03/05/2024 04:33
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Introducción

En la noche del doce de julio de 1936 caía asesinado en la calles de Madrid el teniente José Castillo, oficial del cuerpo de Seguridad y Asalto, tras ser tiroteado presumiblemente por una banda de adversarios políticos. José del Castillo Sáenz de Tejada había nacido en la provincia de Jaén, ingresando en la Academia de Infantería de Toledo en 1922, siendo trasladado al norte de África, donde combatiría en la dificultosa campaña del Rif (1921-1927). De vuelta a la Península, abrazaría como algunos otros jóvenes militares ideas socialistas, siendo procesado a cuenta del movimiento revolucionario de octubre de 1934: en el año 36, se hallaba libre de cargos y destinado en el cuartel madrileño de Pontejos, colaborando con las milicias socialistas, por entonces el colectivo más belicoso y numeroso de cuantos contendían a tiro limpio por las calles y plazas del país. No en vano, Castillo aparece como facilitador del trasiego ilegal de armas y como responsable de la muerte del falangista Rodríguez Gimeno y de las graves heridas infligidas al joven tradicionalista Llaguno, con ocasión del entierro del alférez Anastasio de los Reyes, asesinado por extremistas en abril de 1936, muriendo también en dichos disturbios, de un tiro en la cabeza, el estudiante Andrés Sáenz de Heredia, primo del fundador de la Falange. Pues bien, en los momentos que corren, el crimen contra Castillo ha pretendido explicarse como una de las variables causales del estadillo de la guerra civil, que eclosionaría pocos días después; relacionándolo con el magnicidio del diputado Calvo Sotelo, perpetrado por unos guardias de Asalto y ciertos elementos socialistas en la madrugada siguiente. No pretendemos discutir dicha relación factual, pero aquel homicidio, como actuación criminal en sí, presenta varios interrogantes hasta ahora no contemplados desde una perspectiva criminológica.

Las sospechas

La principal duda que debería resolverse sería constatar de manera fehaciente quién cometió el crimen o, al menos, qué grupo político o colectivo fue el responsable directo o incidental de la muerte de este oficial con destino en la guarnición madrileña de Asalto. Desde que se conoció el atentado, los agentes moscovitas y los líderes extremistas de izquierda señalaron, instintiva y apresuradamente, a los “fascistas”, por lo que no pocos cronistas y políticos contemporáneos han supuesto que se trataba, indudablemente, de una acción sangrienta atribuible a la Falange, olvidando tales eruditos que la izquierda radical entendía por fascismo no sólo el falangismo, sino también el carlismo, los alfonsinos, la derecha liberal, el Vaticano y hasta la izquierda moderada…En definitiva, un totum revolutum de difícil compactación ideológica.  De hecho, la viuda de Castillo refirió en el velatorio que su marido había sido amenazado por elementos de Falange y, en febrero de 1937, el Tribunal Popular Especial de Madrid escucharía de boca de un comunista que ciertos enfermos “fascistas” del Hospital Militar de Carabanchel habían planeado asesinar a Castillo, como venganza por la muerte de Sáenz de Heredia, tan pronto como aquél visitase dicho centro hospitalario… y hasta el mismo Castillo había denunciado en junio, como sospechoso, a un estudiante de medicina que sólo cortejaba a su novia. No obstante, nada sustancial, habida cuenta que el juzgado madrileño que se encargó de investigar el asesinato del teniente, decretó el sobreseimiento provisional meses más tarde, por no hallar motivos para encausar a nadie como autor, cómplice o encubridor, en consonancia con el articulado de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Incluso, un madrileño desconocido, al día siguiente del asesinato de Castillo, remitiría una carta a la comisaría madrileña de la zona del Hospicio, declarando que, casualmente, había oído una conversación de unos individuos, jactándose del asesinato y de que pertenecían a la Falange madrileña del distrito Centro, añadiendo algunas características de los presuntos asesinos: jóvenes, bien vestidos, impetuosos… Pues bien, teniendo en cuenta la precaución necesaria que requiere este asunto, he de decir que dicha declaración anónima me resulta difícil de creer, pues aparte de su anonimato sospechoso, unos asesinos que acaban de cometer un crimen político de tanta repercusión como fue aquél no se reúnen pocas horas después para charlar en público sobre las vicisitudes de dicha acción armada y mucho menos acuden a la capilla ardiente del difunto sita en la Dirección General de Seguridad, como aseguraba el denunciante… Y menos aun tratándose de hipotéticos militantes de la Falange clandestina, cuyos miembros eran buscados incesantemente por la Policía gubernamental para reducirlos a prisión desde la ilegalización irregular del partido meses atrás. Excepto lo dicho, no existe ninguna fuente documental de la época que pruebe, siquiera de modo indiciario, la participación de un comando falangista –la mal denominada “Falange de la Sangre”- en dicho atentado; todo son suposiciones e insinuaciones. Y digo esto porque hasta el historiador Hugh Thomas llegó a sostener que el radical falangista Alcázar de Velasco había tomado parte en la acción terrorista que acabó con la vida de Castillo. Pues bien, el inefable Alcázar de Velasco, ante tal acusación, formuló un mentís categórico: hizo saber que no sólo no había matado al teniente Castillo, sino que cuando ocurrieron los hechos el susodicho estaba preso en la cárcel bilbaína de Larrínaga. Paralelamente, otro escritor británico como Ian Gibson ha referido que los ejecutores del homicidio pudieran haber sido los miembros de una célula carlista de la capital de España, según sus indagaciones particulares. No obstante, las fuentes tradicionalistas modernas han negado que se matara al teniente socialista por la agresión sufrida por José Luis Llaguno Acha, quien ni siquiera moriría como consecuencia de los disparos efectuados por el teniente Castillo, tras consultar determinadas pruebas testimoniales conocidas por dicha organización política*.

