19/09/2024 22:01
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Los católicos españoles, como explicaba la prensa cedista, no estaban dispuestos a rendirse ante quienes pensaban que lo del primer bienio había sido «solo un ensayo». Tal y como ellos lo veían, una victoria del «frente revolucionario» significaba hacer que «España [fuera] como México, como Rusia, oprobio de la civilización, sede de la barbarie y la tiranía».

… algunos grupos firmantes del pacto del Frente Popular hacían declaraciones explícitas acerca de sus intenciones anticatólicas para después de la victoria. Por supuesto, la revolución de 1934, con sus cuarenta religiosos asesinados y más de medio centenar de iglesias incendiadas y destruidas, les hacía temer las consecuencias de una amnistía con la victoria del Frente Popular, y su previsible coste en términos de impunidad y revancha.

«Octubre» también favoreció el discurso de los sectores integristas del catolicismo español y debilitó a quienes, como el cardenal Vidal y Barraquer o el nuncio Tedeschini, habían defendido posiciones moderadas y posibilistas, y depositado sus esperanzas en la alianza entre los republicanos radicales y los cedistas.

… ese revival de tradicionalismo militante se había visualizado con el ascenso del cardenal Gomá a la sede Primada, en perjuicio de la línea contemporizadora del nuncio.

… cuando Alcalá-Zamora decidió cerrar el paso a la CEDA, lo que también logró, lo buscara o no, fue dar argumentos a los que dentro del catolicismo consideraban imposible conciliar Iglesia y República.

… en los socialistas y los comunistas sí tuvo una impronta significativa. La Iglesia, encarnación, para aquellos, del fascismo vaticanista, era «beligerante». Tenía intereses puramente políticos y un afán de poder que no se detenía ante nada, ni siquiera ante el uso de la violencia: «Si en sus manos estuviera, desde los campanarios dispararían los frailazos contra los que osan soñar con una vida civil plena, libre y alegre». Los comunistas, por su parte, aseguraban que su partido luchaba para «confiscar» las «tierras» de la Iglesia.

… el voto católico estaba, como hemos visto, dividido entre los que seguían apoyando al posibilismo y quienes denunciaban la esterilidad de esa postura.

… sobre veinte viñetas de un cartel socialista publicado la primera semana de febrero, ocho estaban dedicadas a denunciar el clericalismo en alguna de sus facetas. A la Iglesia se le reprochaba una conducta hipócrita: ni política social, ni preocupación por el pobre, ni fe verdadera, ni nada. Era una «Iglesia beligerante» dispuesta a todo para reconquistar el país y el Estado.

Aunque los monárquicos contaban con apoyos importantes, Fal Conde, secretario de la Comunión Tradicionalista, admitía en carta al cardenal Pacelli, futuro Pío XII, la poca influencia de su partido sobre los obispos españoles y el hecho de que la mayoría de ellos, y de las organizaciones de Acción Católica, sostuvieran la línea defendida por Ángel Herrera Oria, que él descalificaba por las actitudes «liberales» o «democristianas» presentes en la CEDA.

Tampoco ahorró palabras para criticar duramente a la nunciatura y denunciar la dirección diplomática de Tedeschini por tibia e ineficiente. Algo que contradecía el carácter integrista de la Iglesia española que las izquierdas denunciaban de continuo.

La desfachatez de la izquierda, que se hace la víctima mientras mata curas a degüello, es proverbial. Aquí se quejan de que, si les dejaran, los frailes les dispararían desde los campanarios. En el “Octubre” tan recordado por ellos -con intenciones de volver a perpetrarlo- asesinaron a 34 religiosos y quemaron 58 iglesias. Creo que esto hubiera justificado que subieran a los campanarios a abatir rojos con el fusil. Se llama autodefensa, y es un derecho natural.

