09/05/2024 03:49

Armando Robles

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Publicado en Alerta Digital

Me sorprende y mucho que el discurso navideño del rey haya sido objeto de críticas por su elusión de asuntos terrenales dependiendo, como el verso de Espronceda, del color del cristal ideológico con que fue escuchado. Mi sorpresa es al mismo tiempo premonitoria de un tiempo oscuro revelado en Fátima y en Garabandal. El rey habló de esto y aquello, siendo esto y aquello las palabras huecas de quien cifra la trascendencia del momento que vivimos en mantenerse al frente de la más alta institución del Estado. Me sorprende menos los panegíricos al discurso regio de las cadenas radial y audiovisual de los obispos. Me sorprende que la noche que centenares de millones de cristianos en todo el mundo celebraban el Nacimiento del Hijo de Dios, el siempre políticamente correcto Felipe VI no hiciera una sola mención a este extraordinario hecho. Tan sorprendente como si en una fiesta de cumpleaños se ignorara al que cumple años.

Solía ser un clásico, pero acorde con los nuevos tiempos sociales y políticos la religión pasa de puntillas hasta por la Navidad. Pocos personajes públicos, por no decir ninguno, contemplan en sus mensajes navideños lo que de verdad celebramos en estas fechas. El camino hacia Dios lo han convertido en el camino hacia el postureo político.

La religión ha quedado fuera de la institucionalidad partitocrática y relegada al papel de comparsa de las decisiones que una vez tras otra transgreden el orden natural que rige nuestra existencia. En este sentido no hay diferencias notables entre PP, Vox, PSOE Y Podemos.

Alerta Digital apuesta por el identitarismo como eje vertebrador de la vida española y revulsivo de la moral pública. Estamos convencidos que ese humanismo cristiano, reflejo del orden natural y no de las ideologías en boga, férreamente sustentadas en leyes civiles, desde el homosexualismo a la de género, es el único espacio viviente donde el ser humano puede hallar sentido imperecedero a su existencia. A lo largo de este año que se nos va, AD acertó al diagnosticar los principales desafíos a los que se enfrentaba Occidente porque adecuamos ese diagnóstico a la naturaleza real de la enfermedad a la que se enfrentaban sociedades tan distintas y dispares como la británica, la colombiana o más recientemente la estadounidense.

Las pruebas a nuestro favor son innumerables. Los patriotas identitarios seguimos las leyes naturales y el sentido común, por eso acertamos en tantas cosas con décadas de antelación, mientras que el sectarismo liberal-marxista sólo ve en las personas a simples dígitos intercambiables, sin tener en cuenta los factores culturales, étnicos y religiosos que conforman la identidad de los pueblos. Es como si pensáramos que los yanquis de hoy en día provienen del mismo tronco genético-cultural que los indios sioux o los apaches y nos preguntáramos cómo han pasado en dos siglos de vivir en chozas paleolíticas a construir rascacielos y conquistar el espacio… Normal que liberales y marxistas se sorprendan de estas cosas y no entiendan nada.

Cuando se habla tanto de democracia y de libertad nadie define esos términos y, por lo tanto, no sabemos de qué estamos partiendo. Cada uno puede entenderlos como quiera y así no vamos a ninguna parte. Libertad es capacidad de obrar o de no obrar, de elegir entre el bien y el mal. O la libertad de especificación, que consiste en elegir una cosa con preferencia de otras. Dicho más claro, para que haya libertad en el acto humano tiene que no haber coacción. Hay dos clases de coacción: la coacción física o externa y la coacción moral, que es la limitación de nuestros actos humanos por no chocar con la Justicia. Por lo tanto, somos inmunes de coacción física, pero no somos inmunes de coacción moral, porque hay un límite más allá del cual nuestras acciones no pueden llegar si rompen ese orden querido por Dios.

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En contraposición, los que se olvidan del carácter trascendente de la Navidad interpretan la libertad como un producto de consumo. Ningún político laicista puede darnos un litro o un metro cúbico más de libertad. Es algo metafísico, que está por encima de la física, como lo está la felicidad, la belleza o la eternidad. La libertad, en vez de ser un término político, en realidad es un concepto religioso, porque en ella, en la forma de actuar, nos definimos como somos y por tanto marcamos nuestra moralidad, nuestra vida, nuestra identidad, nuestra historia… de las cuales tendremos que dar cuenta.

