04/12/2024 19:01
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Juan Carlos Monedero es licenciado en Filosofía por la Universidad del norte Santo Tomás de Aquino. Escritor. Argentino. Autor de varios libros y un buen número de artículos.

¿Qué papel o lugar tienen las Sagradas Escrituras dentro de la doctrina católica?

Tienen un lugar decisivo. Dios ha inspirado a ciertos hombres, a lo largo del tiempo, para que ellos comunicaran sus mensajes. Estos mensajes se enseñaron de generación en generación de forma oral y, luego, terminaron siendo puestos por escrito. La enorme mayoría de estos hombres nunca se conocieron entre sí, pero sin embargo todos están unidos por el mismo Espíritu Santo.

En el Nuevo Testamento, los escritores sagrados (los hagiógrafos) sí se conocieron entre sí: de hecho, San Mateo y San Juan evangelista eran dos discípulos de Jesús. Marcos fue discípulo de San Pedro. San Lucas fue discípulo de San Pablo. Sabemos que San Pablo conoció a los apóstoles, como sabemos que muchas de sus cartas forman parte del canon bíblico. Y podríamos seguir. Los 71 o 73 libros de la Biblia (según cómo se consideren, son 71 o 73) constituyen la Tradición Escrita. Por otro lado, como dice Castellani en El Evangelio de Jesucristo, los Cuatro Evangelios fueron primero comunicados oralmente en arameo y –cuando la predicación al habla griega se hizo necesaria– las palabras en arameo son traducidas al griego.

Luego, como todo texto escrito, los católicos reconocemos un Magisterio capaz de interpretarlo. Además del Magisterio, los católicos reconocemos también una Tradición Oral. En la doctrina católica, tiene lugar una armónica síntesis entre Magisterio, Tradición Escrita (Biblia) y Tradición Oral.

El Magisterio de la Iglesia puede ser extraordinario cuando define ex cathedra. Tales definiciones son infalibles porque, en esos casos, el Papa participa de la infalibilidad divina: de la misma manera que los hagiógrafos –inspirados por el Espíritu Santo– necesariamente escribieron la verdad, también la Iglesia cuando enseña ex cathedra. Estas definiciones irreformables desarrollan doctrina implícita en las Sagradas Escrituras y expresan contenidos que no se hayan literalmente en la Biblia, conforme a las palabras de San Juan 16, 12-14. En la Última Cena, Cristo le promete a los Apóstoles el Paráclito (el Espíritu Santo), el cual les enseñará más verdades aún: Aún tengo que deciros muchas cosas: mas no las podéis llevar ahora. Mas cuando viniere aquel Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad. Porque no hablará de sí mismo: mas hablará todo lo que oyere, y os anunciará las cosas que han de venir. El me glorificará; porque de lo mío tomará y lo anunciará a vosotros”.

¿Cuáles son los principales sentidos que tiene el texto sagrado?

Respondo con Santo Tomás de Aquino, quien ya desde el comienzo de la Suma Teológica nos brinda coordenadas. En I, q. 1, art. 10, sed contra, cita a San Gregorio, quien nos enseña: «Por su modo de hablar, la Sagrada Escritura está por encima de todas las ciencias, pues con un mismo texto relata un hecho y revela un misterio». Y después ampliará y dirá que el primero de los sentidos de la Biblia es el sentido LITERAL o HISTÓRICO. Luego vendrá el sentido ESPIRITUAL, que “supone el (sentido) literal y en él se fundamenta”.

A su vez, nos dice el Aquinate, el sentido espiritual «se divide en tres». Mostrémoslo a continuación:

a) Espiritual-alegórico

b) Espiritual-moral

c) Espiritual-anagógico

Todo aquello que figura en los textos del Antiguo Testamento (la Antigua Alianza o Antigua Ley) pero es «figura» de la Ley Nueva, de la ley de Cristo, corresponde al sentido a). Es decir, corresponde al sentido espiritual-alegórico. Los Padres de la Iglesia decían: «Cristo está latente en el Antiguo Testamento y patente en el Nuevo Testamento». Así, por ejemplo, el pecado de Adán (por el que todos morimos) es figura inversa del Sacrificio de la Cruz de Cristo (por el que todos somos redimidos, en la medida en que aceptemos esa Redención y obremos conforme a ella, obviamente). Eva es figura -inversa- de la Virgen: si por una Mujer entró el pecado, por otra Mujer seremos redimidos del pecado. Abel es figura de Cristo: el inocente asesinado por sus hermanos. Y así podríamos seguir. Todo esto es sentido espiritual-alegórico. Como ves, no se opone al sentido literal (no tenemos que caer en falsas disyuntivas) sino que se apoya en él. Por lo tanto, Adán, Eva y Abel existieron históricamente y –además– acontecimientos de sus vidas permite descubrir el sentido espiritual-alegórico.

