Francisco Torres García.- Quizás suene presuntuoso, pero parece que Eduardo Inda leyó nuestro artículo sobre su errónea, falaz, simple, mendaz y absurda comparación entre Pedro Sánchez y Francisco Franco –que como trastienda tiene su horror a que le llamen facha–, por lo que, recurriendo al pensamiento tozudo del personaje de Muñoz Seca, se planteó contestar sin acuse de recibo con un sonoro «mantenella y no enmendalla». Ahora bien, careciendo del ingenio del autor de La venganza de don Mendo, le acabó saliendo, al componer su artículo, un bodrio digno de la mejor papelera en una redacción llena de humo, atmósfera pesada y máquinas de escribir.
El desatino se titula «Franquito Sánchez» y en el mismo demuestra un desconocimiento atroz sobre el Generalísimo y una escasa –no se si intencionada– incapacidad para valorar y explicar los orígenes del horizonte político hacia el que marcha con ferviente ardor Pedro Sánchez.
Necesitaría mucho espacio para refutar con corrección y precisión lo escrito –a diferencia de Inda este autor tiene que fundamentar cada argumentación de forma sólida– por lo que nos ceñiremos a unas breves pinceladas sin que nos guíe el exceso de caer en la tentación de enseñar al que no sabe.
Eduardo Inda ha decidido explayarse un poco a la hora de sostener una tesis que no aguantan los alfileres sobre los que se encuentra prendida. Casi se puede llegar a pensar que Inda ve en Franco al maestro –¿hay un trasunto de admiración en sus líneas?– y en Sánchez al aprendiz; o que se haya sentido, con escasa fortuna, capaz de imitar a Plutarco en sus Vidas paralelas. Bien sea en una o en otra dirección, la resultante es que nos encontramos con su «Franquito Sánchez».
En la comparativa/transformación de Pedro Sánchez en Franco, cual si fuera el aprendiz del maestro, nos muestra Eduardo Inda, al referirse a Franco, haciendo de antifranquista de bajo coeficiente, toda una panoplia de exabruptos extraídos de una trasnochada «vulgata antifranquista», nacida allá por los sesenta, que bien pudiera compartir cualquier columnista de Público –algunos con más nivel o enjundia–, con un Juan Carlos Monedero en éxtasis demagógico, con el inefable Antonio Maestre y hasta, llegado el caso, con Pedro Sánchez o el melifluo Bolaños. Mas parece que Eduardo Inda cimentara su conocimiento sobre el Caudillo en la cascada de memorias y testimonios de resentidos que comenzaron a aflorar en los años finales del régimen de Franco y brillaron esplendorosamente, jaleadas por una acusada carencia de lectura crítica, tras la muerte del Caudillo un lejano 20 de noviembre de 1975. Aunque leyendo a Inda y a tantos otros cupiera anotar, parafraseando la sentencia, aquello de que los fallecidos hace décadas gozan de una estupenda salud. Tan estupenda, que Franco hasta tiene su playmovil convenientemente customizado.
En estas vidas paralelas que, por razón cronológica solo pueden leerse, como apuntábamos, en la dinámica del maestro y el aprendiz, falla casi todo, porque falta poso real en la tesis. Prueba de ello, es que se equivoca en las biografías de los personajes desde el primer párrafo, lo que es un mérito.
Nos dice que a Franco y a Sánchez les costó «lo suyo llegar al poder» (en el caso de Franco más bien poco, dado que es algo que, históricamente, ni se planteó antes del 18 de julio de 1936). Pero lo importante es el razonamiento de la afirmación en el caso de Franco. Pletórico de burdo antifranquismo escribe Inda de una tacada: «El general ferrolano fue despreciado por sus conmilitones en sus inicios porque era bajito, tirando a enanito, por su voz aflautada, por su beatería y por su parquedad verbal». Difícilmente se puede escribir una tontería mayor, ni reflejar de mejor manera los prejuicios del autor.
Si Eduardo Inda supiera algo y no ejerciera de demagogo de oficio, sabría que nunca existió tal desprecio entre sus «conmilitones» –algunos, muy pocos, lo adquirieron después cuando no lograron sus objetivos–, y mucho menos por ser bajito tirando a enanito. Al escribir esto lo único que demuestra Eduardo Inda es su propia consideración con respecto a quienes midan menos que él. En realidad, Franco, al que todos llamaban Franquito en la Academia Militar de Toledo –entró con 14 años y tenía compañeros de más de 20–, tenía entonces (repase Inda las fichas) un estatura algo superior a la media de los españoles nacidos en su misma fecha –Inda olvida que el estirón de los españoles se produjo bastantes décadas después gobernando don Francisco cuando entramos en el desarrollismo franquista–; si Eduardo Inda tuviera a bien mirar las fotografías de sus años mozos –los de Franco no los de él– se encontraría con militares más bajos que él –incluso su hermano Ramón lo era–. Por otro lado, la peculiar voz de Franco –recuérdelo Eduardo Inda– era la del hombre que mandaba las fuerzas de choque más duras del ejército español en África, el Tercio de Extranjeros. Y entonces no era muy callado: estando en campaña permanente se pasó los años arengando a sus hombres con los heroicos efectos conocidos.
