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Pedro Sánchez, en noticia aparecida en elconfidencial.com (28/11/22) aseguró que “pasará a la historia por haber exhumado a Franco del valle de los Caídos”.
Por su parte, Chapman, el asesino de John Lenon, confesaba que lo asesinó porque “quería ser alguien”.
Asistimos a dos hechos distintos, pero movidos por un mismo objetivo enfermizo, una disfunción psiquiátrica y una desestructuración del ego cuyo complejo de inferioridad e insustancialidad lleva a ambos sujetos a ligarse de por vida a un personaje con trascendencia histórica, uno en la política y la construcción de una nación, otro en la música y la paz.
Tanto Sánchez como Chapman quieren “ser alguien”, pero como no lo pueden ser por sí, eligen a una personalidad para fundirse con ella y chuparle su jugo, aparecer junto a él, figurar sus nombres escritos por los siglos de los siglos uno tras otro, por y para siempre: “Sánchez el sepulturero, el valiente con los muertos”, “Chapman el asesino, el valiente que dispara por la espalda”.
No obstante, entre ambos enanos, ya que la estatura de un hombre es cuestión de calidad y personalidad, coherencia y fiabilidad, nunca de cantidad, hay un matiz importante, ya que si bien Chapman acierta con su pronóstico de pasar a la historia desde su acción criminal, por el contrario, Sánchez no lo hará por trasladar los restos de Franco de un cementerio a otro, eso es lo de menos, dado que el legado de Franco es incuestionable en mejoras sociales, infraestructuras, derechos laborales y cívicos… e incluso sus Consejos de Ministros reunían, en sus últimos años del franquismo, a los tecnócratas, la élite del país, cuando ahora Sánchez es el jefe de una banda desafinada en la que cada ministro o menestra no domina siquiera su instrumento, de ahí el continuo desafinado, la incapacidad manifiesta y el daño constante al país.
Pero Sánchez sí pasará a la historia por mantenerse en el poder sin ningún tipo de escrúpulos, ausencia de moral y carencia total de aptitudes para el buen gobierno, todo a cambio de soportar como un pobre hombre un chantaje diario, el de ponerlo de patitas en la calle, y estando obligado a pagar lo que se le exige, con la cuerda del ahorcado de aquí para allá, algo ridículo y fuerte, siendo un títere roto que causa pena, en manos de catalanes independentistas de segunda –“La República no existe, idiota”–, etarras reconvertidos que ya conocían el plano de la capital y una burguesía vasca pesetera.
Dicho precio de obligado e ineludible pago no es otro que crear los cimientos sólidos para la independencia de Cataluña, a saber, desde cuatro ámbitos concretos: uno es eliminar el delito de sedición, otro es posibilitar la financiación de la sedición al poder destinarse el dinero público a fines subversivos, un tercero es hacer posible la vuelta a la política activa de los encarcelados y un cuarto es nombrar jueces afines a dedo y tenerlos disponibles.
He ahí los cuatro motivos concretos por los que Pedro Sánchez –que ahora ya se ha comprobado que “no es decente”, como también “ruin y miserable”, tal como le dijera cara a cara Rajoy– pasará a la historia de la infamia de los pueblos.
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Poco o nada que añadir salvo que resulta penoso y dice muy poco, o mucho según se mire, de nuestra sociedad, el tener como presidente a semejante psicópata narcisista inepto y miserable en pleno siglo XXI, después de la gran Nación que un día fuimos.