 

En todo caso, como dicho, el voto católico queda dividido entre el posibilismo de la CEDA y la oposición antirepublicana de los monárquicos y tradicionalistas. La jerarquía, se muestra más posibilista que tradicionalista. Se le puede acusar de jesuitismo; como los mismos rojos aunque con otra intención.

 

En cuanto a los anarquistas, estaban de vuelta de la República porque en el bienio republicano-socialista sufrieron una violenta represión por las izquierdas en respuesta a sus conatos revolucionarios. Basta recordar los sucesos de Casas Viejas. Pero, por otra parte, también tenían encarcelados muchos militantes tras la Revolución de Asturias. Generalmente se cuenta que en el 33 las derechas ganan porque los anarquistas se abstienen, mientras que en las elecciones del 36 el Frente Popular habría ganado porque los anarquistas le votaron. El libro trata de dilucidar cuál fue la influencia real del voto anarquista, si lo hubo.

 

En 1936, la bandera de la amnistía podía relajar, a priori, la propaganda antielectoral de los anarcosindicalistas, que también tenían presos por «Octubre».

… la amnistía ha sido tradicionalmente interpretada como el motivo fundamental que explicaría un supuesto cambio de actitud por parte de la CENT y la FA ante las elecciones de 1936, ratificado por las memorias e historias de varios autores anarquistas.

… solidaridad tácita con las izquierdas obreras, dado que, como recordaba Abad de Santillán, «la abstención era el triunfo de Gil-Robles», y eso, a su vez, significaba «la implantación de un régimen fascista en España por vía legal»

El corolario de esta actitud, el voto en masa del anarcosindicalismo, habría resultado decisivo para que en 1936 triunfaran las izquierdas, de la misma forma que el abstencionismo

Hubo, no obstante, dos matices respecto a 1933: la afirmación de que la propaganda debía hacerse «sin estridencias ni demagogias» y la falta de referencia a un movimiento revolucionario electoralista como el de diciembre de 1933, que ahora la organización no estaba en condiciones de afrontar. 

Pero esa relativa contención respecto a las resoluciones de 1933 en absoluto se interpretó como una declaración de no beligerancia hacia el Frente Popular. El boicot antielectoral de aquel año se había orientado, ante todo, a legitimar una insurrección inmediatamente después de las elecciones, y pretendía apartar previamente del proceso político a la militancia anarcosindicalista.
El órgano de prensa del sindicato, CNT, pidió a sus militantes que impidieran a los electores acudir a votar, destruyeran las papeletas y las urnas electorales, y agredieran a los candidatos y los miembros de mesa. Y las violencias durante la campaña y la jornada electoral demostraron que esas apelaciones no quedaron en pura retórica.

Dado que no era posible comprometerse a nuevas insurrecciones, no podía repetirse una campaña abstencionista de altos vuelos como la de 1933. No por ello había de rebajarse la crítica a los partidos de izquierda. Sencillamente, apuntaba Solidaridad Obrera, las circunstancias aconsejaban «una propaganda abstencionista, pero no violenta».

Que no hubo asomo de acercamiento al Frente Popular lo prueba el rechazo contundente a los numerosos requerimientos de colaboración electoral que se les hicieron desde la prensa, algunos tan conocidos como los de Largo Caballero en enero de 1936: «Pido a los camaradas de la CENT que se nos unan […]. Deben definirse y deben comparecer en la próxima lucha electoral». La respuesta anarcosindicalista fue la de reafirmar su «antipoliticismo» y negarse a todo contacto con el PSOE o la izquierda republicana.

José Antonio Trabal, representante de Companys, que les incitó «a impedir que se realizase propaganda antielectoral». A cambio, si triunfaban las izquierdas, Companys se comprometía a suministrar armas a los cenetistas.

La postura oficial de la CNT la estableció definitivamente su comité nacional en un manifiesto que hizo circular a menos de dos semanas de las elecciones. Significativamente, el comité parecía inclinarse por un triunfo de las derechas. Con ellas en el poder «se extremarían los medios represivos», pero en ningún caso podrían «abatir de una manera fulminante a las fuerzas de oposición» y acabarían provocando «un nuevo alzamiento de todos los enemigos de la dictadura.

