02/05/2024 11:18

Entendida como cantera de futuros votantes, la escuela es para la izquierda un objetivo capital. No hace falta decir que, junto a la televisión, el mundo del entretenimiento y la cultura, el adoctrinamiento en la infancia es, sin duda, una fórmula muy eficaz de granjearse voluntades. Sin embargo, dejando momentáneamente a un lado la inoculación del socialismo en escuelas, institutos y universidades, hoy nos detendremos en el terreno de la cultura1, donde el bombardeo propagandístico con motivo de la campaña feminista en torno al 8 de marzo es al menos tan intenso como en el ámbito educativo.

En primer lugar, nos detendremos en el Museo Thyssen-Bornemysza de Madrid, que nos ofrecía una exposición de calentamiento para el pasado 8-M entre el 31 de octubre de 2023 y el 4 de febrero de 2024. Reproducimos la presentación de la muestra que figura en la propia página web del museo: “Con casi un centenar de piezas, entre pinturas, esculturas, obras sobre papel y textiles, esta exposición, comisariada por Rocío de la Villa desde una perspectiva feminista, presenta un recorrido desde finales del siglo XVI a las primeras décadas del siglo XX, a través de ocho escenas relevantes en el camino de las mujeres hacia su emancipación. Partiendo de la noción actual de sororidad, focaliza grupos de artistas, mecenas y galeristas que compartieron valores y condiciones socioculturales y teóricas favorables, pese al sistema patriarcal. La conjunción de periodos históricos, géneros artísticos y temas es el eje principal sobre el que se vertebra la exposición, evidenciando cómo estas artistas abordaron cuestiones candentes en su época, tomaron posición y aportaron nuevas iconografías y miradas alternativas” (sic).

Estomagante parrafada que parte de un planteamiento perverso, según el cual el museo ya no es un sitio donde se conservan y exhiben obras de arte, sino un espacio destinado a reinterpretar “correctamente” el pasado. O, dicho de otro modo, un lugar donde el arte se ha convertido en un medio para el adoctrinamiento ideológico y la distorsión de la Historia bajo el eufemismo de una “resignificación necesaria y actualizada” de la pieza artística. Es más, ni siquiera se oculta esta vocación “transformadora” según unos parámetros sectarios: “La exposición es la primera gran muestra enmarcada en el proceso de redefinición feminista que el Museo Thyssen está realizando en los últimos años, y cuenta con la colaboración de la Comunidad de Madrid y el patrocinio de Carolina Herrera”2.

Por otra parte, en esta fiesta no podía faltar el Museo Reina Sofía, que también recurría al victimismo para insistir en una visión retrospectiva cargada de resentimiento, excluyente y revanchista en la exposición titulada “Lo que ellas vieron. Fotolibros realizados por mujeres 1843-1999”. Una muestra que se presenta con la consabida excusa justiciera de compensar viejos agravios nunca extinguidos por completo: “La iniciativa What They Saw: Historical Photobooks by Women, 1843–1999” [Lo que ellas vieron. Fotolibros históricos realizados por mujeres, 1843-1999], que consiste en una exposición itinerante, una publicación homónima y una serie de programas públicos, busca despertar el interés por los fotolibros realizados por mujeres entre 1843 y 1999, y llenar, de este modo, las lagunas existentes en la historiografía del medio, que ha dedicado una menor atención a la documentación y difusión de estos trabajos”3. Y, efectivamente, puede que este planteamiento nos parezca suave y hasta razonable porque no incluye lemas feministas, pero vaya usted a ver la exposición y escuche a los activistas voluntarios que la explican… y comprobará que la muestra es otra excusa que sirve de altavoz para el manido y sectario discurso zurdo de siempre.

Pero sigamos, que esto no acaba aquí. “Desde el 15 de febrero hasta el 14 de abril, el Museo Lázaro Galdiano presenta la muestra (Re)construcciones domésticas”, según la institución: “una instalación de la artista vasca Estíbaliz Sádaba Murguía (Bilbao, 1963) compuesta por una serie de fotografías sobre diferentes soportes (telas y papel) y un vídeo que visibilizan la reclusión de las mujeres en el espacio doméstico a lo largo de la historia y el trabajo que realizan en él, así como los papeles que socialmente hoy siguen desempeñando”. En definitiva, la idea del hogar como una prisión –en la que el carcelero, claro está, es el hombre–; una condena apenas velada del matrimonio; y –no podía faltar– la denuncia de la presunta vigencia de todo un “sistema” opresivo contra la mujer.

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Por suerte –entiéndase la ironía–, el Museo de Bellas Artes de Ginebra ha puesto en marcha la brillante iniciativa de dar a sus visitantes unas gafas violetas para “ofrecer una visión global de los mecanismos de dominación presentes en la Historia del Arte, ya sea en términos de voyeurismo, cultura de la violación o de cosificación del cuerpo”4. Una idea aparentemente novedosa que no lo es en absoluto5, pero que, precisamente por su falta de originalidad, pone sobre la mesa dos cuestiones relevantes: por un lado, la falta de memoria del personal, acostumbrado a delegar dicha función en el teléfono móvil y olvidar al instante; y, por otro, el interés y constancia de quienes han convertido el feminismo en banderín de enganche para sus viejos fines políticos. Porque ¿acaso esas gafas violetas no son, exactamente, unas anteojeras? Como expone en su web la organización comunista Libres y combativas: “El movimiento de las mujeres por su liberación ha sido siempre una expresión importante de la lucha de clases. Pero en los últimos años la explosión de movilizaciones contra la violencia machista sistémica ha subrayado, con más fuerza si cabe, que nuestra emancipación como mujeres y trabajadoras no se puede desvincular de la lucha contra el orden capitalista y sus leyes”6.

