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Esta es la sexta parte de la serie sobre el libro Largo Caballero, El tesón y la quimera, de Julio Aróstegui. Las partes anteriores están aquí. Habíamos visto que el PSOE tiene tres ministros en el gobierno de la república. Dudan en participar al principio; después se repantigan en la poltrona. Pero empiezan a preguntarse poco después qué hacen en aquella república “burguesa” que ya les sabe a poco. Y cuando después les echen del gobierno, afirmarán airados que aquella república no les dejaba gobernar. Eso ha sido el PSOE.
… año y medio después, es decir, en el otoño de 1932, la política de plena participación en el régimen había experimentado ya sus primeros quebrantos. Si los socialistas, dirigentes y masas, pensaron que la gobernación «reformista» de la República iba a estar exenta de obstáculos, pronto pudieron comprobar que las resistencias del viejo orden estaban dispuestas a dar la gran batalla.
Aquí Aróstegui nos quiere hacer trampas, ¿o es que no considera lícita la oposición en aquella república “burguesa”? ¿A qué “viejo orden” se refiere?. En todo caso, lo cierto es que en los primeros meses no hubo oposición; las “resistencias” estaban desarboladas, y si asomaban la cabeza les aplicaban la Ley de Defensa de la República, tan democrática. Lo que sí hubo fueron muchos atentados por parte del anarcosindicalismo. Y después de los sucesos de Casas Viejas, los ánimos se avinagrarían aún más.
Aróstegui repasa los sucesos del XIII Congreso Ordinario del PSOE, celebrado el 6 de octubre de 1932 en el teatro Metropolitano de Madrid, del que dice que fue:
… el más borrascoso de los celebrados nunca por el Partido Socialista, incluso más aún que los celebrados en el momento de la escisión comunista al comienzo de los años veinte…
Pues en aquel había habido tiros y un muerto… Inexplicable me parece que el tema más espinoso del congreso fueran las responsabilidades por el fracaso de la huelga en Madrid el 15 de diciembre de 1930, que debía de haber sido paralela a la asonada militar, y que acabó en despropósito y desastre organizativo. Había tenido lugar casi dos años antes: agua pasada.
Vamos a dejar constancia de un asunto en que Caballero queda como uno tal, porque no hay muchos:
Según don Niceto, Caballero «se opuso a la violencia en cualquier forma al tomar el poder y cuando Prieto dijo de bombardear el Palacio Real se opuso sobre todo si les pasaba algo “a las chicas”, las infantas». Relataba luego que durante la estancia de ambos en la cárcel Modelo de Madrid, a comienzos de 1931, Caballero le acompañó una noche para atender una llamada telefónica, librando así de un intento de atentado al propio don Niceto.
Más:
Podríamos decir que fue entonces cuando se produjo la definitiva ruptura con Besteiro y quienes le seguían. Fue durante la estancia de Caballero en la cárcel cuando tales relaciones se agriaron sobremanera, y es innegable que lo hicieron de forma definitiva.
La manzana de la discordia era la participación del PSOE en aquel “gobierno burgués”.
…. Pero las posiciones de los colaboracionistas habían salido claramente triunfantes, y con ellas toda la actuación de Largo Caballero. Del discurso de Fernando de los Ríos, una enfática llamada a la concordia que fue enormemente aplaudida, merece destacarse su revelación de que en 1924, «cuando se produjo la primera discrepancia seria entre el Monarca y el Dictador, aquel preparó un gobierno con un Capitán General, el cual me mandó a su ayudante… para decirme que el Ministerio estaba formado y que había una cartera que me estaba reservada con las condiciones de todo tipo que deseara fijar en cuanto a legislación social».
Aquella Dictadura contaba hasta con el PSOE, pero fuerzas superiores y “discretas” habían decidido que la Monarquía caería.
En todo caso, en el congreso, el PSOE decidió seguir en el gobierno de la República, con Caballero al frente. Aquí están sus palabras:
No comprendo cómo hay alguien que sea partidario de la colaboración o la no colaboración sistemáticamente, eso no está en nuestro ideario ni está en los principios socialistas, es una cuestión de táctica. En nuestros principios solo está apoderarse del poder político. Hoy no estoy dispuesto a votar nada que suponga una ruptura. Yo creo que puede ser perniciosa la retirada.
El Partido Socialista no es reformista. Aquí está la historia para decir que siempre se ha roto la legalidad cuando ha convenido a nuestras ideas. En la situación en que está la masa española sería inútil ir al reformismo que destrozaría nuestras fuerzas. Nadie ha pensado en ir revisar las doctrinas. Se trata solo de una cuestión de táctica viendo la posibilidad de que en un momento determinado se pueda hacer una alianza que beneficie nuestras ideas.
Aquellas palabras fueron recibidas con una clamorosa ovación del auditorio, tendrían repercusión amplia en los comentarios de la prensa antirrepublicana y resultarían casi proféticas de lo que vendría después.
No hay mejor prueba del oportunismo desorejado del PSOE.
…el resultado de las elecciones para constituir la nueva Comisión Ejecutiva. Largo Caballero fue elegido presidente del partido, pero con una escasa diferencia de votos sobre Besteiro, 15 817 frente a 14 261.