Aquello que «ha tenido lugar en Cristo o que va referido a Cristo, y que es signo de lo que nosotros debemos hacer», dice Santo Tomás, corresponde al sentido b). Es decir, al sentido espiritual-moral.

Finalmente, aquello que «es figura de la eterna gloria», corresponde al sentido espiritual-anagógico. O sea, al sentido c).

Una de las reglas de interpretación sostiene lo siguiente: cuando el sentido literal de algún fragmento choca con alguna verdad teológica, filosófica o de sentido común, en tal caso prevalecen otros de los sentidos mencionados. Por ejemplo: “en verdad os digo, que si tuviereis fe, cuanto un grano de mostaza, diréis a este monte; pásate de aquí a allá, y se pasará…” (Mt. 17, 20). El sentido de la frase no es que un monte se traslade de un lugar a otro por virtud divina sino creer que lo imposible para el hombre es posible para Dios. No aplica aquí el sentido literal. En cambio, un texto bíblico no puede carecer de sentido espiritual.

Contra esta arquitectura de la doctrina católica, el Protestantismo lanzó sus dardos en el siglo XVI. ¿En qué se basó Lutero para sostener Sola Scriptura?

Lutero sostenía que la Iglesia Católica, especialmente durante los siglos anteriores a él mismo (lo que llamamos hoy «Edad Media»), habría agregado supuestamente a la verdadera fe otras doctrinas y otras prácticas que o bien no estaban dentro de la Biblia o bien contradecían doctrinas bíblicas.

Su reacción fue plantear una suerte de «principio de higiene» y volver «a lo seguro». Y lo seguro sería la Sola Scriptura. Es permanente en los protestantes el argumento de «volver a la Iglesia Primitiva», a la Iglesia de los primeros siglos, que no se había «contaminado» todavía con la visión católica.

¿En qué consiste el error de Sola Scriptura?

Como tesis, la Sola Scriptura tiene cientos de vulnerabilidades y puntos débiles. Exploramos estos argumentos en varios de los cursos de la Academia Catena Aurea. Vamos a mencionar algunos.

Primero: la Sola Scriptura no es una doctrina de la Iglesia Primitiva. No podía serlo por varios motivos: la alfabetización y capacidad de lectura no estaba tan extendida en el mundo como hoy, por lo que la comunicación era principalmente oral. No podía haber Sola Scriptura cuando la mayoría de la gente no sabía leer.

Segundo: una compilación de libros que pudiésemos llamar «Biblia» no existió sino hasta finales del siglo IV. No podía haber Sola Scriptura cuando todavía no había Escrituras propiamente, ¿verdad?

Tercero: no hay en el mundo protestante un concepto claro y cristalino de Sola Scriptura. Para algunos es la única autoridad, para otros es la autoridad final pero no única, para otros es la única autoridad infalible mientras que las demás serían autoridades no infalibles. Algunos toman los concilios de la primera mitad del milenio I, otros no, algunos se apoyan en Santo Tomás de Aquino, otros lo descartan. Es realmente un caos. En general, me ha pasado que –en cada debate sobre Sola Scriptura–, cada protestante la define distinto.

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¿Qué consecuencias ha traído el protestantismo?

Son incontables. Dividió el campo cristiano, que a partir del siglo XVI estará fragmentado en Europa, formándose así las iglesias nacionales. Al unirse la herejía con el poder político, su perdurabilidad quedó asegurada tal como se puede ver hasta el día de hoy. Luego de más de 500 años, la Reforma sigue vigente, sus principios siguen activos y operando.

