23/11/2024 14:47
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Esta es la decimoctava parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí.

Iniciamos el capítulo 10. Bajo el sino de la derrota: la trágica odisea del cautiverio (1939-1945), que empieza con un buen resumen:

Francisco Largo Caballero vivió los siete últimos años de su vida en el exilio, en el que murió. En lo personal fue el tiempo más negro de su existencia. Años soportados, es preciso subrayarlo, con entereza y estoicismo que compiten con cualquier otro ejemplo de resistencia ante las adversidades. Sobre el ya muy veterano dirigente se concitaron calamidades no experimentadas nunca antes y no sospechadas, que influyeron decisivamente en su ánimo, para bien y para mal. Para esto último sobre todo. Si en lo vital fueron años terribles, en cambio no fueron, ni mucho menos, estériles para su actividad política militante, que ahora se ejercería, al menos en sus primeros tiempos, sobre un determinante fondo de precariedad, y también con un permanente espíritu contrariado, rebelde y escéptico, no exento de melancolía, con la premura de hacer balance, que se presumía áspero y despiadado, de los hechos que habían ennegrecido los años inmediatamente anteriores. Inevitablemente, fue aquella la hora más amarga de la derrota.

Lo que sigue es un buen chiste, aunque Caballero lo decía en serio:

esperanza de que algún día no lejano podría comparecer ante el tribunal de «la historia y de la clase obrera», escribiría…

Sobre sus memorias, el típico ajuste de cuentas de malhechores en el que uno de ellos expone la verdad:

 

Transcurrido el tiempo más amargo del destierro, al final ya de su vida, Caballero pareció dejar atrás agravios del pasado, pero no los perdonó —no había olvidado nada, diría alguien que le conocía bien—, y dejó sobre el papel unos inmisericordes juicios últimos sobre toda aquella tragedia, en parte manipulados por manos ajenas, según sabemos, que solo se conocieron después de su muerte.

El detonante del ajuste de cuentas fue su muy crudo exilio, que contrasta con el dorado de Prieto, Negrín, del Vayo, y principales malhechores del PSOE. Le tuvo que escocer, naturalmente:

Su destino fue bastante diferente y mucho menos confortable que el de hombres como Negrín, Prieto, De los Ríos, González Peña, Lamoneda, Araquistáin, ministros, mandos militares y un largo etcétera, más la casi totalidad de los líderes comunistas, por citar a algunos. … fue el que más cruel destino tuvo, compartido, ciertamente, con otros compatriotas de menor significación, y todo ello excluyendo, claro está, el de quienes fueron criminalmente entregados a Franco para su exterminio.

Lo de “exterminio” quiere decir, que algunos de ellos -muy pocos- fueron juzgados por sus notorios crímenes -de los que Aróstegui no trata ni por asomo-, sentenciados y ejecutados formalmente, cosa que se puede decir de los miles de civiles derechistas torturados y asesinados por los secuaces de los frentepopulistas “exterminados”.

En todo caso, Caballero tienen que huir de París ante la invasión alemana; por piernas: dos días antes de la entrada de estas en la ciudad. Va a la Francia de Vichi, donde es confinado, arrestado y entregado a los alemanes, que en 1943 le llevan a un campo de concentración del que saldría de la mano de sus antiguos “amigos”, los comunistas soviéticos, en la primavera de 1945. En Francia estuvo con sus hijas; sus hijos estaban presos en zona nacional. Uno de ellos, Ricardo, el primero, con su primera esposa, del que estaba bastante desvinculado, estaba en libertad ya en el 40, y en 1941 residía con su esposa e hijo en Monforte de Lemos. Había sido soldado en el ejército frentepopulista.

La llegada a París vino precedida de una penosísima marcha, sin apenas dinero, pero habiendo podido evitar el internamiento en alguno de los campos de refugiados cercanos a la frontera en razón de la significación y el pasaporte diplomático del veterano dirigente y gobernante. Posteriormente, consiguió del Gobierno francés la acreditación de su condición de refugiado.

«el Buró Político denuncia a la clase obrera y al pueblo español la huida vergonzosa del territorio nacional del Sr. Largo Caballero, el que rodeado de un pequeño grupo de enemigos de la unidad del pueblo español de sus organizaciones, ha hecho quanto (sic) estaba en su mano para sabotear la obra del Gobierno y romper la unidad y la resistencia de nuestro pueblo y que ahora corona con la deserción su anterior obra criminal».

… Al llegar a Francia se ha dedicado a hacer declaraciones y no ciertamente para robustecer la causa de la independencia española, sino para dar armas al fascismo y los invasores con que seguir atacándonos…».

Una definición del “negrinismo”:

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… el negrinismo no era una corriente ideológica, como lo eran las tres más antiguas como propuestas más o menos elaboradas, ni encerraba una concepción teórica particular del papel del socialismo y de su función política. Era sobre todo una estrategia de gobierno y una política de guerra que nació de la concertación de una parte del socialismo, justamente del socialismo «moderado» o «centrista», con las concepciones de la política de guerra del Partido Comunista enfrentado de forma paulatina al caballerismo.

La «cuestión comunista» fue prácticamente determinante en la redefinición de la política de las diversas fracciones socialistas en la guerra civil y más tarde en el exilio. El cambio operado en Indalecio Prieto fue espectacular después de su salida del Gobierno en 1938, en la acentuación de su anticomunismo.

