21/11/2024 14:54
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En el marco del Festival de Periodismo de Perugia, Mons. Vincenzo Paglia, Presidente de la Academia Pontificia para la Vida, participó en el debate sobre el tema «El último viaje (hacia el final de la vida)». A continuación se muestra el texto completo del discurso de monseñor Vincenzo Paglia.

En primer lugar, me gustaría señalar que la Iglesia Católica no tiene un paquete de verdades listas para usar, ya hechas, como si fuera un distribuidor de píldoras de verdad. El pensamiento teológico evoluciona en la historia, en diálogo con el Magisterio y con la experiencia del Pueblo de Dios (sensus fidei fidelium), en una dinámica de enriquecimiento mutuo. La intervención y el testimonio de la Iglesia, en la medida en que participa también en el debate público, intelectual, político y jurídico, se sitúa en el nivel de la cultura y del diálogo entre las conciencias. La contribución de los cristianos se da dentro de las diferentes culturas, ni arriba – como si poseyeran una verdad dada a priori – ni abajo – como si los creyentes fueran portadores de una opinión respetable, pero separada de la historia, «dogmática» precisamente, por lo tanto inaceptable –. Entre creyentes y no creyentes hay una relación de aprendizaje mutuo.

Pensemos, por ejemplo, en lo que sucedió con la cuestión de la pena de muerte: debido al cambio en las condiciones culturales y sociales, debido a la maduración de la reflexión sobre los derechos, el Papa modificó el catecismo. Mientras que antes no se excluía que hubiera circunstancias para las que pudiera ser legítimo, hoy ya no lo consideramos admisible, bajo ninguna circunstancia. Como creyentes, por lo tanto, nos hacemos las mismas preguntas que conciernen a todos, conscientes de que estamos en una sociedad democrática pluralista. En este caso, con respecto al final de la vida (terrena), nos encontramos como todos los demás frente a una pregunta común: ¿cómo es posible alcanzar (juntos) la mejor manera de articular el bien (nivel ético) y el justo (nivel jurídico), para cada uno y para la sociedad?

Para responder a esta pregunta, un primer punto fundamental es cómo entendemos la libertad. La reflexión teológica ha desarrollado una concepción de la persona que parte de un dato reconocible para todos, es decir, que estamos insertos desde el principio en un contexto de relaciones que nos hace solidarios unos con otros. Nuestra identidad personal es estructuralmente relacional. Hemos notado esto con evidencia casi brutal durante la pandemia: los comportamientos de todos tienen (tuvieron) repercusiones en los demás. Todos somos interdependientes, vinculados entre nosotros.

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Incluso la vida humana, que cada uno de nosotros (tal como se genera) recibe de los demás, no es, por lo tanto, reducible solo al objeto de una decisión que se limita a la esfera privada e individual: somos responsables de ella hacia los demás, en quienes nuestras elecciones tienen un impacto (y viceversa). La libertad humana, para ejercitarse correctamente, debe tener en cuenta las condiciones que le han permitido emerger y asumirlas en su trabajo: en cuanto precedida por otros, es responsable ante ellos. Por eso la autodeterminación es fundamental, pero al mismo tiempo no es absoluta, sino siempre relativa (a los demás). En cuanto a las decisiones sobre la muerte, esto no significa volver al viejo paternalismo médico, sino más bien enfatizar una interpretación de la autonomía relacional y responsable.

Acentuar abstractamente la autodeterminación conduce a subestimar la influencia mutua que se realiza a través de la cultura compartida y las circunstancias concretas: aparentemente las demandas libres son en realidad el resultado de un mandato social [a menudo bajo la presión de la conveniencia económica]. Como se puede ver en la experiencia de los países donde se permite la muerte «médicamente asistida», la audiencia de personas admitidas tiende a expandirse: a los pacientes adultos competentes se les unen pacientes en los que la capacidad de toma de decisiones se ve comprometida, a veces gravemente [pacientes psiquiátricos, niños, ancianos con deterioro cognitivo]. Por lo tanto, han aumentado los casos de eutanasia involuntaria y sedación paliativa profunda sin consentimiento. El resultado general es que estamos presenciando un resultado contradictorio: en nombre de la libre determinación, se está comprimiendo el ejercicio efectivo de la libertad, especialmente para los más vulnerables; El espacio de autonomía se está erosionando gradualmente.

