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Esta es la decimoquinta parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí.

Empezamos aquí el Capítulo 9. La destrucción del proyecto de Largo Caballero (1937-1938). El título es engañoso, Caballero fue un oportunista que nunca tuvo más proyecto que “a tuerto y a derecho nuestra casa hasta el techo”. Se trató simplemente de la infiltración del PSOE por el PCE y del deslizamiento de los socialistas hacia el comunismo, que acabó con el “caballerismo”. El caballerismo -insistimos- no era un proyecto, era un grupo revolucionarios oportunistas que alternaban el reformismo social con la revolución sin ningún tipo de escrúpulos.

El lunes 17 de mayo de 1937, aceptada la dimisión de Francisco Largo Caballero como jefe del Gobierno y constituido uno nuevo bajo la presidencia de Juan Negrín López, acabó abruptamente la época del protagonismo activo del dirigente más señalado del proletariado español desde veinte años antes, cuando aún transcurriría algún tiempo antes de que se consumase la definitiva victoria del general Franco en la contienda. El exilio del expresidente en el propio país precedió al que sería definitivo en tierra extranjera, consumado año y medio después.

A la altura de octubre de 1937, salvo en la Agrupación Socialista Madrileña, el caballerismo había sido expulsado de todos sus demás bastiones, pero en absoluto había sido eliminado como opción política socialista.

Durante el tiempo que restó aún de guerra, Caballero y sus seguidores se mantuvieron en una oposición, sorda a veces y sonora en otras, a Juan Negrín, su Gobierno, su política y las fuerzas que le apoyaban, en razón, por una parte, de la forma en que se había producido la caída gubernamental y, por otra, de la influencia inspiradora del nuevo Gobierno ejercida por los comunistas. Todo ello sin perjuicio de las abundantes declaraciones del entorno de Caballero en las que se afirmaba no querer perjudicar el esfuerzo de guerra.

El pleito político entre lo que podríamos llamar, si no hay mejor rótulo, negrinismo, con la singularidad del pleno apoyo comunista, y el peculiar socialismo caballerista se transmitió igual y prontamente al seno del sindicato

Pero la realidad política en la inmediata posguerra no circuló por ahí. Nadie pensó en responsabilidades propias por lo ocurrido, sino en seguir manteniendo posiciones preeminentes entre las fuerzas obligadas al destierro, aunque para ello hubiese ciertamente que abrir una gran batalla sobre tales responsabilidades… de los demás.

No es Moscú, es la Historia la que ha fallado contra Caballero…». Semejante sentencia se dice que pronunció Stoian Mínev, «Stepanov», asesor enviado por la Komintern, en la reunión del Buró Político del Partido Comunista previa a la del Pleno Ampliado del Comité Central previsto para el día 5 de marzo de 1937 en Valencia. Tan contundente dictamen nos ha sido transmitido por alguien tan conspicuo y oblicuo como el comunista Jesús Hernández[2]. P

Los sucesos de mayo del 37:

… una batalla generalizada en las calles y de extraordinaria gravedad entre anarquistas y poumistas, de una parte, y comunistas del PSUC, ugetistas y fuerzas de Orden Público de la Generalidad, de otra, que llenó Barcelona de barricadas y de heridos y muertos.

Se demostró que, como denunciaban los comunistas, había muchas armas en la retaguardia que en forma alguna se empleaban contra el enemigo fascista. Hubo barruntos de que se retirarían tropas del frente, las de composición poumista fundamentalmente, para ir a intervenir en Barcelona…

Entre las causas directas del estallido estaban la pugna en la disputa del poder en Cataluña, la confrontación entre las políticas de guerra preconizadas por anarquistas y comunistas, la lucha a muerte entre el estalinismo y el trotskismo, aunque los antiestalinistas españoles distaran de ser seguidores Trotsky, perseguido a muerte por Stalin. Fueron los estalinistas los que supieron forjar una alianza eficaz con el republicanismo burgués que detentaba el poder fundamental en la Generalidad. El perdedor real fue el Gobierno.

Azaña diría en una reunión, establecido ya el Gobierno de Negrín, que «el gobierno anterior, no obstante mis repetidas instancias y exhortaciones a Caballero, había incurrido en el gravísimo error de desentenderse de los asuntos de Cataluña, limitándose a lamentar enojadamente los abusos e insubordinaciones de la Generalidad»[7]. Nada más cierto.

