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UNA VOZ DISTINTA SOBRE LA GUERRA DE IRAK

 Sala «Isis», Madrid. 20 marzo 2.003

Publicado en Fuerza Nueva, nº 1.279, del 15 de marzo al 5 de abril de 2.003

 

 

No hace mucho apareció en Chile un libro titulado La Verdad está enferma, título que está de acuerdo, se entrelaza y complementa con una frase de Cicerón, el tribuno romano, escrita hace muchísimos años: «La Verdad se corrompe con la mentira o el silencio».

Pocas veces, como en el tiempo de hoy, la verdad ha enfermado, y de suma gravedad, porque se la corrom­pe, contorsionándola por la mentira u ocultándola con el silencio. Éste, a mi modo de ver, es uno de los pecados y una de las contradicciones del liberalismo y de los regímenes llamados liberales, que afirman que es la liber­tad el fundamento y el objetivo del quehacer público, cuando, como dice San Juan en su Evangelio, sólo la ver­dad nos hace esencialmente libres, aunque no, ciertamente, al proporcionamos las libertades formales -que luego no se respetan- sino la libertad auténtica de los hijos de Dios. Si el pez sólo es libre cuando está en el agua, y fuera de la misma muere, el hombre sólo es libre cuando conoce y vive en la verdad.

Por ello, si la libertad prima sobre la verdad, y en nombre de aquella la verdad se corrompe con la mentira o con el silencio, el hombre, al que se niega la verdad, y negándosela la desconoce, deja de ser libre y se convier­te en un robot, en un ser clonado y teledirigido, al que se ha privado de su noble y diferenciadora cualidad con respecto a toda la creación visible.

Esta breve introducción explica el motivo de alzar esta «voz distinta» sobre la guerra contra Irak, y ello aun­que sea la de un «vestigio fósil de la política», como acaba de calificarme cariñosamente, hace dos días, Jaime Campmany, ya que lo que importa es que la voz sea acertada, siendo indiferente que pertenezca a «un vestigio fósil de la política» o a un brillante escritor, hoy liberal, procedente de la Falange, que escribe diariamente en ABC.

¡Cuánto vemos y oímos con relación a la guerra contra Irak, que ha comenzado hoy, que distorsiona o silen­cia la verdad!

Por un lado, los que aspiran a justificar la guerra nos ofrecen una información que no es otra cosa que pro­paganda intensiva que pretende convencemos para darles nuestro apoyo. Por otro lado, los que se oponen a la misma desean evitarla con el vocerío, en ocasiones chabacano, de manifestaciones bulliciosas con banderas y pancartas de todo signo, hasta de la diabólica cruz invertida, para conseguir la Paz, que exigen, por añadidura, la intervención inmediata de los servicios municipales de limpieza para retirar la basura masiva dejada por los manifestantes.

Desde un lado y de otro, con el «¡No a la guerra! y el ¡Sí a la paz para conseguir la Paz!, lo que se intenta pro­ducir es una confusión mental que nos invite a eludir el problema y a evitar desechar la reflexión propia para pro­nunciar nuestro propio veredicto.

Quiero señalar, que por la contradicciones intrínsecas de los regímenes liberales, que proclaman los princi­pios, complementarios entre sí, el de la «libertad de expresión» y el de la «igualdad de oportunidades», lo cierto es que los españoles que opinamos de modo diferente -y creo que tan respetables como los del «No» o el «Sí» sobre la guerra contra Irak- no hemos sido convocados, como los otros, para exponerla en los medios informati­vos, tanto públicos como privados, que supongo no darán noticia de lo que hoy se diga aquí.

A pesar de este acorralamiento por el Sistema del bozal insonorizante, un deber de conciencia ante una situa­ción dramática, que puede concluir en una hecatombe universal, nos ha movido a la convocatoria de este acto; acto que hubiéramos querido celebrar en el corazón de Madrid, en un local con aforo mucho más grande, pero que nuestra penuria económica nos ha obligado a convocar aquí, en esta preciosa Aula, que Julio Amuriza, su propietario, nos ha cedido, con una generosidad digna de agradecer, como yo se lo agradezco, y muy de veras, y para el que pido un fervoroso aplauso.

Voy a intentar una exposición lógica e hilvanada de «esta voz distinta» sobre la guerra contra Irak.

Para ello va por delante este índice:

I.- La doctrina jurídica y moral sobre las guerras.

– Las causas que se alegan en apoyo de la guerra contra Irak y los objetivos reales que con la misma se persiguen.

– Las constantes históricas que pueden ayudamos a formar criterio.
– La actitud en España del Gobierno y de la Oposición.

V- La «voz distinta» (de la que me hago eco) concorde con lo que nos dice el Vicario de Cristo.

I

La doctrina jurídica y moral sobre las guerras (el ius ad bellum)

La doctrina nos ofrece, desde el punto de vista jurídico y moral, tres posiciones distintas: la que estima que hay en determinadas circunstancias un derecho natural a la guerra (bellum iustus); la que entiende que toda comunidad política, por serlo, goza sin más del derecho a hacer la guerra (bellum legale), y la que asegura que la guerra, sin excepciones, y en todo caso, es un crimen (bellum delictum).