Hecho un auténtico lío en la redacción, mezclando los tiempos, Eduardo Inda llega a escribir un contradictorio párrafo en un alarde de anotar lo uno y lo contrario que no quisiera hurtar al lector: «Franco llegó a la condición de número 1 del Ejército sublevado contra todo pronóstico. Acumulaban muchos más boletos los infinitamente más carismáticos Emilio Mola, alias El Director, y José Sanjurjo, pero casualmente —o no— ambos murieron en sendos accidentes de aviación. Y eso que el hombre que mandaría luego en España con puño de hierro durante casi cuatro décadas había sido el general más joven de la historia, gentilhombre de cámara de Alfonso XIII, amén de acumular un sinfín de medallas por méritos de guerra en Marruecos». Precisemos, Sanjurjo no tenía todas las papeletas, sino que era el jefe designado casi cuatro meses antes.
El párrafo es todo un ejercicio de desconocimiento de los hechos orlado con la sugerencia de que Franco se quitó de en medio a Sanjurjo y a Mola. Precisemos: Franco era a la altura de 1936 el militar de mayor prestigio y carisma del ejército español (incluso había sido postulado para ministro si las derechas ganaban en 1936), pero también fuera de las puertas de los cuarteles. Todos los conspiradores, civiles o militares, le miraban.
Para ilustrar a Inda le recomendamos revisar los diarios de Azaña y el famoso discurso de Indalecio Prieto en mayo de 1936. Más aún, cuando a Prieto le preguntan sobre las primeras noticias de una sublevación lo que afirma es que lo importante es saber cuál es la actitud de un determinado general, porque si él participa la cosa será seria: se refería a Franco. Si Franco hubiera querido habría tenido todas las papeletas, pero no se lo había planteado (Sánchez sí se lo planteó). Franco era mucho en 1936 y su aprendiz, Pedro Sánchez, no era nadie antes de quedarse con el PSOE. Según Inda resulta que Franco no tenía las papeletas el 20 de julio de 1936, pero en pocas semanas la prensa de la otra España, la del Frente Popular, lo presenta como el jefe de los sublevados. ¡Ay, aquella portada de Mundo Obrero con la foto de quienes consideran los dos responsables del levantamiento militar, Gil Robles y Franco! –lo de levantamiento lo dice el periódico comunista, no yo–.
Si Inda hubiera repasado, antes de escribir, todo lo que ya se conoce sobre los preparativos de la rebelión militar de julio de 1936 sabría que: primero, Franco no aspiraba a puesto alguno (quizás a Alto Comisario en Marruecos); segundo, reiteramos, todos los conspiradores miraban a Franco (lea la única mención a un prestigioso militar que tomará el mando del Ejército de África, que es Franco, en las instrucciones de Mola); tercero, si hubiera leído la carta en la que se informa a Sanjurjo de la reunión de generales presidida por Franco en marzo de 1936 conocería el valor y el papel que le otorgaban esos «conmilitones» al hombre que en muchas ocasiones ya habían llamado caudillo (el general Goded, de notable carisma, dijo aquello de «yo a caballo dos metros detrás de Franco»); cuarto, una vez fracasado, como era lógico, el intento de golpe de estado planteado por Mola, este, consciente de la situación, afirmará: «ahora todo dependerá de lo que haga franquito» (por cierto, como eran muy jóvenes cuando estaban en la Academia o se encontraron era habitual el diminutivo: hasta en las órdenes de campaña Franco llamaba Juanito a Yagüe o Varelita al general Varela); quinto, si Inda leyera textos basados en la documentación y no en la opinión, conocería la proximidad y subordinación de Mola con respecto a Franco en su correspondencia mientras este avanzaba imparablemente hacia Madrid –Franco y Mola era amigos desde los tiempos de África y el Generalísimo le había devuelto su «carrera» al ejercer la jefatura del Estado Mayor Central, el más alto puesto del ejército en la época–; sexto, Franco fue el número 1 por decisión de sus compañeros de armas que aplicaron, a diferencia de sus enemigos, la doctrina del mando único francesa como experiencia de la I Guerra Mundial, Mola y todos los demás menos uno –que supongo quería el cargo– apoyaron y defendieron la candidatura de Franco; séptimo, Franco fue nombrado Generalísimo y Jefe del Estado a finales de septiembre de 1936 y Mola falleció en accidente aéreo en junio de 1937, no siendo ningún rival para Franco, sino un colaborador.