Caballero, con disposición más cercana a la frivolidad y a la falta de información que otra cosa, todo hay que decirlo, escribiría después que no se consideraba comprometido por aquellos hechos porque la cuestión del orden público era competencia de la Generalidad. «Nosotros, como Gobierno central, no teníamos ninguna jurisdicción», diría después, en octubre, en un gran mitin

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En el desarrollo de los acontecimientos fueron determinantes varias reuniones sucesivas del Consejo de Ministros.

A partir de este momento, e independientemente de las cartas y notas cruzadas entre Largo Caballero y los distintos partidos en el momento álgido de la crisis, no contamos, para la descripción de los hechos que culminaron el día 17, más que con relatos y fuentes testimoniales procedentes de los protagonistas más cercanos

El día 13 de mayo, en el Consejo de Ministros, los comunistas hicieron varias proposiciones sobre la marcha de la guerra y pidieron que se acordase la disolución del POUM; ya sabemos cuál fue la respuesta. «Después de una acalorada discusión», los comunistas abandonaron el Consejo. Caballero presentó la dimisión y Azaña le dijo que le dejase reflexionar hasta el día siguiente.

Es decir, se trataba de acabar con la semi-independencia de Cataluña y de parte de Aragón, en manos de los anarquistas, y con el POUM, porque era antiestalinista y Stalin lo exigió así al PCE.

Estas eran las iniciativas militares que tenía en mente Caballero, y que los comunistas hicieron descarrilar (sin ser un experto, me parece una operación de más vuelo que la de romper el frente por Brunete que su hizo en su lugar):

… una operación de gran importancia para la toma de Mérida; teniendo además a punto de estallar en Marruecos un movimiento coincidente con la operación de Mérida, organizado por el Gobierno, y habiendo también iniciadas unas gestiones para que se retirasen todas las fuerzas alemanas e italianas, como estaba muy bien enterado el Sr. Presidente, le parecía un crimen plantear la cuestión política que había de deshacer todo ese trabajo en perjuicio de la España republicana[23].

Pero en la tarde de aquel mismo día 14, dice, algo a lo que nos hemos referido antes, «recibió una visita que echó abajo todo el proyecto de los presidentes. La intriga siguió su curso siendo las primeras figuras los socialistas que estaban en la Ejecutiva del Partido». La visita en cuestión fue la de los ministros socialistas en el Gobierno elegidos por la Ejecutiva. Trascendental acontecimiento, según él, que cambiaría completamente el discurso sobre las responsabilidades buscadas. Se personaron Negrín, que aparece por vez primera en esta historia, y De Gracia —pero no Prieto— para comunicarle que «la Ejecutiva del Partido había decidido que dimitiesen todos los ministros socialistas».

[el Partido Comunista] le entregó una nota escrita, al tiempo que dirigía otra al presidente de la República, con ocho condiciones para la colaboración, entre las que figuraban: el nombramiento de un jefe de Estado Mayor, la normalización del Consejo Superior de Guerra, el nombramiento de un ministro de la Guerra distinto de Largo Caballero, la salida de Galarza del Ministerio de Gobernación y la redacción de un programa de Gobierno detallado[26]. Semejante propuesta retrataba perfectamente la posición que desde mucho antes habían venido defendiendo los comunistas en todos los sucesos que marcaron la crisis del proyecto caballerista.

Caballero dijo que no podía aceptar la propuesta por las condiciones personales de Prieto: no había sido capaz, según su propia declaración, de dirigir bien el Ministerio de Marina y Aire, escribe Caballero; en la Comisaría de Armamento y Municiones no había entregado ni un fusil ni un cartucho y, sobre todo, que «sabiendo que desde el primer día Prieto creía que perdíamos la guerra, a un hombre que estaba en ese estado de ánimo no le podía entregar, nada menos, que la cartera de Defensa Nacional».

En todo caso, en la caída de Caballero, más importante que la enemiga del PCE -que es indudable-, fue la falta de apoyo del PSOE a Caballero:

Azaña escribió que para las cuestiones militares Prieto no tenía sustituto. Pero ni Caballero ni Negrín creían tal cosa… El PSOE de Prieto, Lamoneda, Negrín, Cordero, Vidarte, De Gracia, González Peña y la militancia que les seguía prefirieron la alianza comunista. Tenían sin duda muchas y muy poderosas razones para ello. Alguna nada baladí la expondrían a la luz pública al día siguiente: no se debe gobernar sin los comunistas ni contra los comunistas… En la caída de Caballero tuvo, objetivamente hablando, mucha más importancia la decisión final del Partido Socialista que la inmensa presión comunista.

