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La primera vez que leí este magnífico ensayo fue allá por el año 2013. No conocía a este geólogo, parisino de profesión, y con un espíritu aventurero que le llevó a recorrer el mundo en bicicleta y escalar el himalaya, habiendo relatado sus experiencias viajeras en distintos libros. No guiándome por sus múltiples reconocimientos literarios para valorar mi opinión acerca de él, y en general de cualquier autor, (que en esta obra son merecidísimos, premio Médicis de ensayo 2011 y finalista de los premios Renaudot y Femina), me formé mi propia reflexión de su prosa.

Es frecuente un mayor consumo de novela pues el placer estético que provoca en el lector y en cierto modo su parte de ficción te aleja de mucha realidad, lo cual no sucede con el ensayo, que se acerca más a la labor periodística y reflexiva.

S. Tesson, es un erudito, arrollador en generar emociones, y marca unas reflexiones sobre el tiempo, el silencio, la felicidad y un modo vital de prescindir de lo inútil y centrarse en lo esencial, como pocos lo han hecho.

Este ensayo me cambió mucho la perspectiva de la vida, y desde que lo leí por primera vez, han sido muchas otras ocasiones a las que he acudido para volver a pensar en todo lo que le pasa a su autor, y que a lo largo de la vida también nos ocurre a alguna parte de seres humanos. Desde el momento en que somos conscientes de que no podemos cambiar el mundo, nos atribulan por la mente pensamientos como a Tesson, pensar en refugiarte en tu soledad para adueñarnos del tiempo y disponer de soledad, espacio y silencio.

Y así fue, Tesson se compró una isba de troncos, lejos del mundanal ruido a la orilla del lago Baikal. Solo, en su más absoluta soledad, y rodeado de bosques y naturaleza, buscó su felicidad. Y lo logró. Permaneció seis meses como un ermitaño, sin hablar con nadie, y, con unas temperaturas de más de 30 grados bajo cero, vivió una experiencia reducida a gestos simples. Una vida sobria rodeado de Libros, puros, vodka, cortaba leña, pescaba la cena, contemplaba el lago, y veía pasar los días bajo ese espacio, silencio y soledad.

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Todas esas preguntas y reflexiones que se hace, las escribe en este ensayo lleno de los pensamientos que le van surgiendo en su día a día.

¿Y si la libertad consistiera en adueñarse del tiempo?, y si la felicidad fuera disponer de soledad, de espacio, ¿de silencio …?

Una travesía de reflexiones tan intensa que pasa por todas las etapas que un ser humano puede recorrer en soledad, para acabar finalmente consiguiendo la paz.

La soledad es un punto de inflexión vital en esta obra, y en la experiencia ermitaña del autor. No podemos obviar que la vida occidental y cotidiana es muy voraz en sentido amplio, y consumes tiempo rodeado de personas, con una vida rápida, absorto en las nuevas tecnologías de comunicación, donde los tiempos te los marcan otros y nunca tú, y ese cambio abrupto a la soledad elegida, es un foco profundo de pensamiento para Tesson.

El hombre libre es dueño del tiempo. El hombre que domina el espacio es apenas poderoso. En la ciudad los minutos, las horas se nos escapan. En la cabaña se calma. Soy libre porque mis días lo son.

Concretamente el día 1 de abril amanece con su relato escribiendo lo que Michel Déon dice, “Por más fuerza de voluntad que se ponga, la soledad es la cosa más difícil de proteger”.

La disquisición entre el aburrimiento y la soledad fue muy clarividente en sus pensamientos. Y al hilo de la soledad, alude a la prueba de la soledad de Rousseau.

“El solitario debe constreñirse al deber virtuoso, dice, y no puede permitirse la crueldad, la experiencia de su vida de ermitaño le impondrá un doble castigo: por una parte, tendrá que soportar una atmosfera viciada por su propia maldad, y por la otra le hará sufrir el fracaso de no haber sido digno del género humano. El hombre civil quiere que los demás estén contentos con él, el solitario está obligado a estar contento con el mismo, o su vida será insoportable. Así el segundo, está obligado a ser virtuoso”. La soledad de Rousseau genera bondad.

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Mientras pasan los días en la cabaña, la nieve no cesa, como tampoco sus pensamientos, y, frente a ello el budista dice “No esperemos nada distinto”, el cristiano “Mañana estará mejor”, el pagano “¿Que significa todo esto?, el estoico “Ya veremos qué pasa”, el nihilista “Que se entierre todo” y yo, “Tendré que cortar la leña antes de que la tape la nieve”…

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REDACCIÓN
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