En un momento en que la muerte se acerca, creo que la respuesta principal es la del acompañamiento. Y el primer paso para acompañar es escuchar las preguntas, a menudo muy incómodas, que surgen en esta fase tan delicada. Debemos admitir que no estamos preparados para morir, de hecho, tal vez podríamos decir que una cierta superficialidad en la forma en que tratamos las cuestiones fundamentales del significado de la existencia también nos hace no estar preparados para vivir. Sin embargo, permanecer cerca (estar cerca) lleva a cuestionarse a uno mismo. Los que acompañan son golpeados por las mismas preguntas experimentadas por los que están acompañados: el sentido de la vida y el sufrimiento, la dignidad, la soledad y el miedo a ser abandonado.

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Ciertamente se trata de aliviar el dolor y promover la cultura de la medicina paliativa, que renuncia a la curación y continúa cuidando a la persona enferma, con todas sus necesidades, y a su familia. Sabemos que en muchos casos desaparece la demanda de eutanasia; Pero no siempre. Y es una pregunta con muchas implicaciones, en la que se desarrollan diferentes factores relacionados con la culpa, la vergüenza, el dolor, el control, la impotencia. El juego de proyecciones entre el paciente y quienes lo cuidan es muy intrincado: distinguir entre «sufrir demasiado» y «sufro demasiado para verlo así» no es nada fácil, como de hecho es muy exigente tomar en serio la petición de una relación que ayude a vivir la soledad radical de morir. El acompañamiento en este contexto requiere, por tanto, un gran trabajo sobre uno mismo, no sólo a nivel personal, sino también a nivel social y cultural, sobre la propia solidaridad en el límite, separación y paso de la muerte.

En este contexto, no se puede excluir que en nuestra sociedad sea practicable una mediación legal que permita el suicidio asistido en las condiciones especificadas por la Sentencia 242/2019 del Tribunal Constitucional: la persona debe ser «mantenida viva mediante tratamientos de soporte vital y que padezca una patología irreversible, fuente de sufrimiento físico o psicológico que considere intolerable, pero totalmente capaz de tomar decisiones libres e informadas». El proyecto de ley aprobado por la Cámara de Diputados (pero no por el Senado) básicamente iba en esta línea. Personalmente, no practicaría la asistencia al suicidio, pero entiendo que la mediación legal puede constituir el mayor bien común concretamente posible en las condiciones en las que nos encontramos.

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Ramiro

Y este imbécil, ¿porqué no empieza dando ejemplo, y se suicida…?
No creo que fuera una gran pérdida.

Hakenkreuz

Veamos:

1º La Santa Iglesia Católica Apostólica es la Iglesia de Jesucristo Nuestro Señor, Dios y Hombre Verdadero, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

2º Consecuentemente, la Santa Iglesia Católica Apostólica NO es la Iglesia de Apolo, ni de Cefás, ni de Pablo, ni de 264 papas y 37 antipapas hasta ahora, ni de tal o cual cardenal, arzobispo, obispo, sacerdote, teólogo o consagrado o fiel. Mucho menos la de Arrio, Nestorio, Prisciliano, Focio, Cerulario, Lutero, Calvino, el rey o reina de Inglaterra, Geová y viene, Buda, Confucio, los samuráis, Xilinping, el zar, el rey sol, Jansenio, etc. De ninguno de esos.

3º La Santa Iglesia Católica Apostólica tiene el cometido de anunciar la Buena Nueva, el Evangelio, a toda criatura, se conviertan o no se conviertan, acepten a Cristo en sus vidas o no lo acepten. Además, ha de administrar los siete sacramentos imprescindibles para la salvación, para la Vida Eterna.

4º Consecuentemente, toda otra actividad que no esté conforme a la Santísima Voluntad de Dios dentro de la Iglesia, es un exceso, y los excesos acarrean cismas, divisiones y apostasías. La experiencia lo ha demostrado durante los últimos dos milenios. Y muy en especial cuando los miembros más altos de la Iglesia se han involucrado en política. Hoy Alemania, con unos obispos totalmente politizados, demuestra claramente que la política es la labor de satanás. Que lo quieran o no reconocer es otra cosa.

5º La Salvación eterna de las almas depende de si se guarda o no la Palabra de Dios. Así nos lo enseñó el mismo Señor según los Evangelios. Y esta Palabra de Dios, estos Evangelios, no cambian nunca. Dios no cambia, es eterno, como su Palabra y sus mandamientos.

6º La instrumentalización de la Palabra de Dios con fines de obtención de poder (política), con fines económicos o de enaltecimiento personal según la vanidad o búsqueda de sí mismos, es pecado mortal, blasfemia, herejía, traición a Cristo. No es Iglesia la que intenta instrumentalizar a Dios y su Palabra, como el demonio en sus tentaciones a Cristo en el desierto. La política es satánica. Los fieles a Dios no discuten u opinan la Palabra de Dios, no aceptan «opiniones», ni criterios subjetivos, ni política que valga. Cumplen o incumplen la Palabra de Dios incurriendo en pecado hasta que no se arrepientan y lo confiesen en el sacramento de la penitencia.

