06/05/2024 14:26
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Estaba terminando el curso académico de este año 2022 cuando la clase del colegio público del Puerto de Santa María donde estudia mi sobrino Gonzalo recibió la visita de un individuo que se presentó señalando, con una grandilocuencia impropia de un docente, que era transexual y que les iba a dar una charla extracurricular relativa a la sexualidad. El sujeto en cuestión vestía de una manera un tanto estrafalaria, destacando sobremanera una camiseta fosforescente en la que literalmente se podía leer “Mi coño – Mis normas”, demostrando así una insolencia rayana en la indecencia. Obviamente, los chavales, todos ellos con una edad en torno a los 14 años, inicialmente reaccionaron con un cierto desasosiego, generado no solo por las peculiaridades del visitante, sino también porque, en una edad en la que la sexualidad comienza a abrirse paso en el cerebro como uno de los principales focos de atención, hablar de sexo con desconocidos provoca un cierto grado de inquietud, cuando no de franca aversión, lo cual no deja de ser normal, teniendo en cuenta las dudas que acompañan indefectiblemente a infantes y adolescentes en su proceso de maduración sexual. La charla transcurrió, como no podía ser de otra forma, por unos derroteros del todo inadecuados. Así, el supuesto instructor pedagógico comenzó por señalar no ya la conveniencia, sino la necesidad de que toda persona tuviera experiencias sexuales con individuos de ambos sexos, tanto en pareja como en grupo. A continuación, traspasando abiertamente los límites de lo razonable, pasó a hablar de la transexualidad, transmitiendo que era del todo normal verse atrapado en su cuerpo cuando no coincidía el género asignado con el género autopercibido, ante lo cual recomendaba el cambio de sexo. Con todo ello, venía a demostrar que su intención no era tanto informar como manipular a sus tiernos oyentes, proyectando en ellos sus propios conflictos psicológicos. De esta forma, el desasosiego dio paso a la turbación, saliendo lo chavales de la reunión sumidos en la confusión y atenazados por la inseguridad. Así, vemos como, ya desde la escuela, se intenta condicionar y orientar el proceso de desarrollo personal de las nuevas generaciones, en aras de la difusión de una ideología de género tan perturbadora como anticientífica.

Pocos días después mi hijo Borja me comentaba que había estado en una reunión con antiguos compañeros de la Universidad. Entre otros temas de conversación salió a la palestra la cuestión sobre la definición de hombre y mujer bajo el prisma de la ideología de género. Ante su sorpresa, la práctica totalidad de los concurrentes en el debate señaló la imposibilidad de definir conceptualmente tanto al hombre como a la mujer. De forma pormenorizada mi hijo les respondió que hombre y mujer presentaban notables diferencias biológicas, aludiendo a particularidades genéticas, anatómicas y fisiológicas propias y exclusivas de cada sexo. Sin embargo, parece ser que la explicación no les valió, señalando que era una visión reduccionista que atendía exclusivamente a cuestiones biológicas, lo cual no permitía aseverar que existieran hombres y mujeres como grupos diferenciados dentro de la especie humano. Con este alegato los distintos componentes del grupo en cuestión no demostraron una elevada capacidad intelectual, sino que, más bien, exhibieron una notable confusión conceptual, provocada por la aceptación acrítica de la teoría queer, la cual pretende equiparar sexo y género, cuando lo cierto es que cada uno de dichos conceptos aluden a diferentes realidades. Así, el sexo hace referencia a una realidad biológica sin ningún otro tipo de consideración, mientras que el género es un constructo social erigido sobre un sustrato biológico. Por lo tanto, el sexo, como las ideas platónicas, es inmutable y eterno, mientras que el género es mutable y transitorio, pudiendo sufrir variaciones a lo largo del tiempo.

Estas dos anécdotas familiares entiendo que reflejan a la perfección como la ideología de género ha instalado en el seno de la sociedad dos concepciones totalmente irracionales y absolutamente perniciosas. Así, en primer lugar, la ideología de género ha logrado que se banalice hasta normalizar un grave trastorno psicológico, como es la transexualidad, de tal forma que incluso desde la escuela se promueve el cambio de sexo sobre la base de una aparente disforia de género, sin tomar en consideración que durante la infancia y la adolescencia los individuos, por estar en una fase de desarrollo personal y de maduración sexual, pueden albergar diferentes tipos de dudas en relación a su sexualidad, las cuales, en la mayoría de los casos, acaban por resolverse de forma natural o con un correcto abordaje psicoterapéutico, eliminándose, de esta forma, la necesidad de someterse a una intervención quirúrgica y seguir un tratamiento hormonal de por vida. A su vez, en segundo lugar, la ideología de género, sin ningún tipo de consistencia epistemológica, ha provocado la propia supresión ontológica tanto del hombre como de la mujer y, por tanto, la eliminación de ambos sexos como entidades biológicas diferenciadas; y todo ello con el agravante de que este borrado del sexo determina el que la lucha por la emancipación de la mujer en etapas pretéritas haya sido en vano y la pretensión de formalizar una igualdad real entre hombres y mujeres deje de tener sentido en el momento actual.