Las opiniones del bellum legale y del bellum delictum, a mi juicio, no son aceptables. La primera, porque hace de la guerra, como sostenían Hugo Grocio y Maquiavelo, un instrumento de la política internacional, que el Príncipe declara por razones utilitarias o de interés, lo que Clausewitz traduce de este modo: “La guerra es la continuidad de la política por otros medios». La segunda, la del bellum delictum, entiende que la guerra, en todo caso, y sin excepción alguna, es un delito. Esta opinión -que ha hecho suya nada menos que el cardenal Alfrink-, fue ya expuesta por Erasmo de Rotterdam que escribió lo siguiente: «La guerra está condenada por la religión cristiana y no hay paz, aún injusta, que no sea preferible a la más justa de las guerras.»

La verdadera doctrina que ha mantenido el magisterio de la Iglesia no es otra que la que concibe la guerra como un derecho natural, aunque sólo en el caso de legítima defensa.

En este sentido Suárez afirma que «la guerra no es siempre un mal absoluto». («Bellum non est per se inhonestum»)

Traigo a colación, de los muchos de que dispongo, tres testimonios: dos de ellos corresponden a Papas tan diferenciados como Pío XII y Pablo VI, y el tercero al Catecismo de la Iglesia que cita a la Gaudium et Spes del Vaticano II.

El de Pío XII, del 24 de diciembre de 1.939 dice así: «Si la posibilidad de un injusto agresor no puede des­cartarse, y la legítima defensa es un derecho-deber del hombre, ¿no será también un derecho-deber de la comu­nidad política apelar a la legítima defensa, es decir, a la guerra, en ningún caso, ni siquiera para rechazar la que injustamente ha promovido el adversario?»

 

El de Pablo VI, de 4 de octubre de 1.965, dice así: «mientras el hombre sea el ser débil, cambiante e incluso a menudo peligroso, las armas defensivas serán desgraciadamente necesarias».

Al texto del Catecismo corresponde éste: «a causa de los males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos hacer todo lo que es razonablemente posible para evitarla» (nº 2.003, 2.327), pero «una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa». (nº 2.308 y Constitución pastoral Gaudium et Spes, 79,4)

De todo lo dicho podemos sacar tres conclusiones fundamentales: a) que la guerra de agresión es un verda­dero crimen o delito grave que debe ser castigado internacionalmente; b) que la guerra defensiva contra un agre­sor injusto es un derecho-deber de toda comunidad política; c) que el dilema a tomar en consideración no es el de Paz o Guerra, sino el de Justicia o Injusticia. Por ello, hay paces que son injustas y guerras, como la defensi­va, que, por el contrario, son justas. La paz no es ni ausencia de guerra, ni equilibrio de fuerzas, ni mudo some­timiento al tirano, ni clima silencioso de cementerio. La paz es la tranquilidad del orden, como decía San Agustín, y los textos sagrados nos dicen que «la paz y la justicia se besan» y que Opus iusticiae pax, es decir, que la paz es obra de la Justicia.

Ahora bien; para que una guerra sea legítima -aparte de su declaración por la autoridad competente y de la causa justa para iniciarla- exige el iustus modus, ya que así como, conforme a la doctrina tradicional, hay una legitimidad de origen y otra de ejercicio, y cuando este ejercicio no se atiene a aquello que la moral impone, queda invalidada la primera legitimidad, así también la legitimidad de ejercicio en la guerra impone imperativamente, para que siga mereciendo la calificación de justa, que el empleo de las armas no entrañe males mayores y desór­denes más graves que el mal que pretende repararse.

Teniendo a la vista estas consideraciones, la «voz distinta» entiende que esta guerra de agresión contra Irak -y pongo puntos muy gruesos sobre las cinco «ies»- es:

– Ilegal, conforme al Derecho internacional público positivo, ya que el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas exige para declararla la autorización del Consejo de Seguridad, que en este caso no ha existido, lo que equivale a decir que quienes hacen la guerra para que se respete la legalidad son los primeros en quebrantarla.

– Ilícita, conforme al Derecho natural de gentes.

– Injusta, porque con ella no se persigue la paz sino, como dijo el padre del actual presidente de los Estados Unidos repetidas veces, satisfacer su odio a Saddam Hussein, y como se acaba de decir ahora mismo, matarle a él y a toda su familia, obligando a los iraquíes a retroceder a la edad de piedra.

– Inmoral, de acuerdo con todo lo que nos enseña la ética objetiva.

– Innecesaria, porque hay otros medios para evitar el conflicto y complacer, a un tiempo, los intereses econó­micos del mundo anglosajón.

Por ello, esta «voz distinta» se pronuncia por un «No» a esta guerra ilegal, ilícita, injusta inmoral e innece­saria.

 

II

Causas que se alegan en apoyo de la guerra contra Irak

1) El régimen de Saddam Hussein es un régimen genocida contra su propio pueblo, por lo que es humanita­rio que desaparezca.

Respuesta: Admitiendo a efectos dialécticos que ello fuera así, y que no se ha magnificado el tema, es evi­dente que ha habido y hay en el mundo, respetándolos, muchos regímenes tiránicos o genocidas o ambas cosas a la vez. Me limito, para no extenderme, al régimen comunista chino que no sólo invadió el Tíbet, y masacró a los tibetanos, sino que reprimió de forma sangrienta a los miles de estudiantes que se concentraron en la plaza de Tianamen y al régimen soviético de la URSS que en sus continuadas purgas asesinó a decenas de millones de rusos, sin que los Estados Unidos hayan hecho algo para impedirlo.

