24/11/2024 08:15
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Esta es la tercera parte de la serie de artículos sobre el libro de Jesús Hernández Tomás, Yo fui un ministro de Stalin.

El párrafo introductorio del Capítulo IV, uno de los más interesantes desde el punto de vista histórico, es este:

Stalin, contra Largo Caballero. Consumatum est. Las razones políticas del odio de Moscú. Sabotaje militar de los «tovarich». Negrín, candidato del Kremlin. El «Gobierno de la Victoria». Guerra al POUM. La GPU secuestra a Nin

Lo tragicómico del descabalgamiento de Largo Caballero de la Presidencia del Consejo es que los soviéticos le encargan a Hernández que sea el ariete del ataque, a pesar de que se oponia a la operación (o quizás precisamente por ello). Hernández desata las hostilidades en un mitin en el Cinema Tirys de Valencia, al que el partido da la correspondiente publicidad. Largo Caballero lo destituye, pero el partido no lo acepta… así que tiene el antiguo obrero que tragar:

Caballero vaciló. Era difícil en aquel momento prescindir de la colaboración gubernamental de los comunistas. Pidió al Buró Político la designación de otro ministro. El Buró Político se negó a ello. Caballero se allanó a la imposición. La enorme autoridad del líder obrero a quien se había llegado a denominar «el Lenin español», Presidente del Partido Socialista y Presidente de la Unión General de Trabajadores, las dos organizaciones proletarias numéricamente más importantes del país y de más añejo prestigio, cayó a tierra hecha añicos. Después de esta claudicación el agit-prop del Partido se puso en plena actividad.

Los soviéticos instan a España a regalar territorio:

Litvinov en Ginebra y Rosemberg en España, persuadieron a Álvarez del Vayo, ministro de Negocios Extranjeros de la República, de la conveniencia de hacer «ciertas ofertas» favorables a Gran Bretaña y a Francia en el Marruecos español en trueque al apoyo de ambas potencias a la República.

Alemania e Italia retirarían inmediatamente su apoyo a Franco y le «aconsejarían» llegar a un acuerdo con la República, poniendo fin a la guerra. En compensación, una vez establecida la paz en España, el Gobierno de la República, de acuerdo con Inglaterra y Francia, reconsideraría todo el problema del protectorado de Marruecos, dando ingreso a Italia en el nuevo tratado en condiciones aceptables y de seguridad. Alemania sería compensada con la devolución del Camerón.

Largo Caballero tenía en mente una operación militar para cortar en dos la zona nacional atacando hacia Mérida y Badajoz. No creo que hubiera salido bien (nada salió bien a los rojos a la hora de la verdad, en el campo de batalla), pero en principio parece una operación oportuna. En todo caso, los soviéticos no le dieron el visto bueno:

… estos objetivos: ocupar Mérida y Badajoz, cortar los ejércitos rebeldes del norte y del sur, aislar la frontera portuguesa, base principal de la llegada de suministros extranjeros al enemigo, ocupar Sevilla, cerrar la vía naval del Mediterráneo a los facciosos y, como finalidad máxima, infligir una derrota aniquiladora al adversario.


El jefe de los «tovarich» Mariscal Kulik, se opuso terminantemente a la realización de este plan del Estado Mayor republicano. En su lugar propuso un ataque contra Brunete.

Minutos después regresaba el oficial de cifra y entregaba el parte descifrado al oso polar, que arqueando sus pobladas cejas, leyó atentamente.

—Asunto resuelto —dijo, pasando el pliego a Togliatti.

Enigmático, Alfredo (así se llamaba a Togliatti en España), se informó del contenido.

Los ministros del Partido seguíamos sin saber de qué se trataba. «Al fin —me dije— es igual. Se trata de recibir órdenes».

Kulik tosió y anunció:

—Moscú nos notifica que la operación de Extremadura es improcedente.