7º Quien crea que la Palabra de Dios se puede discutir, es opinable, «evoluciona» como el mono infernal que descubrió Darwin, es decir, la estirpe de la serpiente «evolucionada», o que se puede «aplicar según los tiempos o circunstancias» se autoengaña. No hay excepciones a los mandatos de N. S. Jesucristo. No hay excusas, ni objeciones, ni justificaciones. Para eso ya están las miles y miles de sectas ortodoxas, luteranas, calvinistas, anglicanas y demás, herejes todos ellos. Que los políticos de todo signo desprecian la Palabra de Dios. Pues claro, es su tarea. El político es el que quiere suplantar a Dios en esta vida. Es el «no serviam». El político quiere establecer lo que está bien y mal según su propia vanidad y sed de poder para suplantar al Todopoderoso.

8º La LIBERTAD solo tiene una fuente, la VERDAD. Fuera de la Verdad, no hay libertad, sino engaño por muchas consideraciones filosóficas, sociológicas, económicas o teológicas erróneas que se quieran exhibir. «Conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará libres». No, la libertad no viene de políticos, ni de sus partidos o gobiernos, ni de jueces, ni de juristas, ni de filosofías, ni de «científicos», ni de empresarios, ni de teólogos, ni de ningún grupo humano. Creer eso es engañarse y engañar a los demás. No hay libertad si no hay conocimiento y amor a Dios sobre todas las cosas y personas, porque Dios encarnado es Camino, Verdad y Vida.

9º Como Dios es dueño de la Vida, es a Dios a quien corresponde reclamarla, no a ningún otro ser humano, por mucha consideración «piadosa» falsa que se argumente. El sufrimiento, la cruz, inherentes a la propia vida terrenal de toda criatura de Dios, no es justificación en modo alguno para quitarle la vida a una persona que sufre intensamente. Las argumentaciones jurídicas o médicas no pueden estar por encima de la Voluntad de Dios.

10º El sentido del dolor y del sufrimiento humano hay que buscarlo en Jesucristo Nuestro Señor, que lo vivió plenamente en la Cruz, aceptándolo y uniendo el propio al de Él, dejando que Dios nos ayude a llevar la cruz, para que se nos haga más ligera, y teniendo bien presente siempre que no hay camino hacia la salvación eterna que la cruz misma. El sufrimiento intenso es un misterio inabordable por la razón humana, pero cargado de significación para la salvación de las almas. Del mismo modo que todo el que ama, sufre, y sufre muchísimo más cuanto más ama, sobre todo a Dios, ¿es de esperar que una vida sin sufrimiento, placentera, hedonista pueda llevar a Dios que es Amor? Claro que no. Una persona que pide la eutanasia no es consciente de que después de la muerte física no acaba la vida, actúa como si el sufrimiento acabase con la vida terrenal. Es una insensatez descomunal. Es la antife, pues aunque se sea ateo, no hay ni una sola prueba de que la muerte implique el final del ser y su gozo o sufrimiento. Nadie puede probarlo porque no hay final de la vida con la muerte. La muerte no tiene la última palabra. Bien harían los que más sufren, en bien de su alivio interior para poder sobrellevar su sufrimiento, leer a los santos y santas de todos los tiempos, a varios si se puede mejor, para convencerse, que los santos y santas no mienten y refrendan la Palabra de Dios. Al menos, deberían darse esa última oportunidad de confiar en Dios, que todo lo puede. El infierno puede ser infinitamente más doloroso y, lo que es peor, inacabable, infinitamente peor que el sufrimiento que padece actualmente, por muy difícil de comprender que sea. Y lo mismo deberían pensar quienes promueven el aborto y la eutanasia, defendiéndolo incluso con su voto a cualquier partido. ¿Por qué no pensar que el sufrimiento puede ser el pasaporte que Dios da a las personas, incluso en su vejez, para redimirse de todos sus pecados y faltas e ir al Cielo, incluso sin tener que ir al purgatorio? ¿Rechazar la mano que Dios tiende, por dolorosa que esta sea?

11º No hay mayor cuidado paliativo que la oración, a tiempo y a destiempo, como la anciana reclamando justicia al juez. Lo sabe toda persona que se ha habituado a rezar con toda la humildad y fervor del que puede hacer acopio. La cruz se vuelve yugo ligero con la oración, que, por supuesto, hace milagros, mientras que la medicina, la «ciencia», la política, la legislación y las opiniones, fracasan todas, incluso pueden hacer mucho más mal que bien.

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