Con relación a los kurdos iraquíes que fueron gaseados por Saddam Hussein, no puede marginarse que el arma química se la suministró Norteamérica para utilizarla en la guerra contra Irán. Tampoco puede olvidarse que previamente hubo un levantamiento y que, a pesar de todo, aún no se ha dado contestación a las siguientes preguntas: 1. ¿Por qué ni Roma ni la jerarquía, ni los fieles católicos de Irak han denunciado este genocidio, si como se difunde, ha sido cierto y hay pruebas incontrovertibles del mismo?; 2. ¿Por qué a estos kurdos en esta­do de rebelión, Saddam Hussein les ha concedido autonomía, autogobierno y hasta una cadena de televisión en su idioma, beneficios de que carecen los kurdos que viven en Irán o los que, duramente perseguidos y encarce­lados, viven en Turquía?

También se habla del genocidio de los chiitas del sur de Irak sin aclararnos que los mismos se alzaron en armas a petición urgente de Bush (padre), el cual los dejó abandonados a su suerte tan pronto como el levanta­miento se produjo.

Contemplemos esta acusación desde la realidad que conocemos: ¿Son más graves tales genocidios contra unos rebeldes culpables de rebelión que el genocidio impune de tantos niños abortados en el mundo anglosajón y de los más de 60.000 niños españoles también abortados en los tres supuestos que la Ley admite, más los anó­nimos, cuyo número desconocemos porque se practican a través de la píldora del día siguiente?

De todos esos «crímenes abominables» contra seres indefensos se ha hecho cómplice o encubridor el Gobierno de José María Aznar, el que, no obstante la mayoría absoluta que consiguió con el voto de tantos cató­licos, no sólo no derogó la ley socialista sino que la ha ampliado hasta conseguir el aborto libre e incontrolable.

Creo, y espero que creáis conmigo, que es mucho más grave el homicidio de tantos miles y miles de niños no nacidos e indefensos -pero imágenes de Dios- en el seno de sus madres.

No se puede arrojar la piedra contra el supuesto o real genocidio iraquí por quien no demuestre antes que tiene la conciencia libre de tan grave pecado.

2) El régimen iraquí constituye una amenaza para la paz pues forma parte de una red terrorista al tener rela­ción con Al-Qaeda y con Ussama Ben Laden.

Respuesta: Quien hace una acusación, y máxime de esta envergadura, debe probarla, y, hasta ahora, resulta evidente que esta prueba o no existe o no se aporta. La participación de Saddam Hussein en los atentados del 11 de septiembre del año 2.001 es una acusación desdeñable, porque el Estado que lo pudo respaldar difícilmente pudo ser un Estado no fundamentalista, con una economía de subsistencia y empobrecido hasta el punto de haber enterrado 500.000 niños, que murieron por desnutrición gracias a un embargo inmisericorde que les privó de ali­mentos. ¿Puede -por otra parte- ser enemigo de la paz quien no ha derribado ni un solo avión de los que han seguido bombardeando su país después de concluida la Guerra del Golfo?

Por otra parte, no se puede olvidar que, no siendo confesionalmente islámico el Régimen iraquí, Ussama Ben Laden le ha calificado de impío, y a Saddam Hussein le llama infiel y comunista.

Conviene que se sepa, cuando se habla de combate al terrorismo, que los Estados Unidos, como miembro per­manente del Consejo de Seguridad de la ONU, vetaron en 1.987 una resolución por la que se pedía a los Gobiernos una lucha incesante contra los terroristas. Esta resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas tuvo 153 votos favorables, 1 abstención (la de Honduras) y dos votos en contra, el de Israel y el de Estados Unidos.

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Quiero ahora subrayar lo mucho que de contradicción existe al respecto en la conducta de José María Aznar, el que, para terminar con el terrorismo que produjo el atentado del 11 de Septiembre de 2.001, nos embarca en una guerra, no contra los terroristas previamente identificados, sino contra Irak y, sin embargo, para liberar a los españoles de las muertes que perpetran los terroristas etarras se negocia con los mismos, no se acaba de poner­los fuera de la Ley y se olvida la existencia de determinados artículos de la Constitución muy útiles para terminar con el terror.

Incumplimiento por Irak de la resolución capicúa 1.441 que le obligaba a deshacerse de las armas de des­trucción masiva.

Respuesta: Con independencia de preguntarnos qué países fueron los que eliminaron las armas de destrucción masiva, nucleares, biológicas y químicas, como lo ordenó el Consejo de Seguridad de la ONU en esa resolución 687, desearíamos que Norteamérica demostrase que no las posee, abriendo sus puertas a inspectores neutrales, porque se da el caso de que Estados Unidos no sólo tienen la bomba atómica sino que la emplearon sin escrú­pulos contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki; que tenían en su poder bombas de fósforo que des­truyeron gran parte de Dresde y Colonia, causando millares y millares de víctimas, así como armas químicas que emplearon en la guerra de Vietnam. Mal precedente sobre el iustus modus en esta guerra, que sirve para demostrar que los acusadores pueden ser acusados.

Lo mismo da que un arma sea de destrucción masiva que esa destrucción masiva la produzca el concurso con­vergente de muchas armas que por sí solas no lo son. Así ocurre con las que tienen preparadas y dispuestas para el «bombardeo quirúrgico» que pedía Kissinger, Premio Nobel de la Paz, sobre las ciudades iraquíes. Estas armas van a utilizarse por aviones, helicópteros y barcos de guerra que ya amenazan desafiantes desde el contorno geo­gráfico de Irak.

