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Estimado Sr. Merino:
Superado el susto que me produjo el titular de su artículo, “El Palacio de El Pardo está ardiendo y el Rey se ha escapado de milagro”, le escribo estas líneas.
A pesar de lo comentado, le felicito, te felicito (me tomo esta licencia porque somos paisanos) puesto que el llamativo titular es digno del maestro que eres. Por tanto, no he de corregir dicho artículo. Puedo, eso sí, aportar algunos datos que irán en beneficio de tus muchos lectores. Y lo hago porque conozco el mencionado Palacio de El Pardo, del cual tuve el honor de ser su primer guía.
Comentas sobre el aciago incendio de aquel 13 de marzo de 1604, que “sobrevino sin saber las causas y que prácticamente lo destruyó…”. Sí se supieron las causas, vaya que se supieron. Fue una chimenea mal apagada del cuarto del mediodía, en la esquina de la torre de la Reina de la parte suroeste.
Esta precisión, y algunas que ahora comento, es fruto de la investigación minuciosa que, rápidamente, encargó el primer Ministro de Felipe III, el Duque de Lerma, al Alcaide, D. Pedro Quierque de Salazar, y al arquitecto Francisco de Mora.
Dicho Alcaide, al comunicar la noticia, horrorizado, indicaba que a la una y media de la tarde observé que “salía humo de la chimenea del Cuarto del Mediodia…” Amplía su informe diciendo:
“Las quatro torres quedan en pie. Todos los quartos que le acompañan se hundieron quemadas todas las maderas, del plomo derretido caían goteras, las pizarras echan ascuas… Todo el quarto de la Galería que mira a Madrid cayó y las columnas se hicieron muchas piezas…”.
El viento jugó en contra de los casi quinientos servidores que, heroicamente, se afanaron en salvar las obras de arte que, durante los años anteriores, Felipe II había ido acumulando. Su enumeración sería motivo de un largo artículo. Estos criados lograron sofocar el incendio ya bien entrada la noche.
Comentas, además, en tu artículo, que “hubo que rehacerlo entre 1695 y 1610…”. Me permito indicarte que, a los pocos meses, el 5 de junio, ya expidió Felipe III en Valladolid una Cédula, autorizando la reconstrucción con un libramiento de 80.000 reales. Y se hizo todo con tanta premura que, en poco más de un año, ya tenía Mora restaurado el palacio de Luis de Vega, su primitivo arquitecto.
Aunque no quiero caer en lo de “no hay mal que por bien no venga”, no me resisto a indicar que tal catástrofe ígnea supuso que, Francisco de Mora, aprovechara la ocasión “para enmendar la gran falta questa Casa tenía”. Según sus propias palabras. Estas hacían referencia al uso de maderas preciosas, en vez de la piedra berroqueña que dicho arquitecto utilizó, así como un sinfín de detalles arquitectónicos más, y que ahora no ha lugar.
Y comentas, también, hablando del pavoroso incendio “en el que pudo morir el Rey, Felipe III, que se vio envuelto en llamas y dormido, tras una larga e intensa jornada de caza…”. Está documentado que, el citado Rey, estuvo en el Palacio hasta el día anterior del incendio, 13 de marzo. Marchó para Valladolid el 12 de marzo, a las 9,30 horas.
Comentado lo anterior, querido Julio, te felicito por tu extenso artículo, y no te llevo en cuenta mi sobresalto por la “exclusiva El Palacio de El Pardo está ardiendo y el Rey se ha escapado de milagro”.
Recibe un cordial saludo,
Juan Cobos Arévalo
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