02/05/2024 12:20
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Al leer el libro Mis audiencias con Franco y otras entrevistas, de Fernando Vizcaíno Casas, me llamó la atención que uno de los entrevistados, un novelista, me era completamente desconocido. Se trata de Ángel María de Lera, del que podemos leer esta biografía en la RAE.

Fue un anarquista del Partido Sindicalista de Ángel Pestaña que fungió de comisario político en el ejército frentepopulista y que fue detenido y condenado a muerte tras la guerra civil. Su pena fue conmutada -como era lo habitual en aquella terrible dictadura fascista- y tras pasar varios años en prisión fue indultado. Se dedicó a oficios varios para salir adelante. Tomó la pluma y fue premiado en 1956 por Los clarines del miedo (novela taurina) con el Premio Nadal. En 1967, Las últimas banderas, que se extendió en una tetralogía, recibió el Premio Planeta…

La trayectoria de De Lera se parece muchísimo a la de Eduardo De Guzmán, de quien hemos repasado su trilogía. Son dos anarquistas significados (De Guzmán, mas); el derrumbe de la zona roja les sorprende; son hechos presos, condenados a muerte (sentencia excesiva en mi opinión), ven su pena conmutada y su estancia en prisión sucesivamente rebajada por los indultos hasta salir al cabo de unos años. De Lera estuvo diez por algunas complicaciones adicionales; en eso su caso se parece más al de Jose María Aroca, otro comisario político anarquista, de cuyo libro hemos tratado aquí.

Eduardo De Guzmán se dedicó a escribir novelas del Oeste y literatura de kiosco con pseudónimo; imagino que habiendo sido un significado periodista no se quería que su nombre volviera a aparecer en letras de molde. No fue el caso de de Lera, que ya tuvo un premio franquista -uso el adjetivo en sentido genérico (de la época de Franco), para reivindicarlo y así molestar a quien se moleste- a mediados de los años 50. Vamos, lo que los progres de ahora llaman reinserción social.

La pregunta que tenemos que hacernos es por qué estos autores de pasado frentepopulista están completamente olvidados en pleno delirio de recuperación de la memoria histórica. Y la respuesta obvia es que no interesa traerlos a la actualidad porque son una demostración palpable de la superación de un enfrentamiento ideológico que estaba muerto y enterrado. Por eso es tan importante reivindicarlos, porque dan una visión de la Guerra Civil y del Estado Nacional que desmienten el himalaya de mentiras de los actuales memorialistas.

Las últimas banderas, se puede comprar en Alcaná Libros por 1,3€, y el resto de los libros, más o menos lo mismo… Precios de saldo… Algunos de sus libros se pueden leer gratis et amore (me repito pero es una expresión muy bonita) aquí, o en este canal de Telegram:

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Vamos a echar un vistazo a Las últimas Banderas, novela que recuerda al primer libro de la trilogía de De Guzmán, El final de la Esperanza. En esta hay una primera parte dedicada a los días “heroicos» del comienzo de la guerra y una segunda parte dedicada al derrumbe, con la espera en el puerto de Alicante de unos barcos que no llegarían. En la de de Lera, sucede algo parecido, pero se entreveran unos capítulos impares dedicados al último mes del Madrid rojo -con las luchas de negrinistas (comunistas) y casadistas (todos los demás)- y los pares, dedicados al comienzo de la guerra, que sorprende a Federico Olivares -el protagonista, trasunto de de Lera- en Andalucía, de la que huye. La dosificación de la información mediante esta alternancia temporal le da a la narración un plus de interés que no tendría una exposición lineal.

El que se ambos se centren en el principio y el final de la guerra, además de la razones estilísticas,  tiene una razón de contenido. A la contención del Alzamiento por las turbamultas anarcosocialistas se le puede sacar un punto de heroicidad (nada comparable, en ningún caso, con la gesta del Alcázar o de Santa María de la Cabeza, por supuesto) y al desplome final con desbandada hacia los puertos de levante se le puede sacar también mucho provecho porque la derrota es muy literaria. Entre medio quedan la masacre de la Cárcel Modelo, las sacas de Paracuellos, de Rivas, de Torrejón, de Aravaca, el tren de Jaén, el túnel de la muerte de Usera, el robo del oro del Banco de España, etc., etc., etc. (Memoria 1931-1939) que convierten en desfachatez desorejada el discurso victimista de los vencidos que pretenden que no sabían nada.

El libro de de Guzmán es de memorias; el de de Lera es ficción, pero de una ficción tan realista en los detalles y veraz en los sucesos que equivale al testimonio de unas memorias y tiene la ventaja de llegar donde la mera exposición de la realidad no llega. Es la teoría del arte de Aristóteles en su Poética: el arte es una imitación que nos dice cosas que van más allá de la realidad, naturalmente prosaica. Pues eso. La trama es muy sencilla, porque el final está dado y el interés está solo en los detalles. De hecho, solo hay dos asuntos de la trama que sorprenden, y que no mencionaré aquí.

