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Se cumplen 86 años de alzamiento popular cívico-militar del 18 de Julio de 1936. Por desgracia, el tiempo pasado, pero sobre todo a que desde 1975 se le quiere enterrar bajo una tan abyecta como falsa leyenda negra, tan perniciosa como la que pesa sobre nuestra época dorada, viene bien clarificar sus causas, pero también las de su injusto final.

España venía sometida desde finales del siglo XIX, ese que quisiéramos borrar de nuestra historia, a un proceso revolucionario que se intensificó con el éxito de la revolución bolchevique en 1923. Dicho proceso, idéntico a ésta, primero derribó la Monarquía en 1931 –bien que su vaciedad ayudó extraordinariamente– sustituyéndola por la II República, ilegal e ilegítima en su implantación, aunque finalmente aceptada por la mayoría de los españoles, incluso de los “de orden” que la creyeron democrática. Tras dicho éxito, crecidos y según lo planeado, los partidos marxistas, separatistas, anarquistas y republicanos de izquierda procedieron a intensificar el proceso revolucionario para alcanzar su verdadero objetivo de siempre: sustituir a esa II Republica por otra socialista-soviética sometida a los designios de Moscú.

Tras el premeditado ensayo revolucionario de Octubre de 1934, del que aprendieron que las revoluciones o se hacen desde el poder o fracasan, procedieron en Febrero de 1936 a dar el penúltimo paso: hacerse, precisamente, con todo el poder: el gubernamental, mediante un pucherazo electoral monumental de su Frente Popular –coalición de las fuerzas revolucionarias citadas– y el municipal, expulsando por la fuerza a la mayoría de los consistorios gobernantes legalmente desde las elecciones municipales de 1933; todo ello inconstitucional, ilegal, ilegítimo y antidemocrático. Detentando así todo el poder, el Frente Popular sumió a España en un absoluto caos de violencia y miseria provocado con premeditación y alevosía, antesala necesaria para el último paso de su proyecto: el estallido revolucionario en sí, mediante el cual, y al más puro estilo soviético, se eliminaría físicamente a todo colectivo considerado enemigo de esa revolución y se implantaría la dictadura del proletariado y la república soviética española (en realidad ibérica junto con Portugal).

Para impedirlo surgió el Alzamiento Nacional, reacción popular espontánea de la parte aún sana del pueblo español, que respondió como un resorte y a una, aparcando toda clase de diferencias –al igual que en aquel 2 de Mayo de 1808–, al llamamiento de las autoridades militares y líderes civiles en defensa de la libertad, soberanía, independencia y dignidad de España, en un intento in extremis de salvar a la II República de su extinción; no fue el Alzamiento contra ella, sino contra el gobierno del Frente Popular. Su fracaso en media España se debió sólo a la división que corroía a las Fuerzas Armadas y de Orden Público por la profunda infiltración revolucionaria que padecían, causa de la guerra civil subsiguiente; esa misma por la que el Frente Popular venía clamando incluso públicamente, y que deseaba con fruición por creerla ganada de antemano.

Así pues, el Alzamiento Nacional del 18 de Julio lo fue contra los enemigos internos de la Patria vendidos al externo soviético, al igual que el 2 de Mayo lo fue contra el invasor francés. Ambos fueron alzamientos populares espontáneos guiados por las autoridades militares y civiles sanas ante la inminente desaparición de España como nación y consiguiente sometimiento del pueblo español a otro extranjero, fuera el francés o el soviético. Por ello, la legitimidad del Alzamiento está fuera de toda duda, pero aún más, porque hay que afirmar con rotundidad que fue necesario e incluso obligado, porque al igual que aquel de 1808, de no haberse realizado, hubiera sido traición; tan traición de lesa Patria fue la de los afrancesados como la de los frentepopulistas.

