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La «anomía» es una forma de desviación social que presentaré según el planteamiento de Durkheim, introductor de la noción en sociología, y luego tal y como ha sido examinado por Merton.
El sentido literal de la palabra griega «anomía» es el de «ausencia de ley» o norma. En sociología anomía denota, en primer lugar, una situación en la que existe un conflicto de normas, como la que ocurre entre las estatales y determinadas autonómicas, de manera que los individuos no pueden orientar con precisión su conducta. Es decir, que se encuentran en una situación en la que hipotéticamente, no hay normas porque no las hay precisas y, cuando existen, éstas y aquellas son contrarias o difusas. Conflicto de normas significa, pues, vacío normativo para quienes se encuentran en medio de él. En tal situación el individuo experimenta psicológicamente la anomía como una confusión moral y mental. Un catalán, por ejemplo, ha de conducirse de acuerdo con las normas de su Nación, la Constitución, y no transgredir las normas de su grupo cultural, por llamarlo de alguna manera, en el que existen otras normas que van en contra de la Carta Magna. En ese caso, el individuo catalán se encuentra en una situación anómica, de duda y conflictos, y tiene que violar uno u otro código de conducta, el de su Nación, que puede sentirla como tal o no, o el de su Autonomía.
La anomía no acaba aquí, en el mero conflicto de normas. Tanto Durkheim como, más tarde, Merton, han subrayado el hecho de que la anomía surge de la discrepancia que existe entre las necesidades del hombre y los medios que le ofrece una sociedad concreta para satisfacerlas. Según este último sociólogo, la crisis anómica surge en el conflicto entre fines culturales y normas institucionales. Según los valores de la sociedad catalana los jóvenes son socializados para que se esfuercen en conseguir la independencia de la supuesta nación, Cataluña, pero la estructura institucional central no permite que esto ocurra. La mayoría de estos catalanes, irremisiblemente, fracasará y, en consecuencia, se considerará a sí misma como fracasada. Es imposible que cada individuo de Cataluña inteligente y ambicioso, de español, llegue a nacionalizarse catalán por arte de magia sino hay una revolución exitosa previa. Además, parcialmente a causa de la ideología individualista de sus dirigentes, el inconformismo con la propia situación social no se traduce en acción colectiva de clase entre sus gobernantes regionales, sino en una lucha individualista y específica de determinados partidos políticos que no se ponen de acuerdo en lo más fundamental, como queda constatado en la asistencia a elecciones por separado el 28 de abril.
Las consecuencias de todo esto pueden quedar reducidas a neurosis y psicosis colectiva, tan típicas, por cierto, de las revoluciones no exitosas. Puede también llegar a ocurrir en algunos casos el llamado por Durkheim «suicidio anómico» en el que surge un tipo especial de delincuencia, una conducta desviada que quiere alcanzar los mismos objetivos, el éxito social colectivo, por caminos distintos a los de la legalidad estatal vigente. Gran parte de la delincuencia de estos grupos de vanguardia minoritarios pero muy organizados y consistentes es anómica como queda reflejado en el juicio del ‘procés’.
La discrepancia entre fines político-culturales y medios normales o socialmente aceptados no es por sí sola causa de anomía. Lo importante, dice Merton, es que la falta de oportunidad ocurra en una sociedad en la que constantemente se predique el derecho a la autodeterminación al tiempo que existen fuertes barreras sociales internas en la misma región contra este principio que no se encuentra en derecho internacional a nivel de normas de obligado cumplimiento y que su aplicación está orientada a otro tipo de situaciones en Países colonizados o no democráticos.
Los cambios bruscos, como la industrialización rápida y desordenada, con sus migraciones externas e internas dentro del Estado español, su población desarraigada, nuevas formas de pobreza y riqueza, como ocurre desde las primeras migraciones internas de mitad del XIX y el XX y la inmigraciones de extranjeros en el XX, son los que han producido en estas regiones los mayores índices de anomía, sobre todo por no ir acompañados de medidas adecuadas desde el Gobierno central de políticas sociales de viviendas, escolarización a ritmo del cambio, expansión de los servicios de sanidad, y demás respuestas de un poder público inteligente que debe fomentar la conciencia de que no es España quién les roba, sino sus propios dirigentes que les privan de las políticas sociales orientándolas hacia la consecución de la independencia por todos los medios, aunque para ello deban de dejar de lado estas políticas y el bienestar de la población, toda.

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REDACCIÓN
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