17/05/2024 08:11
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Esta es la parte décima de la serie de artículos sobre el libro de Jesús Hernández Tomás, Yo fui un ministro de Stalin. Repasaremos aquí el Capítulo VIII. Los temas declarados por el autor son:

Antes que Franco, nos vence Moscú. La mentira de la resistencia. Sin Gobierno y sin Buró Político. La provocación soviética. Sublevación de Cartagena. La Junta de Casado. La fuga de los cobardes. Togliatti apuñala la lucha.La tragicomedia de la España roja está a punto de concluir (y hay que decir que da cierta pena porque también era España).  Los de la resistencia a ultranza se cubren las espaldas con los aviones prestos para la huida. Esto es de una conversación con un tal Mena (no hay otra identificación):

… ¿Que Negrín está en Elda?… Está en Elda y en todas y en ninguna parte a la vez. El Gobierno es una entidad más abstracta que concreta, más aparente que real. Por carecer, carece de todo resorte de mando y de residencia social. ¿Qué se le pierde al Partido cerca de esa sombra errante? ¿Por qué se aleja el Partido de los centros principales de comunicación y se sepulta en ese perdido pueblecito alicantino?

—Pues no te enojes: creo que para el Gobierno y para la dirección del Partido Elda no ofrece otras razones estratégicas que de contar con un magnífico aeródromo, ni más motivos tácticos que los motores de los Douglas siempre al ralenti.

 

—Eres venenoso, Mena. Da gracias a que te conocemos, pues por mucho menos hemos fusilado a excelentes camaradas.

 

Llegamos a Elda con las primeras sombras de la noche. Y a bocajarro recibo la noticia de que en los fuertes de Cartagena ondea la bandera franquista. Busco a Negrín y Negrín no está. Busco a Pasionaria y me dicen que se halla de visita en «Los Llanos», aeródromo de Albacete.

 

Para colmo de males se produce la sublevación de Cartagena. Nadie se hace cargo de nada, pero es sofocada pronto, afortunadamente para los jefes rojos.

Los militares “leales” empiezan a conspirar para sacudirse de encima a Negrín y los comunistas y rendirse:

Mi entrevista con Miaja me convenció de que estábamos ante la inminencia de la sublevación. Salí de ella con la seguridad de que la cabeza visible de la sublevación sería la de Miaja. Mis cálculos fallaron a medias. Casado se adelantó a él. Miaja, a posteriori, se avino a tomar la Presidencia de la Junta de Casado.

 

El día 5, a las 11 de la noche, la radio de Madrid trasmitía una alocución anunciando la desaparición de los poderes de Negrín y la constitución de un Consejo Nacional de Defensa, que la gente simplificó llamándole Junta. La Junta hablaba de «resistir hasta la muerte», de luchar «hasta lograr una paz digna y honrosa» y alegaba que «el Gobierno de Negrín carecía de legalidad por la dimisión del Presidente Azaña», que «la política de Negrín es la dictadura solapada de un partido que sirve intereses extranjeros».

 

La situación era curiosa. El Grupo de Ejércitos con todo su Estado Mayor se había acuartelado, pero no actuaba en sublevado. El golpe de la Junta de Casado les había desconcertado y «pisado» su propio plan de levantamiento. Miaja estaba de conferencias continuas con el coronel Casado. Sin duda, se hallaba enojado porque se le habían adelantado. Más tarde llegaron a un acuerdo. Casado le propuso la presidencia de su flamante Junta y Miaja aceptó, cometiendo la mayor torpeza de su vida de soldado. No tardó en arrepentirse. Pero el paso estaba dado y la Junta y los juntistas lo explotaron ampliamente. El prestigio de Miaja daba cierto lustre a los confabulados.

 

Las fuerzas con las cuales había acuartelado el Grupo de Ejércitos eran todas de significación comunista, pues formaban parte de una vieja división de «El Campesino». Eso les contenía en sus deseos de atacar nuestro cuartel general: temían ser desobedecidos.

 

Últimas maniobras del cuartel general del PCE:

Serían al filo de las dos de la mañana cuando volví a conectar con la residencia de Negrín en Elda. En vez de Negrín se puso al habla Uribe.

 

—¿Qué habéis decidido? —pregunté.

 

—Nada todavía. Negrín sigue informando —contestó Uribe.

 

—¿Y vosotros?

 

—Escuchando —dijo tranquilamente.

 

—La actitud de Negrín está descartada. Desiste de la lucha y seguramente en cuanto amanezca abordará el avión y abandonará a España —dije.