Roma locuta…

—¿Y si a pesar de todo Caballero insiste? —preguntó de sopetón Uribe.

—Si insiste siempre habrá modo de hacerle desistir —arguyó Togliatti.

La muerte del «plan Caballero» estaba decretada.

Caballero hubo de plegarse a las exigencias de los rusos. Su empeño en llevar a cabo la operación extremeña se malogró definitivamente cuando los «tovarich» le hicieron saber —agotados ya todos nuestros razonamientos para disuadirle— que no prestarían «su» aviación para la realización del plan sobre Extremadura.

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El tapado de los comunistas para sustituirle era Negrín:

Supongo que por pura fórmula (la elección ya estaba hecha sin pedírsenos opinión alguna) me fue encomendado hablar con don Juan Negrín para ofrecerle nuestro apoyo si aceptaba ocupar la presidencia del nuevo Gobierno.


—¿Un whisky, Negrín?

—¿Etiqueta negra?

—Exactamente, del que a usted le gusta —dije.

Negrín era un hombre de complexión robusta, de aspecto sano. Fácil y ameno conversador, se conquistaba pronto la amistad.

Un pelota y un vividor sin escrúpulos de ningún tipo.

El Buró Político de mi Partido quiere aconsejar al Presidente de la República la candidatura de usted para primer ministro.

Observé a Negrín y no vi que hiciera ni el más ligero gesto de sorpresa o de emoción ante el brusco anuncio de nuestro propósito. Sin duda sabía más que yo de lo que le estaba hablando. Así lo imaginé.

—Si lo acepta mi Partido… Usted sabe que soy un hombre poco conocido y, menos aún, popular.

La popularidad… ¡se fabrica! Si alguna cosa tenemos los comunistas bien organizada es la sección de agit-prop —dije riendo.

—Pero yo no soy comunista.

—Es mejor así. De ser usted comunista no podríamos proponerle para el cargo de Presidente del Consejo. Queremos un presidente amigo de los comunistas… nada más, pero tampoco nada menos —dije insinuoso.

—En cuanto a eso…

—No lo dudamos, doctor —atajé rápido.

—Muchos aspectos de la política del Partido Comunista me parecen justos y acertados —indicó Negrín.

Un pelota integral que sabe quien manda (ojo al retrato que hace el anarquista Abad de Santillán de él: holgazán; no ha trabajado nunca; necesita la ayuda de los inyectables para su vida misma de despilfarros y de desenfrenos). Hasta le pregunta a quién quieren hacer ministro de Defensa:

—¿A quién piensan ustedes apoyar como ministro de Defensa? —preguntó.

—No tendremos ningún inconveniente en que lo sea el señor Prieto.

—Prieto es poco amigo de ustedes —observó Negrín.

—Cierto. Pero su prestigio personal nos es más útil que todo lo dañoso de su anticomunismo.

El vividor Juan Negrín, elegantemente trajeado

La destrucción del POUM:

Ortega acababa de decirme que se había presentado Orlov en la Dirección General de Seguridad, pidiéndole ciertas órdenes de arresto contra varios dirigentes del POUM, sin que diera de ello conocimiento al ministro.

Era [Orlov] un hombre de casi dos metros de estatura, elegante y fino en sus maneras. Hablaba el español con cierta soltura. No tendría más de cuarenta y cinco años.

—Camarada Hernández, usted ha entorpecido esta madrugada nuestro trabajo —comenzó a decir con tono de admonición.

—Perdóneme, amigo Orlov, pero no sabía de qué se trataba… y aún no lo sé.

—Pero usted sí sabía que era nuestro servicio el que pedía las órdenes de detención —dijo en tono inquisitivo.

—Sabía que era usted uno de los que lo pedían, pero lo que no sabía era por qué y contra quien se pedían esas órdenes, que además debería ignorar el ministro.

—Hace tiempo que «Marcos» (Slutsky) me informó que usted se hallaba al corriente de nuestro trabajo y que estaba dispuesto a obviarnos dificultades oficiales.

