21/11/2024 20:07
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Hace una semana vio la luz en Público un artículo titulado «Nuestros hijos fachas«. La intención de la autora pasaba por denunciar y reflexionar acerca del aumento de tendencias ‘conservadoras’ y ‘reaccionarias’ entre la juventud. Algún autor, como es el caso de Juan Soto Ivars con su artículo «Vuestros hijos fachas«, ha despachado el asunto alegando que lo habitual entre los jóvenes es llevar la contraria a la sociedad, personificada en los adultos más cercanos de su entorno, motivo por el cual la propaganda políticamente correcta del progresismo vendría a ser el equivalente contemporáneo a lo que en su momento representó el catolicismo y, por eso, los jóvenes de hoy viran a la derecha por el mismo motivo por el que otros lo han hecho a la izquierda desde hace décadas: por tocar los cojones. No obstante, en el artículo de Marta Nebot hay mucho más de lo que parece a simple vista.

La autora comienza denunciando lo que para el progresismo cultural imperante supone una blasfemia contra uno de sus dogmas de fe por excelencia: «En España ya hay más jóvenes comprando discurso de derechas que de izquierdas. Las cifras sobre los que «no creen» en la violencia de género, por ejemplo, son reveladoras. En cinco años se ha duplicado el número de jóvenes de 15–29 años que la califican de «invento ideológico» (uno de cada cinco varones, una de cada diez mujeres). Aquí los jóvenes siguen votando más a izquierda que a derecha, pero los que lo hacen a la diestra votan más a Vox que a otra cosa«. Obviamente, nadie niega que existan hombres que han asesinado a mujeres, con independencia de si existía previamente una relación del tipo que fuera; el problema de medios que llevan una línea editorial como la que sigue Marta Nebot es que presentan esos casos como una violencia estructural por la cual el hombre asesina a la mujer, pura y simplemente, porque se considera superior y se siente impune. Ridículo, pero cierto: así está construido su discurso. Dicho discurso lo encontramos continuamente por todos los medios de comunicación y plataformas de entretenimiento, de ahí su sorpresa e indignación ante el número de jóvenes que se niega a acatar al dogma políticamente correcto. Pese a todo, la autora llega tarde en su preocupación: Pedro Castro, en aquel entonces alcalde de Getafe, fue más explícito hace muchos años cuando públicamente preguntó por qué había tanto ‘tonto de los cojones’ votando a la derecha.

Continúa Marta Nebot: «más allá de los errores de comunicación del resto de partidos y de la precariedad de la situación de nuestros jóvenes, con un paro juvenil del 30% y unos precios del alquiler prohibitivos para sus salarios, quiero reflexionar sobre algo menos tangible y quizá más preocupante: estoy viendo volverse de derechas a jóvenes que no sufren por estos números y, además, veo gente de izquierdas teniendo hijos de derechas y no veo lo contrario«. Si la autora no conoce casos de gente de derechas que tiene hijos de izquierdas muy probablemente se deba a que en su burbuja ideológica sólo se relaciona con gente de izquierdas y, evidentemente, le resulta imposible conocer casos de votantes del Partido Popular con hijos simpatizantes de Podemos, pero eso no quiere decir que no existan. Lo más curioso es que la percepción políticamente correcta suele ser la contraria: a los de derechas les salen hijos de izquierdas porque éstos no tienen por qué ser igual que sus padres y a los de izquierdas les salen hijos de izquierdas porque están muy orgullosos de la tradición ideológica familiar.

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Lo que tampoco tiene desperdicio es su reflexión sobre el ‘empoderamiento’ de la derecha sociológica, especialmente la madrileña: «Desde que me asaltó esa constatación, observo más unida a la derecha que a la izquierda, más juntos, con la frente más alta, les veo hasta más rubios. ¿Seré yo?, vuelvo a preguntarme. En este Madrid de Ayuso están a la salida y a la entrada de las misas, en las terrazas, en las calles, en los eventos, todos tan chulapos.

A la gente de izquierdas la veo menos, con menos espacios de reunión, menos círculos, menos militancia, menos asociacionismo, menos organizaciones, más cada uno en su casa con sus series, con su periódico, con sus soledades y desilusiones, con su conciencia solitaria, con más cueva y menos calle y sin calle, sin roce, muy poca conciencia social es posible«.