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Si a alguien le cupiera todavía alguna duda sobre lo dicho –todo comprobable documentalmente empezando por las hemerotecas donde figuran las declaraciones de los líderes del PSOE, PCE, CNT, UGT, FAI, PNV, ERC y otros, así como los bandos de guerra de los alzados–, hay aún tres pruebas más incuestionables y de máxima categoría que nos dan todavía más la razón:

Durante la contienda, la España frentepopulista que hoy se pretende republicano-democrática, fue en realidad republicano-socialista-soviética y revolucionaria, bolchevique, dictadura del proletariado. Aquella media España tuvo la desgracia de probar en sus carnes durante casi tres años lo que suponía aquella dictadura que era la que pretendían para toda España. Aquella media España sufrió la revolución marxista-leninista en toda su extensión cuya seña de identidad fueron ríos de sangre inocente y toneladas de miseria e injusticia. El hecho probado de que gracias al Alzamiento la otra media España, primero, y con la victoria la totalidad, escaparon de tan funesto destino, acrecienta aún más la legitimidad, necesidad y obligación del Alzamiento Nacional, al igual que el de aquel 2 de Mayo en que España se vio sometida a la cruel dictadura napoleónica; fue pues traición de lesa patria la de los que no se sumaron ni al uno ni al otro.
La etapa posterior de gobierno del Generalísimo con sus increíbles logros en todos los órdenes, muy especialmente revolucionarios en lo social y en lo igualitario en beneficio sobre todo de los secularmente más desfavorecidos, así como la recolocación de España en el lugar que la correspondía en el seno de la comunidad internacional civilizada, son también pruebas fehacientes de la legitimidad, necesidad y obligatoriedad del 18 de Julio. Porque es verdad que, de no haber sido así, el Alzamiento, como la contienda, se hubieran descalificado, pues su crédito dependía de que tanto sufrimiento y destrucción debían servir inexcusablemente para el bien de España y de los españoles, como así fue. Las décadas de paz, orden, reconciliación de verdad, justicia y desarrollo material y social, junto con el espiritual, son también prueba incuestionable, y muy importantes, de la absoluta legitimidad, necesidad y obligación del 18 de Julio; y de la traición de los que no lo secundaron.
De no haberse producido el Alzamiento, la victoria y el subsiguiente buen gobierno del Generalísimo, sabemos lo que hubiera sido de aquella España frentepopulista, socialista-soviética y revolucionaria: una brutal dictadura del proletariado comunista satélite de la URSS al servicio de sus intereses particulares e internacionalistas que, primero, en Agosto de 1939, se habría aliado con la Alemania nazi colaborando en su expansión, para después, en Junio de 1941, entrar en la II Guerra Mundial con lo que hubiera supuesto de devastación de nuestra Patria y pueblo, para, inmediatamente a su término, formar parte de los países sojuzgados por el yugo soviético hasta 1989, periodo tiránico y devastador en lo humano y en lo material del que aún hoy intentan recuperarse.

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Llega ahora el momento de describir la extinción de aquel Alzamiento, para lo que no hacen falta muchas palabras, pues al fallecimiento del Caudillo en 1975, y dado que todo se había basado sólo en su enorme e incuestionable prestigio personal y buen hacer, se puso en marcha de forma ya sin tapujos el proceso de destrucción de todo lo logrado por aquel 18 de Julio –proceso que en realidad venía produciéndose, aunque larvado, desde hacía casi una década–, protagonizado por los que más le debían, muchos de los cuales habían participado en él, y del que tanto se habían beneficiado todos, incluso los que alimentaron en su interior el rencor y la sed de venganza productos del resentimiento por la victoria en la guerra, pero más aún en la paz. Dicho proceso de destrucción (no fue mera “ruptura”) fue posible sólo gracias a la traición más vil y cobarde que ha conocido España a lo largo de toda su historia, promovida desde las más altas instancias, comenzando por Juan Carlos I, y secundada por la mayoría de los colectivos y próceres del Régimen, hasta finalmente por casi todo el pueblo español; salvo escasas y por ello aún más honrosas excepciones.

Los cobardes, entrados en pánico, traicionaron sometiéndose a los resentidos y revanchistas, para conseguir “el perdón” y vivir aunque fuera sometidos a ellos. Aquel Régimen cuya eficacia y bondades estaban tan probadas, sólo precisaba algunas actualizaciones para seguir constituyendo el más sólido marco político constitucional de España para beneficio de la Patria y del pueblo español. Pero la traición acabó con él y la prueba es que su sustituto, el Régimen del 78, muestra hoy su verdadera cara –que escondieron durante años– con el resultado de que España se encuentra en el mismo proceso de extinción como nación y de los españoles como pueblo libre, soberano e independiente, aunque con otras formas, a como estaba aquel 18 de Julio de 1936 que precisó de un alzamiento popular cívico-militar legítimo y obligado sin el cual hubiera dejado de existir. Aviso a navegantes.

Autor

Francisco Bendala Ayuso
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