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En cualquier caso, después de todo lo expuesto, cabe preguntarse ¿cómo es posible que una teoría tan antinatural y anticientífica, como es la ideología de género, haya conseguido asentarse con una fuerza inusitada en el imaginario colectivo? La respuesta no está en el viento, sino en una teoría política desarrollada por Joseph P. Overton y conocida como “Ventana de Overton”. Dicha ventana teórica incluye en su interior todas aquellas ideas políticas aceptadas mayoritariamente por la población en un momento dado, dejando fuera aquellas otras que son rechazadas por ser en general estimadas como inadecuadas o extremistas. A su vez, esta teoría política describe como se puede modificar la percepción de la opinión pública para que una idea considerada absolutamente inapropiada pase a ser admitida con toda naturalidad, incluyéndose así dentro de la ventana de ideas políticamente correctas. Para que ello se produzca Overton establece un sistema de conversión ideológica en cinco pasos, los cuales serían: convertir lo impensable en radical, lo radical en aceptable, lo aceptable en sensato, lo sensato en popular y lo popular en político. Así, de forma progresiva, la Ventana de Overton se va abriendo, para permitir la entrada de nuevos conceptos, postulados y planteamientos, que consagran la hegemonía de un nuevo paradigma ideológico. En consecuencia, la Teoría de Overton describe un proceso de manipulación de masas mediante un entramado en el que participan personajes socialmente relevantes, medios de comunicación afines, la industria del entretenimiento, sociedades científicas convenientemente subvencionadas, organizaciones no gubernamentales y partidos políticos. Obviamente, este proceso de ingeniería social tiene graves repercusiones sociales, ya que, en primer lugar, convierte a las personas sensatas en retrógradas, fanáticas y represoras, mientras que los radicales pasan a ser progresistas, razonables y tolerantes; en segundo lugar, provoca una imparable degradación moral de la sociedad en su conjunto, al dar carta de naturaleza a aberraciones de todo tipo; y, finalmente, prepara el caldo de cultivo necesario para establecer las modificaciones legales necesarias para legitimar un nuevo modelo sociopolítico, con su consiguiente escala de valores.

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Resulta evidente que el desarrollo de la ideología de género y su implantación en el seno de la sociedad responde fielmente al esquema descrito por J. P. Overton, de tal forma que algo que hace unos años era impensable que pudiera ocurrir, actualmente está sucediendo. Así, vemos que fenómenos como la banalización de la transexualidad o el borrado del sexo se contemplan por buena parte de la población con absoluta complacencia, a pesar de su evidente falta de racionalidad y soporte científico.

Decía el escritor argentino Jorge Luis Borges que “Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; y más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez”. Actualmente en España estamos asistiendo a un proceso de decadencia moral, sociocultural y política sin precedentes en nuestra historia contemporánea, como paso previo a la instauración de una dictadura socialcomunista, con su corolario de opresión, servilismo, crueldad e idiotez. Sin embargo, todavía puede vislumbrarse un horizonte de posibilidades esperanzador, ya que aquellos que, firmemente posicionados contra la tiranía globalista y neomarxista, estamos dispuestos a luchar por el triunfo de la libertad y la razón no solo somos la resistencia, sino también el principio de la revolución.

Autor

Rafael García Alonso
Rafael García Alonso
Rafael García Alonso.

Doctor en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, Especialista en Medicina Preventiva, Máster en Salud Pública y Máster en Psicología Médica.
Ha trabajado como Técnico de Salud Pública responsable de Programas y Cartera de Servicios en el ámbito de la Medicina Familiar y Comunitaria, llegando a desarrollar funciones de Asesor Técnico de la Subdirección General de Atención Primaria del Insalud. Actualmente desempeña labores asistenciales como Médico de Urgencias en el Servicio de Salud de la Comunidad de Madrid.
Ha impartido cursos de postgrado en relación con técnicas de investigación en la Escuela Nacional de Sanidad.
Autor del libro “Las Huellas de la evolución. Una historia en el límite del caos” y coautor del libro “Evaluación de Programas Sociales”, también ha publicado numerosos artículos de investigación clínica y planificación sanitaria en revistas de ámbito nacional e internacional.
Comenzó su andadura en El Correo de España y sigue haciéndolo en ÑTV España para defender la unidad de España y el Estado de Derecho ante la amenaza socialcomunista e independentista.