Por aquel entonces, la Falange ya no era un partido político al uso sino una organización estrictamente paramilitar, dirigida por Fernando Primo de Rivera, antiguo oficial de Caballería y Aviación; que contaba con el auxilio de no pocos jefes y oficiales, colaborando estrechamente con la Unión Militar Española de los comandantes Tarduchy y Barba y el servicio de información del Ejército. Por lo tanto, la vida de Castillo, en julio de 1936, no parecía constituir un objetivo militar para una estructura completamente enfrascada en un inminente alzamiento contra el Gobierno.

Con todo, la implicación de la Falange clandestina en la muerte violenta del teniente Castillo, procede de marzo de 1977, cuando la revista Nueva Historia publicó un reportaje, donde se revelaba el testimonio de un médico militar [doctor Arnárez] que había servido en los frentes del Sur durante la pasada guerra civil. En síntesis, el referido galeno le comentaría al equipo del historiador Ricardo de la Cierva que su jefe militar de entonces, el comandante Alfonso Gómez-Cobián de Santiago, le había confesado en una sobremesa de febrero de 1937 que él había sido el ejecutor directo del teniente Castillo. En consecuencia, con dicho relato parecía haberse resuelto una de las grandes incógnitas de nuestra pasada contienda; sin embargo, analizando los hechos y datos de forma más detenida nos asaltan serias dudas de que aquello hubiera sucedido así.

¿Fue Alfonso Gómez-Cobián el autor del atentado?

En primer lugar, el comandante Gómez-Cobián formaba parte del grupo de militares que se había comprometido con el general Queipo de Llano para dar un golpe de Estado días más tarde. Efectivamente, pertenecía a la Falange clandestina, como otros tantos jefes y oficiales que después se harían famosos; pero su proceder y conducta eran ante todo castrenses, no equiparables a las de cualquier sicario de la IIª República. De hecho, en Sevilla, eran pocos los jefes militares comprometidos en la conspiración y, por tanto, sería una gran insensatez, teniendo en cuenta la mentalidad castrense, que un comandante -que ya había participado en la infructuosa sublevación de Sanjurjo- se propusiera realizar una acción tan arriesgada, en vísperas de un alzamiento militar, lo que podrían llevar al traste los últimos preparativos de la sublevación en Andalucía. No resulta creíble, por ende, desde una perspectiva estrictamente militar. No discuto que Gómez-Cobián hubiese participado en algún atentado antiguo de la Falange ilegalizada: la muerte del capitán Faraudo, mismamente, ocurrida a principios de mayo; pero no en un delito de sangre contra el teniente Castillo por resultar aquellas fechas imprescindibles para que fructificara la conspiración militar en marcha. No se olvide que Gómez-Cobián estaba destinado en la caja de reclutas de Huelva** y que, por tanto, un abandono prolongado del servicio, como el que hubiese necesitado para cometer una acción terrorista tan lejos de su residencia oficial, no podía compatibilizarse con participar de lleno en una operación militar de tanta envergadura como la que estaba preparándose contra el gobierno republicano. Por tanto, mezclarse en la comisión de ese asesinato no era una opción recomendable ni asumible: ni para Gómez-Cobián ni tampoco para los conjurados del grupo de Queipo de Llano, quienes ante esa hipotética operación de limpieza política en Madrid, tendrían mucho que decir en contrario.