De ahí el sentido fundamental de todo su alegato posterior: la traición de sus correligionarios del partido. El blanco de las iras caballeristas fueron, lógicamente, Prieto y, subsidiaria, no centralmente, Negrín, que hacían el juego al comunismo, que había ganado claramente la partida.

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Pero resulta aún más sorprendente el breve comentario de Prieto sobre la elección de Negrín para la presidencia del nuevo Gobierno: «El encargo a Negrín de formar Gobierno —solución inesperada— se lo dio por teléfono Manuel Irujo». ¿Inesperada y por teléfono a través de persona interpuesta? No conocemos ninguna confirmación de tan peregrina noticia, que, de ser cierta, cambiaría en buena medida el sentido de todo lo ocurrido y obligaría a rectificar bastantes juicios sobre el origen de la elevación de Negrín a la presidencia, descartando de una vez por todas aquellos que insisten en la protagónica intervención comunista en este hecho.

Insiste en omitir su propia intervención en todo aquello y se refiere a las «revelaciones» hechas por Hernández sobre la intervención de asesores y consejeros soviéticos diciendo de ellas que «para mí no constituyen novedad». Añade que la tardía revelación de Hernández era la de un despechado y expulsado; sin embargo, no discute su veracidad y señala que, en todo caso, venía a confirmar lo que él había dicho ya en su informe del verano de 1938 (Cómo y por qué salí del Ministerio de Defensa Nacional). Prieto aceptó como indudable que fueron órdenes moscovitas las que hicieron cambiar a los comunistas respecto de Caballero.

El lunes 17 fue el día de las decisiones. A las once y veinte minutos de la mañana salía Juan Negrín del despacho presidencial y anunciaba el encargo que se le había hecho de formar Gobierno, según El Socialista. La agitada jornada que siguió la describieron los periódicos al día siguiente, martes 18, y de todas esas informaciones periodísticas la más importante es, sin duda alguna, la que dio El Socialista, porque reflejaba fielmente el espíritu y decisión política del partido. Negrín conferenció con todos los grupos y especialmente con Indalecio Prieto. La lista del Gabinete se publicó a las once horas menos diez de la noche.

… el impacto de la debilidad y dejación del Gobierno en el caso de los sucesos de Cataluña fue de una importancia decisiva en la crisis del Gobierno.

 

También se comentó la debilidad mostrada en Aragón con los anarcosindicalistas y sus empresas institucionales. No era extraño que se considerara a Caballero y Galarza como máximos responsables de aquella dejación injustificable.

 

el acto final de esta representación fue la definitiva «conferencia», que tuvo como actor, una vez más, a Jesús Hernández, en el mismo cine valenciano el 28 de mayo de 1937, diez días después de la resolución de la crisis. Allí expuso una especie de película de todo lo sucedido, y su desarrollo fue publicado con un prólogo de Pasionaria en el ya citado folleto El Partido Comunista antes, durante y después de la crisis del gobierno Largo Caballero.

 

Como visión retrospectiva se trata del mejor compendio de las acusaciones comunistas contra Caballero, a las que este respondería en sus Notas Históricas, especialmente en el capítulo «Calumnias de Jesús Hernández».

Hernández, en fin, acababa reconociendo paladinamente que la crisis fue provocada por los comunistas: Nuestro partido —no lo ocultamos— haciéndose eco del clamor de las masas, planteó la crisis en el Gobierno, fundamentándola en razones políticas… Acusamos a Caballero de una trayectoria equivocada, una concepción política absurda… de esto es de lo que acusamos a Largo Caballero.

En fin, creo que el problema de Caballero era que era un político de raza, maniobrero y capaz de negociar cualquier curva. Era un burócrata sindicalista que iba a piñón fijo y le faltaba maniobrabilidad para desenvolverse en el politiqueo de eso que llaman “democracia”. Era lo contrario de un Prieto, con más conchas que un galápago, o un Negrín, un vividor sin ningún tipo de escrúpulos a quien le daba lo mismo Juana que su hermana.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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