… el comité nacional dejó claro a qué debían atenerse las izquierdas: «Dense por contestados quienes ingenuamente soñaron con nuestro auxilio directo en la reposición de la farsa electoral».

Hasta en Asturias, donde pareció en un primer momento que la CNT no entorpecería un triunfo del Frente Popular, hubo militantes que repartieron folletos criticando a los socialistas y pidiendo que no se votara a las izquierdas.

Esta retórica la usaron incluso dirigentes que, como Abad de Santillán, negaron posteriormente haber participado en la campaña abstencionista. Este escribió editoriales en Tierra y Libertad, órgano de la FAI, donde explicaba que «el pueblo» debía comprender «que no valía la pena […] favorecer la reconquista del poder por quienes no han hecho otra cosa […] que reprimir a sangre y fuego […] el derecho a la vida y a la libertad».

 

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Foto: Abad de Santillán. 

Esta postura desesperaba a los partidos de la izquierda obrera. Para Ramón Magre, del POUM, el anarcosindicalismo actuaba «como lo hubiese hecho setenta o cien años atrás: inhibiéndose o peor aún, combatiendo la acción electoral». Los socialistas preguntaban a la CNT si era «táctica aconsejable dejar abandonados en los presidios a los camaradas», pues, en opinión del comunista José Díaz, abstenerse era «un crimen» que hacía «el juego a la reacción». Y quienes más irritados se mostraron fueron los dirigentes del Partido Sindicalista que, en calidad de antiguos cenetistas, esperaban algún respaldo del anarcosindicalismo para contrapesar el desequilibrio a favor del obrerismo marxista en el Frente Popular.

… la CNT abogaba por una amnistía que no era la de las izquierdas. Si estas habían acordado una amnistía de los «delitos político-sociales», los primeros la entendían como un indulto general, que incluyera los delitos comunes y permitiera vaciar las cárceles, según aprobaron en una resolución del Pleno de regionales. Porque para ellos los presos comunes eran víctimas de la «funesta constitución social, burguesa y cruel, que todos padecemos[426]».

A fin de cuentas, los de Azaña habían sido los que habían aprobado esas «leyes absurdas, represivas e ignominiosas» [de Orden Público y de Vagos y Maleantes], y los que dejaron la pena de muerte vigente en el fuero militar.

 

Se demostraría en los días posteriores a las elecciones, cuando los anarquistas adquirieron un papel destacado en las manifestaciones y los conatos de asalto a varias prisiones.

David Antona lo explicitó más: «Al fascismo no se le combate con papeletas, se le combate por sus mismos procedimientos, por la violencia».

… había un obstáculo mayor que distanciaba a la CNT del Frente Popular. Para una parte sustancial de sus dirigentes la democracia, también producto del capitalismo, era intrínsecamente reaccionaria. Por tanto, todo el que colaboraba con la democracia retrasaba la emancipación revolucionaria del proletariado y, por ende, facilitaba el advenimiento del fascismo.

… los cenetistas llamaron la atención en 1936 no solo sobre el peligro del «totalitarismo fascista», sino también de «la dictadura del proletariado […] igualmente reaccionaria, regresiva, destructiva de la libertad y de la dignidad humana», que no pretendía acabar con el Estado opresor sino conquistarlo para sus propios fines, contrarios a la emancipación del proletariado.

… el comité propresos de la Regional Andaluza pidió la abstención total porque el triunfo de las izquierdas significaría «aupar un fascismo rojo».

… para la CNT la izquierda republicana no difería mucho de las derechas, pues constituía «un fascismo […] salpicado de figuras masónicas»

… con los escamots, «Cataluña, durante el predominio esquerrano, navegaba a velas desplegadas hacia el nacionalfascismo».

