09/05/2024 21:49
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Consideraciones:

Como me parece excesivo, dado que mi contribución a se limita a extractar párrafos de mis lecturas añadiendo algunos comentarios, me parece excesivo, repito, publicar un artículo agradeciendo a Álvaro Romero la labor realizada en ÑTV y desear a Ignacio Fernández Candela la mejor suerte con la dirección y edición de este medio. Pero quiero dejar aquí constancia de ello.

Para Álvaro, “Nada de párrafo de gracias, simplemente, gracias”… y espero haber dicho con esas palabras mucho más que lo hubiera podido decir con una larga parrafada. Para Ignacio, por la misma razón: “Vista, suerte y al toro”. Y también gracias. Primero, por hacer que la nave siga navegando, porque soy principalmente un lector de ÑTV y me faltaría algo si desapareciera. Y segundo, por seguir contando con mi colaboración.

* * * * *

Esta es la decimoquinta parte del repaso al libro Mis recuerdos, de Largo Caballero. Las partes anteriores están aquí.

 Carta decimonovena: En el destierro

Largo Caballero se va al exilio como un político amortizado al que nadie hace caso:

Querido amigo: El Gobierno francés no hizo nada por mí, pero tampoco puso ninguna dificultad para mi estancia en Francia. Solicité las cartas de identidad, y después de una información minuciosa me las dio oficialmente. No estaba obligado a más, y no tengo derecho a quejarme.

El comunista francés Martín, que había estado en España con las Brigadas Internacionales, publicó un artículo en «L’Humanité» diciendo que Araquistain y yo éramos los responsables de haberse perdido la guerra, porque detrás de nosotros habían entrado en Francia millares de españoles siguiendo nuestro ejemplo. Era concedernos mucho poder de atracción, pero se quedó tan fresco.

Un correligionario español tenía que visitar al Secretario del Partido Socialista Paúl Faure, y le di una carta de presentación rogándole que le recibiera. Ni le recibió, ni me contestó.

Lo hecho por los dirigentes del socialismo francés era más propio de afiliados al nacionalsocialismo alemán, al fascismo italiano o al falangismo español que al socialismo marxista internacional. Después he sabido que no pocos de ellos eran negrinistas incondicionales…

La derrota y las circunstancias del exilio multiplican las divisiones:

Por otra parte existían muchos organismos españoles que luchaban entre sí: dos Ejecutivas del Partido; otras dos de la Unión General; lo mismo sucedía con las Juventudes y algunos más. Eran demasiados para poder entenderse, y sería inoportuno aumentar el desconcierto entre los emigrados. Cuando insistían, para evitar la continuación de las instigaciones publiqué mis cartas en un folleto que fue repartido entre los españoles.

Carta vigésima: El S.E.R.E. y la J.A.R.E.

Este es el asunto de las dos asociaciones que se encargaron de repartir el botín que habían sacado de España, producto de las cuantiosísimas depredaciones. Largo Caballero, que no estuvo en una ni en otra, nos da información de por dentro:

De un lado está el SERE de Negrín:

Es de suponer que [Negrín] se ocupó de preparar el tinglado para actuar una vez terminada la Guerra Civil, colocando fondos en varios sitios y a nombre de diferentes personas. El oro depositado en Rusia había de servirle para la maniobra, quedando allá como depósito de garantía, ya que en Francia e Inglaterra se convertiría en francos y libras papel.

 Con esos medios económicos constituyó Negrín el S.E.R.E. Creyó que volveríamos pronto a España, y procuró sostener una clientela que le sirviese de apoyo después de la repatriación.

 Del otro lado está el JARE de Prieto, con el tesoro del Vita:

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Querido amigo: Dado el plan de lucha en que se habían colocado Prieto y Negrín, parecía extraño que no surgiera otro organismo frente al S.E.R.E. Posiblemente lo impedía la carencia de dinero, pero la casualidad hizo que esa dificultad desapareciera. Negrín, y su titulado Ministro de Hacienda, señor Méndez Aspe, encomendaron a Enrique Puente una misión importante para México. Este individuo, Enrique Puente, había sido panadero; fue presidente de la Juventud Socialista de Madrid jefe de un grupo denominado «La Motorizada», organización particular armada al servicio de Prieto para atemorizar a los tímidos en la querella que sostenía con elementos del Partido y de la Unión; durante la guerra civil fue comandante de Carabineros. La misión que se le encomendó fue la de llevar a México un importante número de bultos conteniendo objetos de valor. Para el transporte adquirieron un barco —el «Vita»— y contrataron un equipo con su capitán correspondiente.