No es casual que el Protestantismo haya visto la luz en el marco de los albores de la Modernidad. El espíritu subjetivista moderno estará fuertemente ligado a los reformadores: «lo que yo interprete de la Biblia, vale para mí». La consecuencia de esto ha sido la proliferación cuasi infinita de iglesias y denominaciones. Es interminable. Cada creyente se siente «autorizado por el Espíritu Santo» para fundar su propia iglesia y entonces se desgaja de la congregación a la que pertenece y funda otra.

En el caso particular del Luteranismo, su negación del Libre Arbitrio, su negación del valor de las obras y su concepción negativa de la inteligencia humana ha provocado esas falsas disyuntivas que luego son tan habituales en la cultura: si nosotros los católicos decimos «Fe y Razón», ellos dicen «Fe o Razón». Si nosotros decimos «Gracia y Naturaleza», ellos dicen «Gracia o Naturaleza». Nosotros decimos «Fe y Obras» pero ellos plantean que hablar de las obras injuria la gloria de Dios.

En el caso particular del Calvinismo, su visión de la naturaleza humana como «totalmente depravada» puede producir una desesperación espiritual enorme. La idea de que Dios preordena a los hombres al Infierno –como dice la Confesión de Fe de Westminster– bien puede generar presunción o desesperanza. La idea calvinista de que el creyente tiene la salvación asegurada y no puede perderla («salvo, siempre salvo») produce como consecuencia el quietismo, la comodidad, la conformidad y complacencia con uno mismo. Y así podríamos seguir. Son herejías peligrosas para la vida espiritual.

¿Por qué Dios ha dado a la Iglesia el poder de interpretar la Sagrada Escritura, lo que se conoce como Tradición?

El órgano de intérpretes de las Escrituras no es un capricho de la Iglesia Católica. Es una necesidad lógica. También en los sistemas jurídicos occidentales existe un cuerpo de sabios (juristas) que interpretan las leyes y un Tribunal (la Corte Suprema) que en última instancia son las que definen y determinan el sentido de las palabras. Esto tiene que ser así.

Personalmente, creo que la falta de conciencia de los protestantes de este punto es la principal causa de las discusiones. Ellos no se dan cuenta de que el ser humano es el que, en definitiva, actualiza el sentido de las Escrituras al leerlas. Tampoco se dan cuenta de que la aplicación de la doctrina bíblica contenida en las Escrituras no puede ser «mecánica» sino que requiere un ajuste, requiere una adecuación, algo para calibrar, y esa adecuación o ajuste es extrabíblico. Pongamos ejemplos.

La Biblia nos habla de no mentir, de respetar al prójimo, etc. ¿Cómo se aplica esto en internet? Porque Internet no existía obviamente cuando las Escrituras fueron escritas. Tiene que mediar una autoridad, por tanto, para tomar esos preceptos morales y adecuarlos al caso de hoy. Otro ejemplo: vacunas realizadas con fetos abortados. ¿Qué hacer? La Escritura no da respuesta. Necesariamente, debemos extraerla a partir de ella pero su contestación no está literalmente en ella. ¿Anticoncepción? ¿Buena o mala? Hay mil ejemplos. Casos como estos demuestran que la Biblia, como tal, no es suficiente para explicar dilemas morales actuales, por lo que se necesita una autoridad distinta de la Biblia para interpretarla. No hay una sola palabra bíblica sobre la transfusión de sangre, sobre las bombas atómicas, sobre la ideología de género. Aquel que extrae consecuencias y las aplica a esos temas está realizando una hermenéutica. Ahora bien, esa hermenéutica es una interpretación falible de textos infalibles. ¿Cómo sabe que la interpreta adecuadamente? No lo puede saber. Por eso se requiere una autoridad en el acto de interpretación. Dios ha dado la potestad para interpretar y definir esos significados a la Iglesia Católica, “columna y fundamento de la verdad” (I Timoteo 3, 15).

¿Por qué es peligroso que cada uno interprete libremente la Biblia?

Porque lleva al caos y a la anarquía. Nuestro Señor no quiso una anarquía, él fundó una jerarquía. Fundó una Iglesia. Estableció una autoridad máxima (Pedro) y autoridades inmediatamente secundarias: los Apóstoles. La idea de una autoridad no es un invento post bíblico: está en las mismas escrituras. Veamos ejemplos:

Hechos 6, 2-4: “Entonces los Doce convocaron a todos los discípulos y les dijeron: «No es justo que descuidemos el ministerio de la Palabra de Dios para ocuparnos de servir las mesas. Es preferible, hermanos, que busquen entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, y nosotros les encargaremos esta tarea. De esa manera, podremos dedicarnos a la oración y al ministerio de la Palabra»”.

