21/11/2024 15:37
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En Barcelona, varios muftíes o ulemas de la izquierda “radical” lo tienen decidido. Hay que cancelar (“fatwa”) a Fusaro. Y con esta cancelación, a todo aquel que edite, traduzca, comente, estudie, divulgue y le ofrezca el “buenos días” al pensador italiano.

La izquierda española ha conseguido, tras la muerte de Franco, asociar dos conceptos en la mente de las masas, como si ambos se soldaran necesariamente: “censura” y “franquismo”. Le es evidente a cualquier lector versado en ciencia política, que la censura va indisociablemente unida al Poder, incluso al poder demoliberal. Pensar en términos de Estado y de realismo político sin una teoría y una práctica de la censura, es vivir en el mundo irreal, en la utopía infantil. Siempre hay censura si hay Poder, si existe un Estado, sea éste del signo que sea. Lo decisivo consiste en quién la ejerce, sobre qué sujetos, de qué manera y con qué medios, hasta qué punto y sobre qué asuntos. Recientemente, el filósofo ruso Alexander Dugin, publicaba una interesante reflexión sobre la censura y su alcance ontológico.

No es el alcance ontológico de la censura un tema que agrade a los liberales, ya sean de izquierda o de derecha, pero el tradicionalista ruso toca las yagas, y sabe muy bien dónde abre sus heridas y dónde supuran las contradicciones: cada día nos las muestra el liberalismo mundial y omnímodo.

El hecho es obvio. No sólo Franco, no sólo el “fascio”: la II República Española también fue censora. Cualquier régimen, tanto demoliberal como el autodenominado “socialista”, “comunista”, “democrático-popular”, fue régimen censor. Censurar forma parte de las atribuciones que se reserva un Estado, y “el derecho a la información” libre y veraz debe siempre rozarse con las atribuciones –legales y no- que el Poder se reserva para perpetuarse y defenderse a sí mismo o defender valores supremos. Algunas de esas atribuciones pueden ser perfectamente constitucionales (orden público, prevención de delitos de traición, unidad nacional, protección de secretos oficiales). Ser censor por interés político supremo y necesitar de una “censura justa” es un prius, un hecho vital en el realismo político. Da igual situarse a la izquierda o a la derecha. Las cosas hay que contemplarlas siempre “en lucha” y sin utopismos.

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También censuran los partidos, los periódicos, las entidades –públicas o privadas- que “manejan un cotarro”, esto es, un grupo de gente en donde -¡así es el hombre!- no hay ni puede haber uniformidad. También existe la autocensura, y otras prácticas que se deslizan entre la circunspección, la conspiración del silencio, el “ninguneo” y demás. Al hablar de esta otra censura, una censura no estatal, tengo que hablar del  reciente “Caso Fusaro”.

Ha ocurrido esta semana. Una editorial de izquierdas “de toda la vida”, El Viejo Topo, marxista a carta cabal, ha sido vetada (o censurada) en una feria del libro en Barcelona. La feria, al parecer, se llama “Literal” y a ella concurren al menos cien editoriales “especializadas en pensamiento radical”. Pretende ser una feria no ya sólo de libros, sino de “ideas”. El Viejo Topo, según manifestó su director en un comunicado, Miguel Riera, recibió de improviso el veto a través de un telefonazo. ¿Motivo? Editar libros del filósofo italiano Diego Fusaro.

Me siento obligado a escribir estas líneas. Tengo una opinión al respecto del veto de la “Fira Literal”, no porque sepa nada de ellos, sino por las víctimas de la censura o veto, hacia quienes me siento muy cercano. He colaborado con Fusaro en numerosas ocasiones. La última, ha sido editando y prologando el libro de SND editores “Karl Marx y la Esclavitud”.

También he colaborado con El Viejo Topo, en cuya revista aparecen algunos artículos míos. Debo expresar, ante todo, mi solidaridad con esta editorial, a la que aprecio, así como con Diego Fusaro, a quien me une el afecto y la admiración.

No se trata de una censura de Estado, en interés de la supervivencia del Poder, del Orden Público, de la integridad nacional, etc. Se trata de la censura de unos pinchaúvas, que son incapaces de reconocer dónde reside la verdadera radicalidad.

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La verdadera radicalidad reside no en unos pinchaúvas que organizan una feria librera, sino en un filósofo de amplísima obra (pese a su juventud) que conoce a Marx como muy pocos lo conocen hoy en este mundo. Por eso trabajé en la edición de este último libro, junto con SND, una empresa editorial que sabe reconocer la “raíz” (y radical viene de raíz) de los males del mundo moderno, y posee un gran olfato para oler a un gran pensador y publicar una obra suya. Fusaro es un gran pensador, y su amplísima proyección les recuerda a todos estos falsos “radicales” quiénes son ellos realmente. Una izquierda al servicio del Gran Capital, al servicio del Nuevo Orden Mundial. Guardianes del sistema, eso es lo que son. Un sistema neoliberal sustentado en dos patas, los neoliberales del dinero y la derechita, y los neoliberales izquierdistas del “empoderamiento”, el separatismo, y la cultura de la cancelación.

Están intentando cancelar a Fusaro y lo que consiguen, en puridad, es autocancelarse. Se encierran en la negación de sus propios discursos, que prometían ser tan emancipadores: siendo tan antifascistas destilan ellos mismos, cada día más, un totalitarismo desnudo y vergonzante. Son censores pagados del Sistema, sus recaderos. Hacen barato un trabajo sucio: lavarle la cara a una pseudemocracia y a una plutocracia. Muy pronto, una gruesa lluvia barrerá este polvo. En los basureros de la historia se sedimentará el polvo de estos “radicales”. Pero Fusaro, y las editoriales valientes que difunden sus libros, brillarán siempre entre el polvo y la mugre.

 

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REDACCIÓN
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José Ignacio Herrera Badía

Copio:

«pero el tradicionalista ruso toca las yagas, y sabe muy bien dónde abre sus heridas» supongo que querrá decir «llagas»!

Carlos X

Es un error. Mil disculpas. Gracias por señalarlo amigo.

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