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Antes de nada, pedir disculpas por el título provocador y a los etimólogos por invadir su campo de saber. Dicho lo cual, intentaremos demostrar lo que el título de este artículo anuncia. El BOE del 28 de febrero, publicaba la Ley 2/1992, “por la que pasan a denominarse oficialmente Girona y Lleida las provincias de Gerona y Lérida”. En su artículo 2, se enuncia: “La actual provincia de Lérida se denominará oficialmente de Lleida, de acuerdo con su tradición histórica, cultural y literaria; y en concordancia con el nombre oficial de Lleida que tiene reconocido legalmente su capital”. Siguiendo al pie de la letra este artículo, argumentamos que la “tradición histórica, cultural y literaria” del topónimo “Lleida”, es precisamente “Lérida”.
Allá vamos, y empecemos por el origen.
“Ler-ida” es un acrónimo ibérico que vendría a significar manantial, o más literalmente “agua de fuente”. Así lo defiende Enrique Cabrejas (historiador de la Historia del lenguaje) en su trabajo “Etimología de Lérida”. El significado de un acrónimo es la suma de palabras o frases que lo generan. En nuestro caso, Lérida derivaría de dos palabras. Por un lado lëq (en íbero), Λερ (en griego), “Ler” (en grafía latina) que significaría: ”Agua, río, estanque”. En segundo lugar, o segundo lexema, tendíamos íD (en íbero), Ἴδη (en griego) e “Ida” (en latino) que significaría: “Fuente, origen, inicio”.
No podemos entretenernos en complejidades léxicas, pero en la base ibérica de estos términos ya subyace la influencia helénica. Según defiende Cabrejas, nuestros Ilergetes, o ilerdenses, tomaron la parte de ”Lerna” para referirse al agua. Tanto es así que su propio nombre “Iler” significa río, de tal forma la denominación “ilirio” significa “Del río”. Estrabón, en lo que respecta a Tarraconensis nororiental, se circunscribe prácticamente a tres filiaciones de pueblos: getas, tanos y ones. Los Ilergetas o Indigetas pertenecerían a esa primera filiación. A los Ilergetas se les ubicaba desde el Bajo Urgel hasta el río Ebro. Y la ciudad principal (la actual Lérida) era denominada Iltirta. Los romanos la denominaron Ilerda y en los tiempos del emperador Augusto recibió la condición de municipio. De la época visigoda apenas nos quedan registros.
La cuestión interesante, desde el punto de vista etimológico, se produce con la invasión musulmana a principios del siglo VIII (716-719). Es cuando desaparece el término Ilerda, para dar lugar al de “Lareda”. Ello es debido a la adaptación fonética del árabe al nombre de Ilerda. Siglos después la toponimia había evolucionado en “Lárida” (antecedente directo del actual “Lérida”). De hecho, es así como se llegó a conocer el Emirato o Taifa de Lárida, que se creó tras el hundimiento del califato de Córdoba a principios del siglo XI. En el Libro de La Frontera de Musa Ibn al-Tubbi (siglo XII), se refiere a la ciudad como “Medina Larida, ciudad andalusí”. Los registros en este sentido son muchos. El cronista i geógrafo musulmán Al-Himyari (siglos XIII-XIV), escribe: “Larida es una ciudad antigua que fue edificada al lado de la orilla del curso del río Shikar (Segre)”.
En 1149, Lérida fue reconquistad por las tropas de Ramón Berenguer IV y Ermengol VI (conde de Urgel, nacido por cierto en Valladolid) y en 1150 recibió la Carta de Población, convirtiéndose en un marquesado. La repoblación de Lérida por parte de Urgel puede explicarnos la aplicación (o aparición) del topónimo Lhèida de origen occitano o también Leyda que desembocará en el topónimo Lleyda que duró durante varios siglos hasta la llegada de la reforma del catalán “moderno”. Hemos de pensar que en la edad media se decía y escribía Urgel (y no Urgell) pues el dígrafo “LL” no existía en el catalán medieval (excepto algún cultismo que luego se escribiría l.l). Y, por tanto, en la Edad media, se escribía y pronunciaba «Leyda» y no “Lleyda”. Para más inri, la “LL” fue un préstamo del castellano que se fue difundiendo en Cataluña a partir del siglo XVII. De ahí que a partir de entonces empecemos a encontrar la palabra Lleyda.
No obstante, hemos de pensar que durante siglos en la lengua catalana los topónimos de Lérida y Lleyda indistintamente (incluso Leyda). A modo de ejemplo, en el siglo XVIII, poetas catalanes como Amadeo de Escás, alabando los productos catalanes frente a los franciesos o alemanes, utilizaba la expresión “Lérida”:
“E no parcis ges mal talhada
Rauba con vos l´aveiz vestida;
Que tots los sastres de Lérida
E de Paris, et de Colonha
Si totz y metio lor ponha
Re no y porí esmendar”
La castellanización de la toponimia catalana, a partir del triunfo borbónico fue muy escasa. Parte de los cambios que se encuentran o bien son por influencia o por error de pronunciación y grafía. O también, como en el caso de Lérida, simplemente conviven dos formas toponímicas y ambas genuinamente arraigadas en la historia, sea por la raíz “Leyda”, sea por la de “Lárida”. Como contraste, si observamos la cartografía francesa de las zonas tomadas a España en el siglo XVIII, el cambio toponímico es prácticamente total. En definitiva, una parte de los retoques estéticos de la toponimia catalana se realizó en el siglo XX, desde la sección filológica (en manos de Pompeu Fabra) del Institut d´Estudis Catalans, fundado por Prat de la Riba. Fue entonces cuando empezó a despreciarse la «Y» (entendida erróneamente como influencia castellana) por la «i» latina.
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Por favor, señor Barraycoa:
«Antes de nada, pedir disculpas…»
¡¡¡ NO !!!
«Antes de nada, pido…» o «Antes de nada, quiero pedir…»
Y lo que se debe pedir es perdón, no disculpas. «Pedir disculpas» es pedirle a uno que se disculpe.