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Pau Claris, religioso y presidente de la Generalidad de Cataluña en 1640 ha sido uno de los personajes más negativos de la historia de Cataluña y de España. Fue el principal responsable de la sublevación de la Generalidad contra la Monarquía Hispánica, en plena Guerra de los 30 años, que acabó poniendo Cataluña bajo soberanía francesa y tuvo como resultado final la entrega definitiva de la Cataluña transpirenaica a Francia. Pese a tan desastrosos resultados, muchos independentistas le consideran un héroe por haberse sublevado contra la Corona, española y haber proclamado una república catalana, aunque sólo durase 6 días, antes de situar Cataluña bajo soberanía de Luis XIII de Francia.

Sobre su muerte, el 27 de febrero de 1641 han corrido todo tipo de versiones. Mayoritariamente se ha solido considerar que su fallecimiento fue por causas naturales, probablemente por una uremia. Pero también desde el principio desde los entornos franceses y separatistas se acusó al rey de España, Felipe IV y a sus agentes, de haberle envenenado. Incluso en nuestros días un historiador tan prestigioso y ponderado como el británico John Elliott escribió que su envenenamiento por agentes españoles es la opción más probable para explicar su muerte.

Esto ha hecho que los medios y digitales separatistas se hayan eco abundantemente de esta tesis en los últimos años, intentando presentar supuestas “pruebas” seudocientíficas, como un supuesto agravio más a añadir a su interminable argumentario victimista, en pleno “procés” separatista. Pero la verdad  sobre este asunto está muy lejos de estar clara. Su muerte natural no está en absoluto descartada. Más aún, la hipótesis del envenenamiento tampoco puede descartarse, pero los supuestos responsables podrían no ser quienes algunos están empeñados en que sean.

Ya hace años, un interesante libro de recomendación documental, publicado en los años 70, titulado “Les Corts Generals de Pau Claris” compilado por el P. Basili de Rubí introducía como hipótesis la posibilidad de que los responsables del supuesto envenenamiento de Pau Claris no fuesen los españoles sino los franceses, una posibilidad que ya había sugerida antes por Josep Sanabre, uno de los mayores expertos en la Guerra de los Segadores. Aunque en principio pueda parecer una opción ilógica, dado que Claris era un aliado de la Francia del Cardenal Richelieu, cuando se conocen con mayor profundidad las circunstancias de la época, no resulta ni mucho menos una posibilidad tan descabellada.

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Claris era aliado de Francia y había puesto Cataluña bajo soberanía francesa pero nunca había sido un auténtico partidario de una Cataluña francesa sino de una Cataluña como república aliada de Francia. Claris fue un político mediocre que creyó poder utilizar en provecho político propio a la Francia de Luis XIII y el Cardenal Richelieu, entonces la mayor enemiga de la España imperial, (en alianza con la Europa protestante), pero más bien fue él el personaje utilizado por el habilísimo Cardenal Richelieu, el primer ministro francés, para poner Cataluña bajo soberanía francesa, algo que para Richelieu se había convertido en una obsesión.

 

Basili de Rubí explica como, aunque Claris disimuló hábilmente sus propósitos separatistas antes de la sublevación, él y sus seguidores “no se daban cuenta de que con el intento estratégico de alejarse de Castilla, se iban introduciendo en la telaraña tejida a su alrededor por la  astucia consumada de Richelieu”. También señaló como con la sublevación se distinguieron en principio lo que califica como “partido español “ y partido catalán”, compuesto el primero por la alta nobleza y la burguesía media, así como por los funcionarios de la Corona. Pero los partidarios de España fueron perseguidos o asesinados (como el mismo virrey Conde de Santa Coloma). Los que no fueron víctimas de la represión de la Generalidad sublevada huyeron. Y en cuanto al “partido catalán”, formado básicamente por la baja aristocracia catalana, la alta burguesía y la mayor parte del clero, pronto se subdividió con la aparición de un “partido francés” que no era partidario de repúblicas catalanas sino de una Cataluña francesa. El personaje más importante de este grupo sería Josep Margarit, quien, tras la muerte de Claris se convertiría en el gobernador de Cataluña al servicio de Francia, pasando la Generalidad (que estaba muy lejos de ser un gobierno catalán ) a un definitivo segundo plano.

De hecho, la muerte de Claris favoreció mucho más, de modo inmediato a Francia, que a España. Aunque con la muerte de Claris, la Monarquía Hispánica se libraba de un peligroso enemigo, con una Cataluña en manos del ejército francés, Madrid sabía que para recuperar Cataluña serían necesarios, en el mejor de los casos, largos años, como así fue. En cambio, Francia obtuvo el control total de Cataluña, la anulación práctica de la Generalidad, y la colocación de sus peones en los puestos de control clave de Cataluña. La tesis del envenenamiento francés cobra fuerza además, si se tiene en cuenta, como señalan Rubí y Sanabre, que muy pocos días después de la muerte de Claris, el mariscal Espernan (militar francés que poco antes se había retirado con sus tropas a Francia sin informar a Claris, para evidenciar la dependencia de Cataluña respecto a Francia),escribía a París, mostrándose extrañamente enterado de los detalles de la muerte de Claris.

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Richelieu triunfaba aparentemente en toda regla y hacía realidad sus planes de anexionar toda Cataluña a Francia definitivamente, aunque, como señala John Elliott, la temprana muerte de Richelieu, en diciembre de 1642, probablemente salvó a España de perder Cataluña. Aunque el sucesor de Richelieu, el también cardenal Mazarino, de origen italiano, continuó la guerra en Cataluña, para él era más importante la guerra contra España, en el frente del norte de Italia, hacia donde desvió la mayor parte de las tropas francesas. Pero la pérdida del Rosellón y la Cerdaña transpirenaica fue irremediable. Ese es el auténtico legado de Pau Claris, desventurado personaje, cuya muerte pudo ser muy diferente a lo que algunos se obstinan en señalar.

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Rafael María Molina
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