Bajo las pancartas de la aludida secta, tan infantiles como esas niñas que se entretienen cantando en el autocar “viva nuestro conductor, conductor, conductor” –cancioncilla hoy desterrada por su naturaleza “no inclusiva”–, un ejército de mujeres repetían a coro la consigna: “¡Se va a acabar, se va a acabar la dictadura patriarcal!”. Y uno se pregunta, ¿de qué dictadura hablan?, ¿de qué derechos carecen? Desde luego, viendo la alegría con que gritan y los saltitos y bailes con que acompañan su “lucha”, más bien parece que estuvieran de juerga o participando en una gigantesca farsa.

En cualquier caso, la fiesta continuará después de terracitas y cañas por el centro de Madrid, y así se explica la popularidad de otra de las consignas más repetidas por la juventud comprometida: “Sola y borracha quiero llegar a casa”. Edificante declaración de intenciones que, sin duda, señala elocuentemente la talla de quienes la gritan.

El caso es que, empeñado en desentrañar toda la verdad sobre la cuestión, me ha parecido imprescindible conocer el testimonio de las protagonistas de estas reivindicaciones y me he puesto a ver y escuchar en youtube un montón de entrevistas a participantes en las marchas feministas por distintas ciudades de España… Y debo decir que lo que más me ha llamado la atención de las respuestas es que, coincidiendo todas ellas en que la principal motivación es la defensa de “la igualdad”, nadie era capaz de señalar un solo ejemplo o caso concreto de discriminación laboral o salarial por razón de sexo (sería ilegal); la inmensa mayoría se mostraba a favor de la “discriminación positiva” de la mujer, y todas, todos y todes, al parecer, padecían una especie de laguna –más bien océano de ignorancia– respecto a casi todo lo demás. Pues, si bien, por ejemplo, las entrevistadas tenían muy presente el dato de las víctimas asesinadas el último año (55), y lo esgrimían como prueba de la vigencia inequívoca de una “amenaza machista real”, con idéntica unanimidad desconocían todos los datos “incómodos” que desmienten el relato ombliguista y falso que pretende una singular y excepcional victimización de la mujer. Datos que podrían conducir a pensar, sin ir más lejos, en la discriminación del hombre –como ya se produce, por la “ley de violencia de género”, en contra del artículo 14 de la Constitución–, y en su consideración de víctima. Argumentos de peso como que más del 90% de los fallecidos en accidentes laborales son hombres (unos mil al año); que el 75% de suicidios los cometen hombres (unos 3.000 al año); o que el 80% de personas sin hogar también son hombres (actualmente, según el INE7, más de 18.000 personas).

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En la misma línea, por lo visto tampoco se pueden desvelar hechos como que la mayoría de los crímenes “machistas” (asesinatos, violaciones y agresiones) en España son cometidos por extranjeros; que el aumento de la inseguridad está directamente relacionado con una política migratoria irresponsable; o que el número de mujeres asesinadas en relación con el número de habitantes es significativamente menor en España que en otros países europeos que suelen citarse como modelo de civilización (véase Finlandia, Francia o Alemania)8. Y no se trata sólo de que los medios de comunicación oculten la procedencia de los delincuentes cuando son extranjeros9, sino de que son los propios ciudadanos los que se autocensuran e intentan censurar la realidad por puro fanatismo ideológico.

Sólo así se entiende que todas esas mujeres oprimidas y todos esos hombres solidarios e igualmente “comprometidos” que se manifiestan el 8 de marzo secunden la colectivización de “la mujer” reduciéndola a una especie de ser monocorde y obediente al servicio de “la causa”. Y sólo así se explica que haya quienes, en esa ridícula y constante manipulación partidista de la realidad, definan a la mujer no como una persona con cromosomas sexuales XX y genitales femeninos, sino como “una entidad política víctima del patriarcado”.

Ahora bien, como las instituciones “culturales” están con ellos, ellas y elles, siempre podrán alimentar su sectarismo victimista en alguna de esas exposiciones contra “la brecha” de género, el “techo de cristal” y el heteropatriarcado.

Filípides 

1 Con minúscula, naturalmente, desde que esta palabra se ha convertido en cajón de sastre para cualquier forma de expresión al margen de su calidad y en mera excusa para la propaganda política. La reivindicación del antiguo y legítimo prestigio de la Cultura para blanquear el adoctrinamiento ya no cuela.

2 El apoyo institucional a estas campañas de bombardeo propagandístico retrata la convergencia globalista del bipartidismo. Ahí está, por ejemplo, el Metro de Madrid, donde las autoridades del PP apoyan la “okupación” del espacio público con murales “comprometidos”; véase la estación de “Sáinz de Baranda” (Líneas 6 y 9) o “Manuela Malasaña” (Línea 12).

De este “extraño” hermanamiento con motivo del 8-M dan testimonio los propios lacayos mediáticos de uno y otro color político. Véase Telemadrid: https://www.telemadrid.es/noticias/madrid/Metro-homenajea-metros-Sainz-Baranda-0-2430057002–20220307014213.html

O La Sexta: https://www.lasexta.com/viajestic/curioso/asi-mural-este-ano-ubicado-estacion-sainz-baranda-madrid_202203046221fee5e2af800001dfef6b.html

6 Enlace a la citada página web: https://www.libresycombativas.net/index.php/about

9 De ahí la acuñación del irónico término “jovenlandés”, popularizado en las redes sociales para denunciar cómo los medios de comunicación, cuando se refieren a violaciones, robos o asesinatos cometidos por extranjeros, suelen emplear términos como “´jóvenes delincuentes”. No así cuando el delito es cometido por españoles. Véase el caso de “la manada”.

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