Pero Besteiro es elegido secretario general de la UGT, en la que el predominio besteirista duró hasta febrero de 1934.
En todo caso, se ha producido un cambio en el PSOE, que es consciente de su carácter de actor principal en la política española. El PSOE pasa entonces de una política de intervencionismo que coopera con el poder establecido a pensar en la posibilidad de la revolución:
… Largo Caballero y muchos de los integrantes de los organismos directivos del socialismo en la coyuntura de 1930-1931 entendieron, como hacían los más conspicuos promotores del republicanismo, que lo emprendido para derribar la Monarquía tenía el carácter de un proceso «revolucionario».
La palabra «revolución» tenía entonces un sentido más bien instrumental, procedimental si se quiere, como designación de un movimiento de cambio en el poder por vías extraordinarias.
… la vía insurreccional como mecanismo casi automático de todo cambio en el poder que colocaría tal «revolución» en las condiciones de su posibilidad…
Hasta entonces el intervencionismo no había considerado en condiciones de verosimilitud su posible práctica desde el poder mismo; ahora existía tal perspectiva mediante, justamente, una alianza con la burguesía progresista, es decir, republicana. Se prefiguraba así lo que más tarde llamaría él la «obra de un socialista» en un régimen burgués. Los inmensos riesgos de tal perspectiva solo los detectaba lúcidamente Julián Besteiro, si bien el cambio decisivo en los convencimientos no llegaría hasta 1933…
El capítulo acaba dándole vueltas a la cuestión irresoluble de la participación de un partido revolucionario en el gobierno de un régimen contra el que se levantará tarde o temprano. Aróstegui trata de racionalizar el problema, de explicarlo, justificarlo, etc. Es imposible, y solo el silencio de los nada respetables medios de comunicación y del aún menos respetable gremio universitario hacen posible que el emperador pasee sus desnudeces intelectuales entre la admiración del público. Un partido revolucionario irá a la revolución cuando lo vea oportuno. Es así de sencillo.
Ejemplo de marear la perdiz:
La decisión socialista de implicarse totalmente en la aventura republicana, sin esperar a —y sin expectativas de conseguirlo— un control efectivo del poder político en el nuevo régimen, como pidieron algunos, o, por el contrario, con una presencia a la que se hubieran asignado claros límites, como pretendió el besteirismo, es un hecho clave en la explicación de toda esta historia compleja, e incluso contradictoria. Lo indiscutible en ella es que para todos, dirigentes y masas, la experiencia gubernamental republicana discurrió por derroteros no suficientemente previstos y, desde luego, negativos. Los resultados no tardaron en hacerse patentes y afectaron a la historia no ya del socialismo sino a la de todo el país.
Dicho en plata: los delirios de unos demagogos sin escrúpulos que ni siquiera sabían lo que querían y estuvieron dando bandazos entre la colaboración y la revolución desde 1917 hasta 1936 llevaron al país a una guerra civil. Seguimos dándole vueltas:
… la división interna adquirió en este momento una geografía política que no coincidía con la que era visible años antes en torno a la conducta frente a la Dictadura. Pero, en el fondo, el problema siguió siendo prácticamente el mismo, a saber: cuál debería ser la estrategia del socialismo ante el imparable declinar del sistema oligárquico tradicional y ante la aurora de un nuevo orden; o más metafóricamente: cómo contribuir a una nueva aurora tras el ocaso presente…
… la República no materializó las expectativas de quienes apostaron por ella como la antesala, o más bien como el escenario insustituible, de la transformación socialista del orden social. En el año 1933 esa convicción negativa era ya absolutamente general en todo el movimiento socialista, pero de ninguna manera era así en 1930. En consecuencia, ¿era la correcta la primitiva posición de Julián Besteiro y los que le seguían, predicando en el desierto la prudente abstención en la aventura, aun sin negar de modo categórico la colaboración con ella, o lo era tal vez la de Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, en su insistencia en aprovechar al máximo y con todas sus consecuencias aquella oportunidad histórica implicándose en ella sin reservas?
¿Cómo iba la República a materializar las expectativas de quienes querían superarla? En todo caso, fue Besteiro, curiosamente, quien se mostró más reticente a esa colaboración con la República de una parte, y a superarla con la revolución de la otra.
Las posibilidades y ventajas del intervencionismo seguían siendo para Caballero la orientación fundamental de sus decisiones. Y se encontró ahora en su mismo terreno con Prieto y De los Ríos. Las posiciones de colaboración plena con el republicanismo, hasta llegar a la aceptación de una participación gubernamental, fue la línea triunfante.
Las posiciones de Prieto y De los Ríos coincidían en todo con las de Caballero. Poco después, en 1935 sobre todo, en esta línea central de la trayectoria socialista, se abriría la fosa insalvable entre Prieto y Caballero. Y ese sí que sería el principio del fin…
Entre tanto -Aróstegui pasa por alto el asunto en este punto y tampoco lo desarrolla suficientemente después-, está la Revolución del 34, que desengañó a Prieto mientras que a Caballero le supo a poco.
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