Aquí se lee que los diáconos asisten a los líderes que están por arriba de ellos a fin de aliviarles ciertas tareas que los apartarían de la Palabra de Dios y de la oración. Mostremos otro fragmento:

I Tesalonicenses 5, 12-13: “Les rogamos, hermanos, que sean considerados con los que trabajan entre ustedes, es decir, con aquellos que los presiden en nombre del Señor y los aconsejan. Estímenlos profundamente, y ámenlos a causa de sus desvelos. Vivan en paz unos con otros”.

San Pablo dice a los laicos que hay personas que “los presiden en nombre del Señor” (1 Tesalonicenses 5, 12). Los laicos obedecen, los que presiden mandan. Otro versículo:

I Timoteo 5, 17-18: “Los presbíteros que ejercen su cargo debidamente merecen un doble reconocimiento, sobre todo, los que dedican todo su esfuerzo a la predicación y a la enseñanza. Porque dice la Escritura: No pondrás bozal al buey que trilla, y también: El obrero tienen derecho a su salario”.

San Pablo explica que los presbíteros (sacerdotes) deben enseñar y administrar (1 Timoteo 5, 17b). Agrega: quienes hagan esto “debidamente” (1 Timoteo 5, 17a) merecen su reconocimiento. Como leemos a continuación, San Pablo encomienda a Timoteo la tarea de disciplinar:

I Timoteo 5, 20-22: “A los que incurran en pecado, repréndelos públicamente, para que sirva de escarmiento a los demás. Delante de Dios, de Jesucristo y de sus ángeles elegidos, te ordeno que observes estas indicaciones, sin prejuicios y procediendo con imparcialidad. No te apresures a imponer las manos a nadie, y no te hagas cómplice de pecados ajenos. Consérvate puro”.

Timoteo y otros tienen la autoridad: tienen la tarea de “imponer las manos” pero deben hacerlo bien, sin apuros, para no volverse cómplice del mal que hizo otro. Su deber es reprobar abiertamente a aquellos que persisten en pecado (1 Timoteo 5, 20). Como vemos, la misma Biblia nos habla de una estructura jerárquica. Nos habla de normas, autoridades, tareas asignadas y responsabilidades. En la misma línea, observamos el siguiente pasaje:

Tito 1, 4-9: “A Tito, mi verdadero hijo en nuestra fe común, le deseo la gracia y la paz que proceden de Dios, el Padre, y de Cristo Jesús, nuestro Salvador. Te he dejado en Creta, para que terminaras de organizarlo todo y establecieras presbíteros en cada ciudad de acuerdo con mis instrucciones. Todos ellos deben ser irreprochables, no haberse casado sino una sola vez y tener hijos creyentes, a los que no se pueda acusar de mala conducta o rebeldía. Porque el que preside la comunidad, en su calidad de administrador de Dios, tiene que ser irreprochable. No debe ser arrogante, ni colérico, ni bebedor, ni pendenciero, ni ávido de ganancias deshonestas, sino hospitalario, amigo de hacer el bien, moderado, justo, piadoso, dueño de sí. También debe estar firmemente adherido a la enseñanza cierta, la que está conforme a la norma de la fe, para ser capaz de exhortar en la sana doctrina y refutar a los que la contradicen”.

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Aquí, San Pablo habla de las cualidades de quien debe “presidir la comunidad”. Tiene que “organizarlo todo”, establecer presbíteros según ciertos criterios, poseer un conjunto de virtudes, sana doctrina, capacidad de exhortar y de refutar a quienes la contradicen. En otra carta, San Pablo agrega más indicaciones:

Hebreos 13, 17 y 24: “Obedezcan con docilidad a quienes los dirigen, porque ellos se desvelan por ustedes, como quien tiene que dar cuenta. Así ellos podrán cumplir su deber con alegría y no penosamente, lo cual no les reportaría a ustedes ningún provecho. (…) Saluden a todos sus dirigentes y a todos los hermanos. Los hermanos de Italia les envían saludos”.