Caballero, escaldado, se abstiene de participar en el duelo Prieto-Negrín por quedarse los restos del PSOE y, sobre todo, con los tesoros robados y sacados de España:

 

Caballero se empecinaría, sin concesión alguna, en permanecer al margen del duelo entre Prieto y Negrín, enfrentado, además, a ambos por igual, de los que solo emitiría por entonces, en su correspondencia o sus declaraciones (algunas publicadas poco después), juicios negativos de una extremada acritud y contundencia.

Semejante decisión tuvo un efecto inmediato y evidente sobre la culminación de la disolución del caballerismo clásico de los años treinta como grupo cohesionado, fenómeno que tuvo su escenario y su tiempo en la Francia de febrero de 1939 a junio de 1940.

Caballero seguiría conservando amigos y seguidores, los cuales, por lo general, salvo alguna decisión para la que no cuentan con el viejo líder —como él se encargaría de señalar—, permanecerían fieles al liderazgo anterior… entre los que aparecían como más destacados Luis Araquistáin o Rodolfo Llopis.

La mayor parte de esos seguidores de base quedaron inmersos en un desconcierto notable. Y no sería la última vez. La casi hermética posición de Caballero, durante aproximadamente año y medio, llevó a comentarios como el que hacía José Bullejos a Luis Araquistáin, «apenadísimo», lamentando que Caballero «se haya retirado de la política, a la vista del resultado de las reuniones de París en el pasado mes de junio»[18], en alusión a las reuniones promovidas por Prieto y a las que Caballero no fue convocado.

… el caballerismo tal vez podría haber sacado un importante partido de la repulsa general hacia los comunistas y hacia Negrín, y haber hegemonizado al menos el socialismo exiliado que permanecía en Europa y que mayoritariamente era muy antinegrinista. Pero mientras Prieto redoblaría su actividad e influencia, Largo Caballero no emprendió política activa alguna en esa dirección, aunque la preconizaba en el círculo más estrecho de sus corresponsales y amigos.

Aparecía más bien inmerso en una «guerra contra todos». En consecuencia, sería Prieto quien se presentase como el campeón de la lucha antinegrinista desde el plano político, mientras que Luis Araquistáin, no sin la ayuda documental de Caballero, por cierto, lo haría en la periodística e intelectual.

dos circunstancias de diverso peso, pero insoslayables ambas. La primera fue la carencia completa de cualquier fuente de financiación de actividades, algo que no ocurría en el caso de las otras dos tendencias activas. Caballero sabía perfectamente que Prieto y Negrín y sus respectivas huestes disponían de fondos y bienes que fueron sacados de España. Unos más conocidos que otros, su cuantía era difícil de determinar. Que todos andaban tras «el tesoro» es cosa que Caballero señala con cierta frecuencia en sus cartas[21].

La segunda circunstancia negativa no era privativa de la labor de Caballero. Se trataba de la condición impuesta por el Gobierno francés de que los políticos refugiados se abstuviesen de toda actividad política pública.

Solo algo más tarde, la visión global de Largo Caballero en todo el problema del exilio quedaría iluminada con amplitud con la aparición, extrañamente tardía, ya avanzado 1940, de un folleto de su autoría al que se tituló ¿Qué se puede hacer?

… el conjunto del texto de Caballero acusaba su contrariedad porque bastantes de sus viejos seguidores habían actuado al margen de él y se habían sumado a las acciones de Prieto y sus amigos[31]. Protestaba de que no hubiera sido convocado a nada ni hubieran contado con él para tomar decisiones. «Yo no fui citado», dice. Sostendría que la única actuación posible ante aquel panorama de maniobras, discordias, acusaciones y lucha por el poder y los medios económicos, era la del rechazo y desenmascaramiento de quienes habían engañado al pueblo durante la guerra.

Dos obras de Manuel Azaña le escuecen:

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El primer impacto lo produjo la aparición en Francia, publicada por la editorial Gallimard, de La veillée à Benicarló, aquella pieza teatral escrita por Azaña en su retiro de La Pobleta que no mereció precisamente elogios en el ambiente de Caballero. Araquistáin sería especialmente crítico, llamando a la obra «parto de los montes», en carta del 6 de septiembre. Decía que todos los interlocutores en la obra parecían hablar por boca de Azaña y que el autor mostraba un pesimismo radical sobre el pueblo español. Llopis era contundente en otro sentido, en su crítica de la dedicación a la literatura en plena guerra de un presidente «que no visitaba hospitales» ni hacía nada, y que «se dedicaba a escribir cosas frívolas»[53]. Caballero mostró de inmediato su interés por conseguir un ejemplar de la obra.

Pero causó aún mayor efecto en los contertulios epistolares la aparición en España de la pirateada edición hecha por los franquistas de las Memorias íntimas de Azaña, que conocerían en marzo de 1940. Fue ahora Llopis el transmisor de la noticia, especificando que se trataba de los diarios de Azaña «robados a Cipri [Rivas Cherif]». Se comentarían entonces las «asquerosas notas» que el editor pirata (Arrarás)[54] había puesto al texto de aquellos cuadernos robados. Pero no era menos evidente la extrema curiosidad con que Llopis leyó aquellas anotaciones íntimas, pues la mordacidad de Azaña era bien conocida.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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