Como puede verse, la CNT y la FAI mantuvieron hasta el final su táctica y, donde ambas tenían arraigo, hubo campaña abstencionista, con las únicas excepciones de Asturias, y no toda, y de Zaragoza.

Quizá por ello los autores anarquistas construyeron, a posteriori, un relato que reinterpretaba de forma más heroica la realidad. Sin duda, la CNT quedaba mejor retratada para la posteridad como el factor clave que había permitido la victoria de las izquierdas en 1936 y, por tanto, como el principal animador de la «lucha antifascista».

Lo que hemos leído es muy distinto del relato que generalmente se cuenta sobre la participación de los anarquistas en las elecciones de 1936. El libro acaba con el mito de que el triunfo del Frente Popular se debe al voto anarquista.

El último asunto del capítulo es la violencia durante la campaña electoral de aquella idílica “república de trabajadores de todas las clases”.

 

Durante las elecciones de noviembre de 1933 se habían registrado un número considerable de episodios violentos directamente asociados con la competición partidista, más de 300, con el resultado de 85 víctimas, entre muertos y heridos graves.

… en fecha tan temprana como el 12 de enero, el mismo Portela tuvo ya que admitir que se habían disparado las agresiones de carácter político. Para entonces la CEDA había recogido su primera víctima mortal de la campaña, un joven japista, Mariano Martínez, fallecido el día 5 en Auñón (Guadalajara), tras recibir varios disparos a manos del alcalde socialista.

… es evidente que la cifra del total de muertos y heridos graves sugiere la existencia de una violencia de mayor envergadura de lo que hasta ahora se había supuesto, al llegar a más de 120 víctimas.

… las muertes se produjeron mayormente en tres tipos de situaciones. La primera, como resultado de los enfrentamientos de diversa naturaleza entre grupos de ideologías rivales: reyertas callejeras, enfrentamientos producidos durante el reparto de propaganda, choques por causas diversas, enfrentamientos ante sedes políticas o tras mítines, etc. En este grupo hubo unas 40 víctimas (11 muertos y 29 heridos). La segunda, también con una cifra elevada de muertos (13 personas fallecidas y 4 heridas) consistió en enfrentamientos de grupos de extremistas con las fuerzas del orden.

 

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Casi una tercera parte de esas víctimas lo fueron durante la jornada electoral, lo que refleja un elevado grado de violencia premeditada durante la recta final de la campaña.

De los 86 casos conocidos, al menos 43 víctimas pertenecían a algún partido de izquierdas, en su mayor parte socialistas y comunistas. De derechas constan 36, que se reparten casi por igual entre falangistas y cedistas; aunque el balance de fallecidos es claramente desfavorable a los afiliados de la CEDA y sus juventudes

Más difícil es averiguar la ideología de los agresores. Se ha logrado en tres de cada cuatro casos. Así, 47 de las víctimas son atribuibles a individuos de izquierdas y 29 a elementos de derechas.

Respecto del lado derechista, todo indica que los falangistas fueron mucho más violentos que cualquier otro sector político. Los cedistas se vieron envueltos, aproximadamente, en un 25% de los episodios pero, a diferencia de los falangistas (responsables de una de cada dos víctimas causadas por derechistas), el uso de la violencia tuvo en ellos un carácter básicamente defensivo

Sobre los los muertos causados por la policía: “se había registrado una agresión previa por parte de los fallecidos o sus compañeros, o bien habían sido estos los promotores de la violencia que había propiciado la intervención policial. Además, se trataba casi siempre de personas vinculadas a grupos de extrema izquierda.

Es significativa su extensa distribución: casi el 50% de las provincias tienen al menos un muerto. Solo las provincias gallegas representan una anormalidad, pues acumulan varios fallecidos en la recta final de la campaña y la jornada electoral, nada menos que una cuarta parte del total.