 

—Eso creo yo también, pues está tratando de convencernos de que «no hay nada que hacer» y que lo peor es «acabar bañándonos en sangre entre nosotros».

 

—¿Y qué haces tú en semejante velatorio del Gobierno? —pregunté irritado.

 

—Esperar a ver qué se decide.

 

—¿Quiere decir que si el Gobierno se decide por el abandono tú te fugarás con él? —le dije rabioso.

 

—Haré lo que me pide el Partido —contestó sin alterarse.

 

—¿Pero dónde está el Partido? —grité.

 

—No lo sé. Llevo aquí encerrado desde las 11 de la noche.

 

—¿No sientes la necesidad de saber si se han reunido, qué acuerdos han tomado, y qué órdenes han circulado? —volví a preguntar.

 

—La casa donde está el Partido no tiene teléfono —contestó.

 

… En el colmo de la indignación, volví a llamar a Negrín. Ya no contestaba nadie. Pregunté a la joven que atendía la centralilla de teléfonos en Elda si podría comunicarme con alguna autoridad oficial y me contestó que lo intentaría. Diez minutos después me hacía saber que lo que ella conocía como dependencias oficiales no daban señales de vida. Como le mostrara mi incredulidad, me prometió enviar a su hermanita, que estaba junto a ella, a la dirección que le indicara para encontrar a los interesados…

Esto es una conversación con Manuel Delicado, el miembro del PCE que coje el teléfono:

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—Yo no sé gran cosa. El Gobierno ha decidido marcharse. Hace un rato que Negrín estuvo en la casa del Partido. Creo que ya está en el aeródromo. Por aquí veo preparativos de marcha. Creo que Pasionaria se va dentro de un rato y Stepanov también. No lo sé de seguro, pero creo que el general Hidalgo de Cisneros ha hablado con Líster sobre esto.

 

—¿Y vosotros? —pregunté.

 

—Se dice que nosotros saldremos después.

 

—¿Está Uribe entre vosotros? —pregunté.

 

—Sí; está con Pasionaria, Stepanov y Togliatti. Deben estar reunidos.

 

Hacía tiempo que venía mintiéndome a mí mismo, cerrando los ojos por miedo de ver el desolado panorama de mi desilusión. Con la desesperación de un náufrago me aferraba a los podridos maderos que flotaban en el mar de mis angustiosas dudas. Y dudar —me decía— es ya dejar de creer. Y yo no quería creer en mi descreimiento. Atribuía a mi nerviosismo, a la neurosis de la derrota, a la desesperada situación en que nos hallábamos todos, la malignidad de mis reflexiones. Era un subterfugio por el que pretendía escapar a mi desplome espiritual, por miedo a quedar suspendido en el cruel vacío de los sin fe. Prefería una mala fe a quedarme sin ninguna.

El comunismo es una religión.

 

La radio trasmitía extractos de los editoriales de la prensa republicana, socialista y anarquista, rivalizando en ataques inmisericordes contra los comunistas. Era como un torneo frenético de rencores en emulación, que habrían de hacer escribir a García Pradas, anarquista y una de las figuras principales de la sublevación: «… Se veía inevitable y próximo el triunfo de Franco»… «Este miedo tuvo una derivación política peligrosísima, manifestada en algunos periódicos tan extremados en el ataque al Partido Comunista, que me dieron la impresión de que sus directores, cobardes y encanallados, pretendían garantizar su existencia ofreciendo a Franco el exterminio de los «bolcheviques». (La Traición de Stalin, página 103.)

Conversación con Menéndez, jefe del Ejército de Levante:

—Reflexione usted, Hernández —dijo el general Menéndez—. Supongamos que ustedes derriban a la Junta ¿qué poder van a constituir, cuando todos los partidos políticos y las organizaciones sindicales están contra ustedes? Cualquier tipo de poder, será el soviet con el nombre que ustedes quieran. ¿Quién les va a obedecer? ¿Cree usted que estamos para dictaduras? No sean ustedes locos. Esto se hunde sin remedio.

 

La voz del general en jefe del frente de Levante, era la voz de toda la gente honesta que en los frentes y en la retaguardia se hubiesen batido hasta la muerte por defender al Gobierno y que en la mañana del 6 de marzo no encontraban otro poder constituido que el de la Junta…

 

… Al levantarse en la mañana del seis de marzo se encontró en la primera página de todos los periódicos la noticia del nuevo poder, la fraseología retumbante de los discursos, la promesa de una paz inmediata y la noticia de la traición y huida del Gobierno y de los comunistas.

