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Una de las lecciones mediáticas que la guerra de Vietnam nos enseñó fue que los cadáveres dan muy mala imagen por TV. Ver un día tras otro las bolsas conteniendo los restos de los jóvenes soldados yanquis muertos en el conflicto o los civiles afectados por las acciones de guerra, suponía un desgaste ante la opinión pública que nada tenía que ver con las listas de bajas publicadas. Las imágenes tienen más fuerza emocional que las estadísticas. Como acertadamente afirmo Michael Arden, la TV llevaba la guerra al cuarto de estar de cada hogar estadunidense. Pronto su impopularidad creció y alimentó el movimiento hippie, el pacifismo y la revolución cultural del 68, hasta contagiar a toda la sociedad norteamericana, que, a principios de los 70, se manifestaba masivamente contra la guerra, incluyendo, además de estudiantes, periodistas y activistas políticos, a madres de soldados, veteranos, profesionales liberales, religiosos, profesores y representantes de cualquier otro estrato social.
La lección la llevaba bien sabida EE.UU en las guerras de Irak o Afganistán. Y desde luego el gobierno de Pedro Sánchez se la sabe al dedillo. Ni una imagen de un muerto por coronavirus, ni ataúdes, ni entierros, ni familiares abatidos. Ante la falta de imágenes que documenten la matanza del COVID19, algunos ilusos han acudido a fotos falseadas para ilustrar la enorme mortandad. Rápidamente Pablo Iglesias ha buscado la represión, calificando de organización criminal y querellándose contra quienes difundan esas fotos. Y por si no fuera suficiente con eliminar la fuerza de las imágenes, también se maquillan las estadísticas, no sea. El TSJ de la Castilla-La Mancha ya ha oficializado lo que todos sabemos, el número real de muertos puede llegar a duplicar las cifras oficiales. Al igual que en China, para saber la cifra verdadera de muertos debemos acudir a los Registros Civiles y la diferencia de los certificados de defunción anotados el mismo mes hace un año y el actual. El gobierno solo contabiliza como muertos de coronavirus aquellos fallecidos a los que se les diagnosticó la enfermedad, el resto de muertes sospechosas, como no se les hace prueba alguna, se excluyen de las estadísticas. Su argumento es parecido al usado por la URSS con el accidente de Chernóbil. Las cifras oficiales aseguraban que solo 31 personas perdieron la vida en el accidente, las que fallecieron como consecuencia de la explosión y del síndrome de irradiación aguda. Los 60.000 desgraciados que posteriormente fallecieron con cáncer y otras enfermedades provocadas por la radiación, como no son consecuencia directa de la catástrofe, no cuentan.
La muerte es tabú en nuestras sociedades hedonistas y consumistas. Tener consciencia de que tarde o temprano todos tenemos que morir genera una aflicción y una angustia que se destierra mirando inmediatamente para otro lado. Disfrutar de lo inmediato, banalizar la vida llenando el vacío existencial con cosas o divertimentos ha sustituido la transcendencia de la religión y del ser humano. Por ello es tan importante desterrar la imagen de los muertos por coronavirus de los cuartos de estar de los hogares españoles. Desterrar cualquier reacción a una muerte anticipada que las autoridades no supieron prevenir.
Manos a la obra, RTVE, con el artisteo progre remangándose para la función, estrenará una comedia sobre la pandemia, para que junto a los memes del whatsapp y las almibaradas salidas al balcón para aplaudir, nos ayuden a mirar para otro lado, nos ahorren pensar en los muertos y nos centre en eso de “salir todos juntos” de la situación apelando al sentimentalismo superficial y facilón.
El modelo de propaganda debe distraer nuestra atención, hay que ocultar los muertos, evitar que las emociones impidan fabricar un clima social que exonere de responsabilidades al gobierno de PSOE y Podemos. Pese a saber del alance y gravedad de la pandemia no quisieron hacer nada para no estorbar sus intereses propagandísticos y poder celebrar las manifestaciones del 8M. Después no han querido aceptar lo que había pasado, y se han dedicado a ocultar la tragedia y a tratar de minimizar la cantidad de información que llegaba a la opinión pública. Ahora se trata de eludir la responsabilidad en lo sucedido, para ello tienen que engañar a los españoles, pero si deleznable es la falta de escrúpulos de este gobierno, lo más repugnante es la cantidad de españoles que están deseando ser engañados.
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