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Lo más interesante del libro son sin duda los aspectos meramente humanos: las discusiones de los anarquistas ante la situación de derrumbe y las referencias al ambiente de Madrid en aquel mes de marzo del fin de la guerra. Afortunadamente los asuntos políticos son pocos. Es la ventaja que tienen los anarquistas sobre los comunistas, que son unos pesados inaguantables a los que nunca se les acaban las pilas. Vamos con los extractos.

Las discusiones interminables y la especulación sobre el futuro de los que se saben vencidos:

—La verdad es que no estábamos preparados ni para la una ni para la otra [la revolución y la guerra]. Ambas nos sorprendieron, ésa es la verdad. Se hablaba y se hablaba, sí, se hablaba sin parar de la revolución sin creer en ella, igual que los maletillas hablan de ese toro ideal que nunca les saldrá por los toriles. Así, cuando apareció en el ruedo, no teníamos a mano ni un mal capote, ni sabíamos cómo empezar. Caballero, porque le llamaban el Lenin español, tuvo que echarse para adelante. No había más remedio que conservar el tipo… ¿Qué las derechas se preparaban? Claro que sí.

— [Las derechas] también se engañaron. Esperaban que con un simple cuartelazo, habría bastante. Y aquí está lo más sorprendente del asunto. Los dirigentes revolucionarios no creían en la proximidad de la revolución, pero el pueblo sí. Los militares, por su parte, conocían bien la debilidad de los partidos políticos, pero no se habían dado cuenta de la politización del pueblo, de las masas sindicales, y, claro, sobrevino la catástrofe. (Cap. I)

Lo de que no preparaban la revolución se aplicaría en todo caso a los anarquistas. En todo caso, en Cataluña y Aragón aprovecharon la coyuntura y la aplicaron. Como indicado, los aspectos políticos están porque son inevitables. No son especialmente relevantes, y se pueden echar a beneficio de inventario.

—La cosa no es para tomársela a broma, queridos —y la voz de Raimundo fue tomando tono oratorio a medida que hablaba—. Ni mucho menos. Y, si no, ahí está el comportamiento de los franceses con nuestros evadidos de Cataluña. ¡Qué vergüenza! Mira que encerrarlos en campos de concentración, al aire libre, rodeados de alambradas y de senegaleses… Creo que han muerto por miles, de hambre y de frío.


—Eso es, justamente, lo que hace insostenible la tesis de los negrinistas, que lo fían todo a la solidaridad internacional de los trabajadores. Tenemos que evitar otra desbandada sin orden. Lo de Cataluña no debe repetirse pase lo que pase, y para que no se repita hay que preparar la evacuación con tiempo e inteligentemente. Salir a Europa ahora, aunque nos fuese mejor que a nuestros compañeros de Cataluña, sería tanto como meternos en la boca del lobo para servir de cipayos en la próxima guerra.


El porvenir de los que quieran marcharse está en las naciones americanas. Pero para que pueda ser así, necesitamos barcos, dinero y tiempo. Y eso es lo que tratará de conseguir la Junta de Casado. Al menos, es lo que piensan él y Besteiro, según nuestros informes. (Cap. I)

 

El tratamiento que les dio la república francesa les metió el miedo en el cuerpo:

—No van a fusilar a todo el mundo, digo yo —y Trujillo le golpeó amistosamente en el hombro.

 

—¿Fusilar? ¿Es que no hay algo peor que eso? ¿No comprendes que es peor mendigar la vida, verse aplastado, ser un vencido para siempre? —replicó Cubas, más y más enardecido—. Creo, que tenía razón la Pasionaria cuando dijo que vale más morir en pie que vivir de rodillas. (Cap. III)


—Ahora se ha hecho lo de Casado para negociar con Franco el final, mujer.

 

—¿Y tú crees que Franco…?

 

—Sí, porque también le conviene. Si nos plantásemos, todavía habría mucho que hablar…, y ¿qué necesidad tiene el vencedor de complicarse la vida a última hora, eh? A enemigo que huye, puente de plata, ¿no es eso? Pues en eso consiste todo: en que nos dé tiempo para marcharnos los que queramos irnos, que vamos a ser muchos, pero en buenas condiciones y no como se hizo la evacuación de Cataluña. ¡Menudo quebradero de cabeza que le quitamos con desaparecer de aquí! ¿Qué iba a hacer con nosotros? ¿Fusilarnos? Somos muchos. ¿Meternos en la cárcel? Pues no iba a necesitar cárceles ni nada… Además, tendría que darnos de comer, aunque fuera poco… No. No creo que esté por ésas. Nos dejará marchar. (Cap. V)

Estas cuentas de la lechera se repiten en otras ocasiones, así que debieron ser moneda corriente.