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Gómez-Cobián había sido procesado por los hechos militares de agosto de 1932, cuando el general levantisco Sanjurjo lo designó para presidir las fuerzas de Seguridad y Asalto, tras sublevarse en la capital hispalense. No olvidemos que cuando ocurre la sanjurjada el comandante Gómez-Cobián llevaba tres años sin vestir prácticamente el uniforme, habiéndose dedicado a otras actividades, entre las que sobresale el procesamiento de varios revoltosos andaluces***. En febrero de 1934, fue absuelto por el Tribunal Supremo de la intentona militar, tras pasar un tiempo en prisión (Madrid): por tanto se infiere que no tenía muchos ánimos para participar en otra rebelión, si no previera la seguridad de la empresa, cuando tras el fracaso del putsch del 32 hasta un ilegal comité de salud pública había ordenado su muerte. En consecuencia, pensar que en tal coyuntura un jefe militar, cuyos movimientos podían estar controlados por la policía del Frente Popular, abandonase su puesto de mando para acudir presto a realizar una sangrienta represalia política en pleno centro de Madrid, no disponiendo siquiera de una logística adecuada para ello, como desvelaban algunas acciones armadas de la Falange, no me parece acertado, ni siquiera probable.

De hecho, los sujetos que participaron en el atentado no se ajustan a las características del entonces comandante Gómez-Cobián: según las referencias de los testigos que depusieron ante los órganos policiales, los agresores eran de corta estatura, todos jóvenes y vestían de forma proletaria en día festivo, como era aquel 12 de julio, sin cubrirse siquiera con elegante sombrero. Por el contrario, el comandante Gómez-Cobián era una persona nacida en 1891, de gran estatura, cultivada, religiosa, bondadosa y caballerosa, a juicio de sus amistades y subordinados. A mayor abundamiento, en dicha sobremesa el mencionado comandante le refirió al médico militar que “Castillo” era instructor de las milicias socialistas y que la Falange había decidido eliminarle, lo que nos hace pensar que pudiera estar confundiéndose con el capitán Faraudo, en quien sí concurrían tales características. También mencionó Gómez-Cobián en dicha conversación que había seguido aquella noche al oficial izquierdista y que le había disparado con una pistola ametralladora en la zona de los riñones. Para nada, las diligencias policiales aluden a pistolas ametralladoras y las heridas mortales que recibe José Castillo ocurren en la zona precordial, situada a nivel de la línea para-esternal izquierda a la altura del quinto espacio intercostal, penetrando una bala en el tórax, como indica fehacientemente el informe médico incluido en el atestado policial.

Tampoco era Gómez-Cobián una persona sanguinaria, pues el médico militar referido lo describe como un jefe cordial y nada cruel, en cuanto no permitía ejecuciones sumarísimas sin previa formación de causa, dándose el caso de haber impuesto a tres muchachas, como único castigo, el corte de pelo, cuando se les había ocupado una lista negra de personajes derechistas a eliminar. Y es que Gómez-Cobián era un soldado a la antigua usanza: había tomado la carrera de las armas en 1908, poseyendo una brillante hoja de servicios (combates en África, citaciones, heridas y propuestas de altas recompensas). Iniciado el Movimiento, dirigiría las fuerzas de la Falange sevillana, liberando Utrera y otras localidades andaluzas, por lo que fue habilitado como teniente coronel, participando con éxito en las campañas de Córdoba y Málaga, siendo propuesto para la Medalla Militar individual. Se retiraría de la milicia como coronel de infantería, estando en posesión de numerosas condecoraciones nacionales y extranjeras. Murió en Sevilla en 1970.