Por consiguiente, a través de la libertad demostramos lo que somos en orden siempre a una finalidad trascendente, lo que la convierte en un concepto religioso en último término.

Paradójicamente, los que más atropellan la libertad de los demás son los que se llaman demócratas y los apóstoles del globalismo. Ellos quieren la democracia para permitirse esa inmunidad de coacción moral, ya que en un sistema más justo, en un régimen regido por las leyes naturales, sí que chocarían con las leyes morales. Alguien tiene que dictar con conciencia y así nos es extraño que las democracias liberales estén acelerando la descomposición de la civilización más fecunda que haya dado la historia de la humanidad.

Cuando las sociedades acaban tan fragmentadas como la nuestra, con divisiones en todos los ámbitos, sobre todo el de la familia, es porque al globalismo le interesa que el ‘hombre-masa’ se imponga a la excelencia del hombre hecho a imagen de Dios. Se pretende que la verdad tenga que ver con el número. De hecho, un especialista puede tener razón contra todo el mundo. La verdad no depende del número y está por encima de nosotros, ya que para eso está la ley natural, la ley divinopositiva. Todo lo demás no depende del predicador sino del que viene de lo alto, cosa que no admite la democracia, que dice que todo tiene que venir de abajo, de la masa. Y la masa, demostrado ha quedado, casi nunca tiene la razón.

Hay algo, sin embargo, contra lo que el sistema democrático liberal no puede ni podrá nunca. Me refiero al orden natural. Los identitarios cristianos tenemos la ventaja sobre los globalistas en que somos depositarios de esa certeza y de ese espiritu sin los cuales Europa transita de mal a peor cada año. Aunque nos toque vivir aún momentos de zozobra, ese espíritu soplará cuando la noche oscura termine y vuelva a amanecer.

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No debemos caer en la trampa de los impostores que en nombre del patriotismo nos hablan de aparcar a Dios de los asuntos terrenales. En eso no se diferencian de nuestros enemigos. No se tiene en cuenta la ley que está por encima del hombre. El hombre se considera un dios capaz de organizarse por sí mismo, prescindiendo de Dios y de la ley natural. Luego viene el choque con nosotros mismos. Ese es el problema de las contradicciones democráticas, que parten de dos principios falsos: que todos somos iguales y de que la verdad viene de abajo, del número y no de arriba como revelación. Como la democracia no conduce a la revelación ni a nada que venga fuera de este mundo, el hombre se considera un dios, y ahí están sus contradicciones, que acaban en la ley implantada por las élites para privilegio de unos pocos. No es casualidad por tanto la saña cristianofóbica empleada estos días por los miembros de la izquierda y el laicismo radicales, títeres del verdadero poder en la sombra.

Cuando se abusa de la ley natural, la ley natural no perdona nunca y vienen las consecuencias, dado que la naturaleza tiende a defenderse por sí misma. Así que cuando se la ataca, más pronto o más tarde se ven las consecuencias por haber cogido un camino equivocado. En ese sentido, ante las consecuencias que nos está trayendo en forma de vidas humanas la transgresión del orden natural que los identitarios defendemos, no debemos caer en el error de responder a ellas con velitas ni ositos de peluche. Ni siquiera empatizando con las víctimas, por duro que parezca. Siempre podremos argüir a nuestro favor que llevamos años advirtiendo del peligro y que una sociedad no merece el derecho a la comprensión, y mucho menos a la compasión, cuando ignora las verdades objetivas, se desvía del camino verdadero y opta por fórmulas tan suicidas que no harán sino acrecentar su inseguridad y agigantar su desvertebración moral.

AD ha asumido la responsabilidad plena de defender las ideas de la derecha identitaria obedientes del orden natural porque tenemos el convencimiento de que ese sentido de la identidad colectiva y de nuestra pertenencia a un pasado, lleno de recuerdos incitantes, es el único espacio donde los occidentales terminarían descubriendo las razones extraordinarias de su supervivencia.

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Dum Spiro Spero

He leído mentiras gordas y difamaciones en su página, por lo que hace tiempo dejé de leerla.
En su momento apoyó al PP frente a VOX. Entonces, si vas contra la democracia liberal, ¿por qué te mueves todavía en ella?
No veo a este hombre de fiar.

[…] Sólo la derecha cristiana e identitaria puede salvar la civilización occidental. Por Armando Roble… […]

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