Como se ve, claramente se pone en cabeza de los laicos el deber de obedecer dócilmente a los líderes de la comunidad. ¡Está en la Biblia! Aquel protestante que diga que la Iglesia Católica se inventa jerarquías cuando “la Biblia no nos habla de autoridades” va contra la Escritura misma.

Puntualmente, ¿qué resultados se siguen de la idea de que cada uno puede interpretar libremente la Biblia, según la conocida idea protestante?

Está ampliamente comprobado por la experiencia que la «interpretación libre» de las Escrituras lleva a la contradicción infinita. Pongamos ejemplos: aplicando el mismo principio de Sola Scriptura y aplicando el principio de Interpretación Libre, algunos protestantes llegan a la conclusión de que el bautismo debe aplicarse a los infantes. Otros dicen que sólo a los adultos. ¿Mostramos más ejemplos?

Ejemplo 2: Algunos abominan del Catolicismo. Otros dicen: «soy católico pero no romano».

Ejemplo 3: Algunos tienen a Santo Tomás como un pseudo precursor del calvinismo. Para otros, Santo Tomás es la viva imagen de la desgraciada helenización de la fe. ¡Santo Tomás sería racionalista!

Ejemplo 4: algunos aceptan la anticoncepción, otros no.

Ejemplo 5: algunos aceptan la administración del Bautismo por parte de mujeres, otros no.

Ejemplo 6: algunos ordenan mujeres al ministerio, otros no.

Ejemplo 7: hay grupos metodistas favorables a la ideología LGBT, otros son totalmente contrarios.

Ejemplo 8: hay quienes aprueban el matrimonio entre personas del mismo sexo, otros se oponen completamente.

Ejemplo 9: algunos consideran «apóstatas» a los que vivieron en el protestantismo y luego se convierten al Catolicismo, para otros son todos caminos lícitos de salvación.

Ejemplo 10: algunos sostienen que la existencia de Dios no se puede probar mediante la razón (fideístas), otros sostienen que sí es demostrable racionalmente.

¿Qué nos puede decir como conclusión?

Hay que estudiar mucho, y ya desde la pre-adolescencia. Es tarea de los padres formarse, leer, estudiar y hacer que sus hijos estudien la doctrina católica, para ir incorporando elementos y herramientas que permitan defenderla. No se ama lo que no se conoce. Tuve la gracia de que mis padres me fomentaran la Apologética, pensar, razonar, ir buscando el punto débil al argumento. Cuando volvía de Misa semanal, allá lejos en 2001-2002, discutía con Testigos de Jehová con 16 años y en la calle. A veces uno ve que chicos jóvenes católicos evitan la discusión. Como si tuviesen demasiados reparos. Hay que perderle el miedo a eso. Es importante practicar una suerte de «des-sensibilización». Hay que insensibilizarse y acostumbrarse a escuchar, a proponer argumentos, a debatir, a confrontar. Al principio vas a perder frente a alguien experimentado. Pero, ¿cuántas veces una derrota te mueve a estudiar más para prepararte mejor?

En mi experiencia, eso es lo que me ha ocurrido. No fallaba mi fe, fallaba yo, y entonces ante un planteo cuya respuesta desconocía, esto me movía a estudiar más, a preguntar, a ir a un sacerdote, a otro, a consultar, a buscar respuestas. Tenemos que fomentar esta sana curiosidad intelectual. En I Pedro 3, 15-16 leemos: “estar siempre dispuesto a dar respuesta a todo el que le pida razón de su propia fe”. Y para eso hay que estudiar. Hay que leer, formarse, escuchar debates, analizarlos, desglosarlos y masticarlos (si me permitís el término gastronómico).

¿Sabes qué me preocupa? Voy a conferencias y veo que la gente no toma apuntes. ¡No toman apuntes, Javier! Es una barbaridad. Cuando tú tomas apuntes, además de escuchar el contenido, lo refuerzas con la mano, con el trazo y eso hace posible una mejor apropiación. Nosotros esto lo enseñamos en Catena Aurea. Estamos ansiosos por enseñarlo. El que no practica la toma de apuntes no incorpora todo lo que puede, es una pena.