 

Una conversación con un tal Larrañaga:

—… En Elda, cuando llegué, Negrín ya se había marchado con casi todo su Gobierno. Pasionaria y Stepanov se habían largado antes que el mismo Negrín, camino de Francia, en un Douglas pilotado por nuestro camarada Hidalgo de Cisneros. Uribe estaba durmiendo y no recibía a nadie. Pregunté por Togliatti y me dijeron que estaba por Murcia en compañía de Checa. Salí para Murcia. Allí lo encontré y regresé con él a Elda. Le expliqué cuál es nuestra opinión de las cosas. Me escuchó y me dijo que te dijera que inmediatamente mandases a Elda una o dos compañías de guerrilleros y que por los caminos que puedas te llegues a las 10 de la noche al cruce de carreteras de Elda con Novelda. Que allí te esperan y discutiréis lo que se debe hacer.

 

He visto a Castro. Está indignadísimo porque Pasionaria no quiso recibirle cuando llegó de Valencia enviado por ti. Estaba entretenida jugando a las cartas con Modesto y Stepanov. Insistió y todo fue en vano. He visto también a Líster y a otra infinidad de camaradas; todos están desconcertados.

 

… él y Valentín González, «El Campesino», se vistieron de civiles y armados hasta los dientes se metieron en un coche y fueron a parar a Almería, donde por la fuerza se apoderaron de una embarcación de motor de las que usan los pescadores, y se hicieron a la mar rumbo a Orán, en la costa africana del protectorado francés.

 

… De Elda, la dirección del Partido había salido en fuga hacia el aeródromo de Novelda, al enterarse que desde Murcia habían sido enviadas ciertas fuerzas para ocupar el pueblo. Los guerrilleros que yo les había enviado sirvieron para proteger la salida de los aviones. Previamente a la salida se había celebrado una reunión de todos los miembros del Comité Central con Togliatti. La cuestión a discutir si procedía o no hacer resistencia a la Junta de Madrid una vez huido el Gobierno. Togliatti se expresó en sentido de que «toda resistencia era inútil». Modesto opinó en el mismo sentido. No se discutió más. Los reunidos va no pensaron en otra cosa que en la capacidad de los aviones, para saber si cabrían todos o no. Hubo intentos hasta de motín. Se repartieron dólares y libras esterlinas. A unos más y a otros menos. Al fin se acomodaron todos en los aviones y abandonaron España. Checa, secretario de Organización del Buró Político, decidió quedarse hasta el fin. También Togliatti, aunque por distintos motivos, decidió quedarse: aún no había concluido su «tarea». Checa salió por la carretera de Alicante camino a Valencia. Togliatti resolvió irse a Murcia donde, al parecer, tenía instalado un pequeño «aparato» la delegación soviética…. [Instrucciones de Togliatti] «Todo está acabado. Hay que buscar un entendimiento con la gente de la Junta de Casado y ganar tiempo para evacuar a los camaradas más responsables y para esperar la llegada de barcos que ya se han pedido a Francia para llevarse al grueso de los camaradas más comprometidos»

 

Transcribe otro testimonio de las últimas horas:

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¿Cuál era la verdad de lo sucedido en Elda y en Novelda, en las horas dramáticas de la noche del cinco y día seis de marzo? Álvarez del Vayo, relata lo acaecido en estos términos:

 

… nos llegaron noticias de Valencia de que en Madrid se estaba lanzando por radio un ataque contra el Gobierno.

 

«El jefe del Gobierno preguntó por teléfono a Casado: «¿Qué pasa en Madrid, general?» «Lo que pasa es que me he sublevado», contestó. «¿Que se ha sublevado usted? ¿Contra quién? ¿Contra mí? «Sí, contra usted». «Considérese relevado del mando», contestó el señor Negrín.

 

«Mientras esperábamos en el aeródromo, a las nueve de la mañana, los aeroplanos, que estaban para llegar de un momento a otro, el doctor Negrín me llamó a su coche, y con el pretexto de explorar el terreno salimos en busca del único puesto militar en el que había posibilidades de encontrar a algunos jefes leales.

 

«Se trataba de la posición Dakar… Allí estaban los generales Hidalgo de Cisneros, Cordón y Modesto; el coronel Núñez Maza, subsecretario de Aviación, Líster, Pasionaria, y un número considerable de jefes y oficiales del Ejército…

 

«… Le interesa al Gobierno, porque le interesa a España que en cualquier caso toda eventual transferencia de poderes se haga de una manera normal y constitucional. Solamente de esta manera se podrá mantener enaltecida y prestigiada la causa por que hemos luchado». Firmaba, Negrín».

Ni transmisión de poderes ni nada: huida sin más. Patético.

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