¿Preferiría la autora que la gente de derechas anduviera escondida y encerrada en sus casas, aislada del mundo, con la vista sin despegarse del suelo cada vez que pisaran la calle? Cualquiera que lea sus palabras podría pensar que sí. Como si la gente de derechas no tuviera derecho a ir a misa, tomar cervezas en las terrazas, pisar la calle o acudir a donde le plazca… Leyendo algo así cabe preguntarse qué pensará la autora sobre la juventud de izquierdas ideológicamente vinculada al secesionismo, incluso al terrorista, que ha amedrentado durante décadas al que pensaba diferente en algunas regiones… ¿Podría darnos una respuesta que no pase por el comodín de Franco? Es más, ¿qué pensaría Marta Nebot si le digo que lo mismo que reprocha a sus compañeros de la izquierda respecto a lo alejados que están de la sociedad, encerrados en sí mismos y ajenos al compromiso, es lo mismo, exactamente lo mismo, que he escuchado durante años y años entre los falangistas y otros elementos a los que debe juzgar como una deplorable extrema derecha?

¡Pero es que el paralelismo con la extrema derecha no termina ahí! Marta Nebot incluso parece añorar la educación brindada a su generación: «Y viendo a los chavales como los veo: metidos en las redes como si fueran pescado pescado, tan frívolos, tan esclavos de la imagen y del sexo, tan vacuos –en mi prejuicio infinito–, me da por pensar que la educación religiosa que muchos recibimos y no estamos queriendo para nuestros hijos, nos dio una conciencia social que ellos no están mamando. Las instituciones laicas hablan menos de la pobreza, de la injusticia y de lo mal repartido que está el mundo de lo que lo hacían los colegios religiosos en los que muchos izquierdosos estudiamos. En la Iglesia se habla mucho de todo eso, aunque sea por los motivos equivocados, y como es una institución que sabe de persuasión y de ritos, que sabe de generar comunidad a lo largo de los siglos, no daba solo números y cifras, que hoy los colegios ni dan para no entrar en política. Nos ponían vídeos, nos llevaban a asilos, a centros de menores, de drogodependientes, nos enseñaban la empatía de la única manera posible: in situ, mirando a los ojos«. Seguramente la autora considere que la Iglesia Católica ha enfocado la cuestión de la pobreza desde una perspectiva equivocada porque desconoce que esta institución ha denunciado las razones estructurales de la desigualdad engendrada por el capitalismo desde mucho antes del papado de Francisco I; si bien, en su defensa, cabe decir que también los hay tan devotos como ignorantes del rechazo eclesiástico a la usura y a la precariedad laboral.

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Si algo monstruoso ha traído el mundo moderno ha sido la división en izquierdas y derechas de lo que antaño fueron comunidades políticas. Porque esa división no sólo ha calado entre las muchedumbres humanas, sino dentro de los entornos políticos, da igual que sean grandes como pequeños. ¿Acaso las discusiones y miserias de los partidos políticos parlamentarios, externas e internas, aireadas con espectáculos mediáticos dignos de la telebasura, se diferencian en algo de las existentes en los partidos sin representación parlamentaria? Quitando los cargos públicos y mamandurrias asociadas, en bien poco; es más, el agravante de las discusiones y miserias habidas en los residuales es que su única aspiración es a controlar una organización, por no llamarlo club social, con una cifra anecdótica de inscritos. Por lo demás, los defectos existentes en la sociedad posmoderna nos rodean por todas partes y quienes dicen rechazarlos no están exentos de hacer gala de los mismos.

No se puede construir ni mantener una comunidad política despreciando no ya a los percibidos como ajenos (como acostumbra la izquierda), tampoco a los percibidos como próximos (como acostumbra la no izquierda). El día que se llame al compromiso con los demás de verdad, sin sectarismos de ningún tipo, tal vez podamos encarrilar el rumbo de España y del resto del mundo; hasta entonces, habrá que resignarse a escuchar los lamentos de quienes ven la paja en el ojo ajeno pero omiten la viga que les ciega el propio. Mientras tanto, lo mejor que se puede hacer es renegar tanto de izquierdas como de derechas y aspirar a ser, como buenamente podamos, lo más serio: españoles.

 

Autor

Gabriel Gabriel