¿Por qué crees que hay gente que se formó toda la vida en el Catolicismo, tomó el Bautismo, la Comunión, la Confirmación, y sin embargo –cuando sale a la vida adulta– lo confrontan unos compañeros del trabajo que son evangelistas y estos buenos muchachos terminan haciendo agua por todos lados? ¡Porque no los entrenaron! Creo que el Padre Loring decía «Católico Ignorante, Futuro Protestante». Es así. O por lo menos, católico ignorante no puede comunicar su fe, no irradia, no da fruto, no da testimonio, no presenta batalla.

Desde lo que yo viví, te puedo decir que los protestantes «se la bancan» (permíteme el argentinismo), discuten, argumentan, muchos están muy preparados y respetan a los católicos que saben explicar sus doctrinas. Yo los valoro porque son coherentes: ¡qué buen vasallo si tuviera buen señor! También valoro a aquellos protestantes que luchan contra el Evolucionismo en buena parte del mundo. Tienen trabajos muy interesantes. Los he leído y estudiado profusamente. Nada me gustaría más que vuelvan al redil: Ut Unum Sint, dice Nuestro Señor. «Que sean uno». Ese es nuestro deseo. Que vuelvan a la Iglesia Católica. Hay que trabajar para eso. Y darles los argumentos que nos piden. A veces, lo que necesitan es eso: que le demos fundamentos de la fe.

Autor

Javier Navascués
Javier Navascués
Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.

Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.

Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Lutero, como la totalidad de herejes, no creía realmente ni en lo que sostenía. De hecho, se cuestionaba si no sería él el que estaba equivocado y vivía atormentado por la sospecha sobre sus propias tesis, con lo cual, no tenía fe cuando predicaba que la «sola fe» salvaba. Su herejía hizo mucho daño (y lo hace) a la Cristiandad, pues fue aprovechada por obispos con pretensión de poder, o políticos, para rebelarse frente a la autoridad de Dios mismo, depositada en el sucesor de san Pedro, dividiendo así, como lo haría el mismo demonio, a los cristianos, al rebaño de Dios. La Rebeldía (que no «reforma») de Lutero no se dio contra el papa, sino contra Cristo mismo, eso es lo horrorosamente grave, especialmente para los infelices que se han visto engañados por sus predicadores. Lutero, como todos los herejes, rompió con Cristo. Así de triste, así de veraz. Y no les justifica el pésimo estado de muchos prelados católicos de su tiempo, como tampoco ningún apóstol «justificó» ruptura alguna tras cometer el pecado de dejar al Señor cobardemente en Getsemaní cuando fue prendido, llegando incluso san Pedro a negar a Cristo tres veces. Si los Apóstoles no alegaron el pecado ajeno para romper la Sagrada Unidad de la Iglesia, ¿quiénes son los herejes para no retractarse y pedir perdón a Dios dividiendo a la Cristiandad?

San Pablo, que pone puño y letra a la Revelación del Espíritu Santo, afirma que de nada vale la fe y la esperanza si no se tiene caridad. De las tres virtudes teologales, la caridad es la principal, tal como la describe en la 1ª Carta a los Corintios. Por tanto, la «sola fe» no basta. Sin caridad no hay salvación posible.

Además de la caridad, el hombre no puede hacer nada sin Dios. El Señor es la Vid y nosotros los sarmientos, luego el voluntarismo o la negligencia protestantes en el deber son perniciosos y llevan a no dar fruto, como la historia de los últimos cinco siglos ha demostrado en los países de mayoría protestantes, hoy bastante corrompidos: no hay salvación posible fuera de la Santa Iglesia Católica Apostólica, independientemente del estado del alma de sus prelados, como afirmaría santa Brígida de Suecia de revelación del Señor.

Muchas sectas protestantes luteranas, calvinistas, anglicanas, metodistas, presbiterianas, baptistas, adventistas, episcopalistas, etc. (más de 30000 cultos cada vez más divididos y al gusto de «hereje consumidor», no para gloria de Dios, sino de cada protestante erigido en «dios» de sí mismo), han puesto su confianza en la «sola Escritura», es decir, en la Palabra de Dios en exclusiva. Y no hay duda alguna que la Palabra de Dios por si sola otorga al creyente mucha fortaleza y sabiduría, pero es necesario alimentar la fe y mantenerla contra los embates del demonio. Hay que construir en roca, no en tierra o arena. Y ahí es donde interviene la Gracia.

