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Francisco Torres García
Siempre dejo algún breve lapso de tiempo a la hora de analizar los resultados de unas elecciones y la respuesta que a ellos da cada actor. Valga cómo inicio decir que la noche del domingo se hicieron irremediablemente reales los datos previsibles de las elecciones catalanas con el triunfo independentista. Una consulta que ha tenido algo de cuento de la lechera para el habitante de la Moncloa. Recordemos que estos comicios se han realizado condicionados, limitando aún más de lo habitual la libertad en Cataluña, por decisión de Pedro Sánchez y contra el inicial criterio en contra de casi todos. La justicia -no podía ser de otro modo- se apresuró a darle la razón cuando impugnó la norma que las aplazaba y no ha habido valor en la Junta Electoral para frenar un desatino que llevaba directamente a una alta abstención.
Han sido unas elecciones cocinadas por los hábiles gourmets de la Moncloa de la mano del célebre Iván Redondo, el hombre del presidente al que habrá que motejar de Iván el Terrible (cuentan que en el PP suspiran por un Iván). Estos tenían en su mano todos los condimentos necesarios para presentar un plato único que debía de ser aderezado con el aroma de las encuestas para servirlo caliente al votante. Y la verdad es que casi le sale bien al inquilino de la Moncloa, aunque al final no haya conseguido todos los objetivos que tenía previstos en la minuta del 14 de febreo. Al menos, en los postres, rehechos en función de las circunstancias de la noche electoral, podía afirmar que el socialismo había ganado las elecciones, e incluso animar a jugar de farol cuando su candidato, el exministro Illa, anunciaba que se presentaría para formar gobierno. Misión imposible, porque la pequeña distancia obtenida en una victoria a los puntos hace imposible al socialismo obtener la presidencia de la mesa del parlamento autonómico, lo que es clave para ser candidato. No parece, a fecha de hoy, que ningún juego de pactos -el PSOE no es ni un mal necesario para los independentistas-, salvo que una explosión del odio latente que existe entre ERC y Juntos por Cataluña cambiara la situación, pude investir a Illa. Aunque en caso de no conseguir el pacto independentista, lo que dicta la lógica es que nos viéramos abocados a nuevas elecciones en octubre. Pero Sánchez es un hábil jugador que maneja bien sus cartas y sabe moverse explotando las ambiciones de unos y otros, por lo que sabe hacer de la necesidad virtud.
Aunque nadie ha querido entrar en ello a la hora de trazar el análisis de lo sucedido, de estas elecciones se extrae una irreal conclusión inicial: la catastrófica gestión de la pandemia, la crisis sanitaria actual y el anuncio de la crisis económica inmediata, no pasa factura electoral a Pedro Sánchez (la apuesta arriesgada por el Ministro de Sanidad, responsable último de una gestión en la que se han dejado la vida más de 120.000 españoles y que ha abierto una sobremortalidad aún no valorada en toda su extensión, ha sido un éxito), ni tampoco a los responsables autonómicos de la catástrofe. Ahora bien, esta lectura inicial, facilona, se revela en la reflexión como errónea porque en Moncloa ya habían descontado ese castigo, situándolo en el terreno de una abstención como opción, a la que había que dar la posibilidad de utilizar esa vía de escape desincentivándola a participar. Para ello mantener las elecciones en la fecha prevista y aminorar mediáticamente los costes se presentaba como lo más ventajoso.
Cuando Tezanos y su CIS cocinaban las encuestas lo hacían estimando que en las elecciones catalanas, atendiendo a la situación sanitaria, solo iban a acudir a las urnas, mayoritariamente, los votantes fidelizados de cada opción, aquellos a los que era más fácil movilizar, lo que arrojaba unos resultados favorables para un PSOE que podía recuperar el voto que en las anteriores migró hacia Ciudadanos, solo era necesario difundir un discurso de tonos medios moderadamente alejado del independentismo, que sonara bien (algo que el PSOE ya había hecho con Maragall y Montilla para luego dar alas al nacionalismo). Ese movimiento táctico, asumiendo que Cs era una opción neutralizada, junto con la desafección general, podía dar una victoria suficiente a Illa, que en el caso de Cataluña se movía en unos pocos puntos porcentuales de diferencia. Lo demás era cuestión de aritmética.