—«Marcos» me habló de una trama de espionaje y le ofrecí, si era necesario, llevar el caso al seno del Consejo de Ministros. Eso fue todo.

—¿Cómo dice?… ¿El Gobierno?… Precisamente se trata de lo contrario. El Gobierno no debe saber ni una palabra hasta que todo esté consumado.

—¿Pero de qué se trata? —pregunté.

—«… Desde hacía tiempo venían siguiendo la pista a una red de espionaje falangista… Los elementos del POUM estaban mezclados en ella. Se habían practicado centenares de detenciones… El más importante de los detenidos, un ingeniero llamado Golfín… había confesado todo… Nin estaba seriamente comprometido… Gorkín… Andrade… Gironella, Arquer… Toda la banda trotskista…

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Miente; sabe que yo sé que miente; sabe que yo sé que él sabe que yo sé que miente, etc.

Foto: https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Alexander_Orlov.jpg

El judío comunista Leiba Lázarevich Feldbin, alias Orlov

Otra conversación con Orlov de este tipo:

—¿Me permite ser sincero Orlov?

El gesto de Orlov se había endurecido. Mirándole fijamente a los ojos arriesgué la idea que me estaba bullendo en la cabeza.

—Tengo la impresión de que todas esas pruebas son un fotomontaje hábilmente preparado, pero dudo que resistan la prueba de un tribunal legal.

—Tenemos el plano milimetrado que señala los emplazamientos militares de Madrid, reconocido por su autor, Golfín. En ese plano hay un mensaje escrito con tinta simpática y dirigido a Franco. ¿Sabe usted por quién está firmado ese mensaje? —me preguntó en tono de triunfo—. ¡Por Andrés Nin! —exclamó.

Solté una carcajada espontánea, natural.

—¿De qué se ríe? —preguntó amoscado.

—¡Calle usted, hombre! Por favor no cuenten por ahí ese disparate, pues la gente se va a reír de buena gana. En todo el país no encontrarán un solo ciudadano capaz de creer a Nin tan idiota como para escribir mensajes a Franco en tinta simpática… en la era de la radio.

—¡Pero si tenemos las pruebas! —clamaba Orlov.

—Por lo que conozco del «aparato» de ustedes los sé capaces de fabricar dólares con papel de estraza.

—Eso es una majadería… y una opinión inadmisible —barbotó Orlov, notoriamente enojado y molesto.

—Si le molesta… no he dicho nada —aclaré irónico. —Usted ha dicho y está diciendo cosas muy graves —amenazó.

—Usted es un especialista en cuestiones de espionaje y contraespionaje. ¿Qué haría con un agente que le trasmitiera partes de máxima gravedad escritos en papel de oficio, firmados con su nombre y, por si fuera poco, avalados con un cuño que dijera GPU?

«Todos son iguales» —me dije viéndole salir estirado y elegante—. «En el fondo y en la superficie nos desprecian y tratan de humillarnos. Actúan como en país conquistado y se conducen como señores ante sus criados».

Hernández empieza a darse cuenta que es un peón de los soviéticos, y a sentirse asqueado:

Son funcionarios de una mentalidad y formación especial. Fríos, crueles, sin alma. Su espíritu de Cuerpo les lleva a sospechar, a sospechar de todo y de todos, hasta de su padre y de su madre a los que pegarían un tiro en la nuca con la mayor naturalidad, en cumplimiento de su misión. Viven constantemente alerta y recelando de cuantos les rodean. El jefe no sabe si el subalterno es el confidente de confianza del escalón superior. Puede darse el caso de que el portero o el ordenanza que abre la puerta resulte ser una jerarquía más alta que la del jefe en funciones.

El resto del capítulo IV, muy denso en acontecimientos, lo veremos en la siguiente parte.

Autor

Colaboraciones de Carlos Andrés
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