22/11/2024 00:33
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Antes de opinar sobre la decisión que ha tomado esta tarde el Rey Juan Carlos de marcharse a vivir fuera de España les voy a contar una historia que leí, creo que en alguna obra de Ángel Ganivet, sobre un padre de familia ruso y sus hijos.

Un campesino ruso, que vivía en la zona más boscosa de los Urales, un día decidió marcharse con sus hijos, cinco de su primera mujer y cuatro de su segunda, también fallecida por congelación, a Moscú, donde tenía un hermano que le incitaba a viajar, dada la miseria en la que vivían… y el buen hombre reunió todo lo que pudo para hacerse con el mejor trineo y los mejores perros de nieve y confiado e ilusionado por el futuro que les iba poder dar a su numerosa prole emprendió el largo viaje…

Y todo les fue bien hasta llegar a las cercanías de la capital de todas las Rusias, donde además vivía  el Zar, el padrecito de todos los rusos… hasta que cuando menos lo esperaba y más contentos iban los niños, de pronto, se les echaron encima una temible manada de lobos, hambrientos por el caràcter fiero y agresivo que mostraban y el  pobre hombre se descompuso, entre otras cosas porque no había sido previsor y no se había armado, ni bien ni mal, para salvar ese tipo de situaciones. Así que la única solución que se le ocurrió (eso sí, sin dejar de asusar a sus buenos perros) fue la de arrojarles uno de los hijos, porque –pensó — mientras se lo comen tal vez hayamos llegado a Moscú y habré salvado a los demás. Pero su gozo en un pozo, porque aquellas fieras hambrientas se comieron al pequeño en un abrir y cerrar de ojos…y animados por lo que habían comido y oliendo que ante sí tenían más caza volvieron a la carga, incluso más agresivos y tratando de frenar la marcha de los canes con sus aullidos y enseñando sus afilados colmillos… y el pobre hombre, ya asustado de verdad, les arrojó otro de los hijos… y la historia se repitió… los lobos comían más aprisa que avanzaba el trineo… ¡Dios, y así fue sacrificando a los suyos hasta llegar casi a las puertas de Moscú totalmente solo!…y creyendo que él al menos se había salvado… Pero, ni eso le concedió el «padrecito» de todas las Rusias, ya que justo cuando le faltaban unos metros dos de los lobos se le echaron encima y lo devoraron sin darle tiempo ni a rezar la oración de su niñez.

Señores, y amigos, pues esta historia es la que se me ha venido a la cabeza al oír la noticia de la marcha del Rey padre. Sí, es verdad que eso es bueno para Felipe VI, porque reinar con un padre acusado de corrupciones sin par, de líos de faldas peligrosos, de chantajes y cientos de periodistas detrás… y la manada de lobos que ha reunido el tal Pablo Iglesias comiéndole los tobillos sin parar y relamiéndose cada mañana y cada tarde, con los colmillos ensangrentados y el champán corriendo por los pasillos.

Sé, y así lo escribí hace tan solo unos días, que al Rey actual, si quería salvar la Monarquía, no le quedaba otra salida que sacrificar a su padre (como en otro momento él tuvo que sacrificar al suyo, a aquel Don Juan que se quedó viendo la corona de cerca), pero llegado este momento y sabiendo que los lobos republicanos y comunistas (Ojo, que son los descendientes de aquellos lobos de Ekaterimburgo) no se van a conformar, me atrevo a preguntarle en público a Don Felipe VI ¿y cree usted, Majestad, que los lobos se van a conformar con su Padre?. Que Dios le coja confesado a usted… y a España.

PUBLICADO EN EL CIERRE DIGITAL

Autor

REDACCIÓN