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Hacía muchos años que en el programa especial de nochevieja, tras las campanadas, no se oía una serie de melodías dignas de deleitar los oídos de los que conservamos el gusto por lo poético-musical, que nació desde los años sesenta, hasta primeros del siglo actual.
¿Sería por abaratar el presupuesto del programa?
Fue la segunda cadena la que nos congratuló con aquellas canciones con sentido literario-poético y melodías con su sentido correspondiente al texto. Me refiero a aquellas composiciones como resucitadas de una época aun conservadora de una paz fraternal que tenía cabeza, gracia y unía fondo y forma a todo arte.
Cuando ese norte y brújula tradicional se marchitaba, degeneró en artes abstractas, que se llaman así, porque no tienen calidad técnica mínima ni mensaje a transmitir, como no sea el mensaje de la nada, el relativismo infectante en el saber y el querer, el vacío hacia la nada del existencialismo conducente al nihilismo nietzscheano, o sea, a lo abstracto por no tener categoría mínima para ser concreto.
Comenzar ese programa nocturno con “La conga de Jalisco”, bailada en fila agarrada, en blanco y negro, como la sucesión de canciones reconocidas por casi todos, y sacadas de los archivos del blanco y negro fílmico, me produjo un verdadero placer: figuras imborrables como el Raphael joven, Luis Aguilé, con su gracia argentina, “la Bamba”, Mari Sol, Mari Trini, Manolo Escobar, Camarón, Juanito Valderrama, “el chachachá del tren”…, y tantos famosos de aquellas décadas, con sabor aún a inspiración de lo bello en lirismo popular, contrasta con tantos programas llenos de ruido, luces de neón, rayos láser, vestimentas llamativas y sonidos con textos inaudibles e inteligibles, como pretexto para llenar un espacio casi nada musical y casi puramente escénico, embriagador del sentido de la vista y camuflador de la nada, en la insipidez ausente de inspiración: una sociedad que prefiere la superficie al pensamiento.
A toda esa fanfarria de los últimos años, con más voltios y decibelios que emotividad comunicativa, le recordaría la frase del genio inmortal Beethoven: “No rompas el silencio…, si no es para mejorarlo”.
¿Recuerdan ustedes aquellas genialísimas interpretaciones de una Marujita Diaz, cantando con su gracejo español inimitable aquel cuplé del “Achúchame, achúchame con fiereza”? ¿O las melodías de Antonio Molina, Antonio Machín…, etc. etc…?
Sugiero que se desempolven esas creaciones únicas en el mundo, por su chispa ingeniosa y su riquísima melodía del cuplé, canción ligera que triunfó en casi el primer tercio del pasado siglo, como el riquísimo patrimonio musical de la zarzuela (opereta española), representante de aquella época romántica cuajada de picardía, ingenio escénico y gracia melódica insuperable: Chueca, Caballero, Chapí, Moreno Torroba…
Acaso no se encuentren talentos como aquellos, pero si se promocionase, no nos faltarían voces valiosas y candidatos a imitar aquel espíritu hispánico alejado del liberalismo sin alma actual, vaciador de contenidos estéticos y arrollador del espíritu religioso y humanista.
La insulsez parece contaminar el idioma, la expresión, el pensamiento, y por ende, las alegrías fingidas de fachada.
La vulgaridad degrada la inspiración y falsifica el arte.
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