El sueño de Sánchez era clonar su modelo en Cataluña. Un ejecutivo en minoría que obligaría a la siempre molesta ERC a seguir atada a su destino. Ha fallado el cuento de la lechera por el exceso de abstención que ha sobrepasado en 10 puntos lo previsto y el naufragio absoluto de Ciudadanos, pues la pelea por los últimos escaños ha estado básicamente entre ERC y Juntos por Cataluña, con lo que no variaba el bloque independentista. La resultante ha sido la victoria de los independentistas que pueden gobernar en coalición, o incluso dar a ERC un gobierno en minoría de izquierdas con la abstención socialista o con su apoyo, porque Sánchez los necesita para mantener el gobierno nacional. Y Sánchez sabe hacer de la necesidad virtud porque él juega siempre con el ahora y no con el mañana.
El empeño de Sánchez, por mero cálculo electoral, a la hora de celebrar de forma inmediata las elecciones, ha dado a los independentistas su mayor victoria, pues sus votos se sitúan por encima del 50%, con lo que pueden presentarse avalados por una falsa legitimidad popular. Las consecuencias las vamos a pagar todos los españoles, incluyendo a los catalanes.
A diferencia de Sánchez, los independentistas no se engañan. Saben que el hecho de que solo haya votado la mitad del censo, que por tanto todos hayan obtenido menos votos que antes -todos menos VOX-, muestra un índice general de rechazo importante -los catalanes de a pie no han votado- y que, en estas circunstancias, de celebrarse un referéndum inmediato lo perderían; tampoco es tiempo de declaraciones de independencia fulminante (ERC y la CUP asumen que la situación social y económica en Cataluña tiene negros nubarrones a la vista a los que hay que hacer frente para llegar a la republiqueta). Necesitan tiempo para ganar el referéndum y para pasar la factura a Sánchez durante el resto de la legislatura a cuenta de los Presupuestos Generales del Estado. Por ello, se han dado un plazo de cuatro años para poder asegurar el control del voto en esa consulta y encararla de forma segura; pero eso hay que hacerlo desde el poder. Lo había dicho la CUP y está en la propuesta para un pacto de investidura que, de un modo u otro, bajo el lema “Indultos, consulta y autodeterminación”, se fue filtrando en la noche electoral: referéndum en 2025. Paso previo para la destrucción de España.
Lo que ha sucedido es que los independentistas, fundamentalmente ERC, tienen a Sánchez donde querían y Sánchez, en este juego, puede acabar siendo el cazador cazado. También esto se puso de manifiesto en las sucesivas comparecencias de la noche electoral.
Como daños colaterales Sánchez esperaba la caída de Ciudadanos y una nueva vuelta de tuerca para la argolla con que sujeta a Iglesias, al asumir que en una coalición el más poderoso acaba, como Saturno, devorando a sus hijos. Sin embargo, contadas las papeletas, esto solo parcialmente se ha producido. Iglesias ha mantenido sus resultados, pero en Cataluña está Colau que mantiene al partido fuera de las quiebras internas, por lo que, salvo a efectos de propaganda, nada hace presagiar que Unidas Podemos vaya a obtener réditos políticos de su paso por el gobierno, aunque Cataluña le haya dado un respiro. Se ha confirmado, por otro lado, que la estrategia de Arrimadas, su centrismo progubernativo, sólo conduce a la muerte política de Ciudadanos o al retorno de Albert Rivera, y que su voto se fracciona irremediablemente hacia el PSOE y hacia VOX, aunque en Cataluña una gran parte se haya quedado en casa.
VOX ha sido el gran triunfador de la noche, lo que resulta innegable, no solo por sus escaños sino porque ha conseguido representación en las cuatro provincias catalanas, lo que se antojaba complicado, abriendo aún más la crisis latente que hay en un PP al que VOX ha cuadriplicado. Dato importante, porque VOX es un partido insuficientemente estructurado territorialmente, con una capilaridad reducida y unos liderazgos regionales débiles y en muchos casos mudos, y a pesar de eso está creando graneros de votos de singular importancia a nivel nacional.
Eso sí, Sánchez también tiene al PP donde quería, acomplejado y en bronca pelea con VOX, con un equipo de gobierno cada vez más desnortado incapaz de ver que han caído en la trampa de Sánchez.
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