22/11/2024 05:45
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En el Evangelio de Lucas 8,1, “el Señor propuso a los discípulos una parábola sobre la necesidad de que orasen siempre sin desanimarse”. Palabras que también nos las dice el Señor a nosotros para que entendamos la necesidad de perseverar y oremos sin cansarnos.

     A veces tenemos la impresión de que la oración no sirve, que no es tan útil para la vida, que es poco eficaz. Por ello tenemos la tentación de dedicarnos a la actividad cotidiana, a emplear todos los medios humanos para ser más productivos y así alcanzar nuestros objetivos, sin recurrir a Dios.

    Sin embargo, el Señor insiste en que hay que orar siempre sin amedrentarnos, sin caer en el desánimo, y nos lo dice claramente: “Sin Mí no podéis hacer nada”. Todos necesitamos estar unidos a Él, por medio de la oración, para poder dar frutos.

    Así que, para no caer en el riesgo del activismo, y de hacer poco más que ruido, hagamos una puesta a punto, un stop en nuestras vidas, un momento de crecimiento interior y planteémonos en serio la necesidad de orar.

    Comencemos con la oración que debemos hacer por la mañana en demostración positiva de afecto y devoción, orientando nuestro agradecimiento a Dios, haciéndonos conscientes en cada despertar del regalo tan hermoso que Él no da, a fin de poder alabarle, bendecirle y glorificarle en bien de nuestra alma. Y, entre las múltiples oraciones, recemos hoy la que se emite, cada mañana, en la radio JLD- Unidad Católica de España: 

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

A ti alma cristiana me dirijo y te recuerdo que has de:

 

                  Glorificar a Dios,

                  imitar a Jesucristo,

                  invocar a María y a los Santos,

                  honrar a los Santos Ángeles,

                  salvar tu alma,

                  mortificar tu cuerpo,

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                  practicar virtudes,

                  expiar tus pecados,

                  economizar tiempo,

                  edificar al prójimo,

                  temer al mundo,

                  vencer al demonio,

                  subyugar tus pasiones,

                  merecer el cielo,

                  evitar el infierno

                  meditar en la eternidad

                  y tal vez sufrir la muerte,

                  presentarte a juicio,

                  y cumplir la sentencia.

 

Y con esta disposición cristiana comenzamos diciendo:

 

     Buenos días Señor; a Tí el primero encuentra la mirada del corazón apenas nace el día. Tú eres la luz y el sol de mi jornada.

     Buenos días, Señor; contigo quiero andar por la vereda. Tú caminas, mi verdad, mi vida. Tú la esperanza firme que me queda.

     Buenos días, Señor, a Tí te busco, levanto a Tí las manos y el corazón, al despertar la aurora quiero encontrarte siempre en mis hermanos.

     Buenos días, Señor resucitado, que traes la alegría al corazón que va por tus caminos, vencedor de tu muerte y de la mía.

    Gloria la Padre de todos, gloria al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre te alabe nuestro canto. Así sea.

   

    Postrados ante Vuestra Divina Presencia nos atrevemos a alabaros con la siguiente oración:

 

    Dios Omnipotente y Misericordioso, Tú que quebrantas el poder del mal y todo lo renuevas en tu Único Hijo, Jesucristo, ungiéndole con el óleo de alegría como Sacerdote eterno y Rey del universo.

 

    ¡Que todos en el Cielo y en la tierra nunca cesen de alabarte y aclamen su reino! Porque Jesucristo ofreció, como Sacerdote, su vida en el ara de la Cruz y consumó el ministerio de la Redención humana por este sacrificio perfecto de paz.

 

    Y como Rey, Jesucristo tiene todo poder sobre la creación entera para presentarte a Ti, su Padre Todopoderoso, el Reino eterno y universal: el Reino de la verdad y de la vida, el Reino de la santidad y de la gracia, el Reino de la justicia, del amor y de la paz.

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    Por eso, Padre Todopoderoso y Eterno, es nuestro deber darte gracias siempre y en todo lugar, y unirnos con todos los coros celestiales a su himno perpetuo de alabanza, proclamando tu gloria para que toda la humanidad se unifique en Jesucristo Rey, tu Hijo, que vive y reina contigo y en unión del Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos. Amén.

 

    Y tras de dar gracias al Padre Celestial elevemos nuestras súplicas A JESUCRISTO, REY UNIVERSAL:

 

    ¡Oh Jesús!, te reconozco por Rey Universal.

    Todas las criaturas son obra tuya.

    Ejerce sobre mí todos tus derechos.

    Renuevo mis promesas del bautismo renunciando al demonio, a sus pompas y a

    sus obras, y prometo vivir como buen cristiano.   

    Me comprometo especialmente a hacer triunfar por todos los medios puestos a mi

    alance, los derechos de Dios y de la Iglesia.

    Divino Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres acciones para conseguir que todos 

    los corazones reconozcan tu sagrada realeza, y para que así se establezca en todo  

    el universo el reino de tu paz.

    Amén.

 

 

 

 

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