Después pasa a recordarnos el dueño y señor de OK Diario que, trazando el paralelismo con la represión de los manifestantes de Ferraz, «franquista era gasear a los manifestantes que se enfrentaban en la calle a los grises para exigir libertad tras 39 años de dictadura». Sin duda la pasión demagógica impide a Eduardo Inda darse cuenta de lo que escribe: después de muerto Franco es cuando los estudiantes eran gaseados al exigir libertad. Eso es lo que literalmente escribe. Esto me lleva a pensar que anda compartiendo alguna de las tesis cronológicas de la Memoria Democrática con las que se trata de prolongar el franquismo más allá de Franco y exonerar la responsabilidad real de determinadas figuras en momentos muy concretos de lo que se llamó la Transición; pero este es otro tema.
Un Inda desatado nos lleva al paralelismo entre las vidas de ambos personajes explicándonos que Franco se defendía de las críticas –luego, ¿se podía criticar a Franco?– inventándose enemigos externos e internos. En realidad, aplicando la lógica elemental, Franco tenía enemigos externos e internos –¿o tampoco, Inda, y por eso se los tenía que inventar?–, no necesitaba inventárselos. Concluye con el habitual recurso a la masonería, de la que Franco era enemigo, con más que evidente correspondencia por parte de la misma.
Lo mejor viene después, cuando Inda encuentra el mejor paralelismo entre el Generalísimo/Jefe del Estado y el Presidente trayendo a colación dos frases: una de Franco («el sátrapa» según la verborrea de Inda) y otra de Sánchez («el autócrata»). La frase del Generalísimo es normal que cause sarpullidos a un ultraliberal o neoliberal como él: «Repugnamos {sic} el capitalismo porque odiamos el abuso de los poderosos». Y es que para Eduardo Inda odiar el abuso de los poderosos en términos económicos está por lo visto muy mal. Lo que ocurre es que en el fondo Eduardo Inda piensa, y no sin razón, que Franco era un poco socialista (todo lo que fue el franquismo social o la empresa pública le causa profundo pavor, como a cualquier neocon, Chicago-boys, neoliberal o similar).
Dudo que Franco, como chabacanamente afirma, se hubiera puesto «cachondo» escuchando a Pedro Sánchez; también podríamos discutir la veracidad/falsedad de que Franco gobernó durante 39 años para los que habían ganado la guerra civil con él (por cierto, ya que Inda lo ha mentado, podría ilustrarnos sobre quiénes ganaron física y sociológicamente la guerra civil con él). Dejó también a un lado el tema de las leyes y la judicatura, pero mencionar al archicitado periodista que no pocas de las leyes actuales son evolución/modificación de las del régimen de Franco (algunas todavía andan vigentes).
Y cierra su intento de trazo de unas vidas paralelas recurriendo, con mención a dudoso testimonio por incoherente, a la idea de que, como Franco hizo al otorgársele el poder –que por cierto era absoluto–, ahora la ambición del aprendiz sería perpetuarse en el poder.
Insisto en lo que ya anoté hace unos días: ¿ qué persigue Eduardo Inda haciendo de Sánchez el alumno aventajado de Franco? ¿Cree que con ello va a levantar en armas a los que han votado a Sánchez, a los que han votado a sus socios porque ven en Sánchez un presunto espejo de Franco? ¿Quiere convertirse en el gurú que con su tesis guíe al Partido Popular, usualmente acusado de franquista, en su camino hacia la Moncloa? ¿Cree acaso que alguien, más allá de quien esto firma, que se toma la tesis como una boutade del periodista, pero que estima necesario descubrirle el juego, le va a comprar semejante tontería? ¿Qué espera, que el PSOE y el bien engrasado aparato mediático de Sánchez se revuelva contra él para no avalar a un Franco casi resucitado?
Lo que hace Inda, en realidad, es desviar la atención de la realidad sobre las raíces y los objetivos de Sánchez, que no son tan distintos a los del PSOE y la izquierda de toda la vida, y que tienen muy poco que ver con Franco y su régimen; pero ante ello Eduardo Inda prefiere mostrar una ignorancia supina, silbar, mirar para otro lado y evitar que le llamen archifacha o superfacha, que tanto monta.
