21/11/2024 14:38
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A finales del año 1978, corría por España una dulce e ingenua sensación de consolidación de un nuevo mundo feliz. La prosperidad (sin esfuerzo, claro), la sana participación social en las decisiones de gobierno, con la que se satisfarían todos los personales caprichos de cada uno (o una, o une…) de nosotros y nosotras (por actualizarme). Esto traería un nuevo mundo, jamás antes experimentado, de bienestar. Vamos, el paraíso en la tierra, la Sangri-La hispana (entonces aún se podía decir hispana, pero con cuidado, sin ese patriotismo apasionado, que empezaba a sonar arcaico y arcaizante).

Teníamos una nueva Constitución, que sustituía las retrógradas y conservadoras Leyes Fundamentales anteriores (donde se decía que el Estado era católico, una aberración), que nos liberaba de ellas, ¡qué felicidad! Teníamos un nuevo monarca, inviolable y no sujeto a responsabilidad (así reza la Constitución), es decir, más allá del bien y del mal. Vamos, que puede firmar y sancionar la ley más inicua sin culpa alguna, pero también sin honor. Ah, perdón, que eso ya no se usa, creo que no es constitucional. Bueno, ya no estoy seguro de nada.

Pero la libertad sin responsabilidad, sin principios morales que la sustente (¿la libertad se puede someter a principios?), es camino de decadencia, subterfugio del déspota, del malvado, es solamente una farsa dañina.

Mi infancia y juventud, sometido a la más férrea disciplina moral (de padres, maestros, curas, y parroquianos en general), fue en realidad el momento de mayor libertad de mi vida, donde me sentía seguro, amparado, feliz, donde era verdaderamente escuchado, pues sabíamos respetar a las personas (porque sabíamos realmente qué significaba esa palabra), y esa era la sensación de todos allí a donde fuéramos por el entonces suelo patrio común; tiempos en los que se jugaba en la calle con los amigos del barrio, donde podíamos salir los más pequeños a pedir el DOMUND (¡Para el Domund!, pedíamos a los transeúntes con la ilusión del servicio necesario y obligado, haciendo sonar nuestras huchas, que ya tenían siempre las primeras monedas de nuestros padres y parientes), sin sentir el más mínimo peligro. Si percibe el lector añoranza en mis palabras, no está confundido.

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Hoy, en nuestra libérrima democracia, la incertidumbre, la indiferencia por los demás, el libertinaje más soez…, el peligro disociador, corruptor y delincuente de la invasión disfrazada por los destructores de España de humanismo (un medio más de la canalla), hacen imposible aquella bonanza y felicidad callejera y social.

En la nueva sociedad, unos somos enemigos de otros; ya no hay empresa común, solidaridad, y los partidos políticos, que brotan de la descomposición de los lazos afectivos, morales e históricos que unen en un solo organismo a toda la nación, hacen de aquella, una guerra civil incruenta (de momento) permanente.

Una guerra civil que se satisface en las urnas, donde la discapacidad discursiva, el odio más elemental, la ignorancia, la soberbia, los complejos, las más bajas pasiones, se manifiestan en el voto sin ningún comedimiento, con toda libertad.

Y es que, por más que se empeñe la propaganda, no todos los votos valen igual, no tienen la misma calidad, porque no todas las personas valen lo mismo.

Además, tantas décadas de degradación moral e intelectual, no pueden resultar inofensivas, aunque estén sancionadas en las urnas y por la propaganda, y el honor nos exige que tampoco deben quedar impunes.

Esta democracia de la disfrutamos, servil a los intereses globalistas, a la degradante, fementida y taimada agenda 2030, no puede ser la vía de salvación y regeneración de España, porque en esta soterrada guerra civil permanente, la más artera, los más incautos e ignorantes están sometidos a los más canallas.

Este viento mefítico que nos envuelve y arrastra, que nos somete, está justificado por la supuesta voluntad popular, contradicción en términos, pues la muchedumbre no tiene voluntad.

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Nuestra (bueno, mía no) tan jaleada y esperada democracia progresista, tan increíblemente progresista y liberal que en su seno amoroso caben los terroristas, separatistas… y todo género de descabelladas desviaciones del recto comportamiento, destruye, arrasa con todas las esencias patrias (¿no es anticonstitucional decir patria?):

el honor, la sensatez, la virtud, la prudencia, la camaradería, la templanza, el patriotismo, la lealtad, la caridad, la cultura (lógico, la cultura lleva al patriotismo, desarrolla la virtud, y otras cosas malísimas), el heroísmo, el espíritu de sacrificio, el pudor, la vergüenza, la cortesía, la memoria, la equidad… En definitiva, la hidalguía individual y colectiva, todo compromiso moral.

