20/09/2024 20:17
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       A lo largo de mi vida nunca había experimentado un sentimiento tan necesario, para la paz y alegría del alma, como es aceptar la voluntad de Dios. Y tal aceptación, aparentemente complicada, se ha hecho en mí consciente y de forma desinteresada tras la muerte de mi esposa.

     Estando ya en agonía y ante la inevitable muerte, tras haber recibido los últimos sacramentos, sujetándola su mano no cesaba de recomendar su alma al Señor. Al poco, expiró, y en ese preciso momento comprendí que Dios nos concede la gracia de nacer, siempre con un propósito y que del mismo nos llama a su Reino de Luz cuando considera nuestra misión en la tierra cumplida, no antes, ni tampoco después.

    Tras aflorar mis lágrimas, unos segundos de agobio, dolor y tristeza…, con humildad profunda y seguro de que mi petición sería escuchada, implore al Señor por el alma de mi esposa, a quien acababa de llamar a la su Lado, y lleno de fervor salió de mi corazón esta plegaria: “¡Padre celestial!, por favor, permite el descanso en el paraíso de su alma, que ya ha abandonado este valle de lágrimas y emprendido el viaje al cielo prometido. Tú que eres Dios de amor y perdón, por favor, Dios mío, te pido la eximas de todas las faltas que haya podido cometer en su vida y concédela la gracia de la vida eterna Contigo. Y a mí dame la tranquilidad para mantener la calma por esta perdida tan importante en mi vida, inteligencia para mejor honrar su memoria, a quién no puedo dejar de querer ni olvidar, tras su muerte, y el valor de continuar mi misión en la tierra con tu Compañía haciendo tu Santa Voluntad”.

     Nada más pronunciar estas palabras fui consciente de que había llamado al Señor: “Dios de amor”, e inmediatamente me dí cuenta de que algo de lo que había estado ausente durante toda mi vida: de ese Amor desconocido que es el Espíritu Santo, y que Jesús nos envió el día de Pentecostés.  Amor que Dios me tiene, y al que tan poca atención, hasta este momento, le había prestado.

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     Consciente de ese Amor, anhelé amarle sobre todas las cosas, pero, ¿cómo amar lo que no se conoce?, me preguntarán muchos de ustedes.

Para mi consuelo y consuelo de los que me lean, aclaro que en el anhelo del mundo o de los bienes terrenales existe una brecha entre el deseo y la posesión, porque entre el desear ansiosamente algo material y poseer su propiedad hay una profunda zanja insalvable, en cambio, con respecto a los bienes espirituales, para aquellos que realmente los desean y los quieren, tan pronto los anhelan ya comienzan a poseerlos.

     Bien es verdad que, tras el anhelo, hemos de permanecer en comunicación con Dios a través de los sacramentos y de la oración, para con su Ayuda y Gracia profundizar en el conocimiento de su Esencia, que no es otra que el Amor.

     Tened la seguridad de que, tras ese anhelo de amar a Dios, los sentimientos hacia Él cambian a través de su conocimiento. Por ello, aunque, casi todos sabemos que Dios nos ama, que nos ha creado, redimido, elegido, hechos cristianos y conservados hasta el día de hoy, ¿nos atreveríamos a afirmar que estamos cercanos a Él, que le sentimos vivo, presente, familiar, tal y como es realmente? En una palabra ¿cuán a fondo le conocemos y tenemos conciencia del amor que Él nos tiene?

     Concienciarnos de ese amor es, inequívocamente, corresponder de forma recíproca a amarle. Ahora bien, ¿Cuántos estamos pasando por la vida sin conocerle y consecuentemente sin amarle? ¿Cómo podemos amar a Jesucristo, si no nos esforzamos en conocerlo? Jesús es la fuente del amor infinito, imaginaos cuanto más podremos amarlo si lo conocemos a fondo, como Él realmente es.

     Para llegar a conocer a Jesucristo en profundidad se pueden elegir varios caminos, pero la manera más idónea y directa, a mi entender, es a través de la lectura, reflexión y contemplación de los Evangelios y a la luz de la Tradición. Su Vida entre nosotros es su mayor testimonio de amor.

      A fin que poder ayudar a mis prójimos en ese conocimiento, he querido poner mi granito de arena escribiendo el libro “Camino del Calvario”, una especie de Vía Crucis, donde expongo en 25 consideraciones, según las Fuentes de la Revelación la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y, cada una de ellas, desarrollo un comentario explicativo de los diferentes padres de la Iglesia sobre los textos sagrados, seguida de una meditación y una oración para con su lectura y reflexión, abrir el corazón del lector y ayudarle a conocer a Cristo, y le vea y mire con el corazón, y, por ende, le ame sobre todas las cosas.

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     Espero y deseo que la lectura y meditación de este libro sirva para unir nuestro pensamiento al pensamiento de Dios, y que nuestro corazón se deje llevar por el experimento más maravilloso que nos sucederá: tener los mismos sentimientos que Jesucristo, por lo que ya no habrá ignorancia y consiguientemente alejamiento, ni desavenencia entre la fe, el pensamiento y el corazón. Dejaremos de vivir rutinariamente, despreocupados y ajenos al amor de Dios y al prójimo. Poco a poco, formaremos una unión con Él, fusión de la cabeza y el corazón, de la vida interior y exterior, del trabajo y la oración, de amor a Dios y al prójimo, que significará el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra alma. Seremos consciente de que Él está entre nosotros y no podremos dejar de amarle y por tanto cumplir sus Mandamiento y hacer su Voluntad.

  ¡Que Dios os bendiga y os de fuerzas para anhelar su amor!

   Unidos en la oración demos gracias Dios. Un saludo, José Luis Díez.

   PD:

   Gratuitamente pueden leer y bajar el libro “Camino del Calvario” de internet visitando la página www.produccionesfidelitas.com en el apartado de libros.

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