Últimamente, se ha devaluado su rectitud castrense en las operaciones efectuadas sobre el área de Llerena y alrededores, por mor de algunos escritos que omiten la eclosión de una lucha sin cuartel en tierras badajoceñas; sin aludir siquiera al derecho punitivo militar del siglo pasado. Sea como fuere, no merece la pena entrar en puntualizaciones por ahora innecesarias, cuando soy de los que creen que en dicha provincia extremeña se han exagerado –si no perseguido- bastantes aspectos de la contienda de 1936-1939 con fines espurios y de cálculo político. No obstante, sí me permito indicar una curiosidad tal vez desconocida: el comandante Alfonso Gómez-Cobián fue el libertador de Granja de Torrehermosa, localidad badajocense donde las tropas del socialista Rafael Maltrana masacraron una familia entera de la forma más vil y canallesca que quepa imaginar en una guerra civil. Pues bien, la única superviviente de aquella carnicería espantosa fue Felisa de la Gala Llera, quien contrajo matrimonio con el citado comandante, aunque por mor de las heridas infligidas terminaría muriendo en septiembre de 1943, a los veintisiete años de edad.

Por lo demás, liberaría también en 1936 la localidad limítrofe de Azuaga en su penetración hacia la provincia cordobesa, telegrafiando al cuartel general del Sur sobre las barbaridades cometidas por el enemigo en dicha zona de Badajoz, informando que los milicianos rojos habían asesinado a 175 personas de orden, matándolas a hachazos y martirizando, de paso, a varios frailes, cuyos cadáveres carecían de lengua y orejas, tras intentar quemar a los detenidos.

Las implicaciones con el asesinato de Calvo Sotelo

La verdad es que la muerte de Castillo ni siquiera se comentaría en 1941 por Ximénez de Sandoval en su célebre biografía sobre la vida del fundador de la Falange, a diferencia del asesinato del capitán Carlos Faraudo, cuya autoría, este diplomático azul, la admite sin reservas para la Falange prebélica, motivado por haberse tratado de un “peligrosísimo capitán (…) instructor de las milicias socialistas”. Pues bien, elementos de dichas milicias decidirían atentar contra la vida de Calvo Sotelo, Gil Robles y Goicoechea, como represalia por el asesinato de Castillo, tratándose de jóvenes socialistas de la línea centrista de Indalecio Prieto, quizás manipulados por otros más extremistas con el fin de provocar con su reprobable conducta la ruptura definitiva de las hostilidades en el país. Curiosamente, la eliminación física de significadas personalidades contrarias al marxismo no se decidió entonces… sino que había sido ya prevista semanas atrás, como bien lo demuestra la Instrucción nº  III, redactada hacia la segunda quincena de mayo, y cuyo contenido incluso fue conocido por los servicios de información del general Mola: la futura acción violenta había sido encomendada a una célula rojo-revolucionaria compuesta por agentes de policía y seguridad de Madrid… En aquellos instantes, ya no había espacio para la piedad ni para la conciliación política, hasta el punto que el mismísimo Prieto acababa de ser objeto de un atentado por parte de algunos socialistas radicales en la localidad sevillana de Écija.

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Por lo demás, es conocido que el diputado de Tuy, líder como sabemos de Renovación Española, había sido amenazado de muerte en sede parlamentaria por el coruñés Casares Quiroga, a la sazón Presidente del Consejo de Ministros, y por el diputado socialista Ángel Galarza, futuro ministro de la Gobernación al tiempo de producirse las tristes sacas de presos de las cárceles madrileñas; pero tales amenazas se habían producido semanas antes de ocurrir el atentado que le costaría la vida al teniente Castillo; lo mismo que la alteración sibilina de la guardia protectora del señor Calvo Sotelo, como certifican los testigos que depusieron en la Causa General. Con todo, en las diligencias judiciales practicadas tras su muerte, consta que la Dirección General de Seguridad del Frente Popular identificaría meses después, como responsables directos de dicho crimen, a dos caídos en los primeros combates bélicos librados en la sierra, archivándose el caso****: el autor material habría sido el coruñés Luis Cuenca Estevas, miembro de las Juventudes Socialistas y escolta del diputado Indalecio Prieto; y el jefe del comando terrorista, el capitán Fernando Condés Romero, un oficial de la Guardia Civil nacido en Lavadores-Vigo, también de ideología socialista, pero amigo de Largo Caballero y de la extremista  Margarita Nelken, en cuya casa se escondería tras el crimen. La presencia de dos íntimos de esta diputada socialista –por entonces ya en la órbita de la III Internacional- en el comando que detiene y secuestra al diputado gallego, hace pensar en la implicación de la Nelken en el magnicidio, siguiendo las revelaciones de un ex director de Seguridad, huido posteriomente de zona roja, quien se había entrevistado en Madrid con los dirigentes de la DGS tras los crímenes de Castillo y Calvo Sotelo, pues la consecución de estos homicidios guardaban un notable paralelismo con la actuación terrorista de los comunista búlgaros de años atrás. Según este director general, que creemos que es el republicano Ricardo Herráiz Esteve, el asesinato de Castillo representaba la justificación política y sociológica para perpetrar el crimen contra Calvo Sotelo.

