser manipulados con ambigüedad, inquietud, dudas, questionamientos, desquicie y corrupción; que es lo que hoy ya se da en muchas escuelas y pretenden generalizar.
Los desastres ya provocados hacen que países como Reino Unido, Canadá o Estados Unidos, estén “de vuelta”; Francia, Suecia y Finlandia se plantean muy seriamente lo que están haciendo; lo hacen porque están comprobando la barbarie que están cometiendo; o sea, la barbarie en la que algunas quieren meter a España por ley y castigo a quienes lo cuestionen como tal barbarie. Han comprobado el inmenso poder contagioso que, entre niños y adolescentes, tiene la tal ideología, así como las enormes desgracias personales y familiares a las que avoca. Vidas rotas, infelicidad y frecuentes suicidios.
Pues bien, todas esas infamias y vilezas tienen un origen, bien claro pero complejo: el odio, la inquina, la rabia y maldad que anidan en gentes colocadas ahí para ello; para ese destruir, para ese eliminar, para ese hacer sufrir y penar a todos. Y se plantean: que paguen por mi mal fario, mi mala educación y mi mal vivir social, personal o ambos; o porque me tienen comprada para ello.
Ahí están, ahí han sido colocados a dedo para que venguen su pasado y su presente de ruina y de asco, no de persona. Que paguen todos los que no tienen culpa de ello, cuantos más, mejor.
¿Es su objetivo dejar marca personal, que ilusoriamente cree será indeleble, siendo así que no puede ser más que débil, temporal y, muy pronto, irrisoria? Pero es el problema de niñatas (y –os) mal criadas, que han sido aupadas por sicofantes al servicio de sus fanatismos de cerebros limitados.
Todo ello es responsabilidad básica, en última o en primera instancia, de un mamerto aprovechado, con toda clase de trucos y malas artes de escalador en ambientes archipodridos, como eran los del PSOE en los tiempos post-zapatero. La podredumbre genera más de lo mismo, su hedor se expande y su degeneración se extiende, es contaminante. ¿Cómo no va a salir adelante mi ley estrella si me avala el jefe? Él, que tiene la verdad, que por ella miente continuamente.
El inmenso, profundo, anclado y lamentable problema, es que tenemos contaminado, en diversas y variadas formas, el Sistema Educativo, el Sanitario, el Social, el Económico, el Laboral, el Sindical, buena parte del Judicial y totalmente el Ejecutivo.
Y ahora una ley que trata directamente de promocionar mutilaciones a niños y jóvenes. “Es peor que prescribir una liposucción a una niña de 14 años que padece anorexia”, nos dice el estudioso del tema, Michael Cook.
¿Habrá en España cirujanos y otros sanitarios sociópatas dispuestos a violar su juramento y los más elementales derechos humanos? Ni ellos ni los expertos de diversas áreas relacionadas han sido consultados. El contagioso mal hay que llevarlo en privado. Además, “quienes lo saben todo” no precisan ayuda de nadie; sueltan el virus en secreto para que contagie mejor.
Por algo esas niñatas citadas son lo que son. Por algo el jefe se esconde siempre en los secretos y se protege siempre tras sus culpabilizados.
¿Qué canallas en la historia humana han buscado tanto daño, tanta vida rota, rasgada y deshumanizada? Las guerras matan y hieren, pero leyes sociales para la destrucción las hizo Hitler y su camada de salvajes. Hoy han renacido en los promotores del NOM, sociedades de Soros y compañía, los seguidores de la ideología obtusa de género en su extrema versión. ¿Son ellos los nuevos legisladores?
Padres y madres, educadores, profesorado enseñante, profesionales todos de la infancia, de toda la sanidad, de la psicología y psiquiatría; ¡Proteged a los niños, defended a los adolescentes, mentalizar a los jóvenes contra la ley trans que los quiere contagiar! Y acoged en vuestro corazón y vuestras manos, ayudados por sensatos expertos, las disforias, los traumas del crecimiento, las alteraciones del desarrollo, los maltratos a los diferentes, los abusos a los débiles y todo cuanto la ideología mal-educada, que nos invade, provoca entre nuestros jóvenes y menores.
En los centros educativos el máximo responsable de todo lo que tiene lugar en ellos, fuera del currículo oficial, es el director. Nadie, ni la misma ministra puede imponer enseñanzas, experiencias, intrusos o cualquier otra cosa si el director no lo admite o lo tolera. Toda la comunidad educativa puede pedir responsabilidades al director cuando, como es el caso, se trata a los niños como seres para el desguace. Ya existen amplios sectores de contagio, con el permiso explícito o tácito de directores de escuelas, colegios e institutos.
Con la maldita ley, si prospera, la epidemia será de dimensiones mucho peores que el COVID-19. La experiencia de otros países cercanos debe ponernos en máxima alerta y plantar barreras, en vez de tratar de imitarles por la absurda obsesión fanática de no ser menos y de ese afán personalista por pasar a los anales de la infamia.
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