30/04/2024 11:49
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El acto suicida viene siempre motivado por el desarraigo respecto de una relación social. Los sociólogos suelen referirse a varios tipos de suicidio, pero, en definitiva, pueden resumirse en dos: los que cohesionan a la sociedad y los que la cuestionan. Entre los primeros estarían aquellas autólisis martiriales o heroicas que reafirman a la condición humana; y entre los segundos se hallarían las inmolaciones subjetivas o íntimas. Suicidas altruistas y egoístas, en suma.

Pero tras las correspondientes investigaciones, lo que los sociólogos se preguntan, porque, además, eso es lo que se pregunta el común, es si lo que a nosotros se nos presenta como un misterio o un problema, bien lo veamos desde la ética o desde lo meramente eventual, no se le revelará al suicida como una consecuencia lógica y necesaria que soluciona el sinsentido de su propia vida, o que absuelve sus carencias anímicas, o que supone una invitación a su prójimo para que éste, a su vez, reflexione sobre la actualidad moral y cultural que nos envuelve a todos.

Existe hoy una crisis de civilización producida, no sólo por unos engañosos ideales científicos y tecnológicos, incluso teológicos, sino sobre todo por un falso modelo de moralidad y religiosidad. En la sociedad industrial contemporánea hemos orientado nuestra conducta desde el hedonismo y el egoísmo. El hedonismo como manera de satisfacer todo deseo subjetivo de placer, creyendo que nos lleva a la felicidad, y el egoísmo porque hemos decidido que todo consiste en poseer y no en compartir: tanto soy cuanto tengo, y cuanto menos tienen los demás.

La práctica de estos principios éticos dominantes, ha resultado un fracaso, pues el progreso económico ha beneficiado sólo a ciertas minorías, la libertad se ha convertido en manipulación y la satisfacción de los deseos no ha traído la felicidad. La clave de este fracaso está en que hemos convertido en normas éticas y religiosas la satisfacción de necesidades superficiales de nuestra naturaleza humana, valores ficticios por antinaturales; somos claramente infelices: solitarios, angustiados, deprimidos, destructivos y dependientes.

El principio tanto soy cuanto tengo se convierte en pasión que produce obsesión de consumo, desigualdad, guerra de clases… Por eso, de un sistema socioeconómico pernicioso, el resultado tiene que ser una sociedad y un individuo enfermos. La meta de la vida no está en poseer, sino en ser. Para superar esta crisis es necesario lograr salud y fuerza espirituales. Algo que hoy nadie vende y que muy pocos estarían dispuestos a comprar.

La miseria moral de la época la notamos tanto los mortales que deciden autoinmolarse como los que nos obstinamos en permanecer erguidos. Pero no acabamos de resolverla: por desorientación, por ignorancia, por indiferencia… Paradójicamente, la sensación de bienestar y de seguridad ha disminuido entre la población, a pesar de que el interés por la salud, en particular, y por la protección, en general, no ha dejado de aumentar gracias a los temores que los amos del mundo se han dedicado a proyectar mediante sus abominables y amenazantes programas, y sus virus.

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El caso es que aun en esta sociedad desconcertada e inerte la individualidad es lo que nos diferencia de los otros. Y que siempre, en cualquier tiempo, el hombre para quien las ideas cuentan sobre todo suele ser superado y olvidado. Porque la sociedad tiende a despojar a la idea de su carácter trascendente y a atender más a los sentidos y a su empirismo. Mediante la individualidad, el hombre recibe, ante todo, la conciencia de sí mismo. Y esa conciencia le dicta tanto la pulsión de la vida como la de la muerte. Ahora bien, ¿tenemos conciencia de los males que afectan a nuestra sociedad? Porque un hombre sin conciencia -de sí y de su entorno- es un hombre muerto.

En definitiva, el suicida se adueña del tiempo de una vida que concluye, la suya, para conseguir el final de sus días, y tal vez no sea éste un esfuerzo absurdo desde el punto de vista moral. En su caso, ese tiempo individual nada tiene que ver con el de una sociedad vacía, sin sentido cívico ni cultura de pensamiento, de una humanidad ignara que transcurre por el mundo sin memoria ni destino, entregada a la sensualidad más pedestre y a una ideología de permanente extinción, incapaz de ser feliz ni de comprender en qué consiste la felicidad, por mucho que la prometan en sus agendas los frívolos y jactanciosos plutócratas, gestores que pergeñan y tramitan una época sin valores ni futuro.

Por eso, el tiempo del suicida tal vez sea el tiempo total que abraza en el momento de morir, el tiempo del hombre en su última vuelta del camino. Tiempo del espíritu, tiempo del ser histórico que se desentiende de un buenismo y de una corrección deshumanizadores. Tiempo inspirador de una nueva vida, absolutamente opuesta al nuevo orden.

Ese es quizá el tiempo que hoy alienta en el cementerio de los autoinmolados. El tiempo de una tierra entreabierta que recoge las semillas de los días futuros. El tiempo de unas desesperaciones que, en su entendimiento, anuncian un nuevo amanecer. Una nueva aurora que no han sido capaces de vislumbrar en la sombría e inerte sociedad globalista. Y que los vivos están obligados a dar por finalizada, juzgando y condenando a los culpables e iniciando de inmediato las sendas de la regeneración.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Aliena

Gran artículo que toda un tema terrible, una tristísima realidad que ya es inútil tratar de ocultar; aunque lo cierto es que pocas personas quieren darse por enteradas pues la reflexión provoca una congoja hondísima.
Ahora bien, ¿cree usted necesario añadir un «auto» al verbo «inmolarse»? Pues ya el «se» indica el carácter reflexivo y es una redundancia, muy de moda, eso sí, aunque hasta el momento nadie se autolave, se autoduche o se autovista, pero sospecho que todo se andará. «Autoinmolación» es caso distinto, pues «inmolación» es efecto de «inmolar» o de «inmolarse» y así conviene precisar cuál es el caso que nos atañe.

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