16/05/2024 01:23
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Esta es la decimoséptima parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. Las partes anteriores están aquí.

Carta vigésimocuarta: El infierno de los campos de concentración alemanes

Cuenta la experiencia del campo de concentración de Oranienburg. El victimismo de este individuo que presidió el gobierno de aquella república frentepopulista que otorgó patente de corso a sus milicianos para robar y asesinar derechistas, alcanza aquí las más altas cotas, naturalmente.

Campo de Oranienburg, que para mayor sarcasmo ostentaba a su entrada un letrero en alemán que decía: «Campo de educación».

Se trata del muy noble y pregresista concepto de rehabilitación del delincuente. La República también lo aplicaba a “vagos y maleantes”.

Todas las barracas tenían adosadas grandes macetas con plantas y flores. En los espacios entre las barracas, salvo los caminos precisos para la circulación, había plantadas legumbres y flores. Era obligatorio recoger cualquier papel u objeto tirado en el suelo, todo debía verse en el exterior completamente limpio.

Limpieza y adorno… cosa que no había en la checas.

El Campo se dividía en dos partes: la más grande para barracas de presos que trabajaban y gozaban de buena salud; la pequeña para Hospital de enfermos de todas clases. Al principio, este Hospital se componía de dos barracas de unos cien metros de largo por unos ocho de ancho, dividida cada una en diferentes salas. Una barraca para Cirugía y la otra para enfermedades generales. Después, las necesidades obligaron a habilitar cinco barracas más. Las dos primeras tenían calefacción central, lavabos, baños y duchas, con agua caliente y fría, aparatos de radiografía, laboratorio, farmacia, etcétera.

A todos los enfermos se les tomaba el pulso y la temperatura dos veces al día. Se les hacía análisis de orina, sangre y esputos y se les pesaba una vez a la semana.

Era base de la higiene alemana en el Campo, lavarse la cara todos los días con medio cuerpo desnudo y ducharse un día cada siete.

En la parte más grande estaban instalados: la cocina eléctrica, muy limpia; el lavadero; el guardarropa; la cantina y la biblioteca.

Había radio, banda de música, campo de football, servicio de incendios y… hasta un burdel con once mujeres.

Es decir, el campo tenía muchos servicios y amenidades que faltaban en las checas y los campos “de trabajo” de la República.

Había niños de ocho años y ancianos hasta de ochenta y dos. Mancos de los dos brazos, ciegos, sordos y mudos. Individuos de todas las profesiones manuales e intelectuales: catedráticos, médicos, exministros, diplomáticos, escritores, artistas de teatro, pintores, periodistas, abogados, sacerdotes católicos y protestantes, obreros de todos los oficios, ladrones, asesinos, homosexuales, gitanos… y todos estábamos juntos.

Diversidad, Igualdad e Inclusión… No había discriminación por motivos de edad, de “diversidad funcional”, de educación, de religión, ni de antecedentes penales. Está muy de moda ahora.

Era obligatorio ostentar en la chaqueta y en el pantalón el número de matrícula con las letras iniciales de la nacionalidad y un triángulo, cuyo color variaba según fuera la clasificación que se había hecho del preso; así, el de los políticos era rojo; el de los presos por delito común, verde; el de los gitanos y vagabundos, negro; el de los pertenecientes a sectas religiosas, violeta y el de los homosexuales, rosa. Los que tenían el vértice del triángulo dirigido hacia el suelo, podían tener la esperanza de salir algún día; los que lo llevaban hacia arriba estaban condenados para toda la vida. Algunos estaban en el Campo desde hacía diez años, y no habían sido juzgados por ningún Tribunal.

Buena organización. Se le olvida, que la detención por orden gubernamental se practicaba en su República a lo grande. Incluso se mantenía al preso en prisión aún después de una sentencia firme de inocencia.

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Ojo al dato:

Los llamados comunistas, eran más bien gentes protestantes del régimen de privilegio social existente; pero conocedores de las doctrinas económico-sociales de Marx y de Engels, ninguno. La mayor parte soñaban con una revancha con dictadura, campos de concentración, fusilamientos, etc. Ideas o planes de transformación social por medios inteligentes y viables y mediante la solidaridad humana, ninguna. Causaba una sensación desconsoladora esta ausencia de principios políticos, sociales y morales.

Pues con ellos fueron de la mano a las elecciones del 36, con ellos gobernó, etc.

Hay muchos detalles sobre el campo en línea con la literatura concentracionaria. Algunos interesantes:

Con tabaco se obtenía todo: ropa, zapatos, abrigo, camisas, y el que lo tenía y no lo daba andaba desnudo y maltratado.

El tabaco funciona como dinero en esas circunstancias. Es sabido.

Durante el tiempo que yo estuve en el Campo, ahorcaron a veintidós. Algunos necios creían que era para mantener la moralidad. Yo he creído que era por celos, porque les molestaba la competencia y no permitían, no podían permitir que robase nadie más que ellos, los Jefes, la raza superior del nacionalsocialismo.

No me parecen muchas ejecuciones dadas las circunstancias.

