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Compré el libro en Alcana libros, tienda de libros de segunda mano, junto con otros de Vizcaíno Casas, un tipo simpático, siempre divertido. Las entrevistas son siempre interesantes; tan interesantes como los personajes entrevistados. En este caso desfilan, Franco, Pío XII, literatos, científicos, políticos, artistas o simples vividores. El libro está publicado en octubre del 76, pero las entrevistas son de antes.
Las audiencias con Franco son dos, y abren la colección. Vizcaíno Casas hace una introducción y se refiere a una primera audiencia que no entra en el cómputo porque fue colectiva, en Valencia a finales de los años 40, con varios centenares de muchachos del Frente de Juventudes.
La primera audiecia privada tiene lugar en el 68, cuando acababa de publicar su Diccionario del Cine Español, en el que recoge las incursiones de Franco en el mundo cinematográfico. Le pidió audiencia privada al Caudillo para hacerle la entrega del primer ejemplar del libro, y este se la concedió.
Cuando se llegaba por primera vez a estas audiencias, llamaba poderosamente la atención la aparente sencillez del mecanismo de vigilancia. En la puerta exterior del Palacio bastaba con exhibir el oficio de citación al oficial de guardia, el cual no efectuaba comprobación alguna de que la identidad del visitante coincidiera con la del nombre que figuraba en el oficio. Ya dentro, en la puerta del edificio, no se realizaba trámite alguno. Otro oficial acompañaba a uno hasta el arranque de la escalera y desde allí al salón de espera era un ujier el encargado de hacerlo. Tan insólita ausencia de mayores requisitos como credenciales o identificaciones sorprendía forzosamente a quienes, aquí fuera de aquí, hemos asistido a conferencias, congresos incluso meras reuniones sociales, para acceder a las cuales hay que agotar una inacabable prueba de acreditación personal. (p. 22)
Casi como ahora. Siguen más detalles sobre los previos a la audiencia, y ahora la audiencia:
… creo que nadie ha comentado aún la apabullante impresión que producía visto frente a frente. Y, sobre todo, el impacto casi hipnótico, aceradamente profundo, de su mirada. Los ojos negros de Franco, vivos, inquisidores, penetrantes, parecían diseccionar a quién tenía delante. Vestía, como casi siempre, uniforme de diario de Capital General y estaba esperando al visitante de pie, frente a la mesa…. Daba la mano con cierta inercia, señalaba el sillón y se sentaba en el de enfrente. Cuántos, como yo, así le vieron coincidirán conmigo en que se hacía difícil iniciar la conversación, porque no daba pie para ello… (p. 24)
– Excelencia, en este Diccionario del Cine Español aparece Vuestra Excelencia con todo derecho. Como guionista de Raza, cuyo argumento escribió con el seudónimo de Jaime de Andrade, pero también como actor…
Me miraba en silencio, sin mover un músculo. Tenía el rostro con un saludable color moreno; las sienes y el bigotillo, plateados; muy pocas arrugas. Y no hablaba…
Entonces mantuvimos un diálogo de 5 o 6 minutos sobre el cine, sobre películas, sobre la trascendencia social del que llaman séptimo arte. Hablaba yo mucho más que Franco, que ponía en mis frases un comentario corto y, por cierto, siempre certero. No había sonreído todavía una sola vez. Y yo estaba recordando lo que cuenta mi suegra de aquel “Franquiño” niño que ella conoció en La Coruña en el verano de 1918. Y que, según siempre dice, era alegre, muy hablador, muy sonriente. Y muy bailón… Y por eso, ya de pie, despidiéndome del Jefe del Estado, le dije:
– Mi suegra me ha encargado especialmente que le saludé con mucho cariño. Naturalmente, S. E. no la recordará; se llama Maruca, Maruca de la Fuente. Hace muchos años eran ustedes amigos, en La Coruña…
– Bailábamos mucho.
Fue una respuesta inmediata, segura, que me desconcertó… Era otra demostración más de su prodigiosa memoria, tantas veces resaltada por sus biógrafos. (pp. 24-26)
La segunda audiencia tiene lugar casi siete años más tarde, el 30 de octubre de 1974. Franco había tenido una grave enfermedad en verano. Le llevaba un nuevo libro, La memoria de don Francisco y otras memorias mías, en que llamaba en confianza al Caudillo por su nombre de pila. Va con un amigo, y lo encuentran muy desmejorado:
… ligeramente encorvado y con la mano derecha temblándole de forma ostensible, porque la enfermedad de Parkinson ya no tenía disimulo…
… Y contestó él 2 o 3 veces con su habitual sobriedad expresiva. Llegamos a un punto muerto en el diálogo; pero Franco no solía levantarse del primero para dar por terminada la entrevista, con lo que tuvimos que ser nosotros quienes nos pusiéramos en pie. Y nos dio la mano y me dijo, en su voz tenue:
– Muchas gracias por el libro.
… No hablamos nada hasta cerca de Puerta de Hierro. Creo que estábamos impresionados. O mejor, deprimidos.
El primero de octubre de 1975, cuando desde el balcón del Palacio de Oriente unió sus brazos temblorosos para agradecer el último clamor que en vida iba a recibir de su pueblo, creo que todos tuvieron la certeza de que el caudillo estaba acabado. Yo la tenía desde un año antes. (pp. 27-29)
La segunda entrevista es otra audiencia: Pio XII y su mirada impresionante.
Fue en ocasión de una semana de cine español que se celebró en Roma… estaba en un grupo de artistas: Carmen Sevilla, Paco Rabal coma José Suárez, Amparo Rivelles, Fernando Sancho, María Martín. Ni que decir tiene que no se daba en nosotros esa beatería un tanto histérica que suele caracterizar a los participantes en estas audiencias. Yo diría, incluso, que había en algunos cierta morbosa e irónica curiosidad por ver de cerca al Papa, pero muy escasa veneración.
Y, sin embargo, cuando apareció el Santo Padre -enfáticamente anunciado por un cardenal de empalagoso acento- caímos todos de hinojos, como empujados por un resorte invisible y hasta tuvimos la sensación de llevarnos frente a un ser que no era de este mundo. A nadie se le ocurrió vitorear ni aplaudir -como suelen hacer ciertos frenéticos visitantes- pero la impresión de respeto, de confusión, de devoción, fue asombrosa… (p. 33)
…
… comentando la sensación de santidad que trascendía de Pío XII, una de las actrices que nos acompañaban resumirá la impresión general con tanta gracia como realidad:
– ¡Anda! ¡Como que cuando se me quedó mirando y me clavó los ojos de aquella manera, yo me dije: ¡Este sabe lo de Pepe…! Pepe era, naturalmente, su amante de entonces. No hace falta decir más…. (pp. 33 y 34)
No, no hace falta. Eso es un Papa, y no… Bueno, y no digo más. La reseña de la audiencia tiene una página y un párrafo, pero con la descripción de la impresión de santidad, la foto de los actores de rodillas y la anécdota final es la que me ha causado mayor impresión.
Y como sería una falta de respeto al Papa y al Caudillo seguir ahora con otras entrevistas, las dejamos para las siguientes partes.
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Yo también lo he comprado hace poco en una librería de viejo.