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Artículo publicado en «Fuerza Nueva», 6 de noviembre de 1971 

Decía Franco en su discurso del primero de octubre que siendo los Principios inspiradores del sistema y de la política del Régimen más actuales que nunca», es necesario, para mantenerlos, «seguir luchando sin descanso y a la vez con fortaleza y generosi­dad».

Como a esta misión, que el Jefe del Estado señala como la fundamental y urgente, ha respondido y responde «Fuerza Nueva», nada tiene de particular que nos alegre el respaldo a una línea de conducta que lógicamente ha sido atacada y denigrada por el enemi­go cuya presencia se apunta, pero que también lo ha sido, y de muy diversos modos, desde estructuras en las que el enemigo no debiera albergarse.

Con este respaldo nos es lícito insistir de nuevo en el tema de los partidos políticos, porque hemos llegado a tener la impresión de que, en este delicado, debatido y hasta enojoso asunto, no se está procediendo con la lealtad y la limpieza debidas. Nos interesa de un modo particular, en evitación de torcidas interpre­taciones, que nuestra postura, tantas veces expuesta, se exprese con la mayor claridad para ahora y para el futuro.

Nosotros entendemos que, en un Régimen vitalizado por los Principios del Movimiento, no sólo resultan incongruentes los par­tidos políticos o sus sucedáneos, sino que ni siquiera deberían plantearse como «desiderata» en el cuadro de la evolución que por muchos se aconseja. Ahora bien; el hecho, como indicábamos en el artículo precedente, de que se postule su admisión por hombres que a sí mismos se califican de ideas muy abiertas y que ocupan puestos de alta responsabilidad en el equipo de gobierno, nos induce a estudiar el tema más a fondo.

Porque una de dos: o se cree en los partidos políticos con toda sinceridad, lo que puede ser, aunque equivocando, honesto, o se repudian por inviables dentro de un esquema político dado, ya que contradicen sus Principios y tienden a lograr la España dividida, y por ellos mismo vencida, a que Franco hizo diáfana referencia.

Si honestamente se cree en los partidos políticos o en sus sucedáneos, lo correcto debiera ser dimitir de los cargos de alta responsabilidad desde los cuales se ha formulado su defensa. Si, por el contrario, se repudian, por las razones básicas que se indican, lo pertinente se halla en una resuelta actitud de cierre ante toda campaña, cualquiera que sea su disfraz, que pretenda ha­cerlos sugestivos y legales.

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Se nos alcanza, sin embargo, a juzgar por el cariz de las pasadas elecciones, que la simpatía hacia las llamadas asocia­ciones de acción política por parte de algunos de sus más esclare­cidos propugnadores, es tan sólo un ardid, parecido al que ya ha si­do divulgado en ciertos sectores de opinión extranjera por una campaña que ha pretendido ser hábil, para quedar tan solo en habilidosa. Nos referimos a la presentación hacia afuera de unos ministros de tendencia liberal, europeizantes y flexibles, frente a instituciones encastilladas y endurecidas, es decir, a algo muy semejante al enfrentamiento de las «palomas» y los «halcones».

Esta campaña, oculta, como lo evidencian los hechos, un modo de pensar muy diferente. Se presume de diálogo, neutralidad y liberalismo, mirando a la galería exterior, pero en el fondo se aspira, no a mantener y desarrollar un sistema político, sino a atraparlo, sujetarlo y manejarlo a placer, pretendiendo que afloren por la vía oficial quienes sea previsible que de un modo más segu­ro obedezcan en su día las directrices marcadas o puedan prestar un aparente barniz multicolor a las estructuras vigentes.

El hecho de las candidaturas únicas, de retiradas previas, que los propios candidatos explican, y el desarrollo de las elecciones en ciertas provincias, son datos lo suficientemente co­nocidos para dispensarnos de mayor insistencia. Pero creemos que es un error, de dimensiones incalculables, estimar que el Movimiento se asegura con este modo de proceder. A un Movimiento fuerte, disciplinado, coherente, con arraigo en el país, le interesa, a nuestro modo de ver, que sean muchos y de calidad los candidatos. Habrá que poner todo el rigor en las exigencias políticas y morales de los mismos, naturalmente, pero hay que crear un clima previo que anime a presentar su candidatura a cuantos, cumpliendo con ta­les exigencias y con vocación de servicio, deseen concurrir a la elección, ofreciéndoles, como es justo, una igualdad de oportunidades.

El Movimiento se enriquece, sin duda, y aumenta su pres­tigio, cuando a una elección acuden hombres y mujeres de reconoci­da solvencia y patriotismo. El Movimiento, en cualquier caso, debería sentirse satisfecho y fortalecido al contemplar la noble emulación de los elegibles y al estimular el voto libre de los electores que escogerán, no al candidato del gobierno o al que tiene visos de antigubernamental, sino a un candidato del Movimiento que, por su juventud o su experiencia, su preparación específica o general, su arraigo en la provincia o su presencia en órbitas más amplias, pueda cumplir mejor el cometido señalado. El contraste será aquí más bien de hombres que de pareceres. El triunfo podrá ser de este o de aquel candidato, pero la victoria será siempre del Movimiento.

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Toda línea de conducta distinta es una quiebra fundamen­tal del sistema y un reconocimiento «a priori» de que algo falla en el Movimiento mismo, algo que lo debilita y empequeñece, a la vez que produce amargas desilusiones en candidatos que no consiguieron la proclamación, en candidatos proclamados que creyeron más prudente retirarse a tiempo, y en candidatos que mantuvieron la lucha en francas condiciones de inferioridad.

Y decimos todo esto, en relación con los partidos y las asociaciones políticas de base, porque tal y como la situación se nos ofrece, nos enfrentamos con una realidad en cierto modo desconsoladora, pues todas las corruptelas de las campañas electorales del régimen de partidos, se utilizan, y luego se imputan a un sis­tema distinto cuyo juego electoral, en la forma que apuntamos, no se pone en vigencia. Y como en el cuadro oficial figuran algunos de los hombres que dicen añorar los partidos políticos, se llega a la conclusión de que, en el fondo, por los mismos, no se quiere ni los partidos, que frenarían, con notables inconvenientes, sus manejos electorales, ni el Movimiento, al que se ahoga y atenaza, sir­viéndose del mismo y dejándole infecundo en su propia raíz.

Con esto no se agota la materia, porque es posible que haya también quien desee cancelar el régimen político del Movimiento, para dar paso a un régimen político de partidos, y al que re­pugne, en esta oportunidad de acuerdo con nosotros, la utilización de aquél, mientras subsista, para fines ajenos a la institución.

De este aspecto, sumamente interesante del tema, nos ocuparemos en un próximo artículo.

 

Autor

REDACCIÓN