A ser verdugo no le concedían ninguna importancia. Lo consideraban como una profesión, como se puede ser sastre o barbero. Ésa era la moralidad y delicadeza nacionalsocialista, y lo más grave era que los verdugos, que eran alemanes, ejercían su misión con gusto porque vestían y comían mejor.

Aquí Largo Caballero se manifiesta como un ridículo pequeñoburgués: si hay pena de muerte tiene que haber verdugos, y son unos funcionarios de la administración de Justicia tan respetables como el presidente del Tribunal Supremo.

Cuando los enfermos, sobre todo los de corazón, llevaban mucho tiempo en el Hospital sin esperanza de curación, no esperaban a que falleciese; utilizaban el procedimiento de despacharlos con una inyección o los transportaban al crematorio antes de que expirasen. Algunas veces sabían de antemano el día y la hora en que el enfermo tenía que fallecer.

Ahora le llaman eutanasia.

Sobre las matanzas en el campo:

Todos los que llevaban en el Campo dos años más que yo, me aseguraban sin exageración, que había entrado cuando aquél era un paraíso. Personas de crédito me han contado cosas horribles de martirios infligidos y de crímenes perpetrados … A la llegada al Campo, a los prisioneros, especialmente rusos y polacos, se les recibía en la plaza a tiros de ametralladora, matándolos a centenares. Esto había ocurrido no una vez, sino muchas. A los que quedaban con vida los encerraban en las barracas y los dejaban abandonados hasta que morían de hambre o de enfermedad. Esto lo hacían cuando los alemanes avanzaron en Polonia y Rusia.

No parece muy creíble. En todo caso, habla de oídas, porque no fue testigo…

Especialmente a los judíos les obligaban durante días enteros a transportar nieve sobre el pecho, y a otros los hacían correr a la velocidad de una bicicleta que montaba un soldado, maltratándolos al propio tiempo con látigo hasta que caían extenuados por la fatiga. Durante varias horas los hacían correr en cuclillas, y si perdían el equilibrio los levantaban a culatazos.

Me parece la típica historieta para no dormir.

Cuando bombardeaban Berlín sacaban un grupo de presos fichados de antemano; los llevaban a desescombrar, a buscar cadáveres y a recoger bombas que no hubieran estallado. Bastantes veces llegaban al Campo camiones cargados de piernas, brazos y cabezas destrozadas de los desgraciados que formaban el grupo llevado a Berlín.

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Los frentepopulistas entraron varias veces en las cárceles a asesinar presos tras los bombardeos de los Nacionales.

Otras historietas poco creíbles:

Un medio de liquidar enfermos con objeto de hacer sitio para otros, era organizar transportes, o sea expediciones, con trescientos o más. Los metían hacinados en vagones de ganado, completamente cerrados, en los que previamente tenían almacenados residuos de legumbres sobre los cuales habían echado ácidos para que fermentasen, y de ese modo moría la mayor parte de los transportados.

En el crematorio entraban vivos y no salían más que las cenizas.

Al llegar a la primera habitación del crematorio todos se desnudaban y dejaban la ropa en un montón separado para hacerles creer que volverían a recogerla. Así desnudos, entraban al interior; les decían que iban a la ducha; los encerraban en otro departamento en el que había aparatos para ducharse, pero en vez de agua salían gases y así los asfixiaban; los cadáveres eran arrastrados a los hornos del Crematorio que estaban a unos diez metros más al interior.

Desde el Hospital observábamos la chimenea del crematorio, y por el humo y las llamas calculábamos si había muchas o pocas víctimas.

¿Cómo hay que decirlo? De las chimeneas no salen llamas…

Ahora le sale una vena humanitaria que no se le conoció cuando presidió la república frentepopulista:

¿No habría medio de impedir y, cuando eso no se pueda, de castigar tales crímenes? No basta decir que «es la guerra». Guerras hubo siempre, y jamás se llegó a tal grado de criminalidad, de salvajismo. En las guerras se han dado casos incontables de caballerosidad, de humanismo.

No es simplemente la guerra. Es la maldad de ciertas gentes que toman la guerra como medio para desarrollar sus feroces instintos a fin de someter a su dominio a todos los demás hombres. Son los malhechores de la Humanidad, a los que la solidaridad humana no se decide a suprimir contando para ello con medios adecuados.

Buenas lágrimas de cocodrilo.

A los nueve días me aconsejaron que escribiera a mi hija y me redactaron y escribieron una tarjeta en alemán. A los pocos días recibí la contestación de Carmen. ¡Qué emoción! ¡Ya sabía mi hija que estaba en el Campo de Concentración de Oranienburg! ¡Qué alegría y qué bienestar me produjo esto!

No me consta que en las checas y en los campos de concentración republicanos hubiera servicio de correo con los familiares…

Estuve en el Hospital hasta el día 24 de abril da 1945 y en él pude ver las más grandes miserias humanas; dormí entre enfermos de todas clases; vi morir a mi lado infinidad de personas y sufrí infinitas molestias…

Es lo normal en los hospitales. Además, en el hospital de un campo de prisioneros para los enemigos de la nación de un país fascista no se esperan muchas comodidades, ¿no?.

En el próximo capítulo veremos la evacuación.

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