10/05/2024 06:47
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Uno de los elementos principales del Plan de Convergencia, aprobado en su día por el PSOE, era la flexibilidad del mercado de trabajo. Es decir, los socialistas permitían a los empresarios que los asalariados estuvieran sometidos a fórmulas de contratación precarias, dejándoles a aquellos un amplio surtido de opciones a la hora de plasmar los contratos laborales.

Desde entonces, esa flexibilidad nunca les ha parecido suficiente ni al Gobierno ni a la patronal. Y sin dejar de degradar el mundo laboral, han insistido siempre en las rigideces de dicho mercado, en línea con el más feroz ideario capitalista, y en contraste con la filosofía franquista, de aproximación hacia el pleno empleo y de respeto por la estabilidad en el puesto de trabajo.

El Plan de Convergencia aplicado, insisto, por el socialismo, consiguió machacar a los trabajadores convirtiéndolos en personas sobreexplotadas que, además de ver cómo se derogaban las socialmente íntegras y dignas ordenanzas laborales franquistas, habían de acatar la movilidad geográfica y funcional y sufrir mayores facilidades para el despido.

Esta legislación a la carta en favor de las oligarquías empresariales también trajo consigo el recorte del desempleo que, aparte de sus secuelas sobre el gasto público, aumentaba la oferta laboral, generando una angustiada legión de trabajadores dispuestos a aceptar cualquier empleo bajo cualquier condición.

Si la sangre no llegó al río fue, sobre todo, por dos motivos: porque la administración sistémica uropea insufló créditos que aparecían como regalos, según el agitprop al uso; y porque el socialismo puso en marcha su política tradicional prebendaria, emprendiendo con todo ello su ilustre arte en el endeudamiento del Estado, hasta llegar al extremo en que hoy se encuentra. Comenzaron entonces las dádivas, los cursos retribuidos, las sinecuras, los gajes, lucros y residuos de todo tipo, entre ellos el del dinero negro, que se hizo endémico.

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Toda esa infame estructura de ideología económica, social y hasta cultural, la impuso el PSOE, de acuerdo con sus cómplices. Y hay que revivirlo y recordarlo, sin dejar de persistir en su memoria, para que nadie ignore la perversa realidad que supone el socialismo. Entre las opulentas tajadas que socialcomunistas y plutócratas se llevaban y las migajas que repartían para mantener adormecidos a los humillados, evitando así la lógica rebeldía sociolaboral, el Estado se quedó en los huesos.

En tal coyuntura, una vez más, el socialismo ocultó la realidad, difundiendo datos manipulados, intenciones equívocas e interpretaciones maniqueas. Una vez más el socialismo, enemigo de la humanidad y depredador del pueblo, del que se alimenta, mostró su imperdonable desprecio al esfuerzo laboral, en particular, y a la opinión pública, en general; y abandonando a la ciudadanía honrada, la convirtió en carne de cañón, entregándola indefensa al servicio y abuso de los oligarcas.

Esta es la naturaleza del socialismo. Y, como digo, hay que obstinarse en revelarla y recordarla una y otra vez, como recurso para que las jóvenes generaciones puedan discernir e interpretar nuestra reciente historia, y para que los electores despierten y descubran, por fin, quienes actúan permanentemente contra sus intereses ciudadanos y, más allá, contra el progreso de la patria.

 

 

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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