25/11/2024 23:01
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No es ninguna novedad lo previsible de la política española. Basta con observar atentamente las señales que nos llegan, para saber y conocer los pasos que los protagonistas darán en un breve espacio de tiempo. Es una norma no escrita en la política de este país, que un político avezado y con recursos, intente sacar rédito incluso en las condiciones más adversas. El político se convierte en superviviente, sobre todo si esta en el gobierno, y la estrategia que sigue es la de aprovecharse de todo, dar la vuelta a las situaciones más complicadas, monopolizar los éxitos y socializar las perdidas. La desvergüenza de Pedro Sánchez y su cuadrilla de ineptos alcanza lo obsceno, cuando después de una gestión criminal, manifiestamente mejorable, ve una oportunidad allí donde solo ha dejado muerte destrucción y ruina. 

La crisis sanitaria en España, lejos de ser un obstáculo en la continuidad de este gobierno, es un aliado para el mantenimiento de Sánchez en el poder. Ayudado por todo el aparato mediático, bien regado de dinero público, que le cubre y a la vez les convierte en cómplices, Pedro Sánchez saca rédito y beneficio para los fines de su partido. Si a lo largo de estos últimos meses algo hemos aprendido, además de quedar en evidencia el carajal español que supuso el estado autonómico, es la deficiente gestión que en materia sanitaria ha ejercido el ejecutivo de Pedro Sánchez, con su ministro del ramo a la cabeza. Las mentiras y las contradicciones, la no existencia de un comité de expertos que se supone estaban detrás de las decisiones más importantes que en materia sanitaria se tomaban, las compras de material defectuoso, los miles de millones en comisiones poco claras, la falta de previsión y de organización y sobre todo, la falta de resultados óptimos, además de la ocultación de miles de muertos, deberían haber sido motivo suficiente para la destitución del filosofo Salvador Illa al frente del Ministerio de Sanidad. Lo lógico, aparte del cese del ministro, hubiese sido la realización de una auditoria y de una investigación judicial, que depurara cualquier tipo de responsabilidad civil o penal, que se pudiera derivar de la gestión del señor Ministro y de todo su equipo. 

En España, lejos de tomar cualquier tipo de medida que pudiera ser interpretada como una asunción de responsabilidades, se hace lo que vulgarmente conocemos como una huida hacia delante y a los autores de la gestión criminal, son premiados y reconocidos, se les mantiene en sus cargos, se les pone como ejemplo e incluso se les proporciona para que opten a puestos de mayor responsabilidad, como es el caso de presidir una Comunidad Autónoma tan importante como es la Catalana. 

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Salvador Illa era un autentico desconocido dentro de la política nacional. Entró en el gobierno como parte de la cuota independentista del PSC, la franquicia del PSOE en Cataluña. Entró en un ministerio que sobre el papel era fácil, al estar vacío de contenido y al tener todas sus competencias cedidas a las comunidades autónomas, otro de los grandes errores que ha quedado patente con esta crisis, pero que nadie desea reconocer. El plan era dar a conocer al personaje, para luego lanzarle como candidato a presidir la Generalidad y sustituir al eterno fracaso socialista en la comunidad, al arrítmico Miquel Iceta. La gestión de Illa y su equipo solo puede ser calificada como nefasta y su actuación de criminal, pero aun así, la presión que ejerció sobre Madrid, la injustificada inquina que mostro hacia la comunidad madrileña y las medidas subjetivas para presionar al gobierno de Isabel Díaz Ayuso, le valieron que su carrera fuera relanzada, sus compañeros le elogiaran y vieran que era el candidato ideal para presidir Cataluña. 

Este país esta mas enfermo de lo que pudiéramos llegar a sospechar o imaginar. El “putear” a Madrid ha sido el mejor aval de Salvador Illa, para que sea el candidato ideal en las autonómicas catalanas. Mal va una nación, cuando los políticos más valorados en la comunidad autónoma catalana son un golpista encarcelado y un ministro de Sanidad, cuya gestión ha costado por el momento más de 70.000 vidas, muchos de ellos, buenos catalanes…

Autor

REDACCIÓN