¿Por qué y para qué -me pregunto- se ha hecho explosionar en vísperas de la guerra algo semejante a una bomba nuclear a la que se ha llamado madre de todas las bombas? Perdonadme lo que voy a decir: ¿No será una bomba putativa, no en el sentido filológico de la palabra, pero sí en su vertiente vulgar y metafórica?

Y no hagamos mención del incumplimiento por Israel de las resoluciones que han prohibido los asentamien­tos en tierra de la autonomía palestina, y a las que, con los números 242 y 338, ordenaron que retirara su ejérci­to de Cisjordania y de los Altos del Golán.

Recordemos, por otra parte, porque nos importa mucho, que siguen incumplidas las resoluciones sobre la des­colonización de Gibraltar y el referéndum del pueblo saharaui.

Los inspectores de la ONU no tienen libertad de movimientos para descubrir las armas de destrucción masiva que se hallan en poder del gobierno iraquí.

Respuesta: Los inspectores de la ONU que estuvieron en Irak, quebrantando gravemente su soberanía, llega­ron al país en 1.991 y estuvieron investigando hasta 1.998, año en que se produjo, con indignación farisaica, su expulsión. Lo que se oculta es que dicha expulsión fue debida a que en parte -y ya se han dado nombres y car­gos- los inspectores eran agentes de la CIA que con el pretexto de la inspección colocaban escuchas telefónicas, cuyas grabaciones luego se trasmitían a los Estados Unidos y a Israel.

Es lógico, por otra parte, el juego al ratón y al gato de Saddam Hussein con los inspectores, que realizaban su labor en el país, ya que, desarmándose, renunciaría a ofrecer resistencia al enemigo con una guerra defensi­va justa, contra quienes invadieran su nación, el propio Saddam Hussein será eliminado de una forma u otra, y un gobierno títere, después de la Administración norteamericana, será constituido para satisfacer los deseos anglo­sajones de los que luego me ocuparé.

Me parece que este juego del ratón y el gato es comprensible, ya que se tenía la impresión de que la guerra, haya o no desarme, iba a comenzar. No se olvide que, anunciándolo, el secretario norteamericano de Defensa Rumsfeld dijo: «La ausencia de pruebas no significa la prueba de su ausencia”.

En el ultimátum de las Azores, y en uno de sus recientes discursos, Bush ha exigido a Irak que, si no quiere la guerra, se deshaga no sólo de las armas de destrucción masiva que posea, sino que su desarme sea completo, lo que significa que dicha entrega ha de ser incluso de sus armas convencionales y hasta de las navajitas para sacar punta al lápiz.

5) El gobierno dictatorial y sanguinario de Saddam Hussein debe ser sustituido por un régimen democrático en el que los derechos humanos se respeten.

Respuesta: En primer lugar, las generalizaciones son muy peligrosas. La democracia que trata de generali­zarse, y que es una democracia concreta y con apellido identificador, a saber, la democracia liberal, la experien­cia histórica demuestra que, por razones de idiosincrasia colectiva y de desarrollo económico y cultural, no ha tenido éxito en todos los países. Ello no obstante está claro que -en ese contexto- Irak es un país democráticamente más adelantado que otros países árabes y que no es posible compararlo con los Estados de confesión islámica, como Arabia Saudita (donde no hay una sola capilla católica) o Kuwait (donde ni siquiera había Parlamento) o con regímenes comunistas como los de Corea del Norte o de la China continental.

Si uno de los desinteresados propósitos de los Estados Unidos -que tanto hablan de «justicia infinita» y de «libertad duradera»- no fuera otro que el de instalar y respaldar democracias liberales, no entiendo por qué no actúan con igualdad de criterio con relación a Irak, al que atacan, y a Arabia Saudita, a la que ayudan y prote­gen.

Si, como los Estados Unidos afirman, forma parte del «Eje del mal», y es un país comunista donde la demo­cracia no existe y además se les desafía: ¿Por qué no le declaran la guerra? ¿Será porque Corea del Norte está respaldada por China, a la que los Estados Unidos temen?

Los argumentos que se utilizan para justificar esta guerra son argumentos insostenibles, con los que se trata de enmascarar los objetivos reales que se persiguen con la misma y que , a mi juicio, son tres: a) hacerse dueños del petróleo abundante de Irak -el 10% del que existe en el planeta, y de fácil obtención porque se halla muy cerca de la superficie-; b) asegurar la supervivencia y expansión del Estado de Israel, al que preocupa una posi­ble reacción non grata del mundo islámico que lo rodea y c) demostrar al mundo entero, incluyendo a Europa, que los Estados Unidos, conforme a la Ley del más fuerte, son los amos y los gendarmes del planeta.

En España tenemos refranes y frases muy expresivas, que con pocas palabras dan cuenta de una determinada situación. La frase «la bolsa o la vida» puede, en el caso que nos ocupa, traducirse así: «o me das, por las bue­nas, todo lo que te pido o me lo das por las malas y te aplasto.»

III

Las constantes históricas que pueden ayudarnos a formar criterio

Estas constantes históricas de la política exterior no sólo de los Estados Unidos sino de Inglaterra, deben orientarnos para tomar decisiones, pues no en balde hay un refrán que dice «genio y figura hasta la sepultura».