Pero no es menos cierto que no puede hablarse de normalidad cuando se registraron diariamente, entre el 1 y el 16 de febrero, una media de quince actos de violencia. En ellos predominó un tipo semejante a los sucesos de Montemayor: choques directos entre grupos de propagandistas o afiliados de ideas contrapuestas, en los que se disputaba el dominio de la calle y la posibilidad de ejercer la propaganda.

… se conoce en 54 episodios, más de la mitad del total. De ellos, en 38 la iniciativa partió de personas vinculadas a las izquierdas, mientras que los derechistas iniciaron 16. Y entre los segundos, los falangistas llevaron la iniciativa en un 80%. Por consiguiente, se puede apreciar bien la especial agresividad de los afiliados de Falange, en consonancia con su predisposición a ejercer la violencia con determinación. Y, desde luego, destaca claramente la violencia proactiva de socialistas y comunistas, orientada sobre todo a impedir la propaganda cedista

Por lo que se refiere a los ataques contra sedes políticas, un aspecto revelador de la violencia electoral extrema, casi dos de cada tres episodios afectaron a las de partidos derechistas. El más grave, con diferencia, tuvo lugar en Vigo el 7 de febrero. Un grupo de pistoleros sindicalistas asaltaron la sede de Falange.

En cuanto a los atentados políticos, numéricamente importantes y que datan en su inmensa mayoría de la primera quincena de febrero, dos de cada tres actos con información completa fueron llevados a cabo por individuos de izquierdas. Los cedistas fueron los peor parados, pero los falangistas también se convirtieron en objetivo prioritario.

Más de medio centenar de mítines no pudieron llevarse a cabo o se vieron alterados de forma significativa. En este caso, se ha podido identificar a casi todos los responsables: más del 80% estaban organizados por grupos de derechas y fueron reventados por individuos de izquierdas

Sin embargo, es significativo que más de la mitad de los mítines reventados a los conservadores fueron organizados por los cedistas. No parece, por tanto, que los japistas estuvieran especialmente entrenados para repeler la violencia, lo que cuestiona las tesis acerca de su supuesta paramilitarización. Ni siquiera protagonizaron o alentaron un número significativo de actos de violencia electoral, como ya han señalado algunos estudios provinciales.

… a la luz de los datos analizados, que la violencia política tuvo una significativa presencia en la campaña electoral de 1936. Y si no fue mayor se debió, seguramente, a las medidas preventivas del Gobierno.

… la violencia fue mucho más relevante y menos esporádica de lo que los estudios disponibles señalaban hasta ahora.

… los muertos y los heridos graves causados por policías fueron uno de cada diez. Y en un 80% de los casos todo indica que hubo algún tipo de agresión previa a los agentes o que estos intervinieron cuando ya se había desencadenado la violencia.

 

En semejante situación, poner la ciudadanía a votar fue jugar a la ruleta rusa. Y así salió la cosa.

Adelanto una reflexión: el asunto más debatido del libro en las reseñas de prensa es el número de votos de cada parte y si ganó el Frente Popular y por cuánto margen. Creo que es un error enfocar el debate en el número de votos. Dado el número de muertos -y los llamamientos a la revolución que se hacían-, el resultado de las elecciones me parece irrelevante. El hecho de que el debate se centre sobre los resultados muestra solo lo hondo que ha calado la superchería democrática, que solo da legitimidad a los gobiernos salidos de las urnas. Por eso, la cuestión para muchos polemistas (ellos se llaman historiadores, pero no lo son) es el número de votos (o mejor el de escaños), como si ganar las elecciones (sacar más escaños) legitimara toda la violencia de antes y, sobre todo, de después de las elecciones, porque “era lo que quería el pueblo”.

Pues no; no es ese el asunto. Un país no se puede permitir 85 víctimas -entre muertos y heridos graves- en unas elecciones y otras 120 en las elecciones de tres años después. Ese país necesita un régimen autoritario. 

A este propósito, le preguntaríamos al señor Alcalá Zamora ¿cuántos muertos se producían durante las elecciones de aquella Monarquía en la que usted fue un flamante ministro?

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