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De todos los debates relativos a la historia de la francmasonería, el tema de los orígenes ha dado para muchas mistificaciones. Las leyendas apócrifas se han multiplicado con la pretensión espurea de dotar a la masonería de una antigüedad legitimadora.
Los mejores especialistas, incluso entre las filas masónicas, han acabado por ser taxativos: la masonería fue una invención del Siglo de las Luces; no se relaciona con las lejanas tradiciones antiguas o medievales sino es por las alegorías y los símbolos que utiliza.
El origen de la masonería cuenta con las más disparatadas versiones; desde los egipcios y los famosos constructores de pirámides; los arquitectos babilonios, mencionados en el Código Hammurabi o los romanos con sus “Collegia Fabrorum”. Y no solo eso, Anderson en las Constituciones, y a posteriori muchos historiadores masónicos, no se contentan con llevar los orígenes de la masonería a los constructores del Templo en tiempos de Salomón, sino que se atreven a decir que Adán fue el primer masón, que Abraham recibió la sabiduría oculta de Melquisedech o que Moises fue el primer un Gran Maestre…
En la introducción de las Constituciones su editor, Jean Theopile Desaguliers, asistente de Isaac Newton en la Royal Society , aseguraba entregar a los lectores “una relación fiel y exacta de la Masonería desde el Comienzo del mundo”
Su atrevimiento llega a afirmar que Adán había poseido esta sabiduria. Después del pecado original sus descendientes habían perpetuado “la noble Ciencia” e inventado “un Método” para comunicarla y perpetuarla. Salomón e Hiram integraban solo parte de esta historia.
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