A la realidad política del producto Sánchez, esa que Eduardo Inda difumina, me referiré en un próximo artículo para no abusar de la paciencia del lector. Aunque a veces, leyendo estas cosas, me pregunto si la verdadera intención de Eduardo Inda no es salvar al soldado Sánchez, sino revertir la historia para volver a la imagen tan irreal como idealizada del PSOE de Felipe González, olvidando que ese tipo de socialismo hace ya unas décadas que quedó desvencijado.
Como coda: apuntar que el artículo de Inda llega tarde para ser una advertencia, pues dado que Sánchez es un aprendiz aventajado de Franco –según él apunta– tiene asegurado el éxito político de gobernar durante 39 años.
https://okdiario.com/opinion/franquito-sanchez-12013286
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Pero QUIERO mencionar al archicitado periodista…
Como coda, APUNTO / QUIERO apuntar…
Paco, por favor: «tarzanismo», no.
Por lo demás, tu artículo es muy bueno. Gracias por darle en toda la cresta al imbécil de Inda.
Mirinda es un masón, un perro faldero, un globalista y un propagandista de campeonato. Su panfleto es un cómic de humor y una auténtica basura en términos de seriedad.
Donde no hay, no se puede buscar. Sin más.
Ni puto caso al enano mercenario este, ya sabéis quien le paga y a quien obedece; al partido podrido (PP).
Ya está bien de tanto «enano», se diría que os gustaría hacer redadas entre los bajitos. Luego criticarás a Inda por llamar «enano» a Franco. Ni que tú fueras Aquiles, el Pelida, el de pies ligeros. Sois todos iguales.
Lo de enano lo dice en el sentido de «enano mental», no de estatura. Igual que hacía José Antonio cuando hablaba de «la hora de los enanos».
A ver si no somos tan susceptibles.
No hay más fiel, más lacayo y más ardiente servidor de la diabólica causa marxista en España (y el mundo entero) que todos esos propagandistas liberal conservadores, como Inda, que ultrajan la cristiana memoria del católico y patriota verdadero Caudillo victorioso, de los españoles que le apoyaron y quisieron (inmensa mayoría, todos normales) y de su indiscutiblemente católico y patriota régimen que dejó España como la dejó, a diferencia de cómo la ha dejado la democracia.
Con periodistas derechistas como Inda, contra evangelizador como Caifás, el triunfo rojo y antiespañol está asegurado por décadas, mientras Dios no nos libre de todos ellos, a diestra y siniestra. Quien no se convenza, es porque no quiere.
Y, por cierto, los hechos históricos no se discuten, salvo por integristas y fundamentalistas vendidos al servicio de la mentira y el engaño, todos ellos sin solución. Del mismo modo que el marxismo tuvo en las democracias su más fiel cómplice en la 2ª Guerra Mundial, del mismo modo que el PCCh del ultra genocida e impune hasta ahora (y sí encumbrado) régimen comunista chino con el tirano Xi Lin Ping a la cabeza tiene sus más fieles adalides en centenares de millones de inversores y votantes de las democracias que allí han llevado sus rentables negocios industriales (y que callan como putas sus genocidios a conveniencia, mientras «condenan» los crímenes de rusos, ucranianos, judíos o musulmanes en sus respectivas guerras, a conveniencia de sus intereses), y conforme a innumerables pruebas durante el último siglo, la derecha (dura o blanda, cobarde o «valiente», conservadora o liberal), no es más que la fiel cómplice y perro sumiso del infernal marxismo, del que extrae su mano de obra y su clientela (Inda sus lectores). Que cada cual evalúe si es mejor cortarse la mano antes de ir a votar (pecado mortal como el de Eva y Adán, que aspiraron al poder y escucharon al mentiroso), aunque sea a un partido de «ultra derecha». No hay más ley que la que nos prescribió Jesucristo en los evangelios, que no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento (todo lo contrario que las democracias y el marxismo). Hay que cumplir la ley, no violarla continuamente, dando apoyo al mentiroso, pues por eso hizo Dios sentir su Ira sobre Eva y Adán, por haber hecho caso y haber confiado en quién no debían.
Y, por último, afirma en una santa sentencia de uno de sus brillantísimos capítulos el libro de Thommas von Kempen, o Kempis, el llamado Imitación de Cristo, que lleva solo más de 5000 ediciones en algo más de cinco siglos, que no importa tanto quién escribe, sino lo que escribe, es decir, el mensaje (acaso por eso mantuvo su anonimato). Eso mismo y su invalorable sabiduría que viene de Dios, es lo que leyeron muchas generaciones de santos desde entonces hasta hoy. Qué desgracia que cada vez más gente se vea seducida por el seductor político sin meditar en absoluto lo que dice y lo que hace, qué horror que la mentira seduzca a tantísima gente, elegidos incluidos.
«Y en el mismo…»
No, en «el mismo» no. En él.