Estas constantes históricas se ponen de manifiesto ante cuatro guerras distintas, y ante el comportamiento de esa política internacional con relación al mundo islámico y con respecto a las naciones que integran la comuni­dad hispánica.

Las vamos a examinar:

 

– A –

– Guerra de los Estados Unidos contra España. Me refiero a la guerra mediante la cual Cuba, en 1.898, se separó de España, y Puerto Rico y Filipinas se convirtieron en colonias de Norteamérica.

Esta guerra nos la declararon los Estados Unidos con el pretexto de la explosión del Maine, barco de guerra de su flota, anclado en la bahía de la Habana. España pidió que se constituyera una Comisión mixta que averi­guara la verdad de lo ocurrido. La propuesta fue rechazada por Norteamérica. Años después se comprobó que todo fue un pretexto para declaramos esa guerra, ya que el Maine se hundió víctima de un incendio del com­bustible que almacenaba en sus bodegas.

– Guerra europea de 1.914 a 1.918. En ella participaron los Estados Unidos después del hundimiento -me pare­ce que por un submarino alemán- del barco de pasajeros Lusitania, que, contra legem, iba cargado de armas y municiones para los ejércitos de las naciones aliadas. Fue otro pretexto para que los ciudadanos de Norteamérica, en su mayoría partidarios del aislamiento, aceptaran y apoyaran la guerra.
– Guerra Mundial de 1.939 a 1.945. Al persistir la voluntad aislacionista del pueblo norteamericano, el bom­bardeo y destrucción de unos barcos de guerra por los japoneses, en la base militar de Pearl Harbor, en la Islas Hawái -maniobra detectada y comunicada al presidente Roosevelt por los servicios de espionaje y que, por lo tanto, pudo ser evitada-, sirvió otra vez de pretexto para que los Estados Unidos, con toda su potencia, entrasen en el conflicto decidiendo la victoria aliada.
– La guerra del Golfo Pérsico de 1.991. Yo me atreví a calificarla de hipócrita en una conferencia en la Universidad Complutense. Tuvo también como pretexto uno increíble, que obliga a plantearse el por qué, el para qué y la autoría del atentado contra las Torres Gemelas en función de una nueva guerra contra Irak.

Según han escrito Jean-Claude Manifacier, profesor de la Universidad de Ciencias Técnicas, de Languedoc y Jacques Villemonais (Lectures françaises nº 548, de diciembre de 2.002 y nº 549 de enero de 2.003) era precisa una preparación psicológica de la opinión mundial que justificara la primera guerra del Golfo Pérsico. A tal fin, se formalizó un contrato con la sociedad americana de relaciones públicas Hills et Knowlton, a la que se entre­garon diez millones de dólares. El montaje publicitario llevó consigo una campaña a través de los medios de información y, de un modo especial, de las cadenas televisivas, en los que se afirmó con insistencia que los sol­dados iraquíes, luego de invadir Kuwait, sacaron de un hospital, en sus cunas, a trescientos doce bebés, que expuestos al sol de esa zona murieron en su totalidad. Una enfermera, que manifestó haber presenciado todo, y que hasta un sobrino suyo fue sacrificado, lloró compungida al ofrecer su testimonio. Un médico certificó la muerte por insolación de los bebés. Amnistía Internacional hizo una enérgica protesta y el presidente Bush (padre) compareció ante las cámaras para manifestarse indignado por aquel crimen -lanzamientos de niños por tierra como leños que se iban a quemar, dijo textualmente- y pedir apoyo para combatir a los iraquíes.

Al cabo de los años se ha podido probar -y lo informó así una cadena de televisión alemana- la falsedad de todo ello, ya que nunca salieron las cunas del hospital, jamás, en un país de población escasa, pudo haber tres­cientos bebés recién nacidos, y, por añadidura, la enfermera era la hija del embajador de Kuwait en Washington, el médico era un dentista, que confesó su complicidad y Amnistía Internacional tuvo que reconocer públicamente que se le había engañado.

 

– B –

Veamos ahora cómo se ha comportado la política exterior anglosajona con el mundo árabe, porque su cono­cimiento actualizado nos puede aclarar y explicar el origen de tantos conflictos como esa política ha ocasionado y sigue ocasionando.

A mi juicio, fue un gravísimo error, por una parte, y una ofensa gravísima para el mundo árabe, la creación del Estado de Israel, el 14 de mayo de 1.948, en un territorio mayoritariamente islámico, y ello, a sabiendas de que potencialmente ese nuevo Estado sería raíz de una profunda desestabilización, que va desde la guerra de los Seis Días con Egipto hasta el encarnizamiento diario de israelíes y palestinos, para el que la Comunidad inter­nacional no encuentra solución.

No puede olvidarse que la constitución del Estado judío se produjo cuando la zona en la que el mismo se asienta se hallaba bajo «protectorado inglés», y que a la consolidación del mismo contribuyó, como contribuyen con amplísima generosidad, los Estados Unidos. La indignación del pueblo palestino, al que se arrebató su tie­rra, al que se le obligó a emigrar en gran parte, al que se acosa y humilla con los asentamientos de colonos en las franjas autónomas, puede explicamos la aparición de la «Intifada» y la formación de grupos radicales, que a las matanzas de Sabrá y Chatila, ordenadas por Ariel Sharon, a los asesinatos selectivos con helicópteros alqui­lados a Norteamérica, a la destrucción de viviendas (la ofensa máxima para un musulmán) y a los tanques que disparan inmisericordes sobre los campos de refugiados, no pueden oponer más que unas piedras de escaso valor destructivo y unos camicaces que por su patria ofrecen sus vidas a Alá.