El problema es que sin la Gracia de Dios no es posible no solo ya predicar, sino guardar los mandamientos de Dios, tal como nos enseña el mismo Espíritu Santo por medio de la primera carta católica del Apóstol Amado San Juan, un tesoro que debía ser brújula para la vida de todo fiel a Cristo (romper con el pecado, guardar los mandamientos, especialmente el de la caridad, guardarse del mundo y de los anticristos o falsos profetas que niegan al Hijo y, como consecuencia, no tienen al Padre, pues nadie va al Padre sino por el Hijo).Es decir, no basta con conocer y amar la Palabra de Dios, sino llevarla a término en la vida de cada cual. Los Evangelios no son solo un Mensaje de sabiduría y una fuente de consuelo ante la adversidad, sino una guía de vida. De nada sirve honrar a Dios solo con los labios, advertidos estamos.

La verdad es que necesitamos a Dios para todo, como un niño recién nacido a sus padres. Lo necesitamos a cada latido de nuestro corazón, por mucho que lo tratemos de ignorar o de creernos autosuficientes o con mérito. Sin la Gracia de Dios es imposible hacer nada. Y la Gracia solo es otorgada como don de Dios en los siete santos sacramentos, de los que carece todo culto fuera de la Santa Iglesia Católica Apostólica.

Tratar de vivir sin sacramentos, por mucho esfuerzo y voluntad que uno quiera poner, será un esfuerzo estéril, no sostenido, no firme, no constante y vulnerable a la adversidad que el demonio no para de sembrar en nuestro camino. Y los protestantes han experimentado en sus carnes esa triste verdad de fe. Por muy virtuosos que puntualmente hayan logrado ser, por mucho empeño que pongan en agradar a Dios siguiendo sus preceptos, por muy buena voluntad que guíe su búsqueda de Dios (como la fue de Saulo antes de su accidentada conversión camino de Damasco), carecen de la Gracia santificante de los sacramentos, que se inician con el Bautismo o iniciación en la vida sobrenatural de la Gracia y se alimentan con los sacramentos de la Confirmación, Penitencia (imprescindibles para combatir las asechanzas del demonio, fortalecerse frente al combate espiritual contra toda tentación y curar las heridas de nuestras caídas en el pecado), santo Sacramento de la Eucaristía (sin el cual no nos unimos a Dios y no tenemos Vida Eterna, como bien lo dejó claro en el capítulo 6 del Evangelio según el Apóstol Amado San Juan) y la unción de enfermos en caso de peligro de muerte. Además, es necesario atender a la vocación a la que Dios nos llama con los dos sacramentos comunitarios: el orden sacerdotal o el matrimonio, que requieren la Gracia de Dios de modo continuo para poder ejercerse conforme a la Santísima Voluntad de Dios.

No es de extrañar que los protestantes tengan tan altísimo porcentaje de matrimonios rotos y de infidelidad, de cambio de secta o culto, de inconstancia y, finalmente, de decepción con todo tipo de práctica que les lleva a la desesperanza. La mayoría de cultos protestantes no resisten siquiera un siglo, y los que lo hacen cambian tanto que apenas tienen nada que ver con los de su miembro fundador. Los protestantes, aún con toda la buena voluntad que pongan, están en el error, pues carecen de sacramentos, que son signos eficaces de la Gracia de Dios, absolutamente imprescindibles para alcanzar la santidad. Y lo malo es que el error en el que se hallan les hace sordos a todo tipo de advertencias, alimentando su soberbia y cerrazón.