Los bultos que el barco transportaba deberían ser entregados en Veracruz a un médico, amigo de Negrín —doctor Puche—, que residía en Washington y que debía trasladarse a México para hacerse cargo de todo. El barco llegó al puerto de Veracruz, pero el médico no estaba porque se había retrasado. La gente acudió al puerto para ver el barco, que nadie sabía a qué iba ni de quién era; pero empezó a circular la especie de que transportaba el tesoro español y hasta los periodistas acudieron para informar del acontecimiento. El rumor despertó codicias, o alguien se enteró de la verdad del caso, y quisieron sacar sabrosa tajada a cambio de no denunciar la verdadera carga del barco. El Capitán bajó a tierra y durante su ausencia, la Aduana verificó su visita, pero no dio con lo que en el barco se ocultaba. La situación de Puente y la de los que le acompañaban se hacía por momentos más comprometida, y para salir del atolladero se pusieron en comunicación con Prieto, al que dieron cuenta cabal de lo que se trataba y le ofrecieron la entrega del barco con lo que contenía. Prieto, haciéndose cargo del caso, celebró entrevistas con las autoridades para que facilitasen la admisión de lo que dicen han de ser medios de sostenimiento de los españoles refugiados y de movilización de riqueza para México, tanto en la industria como en la agricultura. Obtenidas las facilidades deseadas, se trasladó a tierra, a lugar seguro, lo que se empezó a llamar tesoro del «Vita». Por su parte. Prieto informó a la Diputación Permanente de las Cortes, que se había visto sorprendido con un ofrecimiento que no esperaba; que no podía aceptarlo a título personal y que lo ponía a su disposición, sugiriendo que se nombrase una Comisión que se hiciera cargo de todo y lo administrara. La Diputación Permanente lo aceptó y a la cabeza de la Comisión administradora, quedó Prieto. La expresada Comisión fue bautizada con el nombre de Junta de Auxilio a Refugiados Españoles (J.A.R.E.).

Una anécdota para rematar todo:

Prieto, por lo visto, no hizo ningún caso del telegrama. Realmente, tampoco conocía la importancia de lo transportado. Entonces decidió trasladarse a París para informar directamente a la Comisión Parlamentaria y se embarcó en el «Normandie», dando la casualidad de que en el mismo barco tomó también pasaje el señor Negrín; éste viajaba en primera clase y Prieto en segunda.

Carta vigésimoprimera: Empieza la Segunda Guerra mundial

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Largo Caballero se queda en Francia para no alejarse de sus hijos presos:

Los periódicos y la radio informaban que el ejército alemán se dirigía a París. La caída de la capital de Francia era cosa de días, acaso de horas. Tuve que marchar con mis hijas y mi cuñada. Preparamos dos maletas con ropa interior, la más precisa, saliendo a la ventura, sin tener un lugar determinado a donde dirigirnos. No soy un Ulises, pero iba también a vivir mi Odisea. Salimos de París en ferrocarril el día doce de junio, dirigiéndonos a Etampes, donde vivían dos familias de españoles que no conocíamos, pensando que podríamos estar allí hasta orientarnos y decidir a dónde ir.

El éxodo era horrible. Las carreteras estaban interceptadas con millares de evacuados de París y los pueblos que le rodean. Hombres, mujeres, niños, ancianos, a pie, en autos, en bicicletas, en carros y a caballo, pasaban sin cesar ante nuestra vista de día y de noche; el corazón se oprimía al contemplar aquella muchedumbre, que como el pueblo de Israel, pero sin Moisés, iba en busca del lugar de salvación. Buscamos comida y sólo pudimos encontrar una lata de sardinas y un poco de queso.

Querido amigo: Llegamos a Tours y no nos permitieron entrar en la ciudad. El Gobierno francés estaba allí y había que seguir hasta Angouleme. Era tan grande el número de carruajes, que ocupaban varios kilómetros de carretera. El día lo pasamos andando a paso de tortuga. Encontramos para comer pan y longaniza. Toda la noche la pasamos haciendo paradas, dejando pasar camiones militares. A la mañana siguiente, sin haber dormido, llegamos a Angouleme.

Pedí billetes para Albí y me los despacharon. Pasamos por Limoges, donde tuvimos que bajar en la estación para cambiar de tren. Allí había millares de viajeros que querían marchar a otros destinos; no se encontraba ni un empleado que pudiera informar a tantísima gente de cuál era el tren que deseaban tomar.

Yo tuve un incidente con un jesuita porque me empujó para impedir que me sentase, diciendo que los franceses tenían más derecho que los españoles. ¡Hermandad cristiana!

Hombre, me parece natural que en Francia tengan más derechos los franceses. Que esto lo diga quien expropió y expulsó de España a los jesuitas españoles es otra muestra más de su completa incapacidad para ponerse en lugar de los otros. Lo mínimo que se merecía Caballero del jesuita era una buena patada en el trasero.

 

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