El origen de esta situación endémica no sólo se debe a la constitución del Estado de Israel, sino a la conti­nuada ampliación de su base geográfica, que cuenta con el apoyo de los Estados Unidos, los que, en más de trein­ta ocasiones, han utilizado su derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para facilitar esa política expansionista.

De aquí se infiere que si de verdad, se aspira a la pacificación de la zona, esa actividad pacificadora debiera comenzar por la raíz de los conflictos, como ha dicho el secretario de la ONU Kofi Annan, creando, y no pro­metiendo como lo hacen Bush y Blair, un Estado palestino con fronteras seguras, obediente a la fórmula de «Paz por territorios», que ponga término a la lucha brutal que cada día nos ofrece escenas de horror, de odio y de san­gre.

No quedan ahí las cosas, porque, con una torpeza inaudita, los Estados Unidos, con esa política, convierten en enemigos a países islámicos prooccidentales. Así ha ocurrido con Persia y con Irak. Lograron deponer al Sha, al que sólo se dio acogida en Egipto, abriendo paso al régimen fundamentalista del ayatolá Jomeini, que no sólo demostró su hostilidad a Norteamérica con el acoso prolongado a su embajada en Teherán, sino que demostró, con un ejército poderoso, que era una amenaza para Israel.

Este error se quiso reparar con otro error, ya que, para contener la hostilidad y la amenaza, se embarcó a Irak, el más prooccidental de los países árabes, en una guerra cruelísima de ocho años, que se mantuvo con arma­mento de toda clase -insisto en lo de toda clase- proporcionado no sólo por los Estados Unidos sino por varias naciones europeas.

La cuantiosa pérdida de vidas, el hundimiento económico, la repatriación de un millón de trabajadores extran­jeros y la necesidad de reconstruir todas las infraestructuras, hizo pensar al régimen iraquí que tan alto tributo podría ser compensado con la recuperación de Kuwait, que, formando parte de la provincia de Basora, fue decla­rado independiente por Inglaterra en 1.924, cuando allí ejercía el protectorado. Kuwait, en la costa, con una pobla­ción mínima de beduinos y pescadores, tenía y tiene yacimientos petrolíferos de incalculable valor, que hoy manejan los Estados Unidos a través de las Compañías del ramo que se conocen como las Siete Hermanas. No puede extrañarnos la rápida transformación de Kuwait, que hoy tiene dos millones de habitantes, de los que el 75 % son extranjeros, y la renta per cápita más alta del mundo. Las inversiones de Kuwait en España hicieron posible la construcción de las Torres KIO en el Paseo de la Castellana.

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Notificada la invasión a la embajada norteamericana en Bagdad, que manifestó su propósito de permanecer al margen de este asunto, y siendo conocida la movilización del Ejército, que no podía pasar desapercibida, ni para los servicios de información de los Estados Unidos, ni para los de Israel, la invasión se produjo el 2 de agos­to de 1.990.

A partir de ese momento, y víctima de una censurable ingratitud, los Estados Unidos cambiaron de conducta con respecto a Irak, pues no querían perder el control de las zonas petrolíferas de Kuwait. Entonces, Saddam Hussein, el gran amigo de Occidente, el que había hecho de Irak un país moderno al que se presentaba modéli­camente en la televisión y al que visitaban dirigentes de todo el mundo, y especialmente los socialistas españo­les (no se olvide que una representación del partido Baaz estuvo en un congreso del Partido Socialista) se con­virtió en un dictador cruel y sanguinario, asesino de kurdos y chiitas, terrorista, en frase del que fue ministro de Asuntos Exteriores, ya socialista, Fernández Ordóñez, y según el presidente Bush (padre), en un criminal de gue­rra.

Hay que recalcar ahora que todo esto se produjo cuando en España los socialistas estaban en el poder y coo­peraron sin problemas, ni en la calle ni en el parlamento, con los Estados Unidos en la guerra de entonces con­tra Irak.

¿No se han dado cuenta ustedes que la terminología que hoy se emplea por el señor Aznar es la misma que se empleó en época de Felipe González para justificar la guerra hipócrita de ayer y la guerra injusta de hoy?

No es posible dejar al margen la guerra contra Afganistán porque la misma revela el equívoco errático de la política exterior norteamericana con respecto al mundo árabe. Esa política apoyó a los talibanes en su lucha con­tra el régimen comunista impuesto por Moscú después de la ocupación soviética del país. Los Estados Unidos proveyeron a los talibanes de cuanto necesitaban para esta lucha, incluso voluntarios de otros países, contando con la ayuda y colaboración de Ben Laden, formado por la CIA.

Con la victoria de los talibanes los Estados Unidos aceptaron para Afganistán un gobierno coránico y fundamentalista durísimo.

Después, y como réplica a los atentados del 11 de septiembre de 2.001, como un modo de eliminar al terro­rismo y apresar vivo o muerto, como dijo Bush, a Ben Laden, Norteamérica se alió con sus antiguos adversarios en la llamada Liga del Norte, invadieron Afganistán, país desértico, pobre y asolado por las guerras y por los señores de la guerra durante muchos años, en el que hoy trata inútilmente de imponer su autoridad un gobierno títere al que sostienen unas fuerzas militares de ocupación.

