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Normalmente, cuando la gente va a un plató a ejercer de público no se preocupa por cómo viste. No va con pijama y zapatillas de andar por casa, ni como un homeless, quizá, pero tampoco se viste de manera especial. Seguro que, a muchos, incluso el verbo mudar del spot en cuestión les resulta poco habitual. ¿Realmente los niños deben ir arreglados para salir a pasear? El domingo, ¿de verdad hay que arreglarse si gran parte de la población lo que hace ese día es precisamente ponerse el chándal que no se pone durante el resto de la ­semana porque tiene que ir a la oficina?

Y mira tú si no sería bonito ver esta noche o mañana o pasado a Iglesias emperifollado. En las galas cinematográficas y teatrales, la gente va de veinticinco alfileres, algunos con un detalle extravagante para añadir ironía a su indumentaria. (El grunge hace años que pasó a la papelera de la prehistoria; «Grunge» es sinónimo de sucio -concretamente es la jerga utilizada en inglés- o de desaliñado). Los invitados llegan, se sitúan en el photocall y los cámaras los bombardean con flashes: todos sonrientes y algunas girándose de espalda para lucir culo. Hace años, Pablo Iglesias aplazó su asalto al cielo –qué lejos queda aquella proclama– y se presentó en una gala de los premios Goya con esmoquin. Buena parte de la población quedó boquiabierta. En los días mundiales y reuniones internacionales benéficos contra todo tipo de enfermedades y calamidades todos lucen sus mejores galas: trajes ellos, vestidos largos ellas, corbatas, pajaritas…, con una gama donde incluso cabe el traje esperpéntico de Pedroche los fines de año. ¿Cuál es el común denominador de toda esa diversidad de indumentarias? Pues el hecho de que todos los participantes «se visten para la ocasión». En este siglo en el que, según la laxitud imperante en los códigos de etiqueta, puedes ir mudat tanto si vas formal como semiformal, business casual, casual o smart casual, esta es quizá su única definición posible: vestirse para la ocasión. Y siempre teniendo en cuenta que la manera cómo te vistes muestra cómo te posicionas con relación al acto en cuestión; y perdón por la rima.

En los ejercicios para combate, los caballeros medievales empleaban armas de hierro ordinario que carecían de filo y llevaban en la punta un botón, como los floretes con que se aprende esgrima. Recibían el nombre de armas negras, en oposición a las que se usaban en los torneos, que eran de acero filoso y tenían el extremo afilado o, como se decía entonces, la punta en blanco. En esas lizas, los contendientes se presentaban ante el árbitro o maestro de armas acompañados de sus escuderos, quienes portaban los yelmos con sus penachos y los respectivos escudos. La gran pompa de esta ceremonia con música de fanfarrias y el espectáculo de las armaduras relucientes y los estandartes al viento quedaron asociados a la frase «estar de punta en blanco», que tomó el sentido de mostrarse con las mejores galas. En aquellas épocas, la imagen del caballero totalmente equipado con sus arreos guerreros y listo para la pelea debía ser un espectáculo impresionante que quedó en la imaginación popular y que ha llegado hasta nuestros días. Con el paso del tiempo y la desaparición de esos soldados acorazados, la frase original fue perdiendo su significado primitivo para convertirse en sinónimo de elegancia y galanura en el vestir.

Pasaron los tiempos feudales, pero el dicho subsiste.

Ahora se aplica a cualquiera que luce impecablemente desde el peinado hasta los pies. Vestido de punta en blanco. Como para un torneo… de elegancia que, a todas luces, le falta al pretendiente de UP a la presidencia de la Comunidad de Madrid en los actos protocolarios y en los no protocolarios pero que, tanto en los unos como en los otros, debería ir peinado y teñido del color de la barbie y vestido como mandan los cánones, aunque sea con falda escocesa para defender con el ejemplo la Ley trans y no como grunge.

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REDACCIÓN
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