Y como un pueblo no puede vivir sin sus virtudes y su tradición, estamos a punto de perder España.

 

 

 

 

 

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Amadeo A. Valladares
Amadeo A. Valladares
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Geppetto

«A finales del año 1978, corría por España una dulce e ingenua sensación de consolidación de un nuevo mundo feliz.»
NO para todo el mundo.
Mucha gente,la mayoria de los que pensaban, supo desde el primer momento que aquella farsa de «la democracia que nos hemos dado a nosotros mismos» era una engañifa creada para romper España

Última edición: 1 año hace por Geppetto
Hakenkreuz

La libertad viene del conocimiento de la Verdad, es decir, de Dios mismo, pues es la Verdad la que hace libres. Con la Constitución del 78 no vino la libertad en absoluto. Más bien lo contrario. Vino un reparto corrupto de poder.

Y lo que resulta sorprendente es que el artículo 131 de la vigente Constitución, hace legítimo el comunismo soviético, la planificación económica por parte del Estado, incluso aboliendo la propiedad privada alegando interés general. Es decir, que la tipa esa de Sumar y los etarras, pueden exigir en cualquier momento su cumplimiento a cambio de apoyo para el gobierno. Si no se respeta ni el artículo 15, el de la vida, ¡qué no se hará con la propiedad privada! (y no solo la okupación de inmuebles).

Si éste artículo constitucional no se ha aplicado hasta hoy es porque los líderes rojos tienen más riqueza que los liberal conservadores, acumulada de décadas de corrupción incontrolada. No se puede explicar de otro modo. No obstante, el comunismo es plenamente constitucional en España. Seguro que en 1978 no muchos repararon en ello. Pero podría aplicarse en cualquier momento.

Hakenkreuz

En 1978 ETA atentaba cada semana, dejando muertos y heridos. Idem GRAPO y FRAP y las violentísimas huelgas sangrientas terroristas de UGT-PSOE y CCOO, que supusieron la muerte de muchos «esquiroles» o «vendidos» que no aceptaban unirse a ellos.
En 1978 la delincuencia era ama y señora de la calle. Atracos, asaltos, robos, violaciones, etc., no tenían más respuesta que la detención, y la inmediata excarcelación (si llegaba a la cárcel, cosa poco frecuente) del criminal o delincuente, amparado plenamente por los jueces y fiscales, que otorgaban amnistías a discreción.
En 1978 el primer negocio de España no era la agricultura o la industria (en plena desmantelación), sino la pornografía en soporte visual o en papel.
En 1978 se aceleró la caída de la nupcialidad y la natalidad, nunca recuperadas desde entonces.
En 1978 los precios crecían al 20% en tasa interanual.
En 1978 el desempleo involuntario se disparó por primera vez en la historia de España, por encima del 15% (llegaría al 27% y con trampas del INE).
En 1978 el déficit público (político a cambio de votos) hacía crecer la deuda pública a un ritmo mayor que en el período de la guerra en zona nacional.
En 1978 siguió el arrollador proceso de cierre de fábricas, negocios, empresas, talleres, etc.
En 1978 la policía y la guardia civil corría un peligro de muerte descomunal en Vascongadas. Y en el resto de España a menudo se les vilipendiaba como torturadores o como opresores por parte de la jauría roja, enloquecida de odio.
En 1978 la sed de venganza roja por la guerra que perdieron crecía como la espuma, y a Carrillo, Pasionaria, Guerra, etc., se les acabaron las «buenas intenciones» de concordia entre españoles durante la «pacífica transición».
En 1978 la tasa de drogadicción se disparó entre jóvenes como nunca antes. Los entierros de jóvenes por sobredosis se multiplicaron. La heroína inundó todo tipo de ambiente juvenil, incluso se incitaba a la juventud a «colocarse».
En 1978 el odio a España en Vascongadas creció sin freno alguno, padeciéndolo los españoles de allí.

Aliena

Y para reforzarlo ya tenemos la Ley de Seguridad Nacional – de la que nadie habla, qué curiosa mudez – que permite la confiscación de nuestro dinero y propiedades por el interés de la nación.

Amadeo A. Valladares Álvarez

Sin duda. Reciba un cordial saludo.

Amadeo A. Valladares Álvarez

Es cierto, le mando el más cordial saludo.

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