La verdad es que en última instancia Ben Laden no ha sido apresado y que Ben Laden, que combatió a los comunistas que se hicieron dueños de Afganistán, combate ahora a los norteamericanos que han puesto a su ser­vicio -Gobierno y petróleo- a la Arabia Saudí, donde se halla La Meca, lugar santo para los islamitas, que hoy profanan con su presencia los norteamericanos.

 

– C –

Nos queda por señalar la política exterior anglosajona con respecto al mundo hispánico, del que formamos parte, y que parece que el señor Aznar olvida:

No seré exhaustivo, pero podemos traer a colación que en toda Hispanoamérica hay una conciencia genera­lizada y cautelar contra los Estados Unidos; y no sólo porque se entiende lo que se esconde en aquel «América para los americanos», de Monroe, sino porque la mitad de Méjico, al amparo de esa doctrina, lo absorbió Norteamérica. Eso explica que, en ese país, que conozco y quiero, sea un dicho común -desde los universitarios a los taxistas-: «pobre Méjico, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos».

La descarada intromisión de Norteamérica en la política y en la economía de los países hispanos de América resulta escandalosa. Es muy significativo el coloquio que en la televisión de Buenos Aires mantuvieron Menem y Bush (padre). El primero preguntó al segundo por qué no había golpes militares en Norteamérica. Bush no supo contestar y Menem le dio una respuesta: «porque no hay embajada norteamericana en Washington».

Puedo enumerar como exponentes de esta política exterior: la base de Guantánamo, en Cuba; el enmascara­miento de la situación colonial de Puerto Rico como «Estado asociado libre»; la invasión y bombardeo de Panamá, con centenares de víctimas, para sacar al presidente Noriega de la Nunciatura Apostólica, trasladarlo a Florida, someterle a un proceso impresentable y reducirle al silencio. Permitidme que os diga que Noriega, patriota e hispano -que al igual que Ben Laden trabajó y conoció los manejos sucios de la CIA- quiso defender­se sin letrado y concluyó su informe con esta frase: «Panamá no será nunca una estrella añadida a la bandera americana.»

¿Desde cuándo no habéis oído hablar de Noriega? A la pena de cárcel se ha añadido la pena del más absolu­to de los silencios.

¿Y acaso cuando la guerra de las Malvinas no estuvieron los Estados Unidos al lado de los ingleses, que ocu­pan sin ningún derecho aquellas islas que fueron españolas y que conforme a un principio de derecho interna­cional, el de uti possidetis, pasaron a ser de Argentina al llegar la independencia del país hermano?

Reflexionando sobre el tema del comportamiento de la política exterior de los Estados Unidos, en cuanto al mundo hispánico se refiere, yo he llegado a la conclusión de que a aquéllos sólo les importa el llamado terroris­mo internacional, es decir, el que el 11 de septiembre destruyó las Torres Gemelas y el Pentágono, obra de un enemigo sin rostro que les atemoriza. Ése es tan sólo el terrorismo que de verdad combaten, ya que, si a los Estados Unidos les molestara el terrorismo que sí tiene rostro, que se identifica, y que ha afectado y afecta a otras naciones, con espíritu de solidaridad hubieran coadyuvado y coadyuvarían a su derrota. Pero no ha sido así, como lo evidencia el terrorismo que fue endémico: en Uruguay, con los Tupamaros; en Argentina, con los Montoneros; en Perú, con Sendero Luminoso; en Centroamérica, con las guerrillas de Guatemala, y en El Salvador y en Colombia, donde las Fuerzas Armadas Revolucionarias, al mando de ‘Tirofijo», siguen asesinando, secuestran­do sin piedad y ejerciendo de facto la soberanía sobre una gran parte del país, tan cerca -al revés que Irak- de los Estados Unidos.

El contraste de esta doble actitud con respecto al terrorismo se hace más sorprendente al saber que los Estados Unidos desconocen la competencia del recientemente constituido Tribunal Internacional de La Haya para juzgar y sancionar a sus soldados que puedan cometer genocidio, y que se han negado a firmar el Tratado de Kioto para reducir la emanación de gases que producen el cambio climatológico a que asistimos, y que puede dar origen a una catástrofe ecológica.

 

IV –

Actitud en España, del Gobierno y de la Oposición

A la luz de estas consideraciones podemos estimar si la postura pro anglosajona del Gobierno español es acertada y prudente, porque, es lo cierto que la simpatía y el apoyo que en circunstancias bien difíciles hemos tenido de los pueblos árabes se puede esfumar (recordemos las 35.000 toneladas de crudo que en época de esca­sez Irak regaló a España), al ir codo con codo con quienes, una y otra vez, declaran la guerra a sus hermanos ira­quíes. Y no digamos las consecuencias que esta postura puede tener en el mundo hispánico, que contempla a la madre patria unida a sus tradicionales enemigos.

