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Cipriano Bonilla Valladolid rememora el drama existencial Calderoniano, en su famosa obra teatral “la vida es sueño” datada en 1635, del nacer y morir. El destino a veces impone una manera cruel, indigna, brutal e inhumana. El caso que nos ocupa fue de libertad esclarecida con el auxilio divino y por la entrega a su devoción. Así se vivía y moría en España, en esa idílica y democrática república a manos de socialistas, comunistas, anarquistas y separatistas. Algo que la memoria histórica, democrática o no, quiere impedir que se conozca. De la valentía, el rigor intelectual y el amor a la verdad depende el impedirlo o no. También de la existencia de un estado de derecho y de la voluntad política de no blanquear la historia de la guerra civil a sus máximos responsables.
Uno de los más crudos exponentes del drama Calderoniano, donde la angustia metafísica de haber nacido le lleva al destino a perderla por su conciencia y culto, recta y vocacionalmente formada. Con trescientos años de retraso, ese drama lo reencarna Cipriano Bonilla Valladolid, coadjutor de Corral de Almaguer (Toledo) en los violentos días que siguieron al 18 de Julio de 1936. Nacido en abril de 1908 en la provincia de Cuenca, El Provencio. El mayor de 7 hermanos, sus padres eran unos modestos labradores que se ganaban la vida con enorme esfuerzo, en interminables horas de sol y esperanza. De vocación temprana, ingresó en el Seminario de Cuenca con 11 años.
La vocación de Cipriano no sufrió alteración por el contratiempo de tener que hacer diez meses de servicio militar en Melilla, donde se ocupo de la enfermería y del auxilio espiritual y material de los enfermos o heridos. Finalizado el servicio militar volvió al seminario y, una vez ordenado sacerdote, ocupó la parroquia de Los Hinojosos y de Villagarcía del Llano, desde la que fue trasladado como coadjutor a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Corral de Almaguer (Toledo), aunque, entonces, pertenecía a la diócesis de Cuenca.
Una joven religiosa del pueblo que declaró como testigo en el proceso de beatificación que sigue la Iglesia bajo el epígrafe de “Mártires del siglo XX”, afirma: “puedo decir que era muy querido por todo el pueblo, en su modo de actuar se le veía la santidad que tenía. Ayudó a unas veinte jóvenes del pueblo que querían ser religiosas… era una persona muy buena… Como en mi casa no me dejaban ir a Misa, yo me arreglaba como podía para ir a comulgar. Siempre que iba a la iglesia lo encontraba allí de rodillas ante el Sagrario, dispuesto, a cualquier hora, a darme la comunión. Era un buen ejemplo de sacerdote».
Cipriano Bonilla fue el primer sacerdote apresado y martirizado en Corral de Almaguer. La cruda realidad histórica, esa que no será recogida en la memoria falsa y democrática que pretenden imponer, nos dice que fue detenido el 21 de Julio de 1936 y torturado durante un mes, hasta el 21 de agosto. Así terminaba la vida de Cipriano, con 28 años edad, dedicado en cuerpo y alma al prójimo y sin enemigo que pudiera declarase. ¿Tenía derecho a mirar al cielo implorando “…ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo…”?
Otro testigo narra que presagiaba su martirio, cuando le hablaron de las detenciones en el Seminario Diocesano de Cuenca, «Se avecina algo muy duro y vamos a sufrirlo nosotros; yo ya sé porqué (se refería a que él había fundado en la Parroquia la Acción Católica y por ser sacerdote)”. Y todavía les dijo: -«¡Veremos cuántos apostatas habrá!».
El 17 y 18 de Julio se paso todo el día en el confesionario. El 19 de Julio las autoridades clausuraron el templo, que fue posteriormente saqueado e incendiado. El 21 de Julio fue apresado de madrugada D. Cipriano. En la última misa – refieren los testigos – nos dio la paz de manera muy sentida. En la iglesia “tan sólo estábamos unas cuantas chicas, dos sacerdotes y algunas señoras”. Desde dentro se oía que en la plaza había mucho ruido; “tres mujeres que querían refugiarse en la iglesia fueron asesinadas en la puerta por los escopeteros milicianos”. Los sacristanes se llevaron a D. Cipriano a su casa. Allí fueron a buscarle; él no opuso resistencia
Ya en la cárcel, ante varios presos del pueblo le obligaron a blasfemar y a renegar de Cristo, pero él no lo hizo nunca; les dijo a los agresores que no perdieran el tiempo con esas cosas, que jamás ofendería a su Dios. A partir de entonces todas las noches le daban palizas hasta dejarlo extenuado, repitiendo que blasfemara, sin que saliera de sus labios una sola queja. Al día siguiente, amanecía recuperado, por lo que le aumentaron las palizas, no dejándolo descansar ni de día ni de noche. Al ser pleno verano, en tiempo de siesta, le llevaban a una era cerca del cementerio y le hacían aventar trigo en una maquina vieja y cuando lo ataban le ponían con los brazos en cruz. Así repitieron todos los días la misma operación».
Hasta que, según el relato de los testigos de cargo: «Después de haber sido bárbaramente torturado durante muchos días en la cárcel, en la madrugada del 21 de agosto, la camioneta partió a toda prisa, ocupada por cuatro verdugos: tomaron la carretera que conduce al pueblo vecino de La Villa de D. Fadrique. Bordeando el río Riansares por el margen izquierdo. Unos kilómetros después, enfrente de la casa de una finca que se llamaba “el Monte del alcalde”, la cuerda se rompió y el cuerpo destrozado quedó abandonado casi en la misma puerta; sus verdugos no se habían percatado. Cuando se dieron cuenta dieron marcha atrás y dejaron su cadáver dos kilómetros más abajo, en una tierra que se llama de los Monjes, cercana al Puente de la Oveja sobre el Riansares, “en las afueras de Corral de Almaguer y allí lo dejaron abandonado«.
La providencia quiso que un padre que iba acompañado de su hijo, menor de edad, oculto había presenciado el terrible suceso y, una vez que los verdugos abandonaron el lugar, se acercaron, hicieron una pequeña fosa y lo enterraron. Al terminar la guerra los jóvenes de la Acción Católica fueron a donde estaban sus restos, los desenterraron y envueltos en su bandera los depositaron en una Capilla, llamada desde entonces de los Mártires, de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Corral de Almaguer (Toledo), donde, hasta ahora, reposan.
No encuentro mejor epitafio de una vida y de la ferocidad de una época de barbaros que hoy quieren maquillar, con una ley espuria, arbitraria, inconstitucional y cainita. El drama Calderoniano vuelve a cernirse sobre nosotros: “¡Ay mísero de mí, y ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido”.
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