Conclusión

Castillo era un oficial apasionado políticamente, nublando así su imparcialidad profesional, como lo prueba que disparara fríamente contra el joven Llaguno por las  protestas del asesinato del alférez De los Reyes, el dieciséis de abril de 1936. No obstante, tal circunstancia no implica per se que los asesinos del teniente hayan sido tradicionalistas o falangistas, cuando pueden existir otras interpretaciones criminológicas. De hecho, si ha habido error en la identificación del herido de muerte por Gómez-Cobián en las calles madrileñas; y eso parece muy verosímil, entonces ¿quién mató al teniente Castillo, teniendo en cuenta que la participación de los tradicionalistas presenta también dudas?  En realidad, se ignora; aun cuando haya habido un ilustrado periodista de El Debate que afirmase en 1937 que los que cometieron el crimen fueron varios guardias disfrazados, por negarse Castillo a participar en el asesinato de Calvo Sotelo, según ciertas confidencias policiales a las que tuvo acceso dicho profesional, habiendo escuchado Benjamín Bentura -que así se llamaba el afamado periodista (escritor, redactor y director de varias publicaciones y agencias de noticias*****)- cómo un pariente de Castillo reprendía de viva voz a las autoridades de la Dirección General de Seguridad, acusándoles de cobardes por la muerte del teniente. En cualquier caso, se desconoce si se instruyeron diligencias judiciales para averiguar tales extremos, así como para esclarecer todo lo que había ocurrido en aquel fatídico doce de julio; pues parece que únicamente se recogieron sospechas poco fundadas, dejándose a un lado la información conocida por Bentura, quien tuvo que huir de Madrid tras ser amenazado por un oficial implicado en el asesinato de Calvo Sotelo. En fin, un laberinto criminológico de difícil solución. Por lo tanto, no es que no sepamos quién fuera el autor del crimen de Castillo, es que ni siquiera conocemos quiénes fueron sus cómplices, encubridores e inductores ¿O quizás sí?

 *Cf.: “Aclarando un hecho histórico: el asesinato del teniente Castillo”, Zortzigarrentzale (04.05.2021), www.ahorainformacion.es.

  ** Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, 30 de abril de 1936. Con el tiempo, el comandante Gómez Cobián modificaría sus apellidos originales, incorporando los de su madre viuda, Adelina Cobián de Santiago.

  *** El comandante Gómez-Cobián figuraba como disponible en 1932, habiendo sido nombrado juez instructor por la Auditoría de Guerra para averiguar los sucesos de Gilena (Sevilla), cuando en octubre de 1931 unos obreros izquierdistas aleccionados por la Casa del Pueblo acometieron a varios miembros de la Benemérita, generándose cinco muertos, 80 heridos y 79 detenidos.

  **** Cuenca moriría el 22 de julio de 1936 en el frente de Somosierra y Condés, el 29 en un hospital madrileño, tras ser herido en la sierra del Guadarrama. Mientras tanto, el 25 de julio, milicianos socialistas irrumpían en el juzgado donde se instruían las diligencias, sustrayendo a mano armada el sumario judicial por la muerte de Calvo Sotelo. Por lo demás, existen otras interpretaciones sobre los móviles reales de este crimen, como la apuntada recientemente por el antiguo alcalde socialista de La Coruña, Francisco Vázquez, en virtud de las diligencias practicadas por el juez Francisco García Vázquez y que apuntan a una posible implicación comunista.

  ***** Cortés-Cavanillas, J. (1977), “El teniente Castillo fue asesinado por negarse a participar en el de Calvo Sotelo”, Ya, (13-07-1977), Madrid, p. 18. Tesis mantenida por el escritor y comisario de Policía Eduardo Comín Colomer en 1951.

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Luis

Interesantísimo artículo. Gracias

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