Esta consideración, que entiendo hay que tener muy en cuenta, no margina un veredicto sobre la actitud de la izquierda opositora al Partido Popular y a su Gobierno, y muy especialmente la del Partido Socialista Obrero Español, porque no puede borrarse de la memoria que este partido, antes de llegar al poder en 1.982, era total­mente contrario al ingreso de España en la OTAN (recuérdense aquellas manifestaciones al frente de las cuales aparecía el señor Solana, portando un inmenso cartel, en el que se decía «no a la OTAN» y que, después, gober­nando ya el socialismo, no sólo se pidió ese ingreso, en interés de España, sino que aceptó que el propio Solana -cuya dimisión no pide el señor Zapatero- sea un alto funcionario de las instituciones que controla Norteamérica). Más aún, en la guerra del Golfo Pérsico, es decir, en la guerra hipócrita contra Irak, el gobierno socialista se alió con Norteamérica de igual modo que ahora lo hace el de José María Aznar.

En un Sistema como el que padecemos no puede escandalizamos un cambio tan brusco de conducta para con­seguir votos; y de igual forma que los del PSOE y los de Izquierda Unida, sin escrúpulos, presiden manifesta­ciones en las que ondean banderas republicanas, separatistas y con la cruz invertida -símbolo satánico, como ya he dicho- gritan también un «No a la guerra», obedientes a una movilización internacional que alguien dirige y financia, porque saben que el «No a la guerra», al menos a esta guerra, la comparten muchos, como yo, pero, indiscutiblemente, no para buscar votos, sino por razones jurídicas y morales muy serias y profundas.

Viendo y escuchando una tertulia de la RAI sobre «Italia y la guerra» el honorable D’Alema, un hombre muy inteligente, izquierdista y representante del Polo del Olivo, acusó a Berlusconi de ambigüedad con respecto a esta guerra, y lo hacía criticándole. Pues bien, yo creo lo contrario, porque, ante el conflicto y la hecatombe que esta guerra pueda originar en todo mundo, caben tres posturas: la de la sumisión, la del desafío y la esquivadora. La política de la sumisión, y en este caso entusiasta, es la del señor Aznar; la política del desafío equivale a una pro­vocación para que el poderoso te reduzca a ceniza, y la política esquivadora, o calculadamente ambigua, como la de la mayor parte de los países europeos y no europeos, es la acertada.

¿Y no fue esta política esquivadora la que, en el verdadero interés de España, y por el bien común de los espa­ñoles, llevó a cabo ese «dictador» -como con tanta frecuencia le califica José María Aznar- que se llamó Francisco Franco, al que sirvieron con lealtad su padre y su abuelo? Las divisiones acorazadas de Hitler estaban en los Pirineos, y con esa esquivadora ambigüedad gallega, ni Franco declaró la guerra a las potencias aliadas, como el Führer le pedía, ni las divisiones alemanas nos invadieron. He aquí otra gran lección, que José María Aznar no ha aprendido, pero que sí parece que han aprendido otros gobernantes.

V

La «voz distinta», concorde con las palabras del Vicario de Cristo

Todos sabemos con qué angustia el Papa Juan Pablo II contempla la crisis que amenaza al mundo con moti­vo de esta guerra y los esfuerzos de toda índole que ha hecho para que no se llevara a cabo.

Creo que la palabra del Vicario de Cristo no puede ser desoída por nadie y, además, debe ser obedecida por los que se dicen católicos españoles. Pues bien: los gobernantes católicos que han votado al señor Aznar y a su partido pueden comprobar cómo la conducta, la de aquél y la de éste, se halla en franca y rotunda desavenencia con lo que el Papa una y otra vez repite: que la verdad se corrompe con la mentira y que el padre de la mentira, con la que tienta, es Satanás. La elección ha de hacerse, por lo tanto, para conseguir la paz verdadera y el bien que la verdad supone, con una conciencia bien formada por la verdad. Por ello, alguien ha escrito que los pro­motores de esta guerra injusta de agresión constituyen el eje auténtico del mal; mal que se hace mayor cuando esos promotores se confiesan, católicos o no, cristianos como George Bush, Tony Blair y José María Aznar.

Esta consideración lleva a Juan Pablo II a preguntarse si realmente el cristianismo sigue influyendo en lo que sigue llamando cultura occidental.

Entiendo que el Gobierno del PP ha incluido a España en este otro Eje del Mal, adhiriéndose a la política anglosajona de «manos unidas», y entrelazando nuestra bandera con la de Norteamérica y la del Reino Unido, para imponer un previsible «Nuevo Desorden Mundial» en el que, con esta guerra, se añade, como decía el Papa, un nuevo y gravísimo mal al que ya existe.

La reacción del Vicario de Cristo no ha podido ser más tenaz ni más valiente, ya que, luego de dar a conocer que su Nuncio permanecerá en Bagdad, pase lo que pase, a través de una nota oficial del Vaticano del día 18, indicó: «quien decida dar por agotados los medios pacíficos que el Derecho Internacional pone a su disposición (para evitar la guerra) asume una gran responsabilidad ante Dios, ante su conciencia y ante la Historia.»

El Gobierno español -en el que hay ministros católicos (no lo son todos)- ha desoído y silenciado las palabras del Vicario de Cristo. Con ello verificamos que esa gran responsabilidad no les importa, porque no creen que Dios (al que no escuchan), la conciencia (que deformada les tranquiliza) y la Historia (que tan acostumbrados están a retorcerla) les juzgará un día desaprobando su conducta.

Que, en este tiempo de Cuaresma, con espíritu penitencial, en nuestro «paseo por un mundo loco», como lo ha calificado el príncipe Sturdza, pidamos, por medio de la Regina Pacis, a Cristo, Príncipe de la Paz, que nos conceda la suya.

¡Y que Dios nos ampare!

 

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