—¿Por qué no podemos resistir un poco más? Sólo unos meses. La guerra mundial está en puertas. Las democracias saben que o acaban con Hitler o Hitler acaba con ellas. Pero ellas solas no pueden con él. Tienen que aliarse con la URSS Y esta alianza está en marcha, camaradas. Quizá a estas mismas horas estén acelerándola en vista del cariz que ha tomado nuestra guerra. (Cap. V)

Otro argumento conocido: el de resistir por resistir.

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Ya está Besteiro en tratos con las potencias democráticas con objeto de que nos faciliten barcos para la evacuación de todo aquel que quiera marcharse. (Cap. IX)

 

—¡Bah! —replicó despectivamente Molina—. Pensáis como si estuviéramos en el año 36, al principio. No, amigos. Han pasado treinta y dos meses y ya no es lo mismo. Han muerto muchos españoles en las retaguardias y en los frentes para que ahora, cuando los tiros terminan, se empiece de nuevo a verter sangre. No lo creo. Todas las guerras son feroces, compañeros, y las civiles más, y, si no, acordaos de las guerras carlistas. Pero una cosa es la crueldad cuando se lucha a vida o muerte y otra muy distinta cuando ya no hay guerra y sí sólo vencedores y vencidos. No es que yo crea que la guerra justifique todos los excesos, ni mucho menos. Lo que yo creo es que esos mismos excesos, cuando uno de los combatientes tira las armas, son humanamente inconcebibles. (Cap. V)

Más de lo mismo.

… qué me dices de aquellos célebres escritores e intelectuales que trajeron la República y que fueron nuestros maestros? Ellos nos lanzaron (hablo de los estudiantes de mi generación) a la lucha por una España nueva, y luego, a la hora de la verdad, se pusieron al margen y nos dejaron en la estacada. ¡Qué faena! ¿Qué se creían ellos que iba a pasar cuando el pueblo jugara el papel que ellos le habían escrito? Yo no sé qué pensaron. Tal vez que el drama político y social de España podría ventilarse como un acto académico, ¿no? Pero ¿no habían denunciado ellos el hambre y el atraso de nuestras gentes? ¿Es que luego, con decir que aquello no era lo deseado y hacer frases se puede uno retirar por el foro mientras los españoles se despedazan? ¡Qué asco! (Cap. XI)

Pues sí; las revoluciones se sabe como empiezan, pero no cómo terminan. Y es más fácil predicar que dar trigo, siempre fue así.

Las negociaciones para la rendición:

—Besteiro y Casado —continuó diciendo Molina, antes de llevarse a los labios el pitillo, todavía sin encender— cuentan con amigos y apoyos en Inglaterra y Francia para obtener las mejores condiciones posibles frente al vencedor. Ya conocéis a Besteiro: es un hombre intachable, moderado y sin ninguna responsabilidad durante la guerra. Nadie mejor que él para intervenir en una paz negociada. Su gran mérito consiste en cargar a última hora con este negocio en quiebra. Se necesita mucho valor y mucha honradez, porque Besteiro sabe muy bien la cruz que le espera. (Cap. I)

 

Besteiro: «El Gobierno de Negrín, con sus veladuras de la verdad, con sus verdades a medias y con sus propuestas capciosas, no puede aspirar a otra cosa que a ganar tiempo, tiempo que es perdido para el interés de la masa ciudadana, combatiente y no combatiente. Y esta política de aplazamiento no puede tener otra finalidad que alimentar la morbosa creencia de que la complicación de la vida internacional permita desencadenar una catástrofe de proporciones universales, en la cual, juntamente con nosotros, perecerían las masas proletarias de muchas naciones del mundo… Yo os hablo para deciros que cuando se pierde es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee. Se puede perder, pero con honradez y dignamente, sin negar su fe, anonadados por la desgracia… Yo os pido, poniendo en esta petición todo el énfasis de la propia responsabilidad, que en este momento grave asistáis, como nosotros le asistimos, al poder legítimo de la República, que, transitoriamente, no es otro que el Poder militar». (Cap. I)

 

… si aprietan un poco más [los comunistas] lo consiguen, porque Casado y Besteiro llegaron a encontrarse prácticamente solos en los sótanos del Ministerio de Hacienda… Casado, doblado por su úlcera de estómago que dicen que tiene. Y Besteiro, el hombre… Yo vengo de allí ahora. Fui con Ramírez, ya sabes… Como es natural, después que ha pasado el peligro, hay mucha gente que sale y entra, y habla y alborota allí… Y puedo decirte que Casado está muy flaco y que parece que a Besteiro le han llovido encima los años. ¡Qué viejo está!  (Cap. VII)

 

En la próxima parte veremos una colección de extractos de la novela que nos muestran el ambiente de Madrid al final de la guerra, con un hambre de pan y un hastío de guerra sin límites.

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