De hecho no hay santos y santas fuera de la Santa Iglesia Católica Apostólica. Se da el caso de que varios santos ya fallecidos han sido hallados incorruptos en sus sepulcros, como el caso de Santa Teresa de Jesús de Ávila, contemporánea de Lutero. El caso es que un año después de ser llamada por Dios en Alba de Tormes (Salamanca), fue desenterrada y su cuerpo estaba completamente intacto y emitía una fragancia que todos los presentes pudieron admirar y gozar sorprendidos. En cambio, cuando se desenterró a Lutero, su estado de putrefacción era total y el olor que emitía era realmente vomitivo e insoportable. El caso de santos incorruptos en sus sepulturas es una prueba inequívoca de un mensaje que Dios da a la humanidad para señalarle quiénes son realmente sus amados elegidos. Incluso personas que tanto han odiado a Dios como Stalin, conocedor de la Palabra de Dios pues fue seminarista ortodoxo, disecaron el cadáver de Lenin a modo de engaño de incautos y de burla de Dios y de los santos católicos cuyo cuerpo permanece incorrupto en varios lugares de culto del mundo, visitados por incontables fieles y no fieles, por poner solo un ejemplo reciente, el del Beato Carlo Acutis, llamado por el Señor a su presencia hace ya 18 años y que duerme en espera de la Gloriosa Resurrección universal como si durmiese un placido sueño.

Sólo la Santa Iglesia Católica Apostólica, la de Jesucristo Nuestro Señor, es la Iglesia de todos los santos y santas de todos los tiempos, la de los mártires y la de los milagros, pues Dios no solo enseñó su Palabra imperecedera, sino que actuó y actúa curando toda dolencia y mal de los fieles que ponen con humildad su confianza en Él, a pesar de la falta de fe en la mayoría que impide que los milagros no sean tan numerosos. Y, claro está, en ningún culto fuera del católico se producen milagros, actuaciones de Dios totalmente inexplicables y sobrenaturales para la curación de enfermos de todo tipo, conversiones y otros milagros.

Crescencia Abengoa

LUTERO EN EL INFIERNO: LA VISIÓN DE LA BEATA SERAFINA MICHELI

                        

En 1883 la beata Sor María Serafina Micheli (1849-1911), fundadora del Instituto de las Hermanas de los Ángeles, pasaba por Eisleben, ciudad de Sajonia, ciudad natal de Lutero.
Se festejaba, en aquel día, el cuarto centenario del nacimiento del gran hereje y heresiarca (nació el 10 noviembre de 1483), que dividió a Europa y a la Iglesia, causando grandes guerras.
Con motivo de la celebración las calles estaban adornadas y de los balcones colgaban banderas. Entre las autoridades presentes se esperaba, de un momento a otro, la llegada del emperador Guillermo I, que debía presidir las celebraciones.
La beata, a pesar de observar el gran tumulto y agitación no estaba interesada en saber por qué ocurría toda esa agitación, porque su único deseo era ir a una iglesia para orar y hacerle una visita a Jesús Sacramentado.
Después de caminar por algún tiempo, finalmente, encontró una, pero las puertas estaban cerradas. A pesar de ello, se arrodilló en las gradas para hacer sus oraciones. Pero, como era de noche, no se dio cuenta que estaba arrodillada delante de una iglesia protestante, y no en una Católica.
Mientras oraba, se apareció el Ángel de la Guarda y le dijo: “Levántate, porque esta es una iglesia protestante”. Y añadió: “Yo quiero que veas el lugar donde Martín Lutero está condenado y la pena que paga en castigo de su orgullo”.
Luego de estas palabras vio un horribile abismo de fuego, en el cual eran atormentadas una innumerable cantidad de almas. En el fondo de aquella vorágine, vio a un hombre, Martín Lutero, que se distinguía entre los demás condenados: estaba rodeado de demonios que lo constreñían a estar de rodillas y todos, armados de martillos, le clavaban en la cabeza una gran estaca.
 
La monja pensaba: si el público allí presente viera esta escena dramática, ciertamente no rendiría honores, memoria, conmemoraciones ni celebraciones a tal personaje.
Así, cuando cuando se le presentaba la oportunidad le recordaba a sus hermanas de religión sobre el deber de vivir en la humildad y el abandono de sí.
Estaba convencida firmemente que Martín Lutero estaba condenado en el infierno sobre todo por el primer pecado capital: LA SOBERBIA. El orgullo lo hizo caer en pecado mortal, y lo condujo a la rebelión abierta contra la Iglesia Católica.
 
Su conducta, su posición para con la Iglesia y su predicación fueron determinantes para engañar y conducir a muchas almas superficiales e incautas a la eterna ruina.
Sor Serafina fue beatificada en la diócesis de Cerreto Sannita, provincia de Benevento, el 28 de mayo de 2011.

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